Fuente: La Razón.es
Los veteranos que estuvieron en África a finales de 1950 piden un reconocimiento oficial. Como sucede con la División Azul, han sido deliberadamente ignorados.
Veteranos de la guerra de Ifni y Sáhara enseñan sus fotos de aquella época.
Fuimos a
recuperar una posición, pero nos atacaron. A mi compañero le alcanzaron.
‘‘Me han pegado un tiro en el pecho, dame un cigarrillo’’, me pidió.
‘‘¿Cómo te voy a dejar fumar ahora?’’. ‘‘¡Dámelo, me cago en la
leche’’». Suena a película de acción, pero es el relato de Francisco
Aznar Navarro, paracaidista español: «Se lo di, se lo fumó tan tranquilo
y al final, mi compañero sobrevivió». Francisco recuerda perfectamente
la escena que vivió a finales de 1950. Con la edad, el pasado lejano se
acerca, mientras que el presente se difumina con mucha más rapidez.
«Recuerdo también como se llevaban a los muertos en burros, envueltos en
fardos de lona. Aquello me causó un trauma, me ha impresionado toda la
vida». Francisco podría seguir contado historias durante todo el
reportaje. Las guerras no se olvidan. O eso cree él y sus compañeros,
que estuvieron en Ifni y en el Sáhara.
Porque allí hubo
una guerra, aunque sólo se acuerdan los veteranos. Ya son mayores y como
reconoce uno: «Vamos quedando menos». Sin ellos, se acabará la memoria
de una guerra que casi nadie quiere recordar. Oficialmente la guerra, o
la «guerrita» o el «incidente» comenzó el 23 noviembre de 1957, cuando
los guerrilleros marroquíes intentaron asesinar a todos los oficiales
españoles de Ifni. Un chivatazo impidió la masacre. Cuando es atacada
por medio de una batalla de guerrillas, España, en vez de defender todo
el territorio, decide crear un perímetro cerca de la ciudad de Sidi
Ifni, para protegerse mejor. «Lo que se hizo fue lo más inteligente:
replegarse y defender el núcleo principal y cuando puedes, te
recuperas», asegura el coronel de Intendencia retirado Leopoldo Muñoz,
presidente de AME. España y Marruecos firmaron el 1 de abril de 1958 los
acuerdos de Angra de Cintra. Además, del Sáhara, la administración de
España sobre el territorio de Ifni era efectiva sólo en las
inmediaciones de la capital, Sidi Ifni, que hasta 1969 fue una provincia
española. Ese año, se cede a Marruecos. El Sáhara tardó más.
Desde ese año,
se ha tendido un silencio, como si España se avergonzase de aquella
guerra, de la que entonces se habló como pequeños enfrentamientos y de
la que ahora ni siquiera se habla. «Sucede un poco como con la División
Azul. Cuando hay un cambio de régimen también se quiere olvidar lo que
sucedió en él. Es una actitud de los gobiernos actuales a partir de
1975», continúa el coronel Leopoldo Muñoz: «Es un olvido interesado con
el fin de sustraer al ejército del pueblo. También es político, no se
quiere molestar a Marruecos. Se prefiere ignorar lo que sucedió allí».
Dejadez
legislativa
Los veteranos, que fueron como soldados de reemplazo, agotan sus
últimas fuerzas para superar todos los muros y lograr un reconocimiento
moral, que piensan que les deben. Y también, aunque menos, económico.
Quieren cobrar como hacen todos los soldados que parten al exterior
defendiendo la bandera española. «Más que hablar de una guerra olvidada,
de lo que tenemos que hablar es de personas olvidadas. Es un poco
absurdo que no se les reconozca, es una dejadez legislativa más que no
tiene sentido. Es un compromiso adquirido que se tiene que cumplir, no
sé por qué no se hace», dice Mariano Casado, Secretario General de AUME,
una asociación de militares.
Veteranos del sáhara e Ifni: De pie, de izquierda a derecha: Antonio Pascual, Ángel Montoliu y Cava Palomino. Sentados: Antonio Pareja, Jose María Bel y Felipe Mateu. De la quinta del 57, 58, y 59.
Pero pocos tienen esperanzas de verlo. La diputada del PP Inmaculada
Bañuls ha preguntado varias veces al Gobierno sobre este reconocimiento y
su éxito ha sido escaso. Quiere que, al menos, se haga un listado de
aquellos que estuvieron en Ifni. Las respuesta es tan burocrática como
demoledora: «No existe una relación nominal de todo el personal que
tenga anotadas en su hoja de servicios o expediente persona, servicios
prestados en Ifni-Sáhara entre 1957 y 1959 (...). Es importante tener en
cuenta que del personal de tropa español, prácticamente todos (a
excepción del personal profesional legionario) eran soldados de
reemplazo...». Soldados que no lo esperaban, que llegaron de
casualidad, con armamento antiguo, mal uniformados y sin saber muy bien
dónde estaban y para qué: «Un día nos reúnen y en vez de formar como
siempre, es decir el más alto delante y los más bajos detrás, nos hacen
formar por lo que sabe hacer cada uno. Así formados, dicen: de los 15 de
aquí para delante, apuntados, que vamos a ir de vacaciones a África»,
cuenta Joan Vives. Sucedió a finales de una semana de mayo del 58. El
martes se fueron a África. Cuando llegan, como no hay puerto para
desembarcar, se tiran al agua, con el fusil entre las manos, para no
mojarlo y estropearlo aún más, que había veces que funcionaba. «Hacíamos
un relevo –continúa Joan–. Vimos a los que se iban y eso fue muy duro
para nuestra moral. Abandonaban Ifni con las camisas rotas, los zapatos
destrozados. Era una imagen horrorosa».
