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Autores por orden alfabético del nombre y apellidos
(† autores fallecidos)
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Antonio Lao Espinosa
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martes, 12 de octubre de 2010 |
Este relato es para contaros un poco las fatigas que pasamos allí, en Sidi Ifni.
Antonio Lao.
Veterano de Ifni.
Soy de la quinta el 57, me tocó servir en el Regimiento de Infantería Lepanto Nº 2(1) de Córdoba.
El campamento lo hice en el Cerro Muriano, desde allí nos llevaron a Cádiz y embarcamos en un buque llamado "Cabo de Hornos"(2). Después de tres días, con sus noches correspondientes, llegamos al dichoso Ifni, era el 21 de Junio 1958. Allí no había ni puerto ni nada que se le pareciese, así que para desembarcar se hacía por unas redes que colgaban por el lateral del barco, que tendría por lo menos 6 metros de altura.
Abajo esperaban unos auto-anfibios en los que nos colocaban a 20 o 30 soldados y nos trasladaban hasta la playa, y desde allí nos subían en camiones y nos dejaban en un campamento de chabolas de lona. Después, andando por caminos de cabras, nos llevaron a las montañas donde estaban las posiciones(3) alambradas y atrincheradas. No había donde refugiase, nada mas unos hoyos en el suelo en los que sólo cabían tres o cuatro personas, allí mismo era donde dormíamos.
En estas posiciones nos tenían tres meses, después nos bajaban al pueblo durante 45 días, donde cada tres cuatro días nos llevaban de maniobras, que consistían en hacer como que se tomaba alguna posición enemiga.
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Adolfo Cano Ruiz
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martes, 08 de junio de 2010 |
La guerra de Ifni fue corta, dura y extraña.
Ya nos habíamos adaptado al clima, sufrido algún siroco o plaga de langostas (eran estas, como grandes saltamontes, rojos unos y amarillos otros, que cubrían todo). Puedo decir, que me sentía cómodo. Era una aventura africana. La rigidez militar no era extrema, convivir con otra cultura era interesante, pasear por la ciudad (Sidi Ifni) entrando al zoco, comiendo higos chumbos (un nativo solía apilarlos en un gran montón y por una Peseta te dejaba una navaja algo oxidada y comías los que quisieras), bebiendo el té con hierbabuena al son de una música diferente, ir de “chiquitos” con los amigos vascos al bar que apenas puedo recordar,… Sí. Me sentía cómodo, feliz.
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Francisco del Couz
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miércoles, 28 de abril de 2010 |
Llegando a Sidi Ifni. Francisco, Sonia y Cristina.
Qué lejos queda aquel 3 de Marzo de 1959, cuando yo salía de mi pequeña aldea del occidente de Asturias, con mi maleta de madera (por aquellas fechas en el ejercito español no existían los petates) camino de Sidi Ifni para cumplir con mis deberes con el ejercito español, dejando a toda mi familia y a mis amigos preocupados por la lejanía del lugar al que iba destinado y la incertidumbre que producían las escasas noticias que llegaban sobre la situación militar en aquel pequeño territorio español, para muchos desconocido
Y qué largo fue el viaje: tren hasta La Coruña, vía León, y barco, el “Marqués de Comillas”, La Coruña-Cádiz-Las Palmas de Gran Canaria, a donde llegamos un 19 de marzo con un sol radiante y una temperatura desconocida para los que vivíamos en el norte de la península. Tres meses de instrucción en La Isleta, jura de bandera y al lugar de destino, adonde llegamos al anochecer para fondear el “Virgen de África” y ver el centellear de las luces de la ciudad, que nos creaban un poco más de preocupación sobre lo que nos esperaba. Al día siguiente, al amanecer, a la escalerilla de cuerda y a los “anfibios”, hacia la playa (un desembarco como el de Normandía pero sin tiros), de ahí, maleta al hombro, al cuartel del Grupo de Tiradores: grande, amplio, bien situado sobre le acantilado y con preciosas vistas, que todo hay que decirlo. Eran los primeros días del mes de junio de 1959, habrían de pasar 12 largos meses para hacer el viaje a la inversa y regresar a la vida civil.
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Adolfo Cano Ruiz
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sábado, 03 de abril de 2010 |
Ifni, Navidad de 1957... malos recuerdos
Soy un veterano Tirador de Ifni y recuerdo el día que aparecieron en la montaña, en aquella primera línea que se había establecido, eran chavales como nosotros, reclutas llegados de la península a reforzarnos, nosotros ya curtidos en fuego enemigo, llenos de miseria, sucios. El aspecto no debía ser muy alentador y así se reflejaba en los rostros de aquellos al vernos.
Era Navidad, los moros esos días nos dejaron tranquilos, seguramente por respeto a la religión.
Venían a reforzarnos y lo hicieron, reclutas de reemplazo prácticamente de sus casas a primera línea (un crimen de estado). Ocuparon el flanco derecho, un montículo enfrente del cual
había otro y en lo alto (como siempre) algún que otro moro que por su situación estratégica era difícil el tomar la cota. Dos días después de la llegada de aquellos reclutas, yo estaba de guardia en un montículo de donde se divisaba toda la vaguada y vi, recién llegados, como aquellos chavales sin ninguna experiencia subían la ladera con fuego enemigo, vi como caían muertos o heridos hasta conseguir la cota. ¡Lo que nos costó cada cota!
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