Fuente: Pirineos en Guerra
"Por la noche te entraba el miedo a una bala perdida"
Segunda parte de una entrevista inédita con Josep Maria Contijoch mantenida en 2007
Contijoch, veterano de la guerra de Ifni y autor de Impresiones de un movilizado, entrevistado en 2007 su residencia de Montblanc (Tarragona).
Fotografía: Máximus.
-Los baamranis no son saharauis, pero tampoco marroquíes...
-Creo que en el fondo sí que se sienten marroquíes, aunque son de origen
bereber. Hay quizás un sentimiento de diferencia, pero por
circunstancias históricas se han acabado identificando. El Sáhara, en
cambio, es otra cosa: los saharauis siempre han dicho que ni rezan al
sultán ni pagan impuestos.
-Se cuenta la anécdota de las mujeres baamranis de Sidi Ifni que escupían a los soldados españoles porque sabían que tenían órdenes de no responder y así los humillaban; y de los hombres baamarani que trazaban una línea en la arena de la calle y les retaban a no traspasarla porque más allá, decían, era territorio marroquí...
-Lo del escupitajo lo vi, pero lo atribuyo al ramadán: podíamos estar por ejemplo formando para el desayuno, que nos repartían el chusco con leche, y ellas pasaban a una distancia de unos cincuenta metros y escupían, sí, pero es que no las veíamos, dudo mucho de que fuera con la intención de ofendernos. Los de la ralla en la arena no lo había visto ni oído jamás, pero puede ocurrir que interpretes un hecho de una manera que tiene poco que ver con la realidad, y que con el tiempo vayas deformando y magnificando las cosas.
-El caso es que usted tampoco se atrevía a ir solo por el barrio moro.
-Por pura precaución, porque te arriesgabas a toparte con un tipo capaz de pegarte cuatro tiros.
-Entonces, ¿tenían algún trato, con los nativos?
-Con los moros que servían como ayudantes, sí; con las moras, no, pero
es que eran ellas mismas, las que ponían distancia. Pero esto también
fue después del follón; antes, por ejemplo, las putas de Sidi Ifni eran
moras; después ya fueron siempre españolas.
Vista aérea de la ciudad de Sidi Ifni en los años 50 (arriba), y en la actualidad; los cuarteles de la Legión y
de los Paracaidista, en la parte superior derecha, han sido sustituidos por nuevos barrios residenciales.
-Ocio: ¿cómo mataba una guarnición de miles de hombres el tiempo?
-En Sidi Ifni no había nada que hacer. El único empresario que había era
un tal Barber, oriundo de Tarragona. Creo que había llegado con Capaz, y
él y su familia eran los propietarios de casi todos los negocios,
incluido el cine. Antes de mi quinta parece que hubo dos cines: el moro y
el europeo.
-¿Europeo, dice?
-Sí, así decíamos, porque españoles se supone que también lo eran los
moros. Por lo visto en el cine moro proyectaban películas pornográficas.
Pero eso yo ya no lo vi porque cuando llegué ya lo habían cerrado. El
caso es que lo tenían muy bien montado, los Barber: pasaban una película
a las 3, otra a las 5, una más a las 7 y la última sesión, a las 10.
Todas, diferentes. Como no había nada más que hacer, ibas a la primera
sesión y a media tarde ya no sabías cómo matar el tiempo. Cuatro
películas era impensable porque te salía por un censal. En fin, que en
mis ratos de ocio los pasaba en la oficina arreglando papeles, que
estaba hecho un desastre; de vez en cuando, cine, pasear, fumar y estar en la plaza de España.
-¿Había chicas españolas?
-Las hijas de los oficiales eran inaccesibles: hacían vida aparte. Hay
que tener en cuenta que la guerra marcó un antes y un después: se acabó
la buena vida de los viejos tiempos -mi comandante venía a las 12 a
firmar y no le volvíamos a ver el pelo en la oficina- y tuvieron que
ponerse manos a la obra, por lo menos para tener a las unidades al día
por lo que respecta a la instrucción.
-De todas formas, no da la impresión en sus memorias de un ejército
desorganizado, de una tropa más propia de Pancho Villa, como alguien lo
definió.
-Una cosa eran los oficiales de academia, que alguna vez te podían meter
un puro pero que eran gente más o menos cultivada que bueno, y otra los
chusqueros, algunos de los cuales habían pasado por la División Azul, o
habían hecho la Guerra Civil como cabos o sargentos, que con los años
fueron ascendiendo -tampoco demasiado, hasta teniente, aunque también
había algún capitán. En cualquier caso, mis llamémosles colegas del
estado mayor eran burócratas y, por lo general, gente pacífica y de trato
fácil.