Cuando Joan llega, la guerra oficialmente ya ha terminado, pero
continúa la tensión, los disparos, las vigilancias eternas en las
trincheras y las minas que estallaban. Con la edad, Joan lo ve desde el
lado positivo. Como ya no duele, reconoce que a él le ayudó a formarse
como persona, salir de casa y descubrir otra realidad.
Estaban los que aguantaban por su personalidad, los que tenían fe y
pasaban el trago con rezos. Y estaban los que no lo superaron,
enfermaron, se deprimieron o perdieron el sentido de la realidad. «Eso
es que habías cogido el sirocco, que te estabas volviendo loco», explica
Ángel Ruiz, de 75 años. Otros decidieron borrarse antes. Manuel Jorques
llegó en marzo de 1961, cuando se suponía que tenía que estar en calma y
en paz. Él no lo vivió así. Todo acabó mucho más tarde: «Un chico de
Tiradores se suicidó pegándose dos tiros: el primero poniendo el cañón
del fusil debajo de la barbilla, la bala le salió por la boca sin
causarle una lesión mortal. El segundo fue un tiro en el corazón. Para
eso tuvo que montar nuevamente el dispositivo de disparo... También fue
definido como ‘‘accidente’’».
En Ifni los soldados sufrieron, como en todas las guerras, la
escasez, el calor, escorpiones o ratas de un tamaño desmesurado. Hubo
quien se afeitó con leche, porque no tenía agua. Los máusers eran
antiguos, los fusiles ametralladores a veces disparaban y casi siempre
se atascaban y las bombas italianas no siempre estallaban. «Resulta muy
difícil olvidar los diecisiete meses que nos tuvieron metidos en un
agujero». Ni los soldados ni un ejército español de posguerra, al que
Estados Unidos vetó utilizar su armamento, estaban preparados para
afrontar una operación militar que sorprendió a casi todos: «Recuerdo un
día que íbamos a tomar una posición en una montaña. Parecía imposible
hasta que llegaron los paracaidistas y consiguieron hacerse con ella. El
problema fue que las comunicaciones apenas funcionaban y de repente
llegaron dos aviones de los nuestros. Ellos obedecieron la orden y
lanzaron unas 20 bombas cada uno. Ahí se quedó toda una compañía de
nuestro ejército, bombardeada por los nuestros y lo único que pudimos
hacer los que estábamos allí fue recoger los cuerpos. Otro día salimos a
cubrir terreno, de repente de las chumberas nos comienzan a disparar.
Nos sorprenden y la orden de los mandos fue: ‘‘Sálvese quien pueda’’.
Fue muy triste y muy duro. Perdona si te entretengo –sigue Ángel–. Pero
ahora nadie se acuerda de mí. Me dieron una medalla, o eso decía en un
papel».
Sin reconocimiento
Lo que les dieron fue un diploma. La medalla física, la real, se la
tenían que comprar. Algunos juntaron dinero para dársela a los
compañeros, como regalo. Esperaban que la democracia reparase el olvido
que vivieron con el régimen pasado. Tras el desastre de Annual, de casi
treinta años antes, y tras la Guerra Civil, no se quiso alarmar a la
gente con otra guerra en África, ni con los heridos. Lo que comenzó con
el entusiasmo y la exaltación del régimen se fue enfriando. Manuel
Jorques asegura que él tiene un telegrama en el que a un padre de un
soldado se le dice que si quiere los restos de su hijo, tendrá que
pagarlos. «A mi hijo no les costó nada llevárselo, haga el favor de
traerlo», contestó el padre.
El tiempo y los cambios no han solucionado el olvido. «Es verdad que
ahora esperábamos más reconocimiento», dice Josep María Contijoch, otro
veterano. «Los jefes militares siempre nos han recibido correctamente»,
añade. Pero de más arriba, de los que tiene capacidad de decisión siguen
esperando una respuesta que puede que ya tarde demasiado en llegar.
Los veteranos se han asociado y quedan cuando pueden, siempre en un
punto cercano, para que no tengan que moverse mucho. La edad ya no les
permite muchas alegrías y si se han citado con el fotógrafo, piden por
favor si les puede llevar y recoger. «Son pocos y se van muriendo», dice
el diputado de Ciu, Josep Maldonado. El 28 de febrero de 2006 se aprobó
una Proposición no de Ley para reconocer a los veteranos de la guerra
de Ifni. El años siguiente, en la Disposición novena de la Ley de la
Carrera militar se establecían tres modos de reconocimiento: por
conmemoraciones, mediante el apoyo a las asociaciones y por último, el
reconocimiento «directo, individual y retributivo».
Maldonado asegura que en 2007 se incluyó un millón de euros para
poder hacer frente a ese reconocimiento «y este año se comprometieron a
que hubiese otro millón de euros, pero no se ha hecho y nos han dicho
que no se puede hacer nada porque no hay un listado de los que
estuvieron. Con esto, lo que se hace es proseguir una injusticia y
faltar al respeto a unos veteranos».
Juan Pando está ayudando a los veteranos para lograr un listado, pero
es una tarea más que imposible: «Hay casi 9.000 cajas de documentación
de la Guerra de Ifni en el Archivo de Ávila. Ahí está todo. Se ha dado a
una empresa privada para que lo ordene y clasifique, pero todo va muy
lento. La información que se pide se facilita con muchas trabas, todo
son problemas y no se tiene en cuenta la edad de los veteranos. Más de
50 años después no hay reconocimiento moral ni económico».
Alfonso Carlos Alsúa lo espera. Él estuvo en Ifni, él fue prisionero
durante seis meses: «Me metieron en un agujero y no nos dejaron ver la
luz durante 6 meses», cuenta por teléfono y te remite al blog: «Escribe
en google mi nombre». Para que se lea, para que, al menos, se recuerde.
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