Fuente: General Dávila
Queridos amigos: permitidme que os haga partícipe de algo que llevo en mi interior y que hace sentirme orgulloso. Se
trata del emotivo relato que un íntimo amigo mío, Alfredo Prieto
Villota (Que en Paz Descanse y que nuestro Cristo de Ánimas de Ciegos –
Dios lo tenga en su Gloria), realizó en su diario personal y que
cariñosamente me dedicó. Era amigo de sus amigos, un veterano
íntegro, amable, extrovertido, buena persona e igual profesional, que
amaba el ejército y el paracaidismo… Lo conocí años después de
licenciarme, nos hicimos grandes amigos, siempre con el carácter que nos
unía: haber servido en la misma Unidad, aunque en diferentes fechas.
En fin, os dejo con su relato.
Como siempre, un abrazo.
Pedro Motas
Aquellos tres años…
Primera acción real de la Brigada Paracaidista: «Operación pañuelo»
El 29 de noviembre de 1957, 75 hombres de la séptima compañía de la
segunda bandera fueron lanzados en su primer salto de guerra sobre el
fuerte de Tiluin, en Ifni, para ayudar en la defensa de los asediados.
Tras caer entre el fuego enemigo, resistieron a la espera de que
llegasen refuerzos que los sacaran de un infierno casi olvidado.
Los paracaidistas embarcan hacia «un destino incierto». Estaban a
punto de entrar en la historia y de cumplir con éxito su misión.
El teniente Antonio Ortiz de Zárate, después de arengar a sus
hombres, se gira, firme y seguro, y mirando a los que les despedían,
sentencia: «Entraremos en Tzelata o en el cielo».
Su sección se dirigía a liberar ese zoco. La situación en la zona se
había vuelto insostenible. Los constantes ataques de los rebeldes
marroquíes sobre las posiciones, hasta entonces españolas, habían
derivado ya en una guerra abierta en la que peligraba gravemente la
continuidad de la zona como provincia española.
Teniente Ortiz de Zárate.
Era el 23 de noviembre de 1957 cuando la sección del teniente Ortiz
de Zárate parte con tres camiones, una ambulancia, una sección de
ametralladoras y personal de transmisiones y zapadores. Poco
antes de llegar a su destino, y tras un viaje lleno de trabas, la
sección es recibida por el Ejército de Liberación Marroquí con fuego
cruzado intenso, que obliga a Ortiz de Zárate y a sus hombres a
parapetarse en un alto.
Ante la imposibilidad de alcanzar el objetivo, la sección trata de
fortificarse en su posición. El 26 de noviembre, el teniente Antonio
Ortiz de Zárate, fruto del acoso al que estaban siendo sometidos, cae
mortalmente herido, convirtiéndose en el primer héroe de la Brigada
Paracaidista.
Pallás, fundador de la Brigada, acuñó sus gritos: “¡sobre
nosotros! ¡Dios!, ¡con nosotros! ¡la victoria!, ¡en nosotros! ¡el
honor!, ¡triunfar o morir!”
No muy lejos de allí, dos días después, los compañeros de la séptima
compañía, que recibían noticias de lo que ocurría, se dirigen al capitán
Sánchez Duque y le sugieren que deberían ir en ayuda de los hombres de
Ortiz de Zárate, que siguen resistiendo. El capitán les niega la
petición, y les asegura que se les ha encomendado otra misión.
Desde las primeras horas del 23 de noviembre, el fuerte de Tiluin
padece las constantes acometidas de las partidas rebeldes, que se
parapetaban en la cercana frontera del Marruecos francés, zona que la
aviación española respetaba. La misión es reforzar la guarnición del
fuerte a la espera de la llegada de la Agrupación Táctica terrestre.
Fuerte de Tiliuin.
A las cinco de la madrugada del 29 de noviembre, los ansiosos setenta
y cinco hombres son despertados y se les ordena que se equipen para el
combate. El padre Cabrera les invita a confesarse, «porque el final es incierto».
Poco después, nerviosos, llegan a los aviones Junkers que les
trasladarán a su destino. «Dentro del avión tuvimos que esperar un buen
rato, porque tenían que venir de Canarias cinco Heinkels 111,
bombarderos a los que familiarmente llamábamos «Pepes», para apoyarnos
en el salto». Comenzaba la «Operación pañuelo», después de que
el mando tomara la decisión de realizar el asalto a las diez de la noche
del 28 de noviembre.
El ambiente era tenso, «teníamos mucho miedo, pero sabíamos
perfectamente dónde nos metíamos. Estábamos entrenados para ello y
éramos voluntarios en la Brigada». Hacia las diez de la mañana, los
cinco Junkers, con quince hombres cada uno, se dirigen al fuerte de
Tiluin, asediado por las mismas fuerzas que seguían azotando a la
sección de Ortiz de Zárate. De hecho, camino del fuerte sobrevuelan la
zona donde sus compañeros resisten estoicamente a la espera de ayuda,
pero pasan de largo. Su misión es otra.