-Cuando estalló la guerra, ¿estaban preparadas las unidades? ¿Era correcta la instrucción?
-Hay que tener en cuenta la sociología del ejército: a los soldados se
les instruye para hacer la guerra, pero si no haces la guerra, enseguida
te olvidas de lo que has aprendido. En mi caso, cuando terminé la
instrucción con la brigada paracaidista, estaba relativamente bien
entrenado; un año después, tras servir doce meses en las oficinas del
estado mayor y no haber vuelto a coger un fusil, no sabía ni disparar.
Lo mismo ocurría con otros destinos: pagaduría, intendencia,
automobilismo, sanidad... Y muchos de estos oficios los desempeñaban
reclutas catalanes. Te puedo contar la anécdota de un coronel de
Tiradores que cada vez que licenciaban a una quinta se lo montaba para
que el nuevo personal fuera catalán y con oficio: barbero, sastre,
cocinero... Si te tocaba, la mili se había terminado, para ti.
Desembarco de material militar con barcazas, debido a la inexistencia en
los años 50 de puerto en la capital de la colonia; de hecho, lo
habitual era que personal y pertrechos fueran descargados en las playas a
bordo de carabos, nombre que recibían las barcazas locales.
-El armamento: ¿es cierto que la guerra significó también un antes y
un después, con una notable mejora del material a partir de la invasión?
-Paracaidistas y legionarios estaban bien armados; los soldados de leva
seguimos con nuestros máusers; pero, claro, estábamos en segunda línea.
-Se dice que el Canarias disparó por error sobre las posiciones propias: ¡fuego amigo!
-Recuerdo cuando ocurrió: eran las 8 de la mañana, estábamos durmiendo y
de repente fue como un trueno, como si nos hubiera sobrevolado un jet, pero cien veces más fuerte. Y otra vez. Subimos a las terrazas a ver qué era aquello y vimos al Canarias abriendo
fuego, sí, pero no sobre nuestras posiciones sino al interior del
territorio. Lo de fuego amigo fue un rumor malintencionado. La prensa
extranjera dijo que estábamos machacando a las cabilas. Aquello duro un
par de días. Luego creo que pasaron por Agadir: una exhibición de
músculo. No sé si tuvo que ver con el Canarias, pero lo cierto es que a partir de entonces la presión de los moros bajó.
-Otro rumor sostiene que los EEUU no permitieron a Franco utilizar el
material más moderno que el ejército español acababa de adquirir y que
por esta misma razón hubo que recurrir a los veteranísimos Junkers y
Heinkel alemanes.
-No sé si había mejores aviones o no, pero que los americanos no
permitieron utilizar material más adecuado es un hecho. No les
interesaba que el conflicto se les fuera de la mano, ni que uno de los
contendientes machacara al otro.
-¿Y la colaboración francesa, más allá de alguna pasada de los cazas?
-Creo que sí hubo una cierta colaboración por lo que respecta a inteligencia.
-Una cuestión terminológica: a los insurrectos, ¿cómo les llamaban:
"bandas" o "Ejército de Liberación"? Es que hay una diferencia...
-El Ejército era el conjunto de las bandas; pero bandas no en un
sentido digamos mafioso sino porque eran grupos de 20, 30 o cien
hombres, que actuaban no se sabe muy bien bajo qué órdenes. De hecho,
nosotros tampoco las llamábamos "bandas" sino simplemente "los moros".
-En su opinión, ¿por qué se quedó España once años, hasta 1969, después del fin de la guerra?
-Por una cuestión de orgullo imperial. Nada más. Así como en el Sáhara
hubiera tenido alguna justificación resistir hasta el último momento y
hasta el último hombre, por las minas de wolframio, en Ifni no había
nada que defender, ninguna riqueza que explotar... salvo el prestigio,
el honor de no renunciar a lo que se consideraba territorio español. ¡Y
con rango de provincia!
-Sidi Ifni, ¿era una ciudad bien acondicionada, con red de alcantarillas, agua corriente, electricidad...?
-Era excepcional, porque en las cabilas no había nada de esto. En Sidi
Ifni había hospital, escuelas, incluso un zoo. Los dos barrios, el moro y
el europeo, estaban separados por una especie de vaguada. No es que
fuese obligatorio, pero a la hora de instalarse, cada uno lo hacía con
los suyos: los moros con los moros y los europeos con los europeos. Al
principio, como ya he contado, llevaba mi ropa a lavar a una mora que
vivía en el barrio moro; al día siguiente me traía la colada limpia su
marido, que era uno de estos soldados moros que cobraba la muna.
-De la visita triunfal de Carmen Sevilla y Gila no guarda muy buen recuerdo...
