Fuente: Diari de Tarragona
Fotos: Josep Maria Contijoch / Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià
Dos tarraconenses en la Guerra de Ifni
Las anécdotas. Los tarraconenses Josep Maria y Ramon
son un pozo de historias de Ifni: desde el animal que saltó borracho en
paracaídas hasta la siesta en el despacho de un comandante
Sidi Ifni. 1957. Josep Maria Contijoch, natural de Montblanc, cumple el
servicio militar. Pasea por el campamento junto a un compañero, Vicente
Cañabate. En un barracón de los paracaidistas observan a una mona
enjaulada. Es la mascota de la Bandera. Josep Maria y Vicente,
alucinados, preguntan a un ‘paraca’ qué sucede con el animal. «Está arrestada porque hizo mal una cosa y la arrestaron; lo mismo que hacen con nosotros», responde.
La mona que fue arrestada por lanzarse borracha en paracaídas.
(FOTO: Andrés Izquierdo/Arxiu Tarradellas)
Josep Maria y Vicente se miran sorprendidos. El paracaidista, serio, les
explica el ‘crimen’ de la mona: «Vosotros sabéis que el día que toca
salto todo dios de la Bandera ha de lanzarse del avión sin excusa ni
pretexto, desde el comandante jefe a los cocineros. Pues ella, como
mascota, también tiene esa obligación. El último día de salto fue
lanzada como siempre. Al descender se conoce que la marrana
tenía mal día, puesto que una vez fuera del avión empezó a ascender por
las cuerdas del paracaidista, proyectándose al vacío a gran velocidad y
con el consiguiente peligro de morir aplastada. Por ese motivo
la han arrestado. Así aprenderá. Estaría beoda, ya que en ocasiones
anteriores lo había hecho correctamente. ¡Así van las cosas aquí!».
Las plagas de langostas eran habituales en Sidi-Ifni.
(FOTO: Associació Catalana de Veterans de Sidi-Ifni/Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià)
La de la mona ebria es una de las muchas anécdotas que Josep Maria
Contijoch y Ramon Rosselló atesoran en su memoria. Contijoch estuvo en
Ifni durante la guerra (1957-1958) y Rosselló hizo la mili
posteriormente.
Rosselló recuerda con amargura aquellos meses. Un día se desmayó
a causa de un golpe de un militar. «Estaba charlando con otro recluta
en catalán. No vi que un militar se me acercaba por la espalda. Me dio
un clatellot tan fuerte que me estampé contra una reja y perdí
el sentido. Luego me enteré que le había molestado que hablase en la
lengua de mi tierra con mi compañero», rememora.
Sigue Rosselló: «Los oficiales nos llamaban ‘parias’ porque podían
darnos una hostia y no pasaba nada»... «Nos encontramos con un
legionario de 40 años o más de edad. Le preguntamos ¿qué haces aquí
todavía? Nos señaló una hoguera del campamento y dijo: ‘Veis aquello.
Hoy comeré’»... «Un teniente iba mucho con las moras. Se acostaba con ellas. Pues cuando él estaba fuera otros tenientes ‘visitaban’ a su mujer»...
«Nos tocó compartir la marmita de la comida con un soldado al que
habían apartado de otra compañía. Decía que se estaba haciendo pasar por
loco para que le eximieran del resto de mili. En realidad tenía una
enfermedad venérea y le habían expulsado».
La mona que fue arrestada.
Más anécdotas de Rosselló: «Íbamos mucho al bar ‘Las cañitas’. Allí
bebíamos todos mucho. Nos encontrábamos con legionarios. Durante un
tiempo, unos cuantos se dispararon en la pierna ‘por accidente’. Querían
que les llevaran al hospital y luego les devolvieran a la península. Hubo tantos ‘accidentes’ que el mando advirtió que ‘al próximo que se dispare le monto un consejo de guerra’.
Un legionario al que conocíamos quería volver como fuera. Le dijimos
que no se disparara. Por lo del consejo de guerra. Pues fue a pillar
expresamente una enfermedad venérea para que tuvieran que ingresarle».
Rosselló concluye: «Aquello era otro mundo. Los militares vivían en un
planeta diferente al nuestro».
«Al mes de llegar a Ifni -continúa Rosselló- hubo una epidemia de
meningitis. Pararon la instrucción y rodearon el campamento con
alambradas para que no pudiéramos salir. Uno de Belltall enfermó. Estaba
tan grave que le dieron la extramaunción, pero sobrevivió. Cuando sanó,
le concedieron un mes de permiso para ir a casa. No pudo contar a nadie
que había estado a punto de morir. Su padre, un payés, no le habría
dejado volver. Fue a ver a mi madre y ella le dijo ‘tú sí que eres un
buen chico. Mi hijo debe contestar a los mandos y por eso no tiene
permiso para venir’. Tampoco le contó que el permiso se lo habían dado
por su enfermedad».
Tanto Rosselló como Contijoch se encontraron en Sidi-Ifni a sendos
militares moros que conocían bien Montblanc y Poblet. Habían entrado con
las tropas franquistas en enero de 1939.
Ramon Rosselló, en Montblanc el pasado martes. Josep Maria Contijoch, natural de Montblanc, reside en Sitges.
Rosselló durante su mili.
Contijoch en Ifni.
Contijoch, que ahora reside en Sitges, escribió un interesante
libro ‘Sidi Ifni’57. Impresiones de un movilizado’ que puede
consultarse, por ejemplo, en la Biblioteca Pública de Tarragona. Allí
narra jugosas anécdotas, como la de la vez que un comandante le pilló durmiendo la siesta en la alfombra de su despacho:
«Su llegada fue una sorpresa mayúscula para mí porque a aquella hora
nadie se acercaba. Instintivamente me levanté y aduje en mi defensa lo
primero que se me ocurrió: ‘Estaba de vigilancia para que nadie ocupase
el despacho, mi comandante’. ‘Claro, de vigilancia’, comentó para sí,
esbozando una sonrisa y cerrando la puerta».
Tras el periodo de campamento, Contijoch fue destinado al cuerpo de
policía y luego al Estado Mayor. Recibían una paga de 720 pesetas al mes
en un sobre. En su primer sobre, Contijoch vio que había 725 pesetas.
Se dirigió al teniente: «Le dije: ‘Perdone, mi teniente, al abrir el sobre he observado un error en el contenido’.
Debería haber empezado al revés. Me miró con cara de Bela Lugosi. ‘¿Ah,
sí?¿Y cuánto te falta?’, me preguntó. ‘No señor, es que de hecho... me
sobra un duro’, le respondí. Por el momento le desconcertó la alegación.
Luego suavizó la cara y aceptó la moneda».
Recién llegados al enclave africano, Contijoch y los demás reclutas
contemplaron la ceremonia de degradación de un suboficial y unos
soldados «convictos de haber fumado grifa. El comandante, tras unas
breves palabras que no entendí desde lejos, les arrancó galones e
insignias, siendo ingresados seguidamente al pelotón de castigo. Cuando
ya se habían roto filas y nos dirigíamos a la tienda de campaña le
pregunté a un compañero que venía junto a mi: ‘¿qué será eso de la grifa?’. ‘No lo sé, contestó, pero debe tratarse de algo gravísimo para merecer ese castigo’». Bendita inocencia.
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