Cerca ya de su objetivo, los Junkers van llegando por turnos. En el
primero de ellos, escoltado por dos Heinkels que van «limpiando el
terreno» de posibles enemigos con ráfagas de ametralladora; y yo, dentro
de la sección que comandaba el propio capitán Sánchez Duque, espero el
turno para saltar.
A doscientos metros del suelo, la altura mínima posible, son lanzados
los quince hombres que componían la patrulla. El paracaídas se abre a
una altura equivalente a dos pisos, apurando hasta el límite para evitar
el posible fuego enemigo. Han caído más lejos de lo previsto. Aunque
todos caen fuera del fuerte, como estaba planeado, la primera patrulla
se va demasiado lejos. Al tocar suelo, la impresión me pone los pelos de
punta, que por aquel entonces contaba sólo con veinte años. «Aquello
era un infierno. Veíamos por todos lados fogonazos enemigos, el
ruido era tremendo y el capitán sólo nos decía que corriéramos». «Sólo
repetía que había que entrar en el fuerte como fuera. De hecho, otro
compañero se puso en tierra para repeler el ataque, pero el capitán le
gritó que dejara de disparar y que corriera hacia el fuerte». Corrían
por el pedregoso terreno entre las balas de ametralladora del enemigo,
bajo el estruendo de los aviones que les habían lanzado y con el único
objetivo de alcanzar el fuerte vivos. Milagrosamente, ninguno fue
alcanzado. «Sólo tres de los que nos tiramos sufrieron lesiones en los
tobillos, con lo que nos tuvimos que repartir su carga y estar
pendientes de ellos. A mí me tocaron las cartucheras de uno».
Paracaidistas preparados para el salto.
Cuando ya se acercaban a la ansiada puerta de la fortificación, un
oficial sale presuroso del interior y les grita que se detengan. «Salió y
nos dijo que entráramos en fila india, porque los alrededores estaban
minados. Así que con la ansiedad, las prisas y el fuego enemigo
acosándonos, tuvimos que ponernos en fila y entrar con cuidado». Por
fin, los setenta y cinco hombres estaban dentro del fuerte. El primer
salto de guerra de la Brigada Paracaidista había concluido con éxito.
Las dos secciones de la séptima compañía, una escuadra de morteros del
81, un practicante y un sanitario ya estaban en Tiluin.
Pero allí no acababa su cometido. La «Operación pañuelo» tenía como
misión reforzar el destacamento de Tiluin con sesenta hombres agotados,
para que no cayera en manos del enemigo. Recuerdo que «aquello era
agotador, durante el día prácticamente no se veía al enemigo pero, en
cuanto caía la noche, los morteros del 108 de los marroquíes no paraban,
y cada vez caían las granadas más cerca».
No había comida ni agua, pero cada cierto tiempo aviones españoles
lanzaban paquetes sobre la fortificación. El problema era que tenían que
ser lanzados desde una altura suficiente para que el enemigo no pudiese
alcanzar los aviones, y siendo el fuerte pequeño, sólo el veinte por
ciento de los envíos caían dentro del recinto donde resistían los
hombres del capitán Sánchez Duque. «El fuerte estaba lleno de munición
esparcida por el suelo porque como la lanzaban en cajas desde los
aviones, al chocar contra el suelo las cajas, se rompían y teníamos que
recoger la munición de cualquier parte».
El fuerte de Tiluin resiste durante los días siguientes bajo
el incesante fuego de morteros y fusilería. El tres de diciembre, a las
diez de la noche, se escucha el cornetín de la VI bandera de la Legión.
Señores Motas y Prieto.
Una vez acabado el asedio, los 135 hombres que resistían dentro del
fuerte ponen rumbo a Sidi Ifni junto a los legionarios, no sin antes
proceder a la voladura del lugar que se había convertido en su infierno
personal en los últimos cuatro días. Vuelven sin Ortiz de Zárate, pero
la «Operación Netol», ideada para salvar del acoso de las fuerzas
rebeldes a ambos grupos se convierte en un éxito.
A partir de aquella fecha, en el Ideario Paracaidista se
inscribe la leyenda: ¡Legionarios! en Ifni se abrió el libro de vuestra
historia.
El padre Cabrera, capellán de aquellos hombres de Ifni, encontró
entre las pertenencias del teniente Ortiz de Zárate una oración que
decía: «Haz Señor, que mi alma no vacile en el combate y mi corazón no
sienta el temblor del miedo», y añadía: «Quise ser el soldado más
valiente de mi Ejército, el español más amante de mi Patria. Perdona mi
orgullo, Señor».
Pedro Motas
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