-No encontrarás ni un solo veterano de Ifni que te hable bien de
aquello. Atención, que hablo de Gila, no de Carmen Sevilla. Y no es una
cuestión de ideologías: lo que no tenía que haber hecho es decir que fue
a Ifni "obligado", que si hubiera podido no hubiera viajado. Nosotros
sí que fuimos a la fuerza, porque no nos quedaba otro remedio, y no nos
sirvió de nada; con la diferencia que él estuvo en Ifni una semana:
nosotros, 15 meses, y que a él le pagaron sus buenos dineros, por no
hablar de la campaña de publicidad gratuita que aquello le reportó. Gila
fue el único de los diez o quince artistas que fueron a Ifni que habló
de aquella manera. Carmen Sevilla, por ejemplo, siempre lo ha evocado
con cariño.
-¿Asistió usted al espectáculo?
-Sí: lo vi en el cine; pero también lo hicieron en los destacamentos:
quedaba muy bien, Gila, con su número del teléfono y burlándose del
ejército, todo hay que decirlo; montaban un tablao y bailaban también
sevillanas... En fin, que a mí siempre me ha parecido que copiaron las
giras que los americanos montaron en la II Guerra Mundial, con Bob Hope,
James Stewart y compañía. Lo volvieron a hacer en Vietnam, como se ve
en Apocalipsis Now.
-La primera semana después de la invasión fue también la semana del hambre...
-Hay que decir que en Ifni se comía bien; por lo menos, los
paracaidistas, con los que hice la instrucción. Atención, que "bien" no
significa comilonas y platos sofisticados, sino estofado, macarrones y
cosas así. El resto de las unidades disponían de menos recursos y ya era
otra cosa, pero se comía; jamás se pasó hambre. En los primeros días lo
que ocurrió es que todos los barcos y aviones disponibles -del campo de
aviación despegaba un avión cada minuto- se destinaron a transportar
pertrechos militares desde las Canarias y la Península -entre ellos, una
unidad de morteros de Barcelona- y resulta que se les olvidó el
suministro de alimentos. Lo pasamos relativamente mal, porque ni con
dinero encontrabas comida. Pero fue debido antes a la mala gestión que
no a la escasez.
-Pasado el susto inicial, ¿sentían que la ciudad estaba a salvo, que no iba a caer?
-Estaba claro que no. Aunque los primeros días, digamos que la primera
semana, no te podías quitar el miedo del cuerpo. Pero lo hacen bien, los
militares, escogían a unos cuantos con narices, tirando a chulos, y los
hacían desfilar por las diferentes unidades para levantar la moral: que
esto está ganado, que los vamos a machacar... Luego, por la noche,
cuando estabas de guardia solo en la terraza, te quedaba el resquemor de
que te diera una bala perdida.
-¿Fue una guerra limpia? Me refiero con los prisioneros: ¿se les brindó un trato humano?
-En las memorias cuento el caso de un soldado moro, al que pillaron en
unas maniobras escondiendo una pistola. El teniente de la unidad, un
chusquero, lo envió al cuartel. Me había olvidado del caso cuando a la
semana siguiente veo a un moro que me sonaba: era él. Alguien
dijo que incluso le habían aplicado descargas eléctricas para que
cantara: claro que era un desertor, un desafecto. En cualquier caso,
diría que aquello fue algo excepcional, por lo menos no tuve noticia de
otros casos, y estando como estaba en el estado mayor -nos pasaban los
partes de baja de todo el mundo, civiles incluidos- me hubiera enterado.
-¿Estuvo en alguna ocasión en el frente?
-Tuve suerte, porque en el estado mayor vivíamos en este sentido muy
bien; si hubiera continuado en la Policía con toda seguridad me hubiera
tocado liberar alguno de los fortines. Por eso me sorprende que Sánchez
de León, el que después fue ministro con Suárez, acabara en Talata:
siendo abogado hubiera podido solicitar un destino más seguro.
-¿Disfrutó de algún permiso, a lo largo de sus quince meses de servicio?
-Ni uno. Zamalloa los denegaba todos porque decía que necesitaba a todo
el personal en la plaza. Hubo un caso, en nuestra unidad: un tal Torres,
madrileño, que obtuvo un permiso por Navidad. Volví a contactar con él
cuando publiqué Impresiones de un movilizado y le dije, "¡Hombre, tú
eres el enchufado aquel que se largó a casa por Navidad!" Y me respondió
que de enchufado nada, que había alegado que tenía exámanes en la
Universidad y que si no se presentaba perdería el curso, y coló. Claro
que luego lo suspendió todo: con el lío que teníamos en Ifni, cualquiera
se ponía a estudiar.
|