Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.
Durante mucho tiempo guardé en lo más profundo de mi mente
mis vivencias de Ifni. Estaban escondidas quizás negándose a ser recordadas.
Hasta que, en el 2006, regresé de nuevo a aquella tierra.
Al recorrer las montañas en las que dejé parte de mi juventud,
todo afloró de nuevo. Después de tantos años algunos recuerdos son muy nítidos
y otros difusos. Para ponerlos en orden comencé a escribir los que recordaba y
le pedí a un amigo, más experto que yo en estos menesteres, que le diera forma
de libro para así conservarlos para siempre.
Ángel Ruiz en su estudio (foto del autor)
Quizás
se cometan errores, pero este libro no pretende ser un estudio riguroso de lo
que pasó, aunque se ha intentado que todo se ajuste lo máximo posible a la
realidad basándose en lo que otras personas más entendidas y capacitadas han
escrito.
Como
ocurre siempre, los mismos hechos históricos pueden ser interpretados de varias
formas según del lado que se mire. Pido perdón por si algunos hechos o datos no
se han interpretado bien. Como he dicho, la única intención es ordenar mis
recuerdos y tratar de situarlos en el contexto histórico para intentar entender
lo que pasó allí.
Ángel Ruiz.
Tirador de Ifni.
PRÓLOGO
Mi nombre es Ángel Ruiz, e hice el Servicio Militar Obligatorio en Tiradores de Ifni.
Yo sólo fui uno más de los miles de
jóvenes que fuimos llevados a aquella tierra a cumplir el servicio militar. Soy
una experiencia más. Cada cual tiene la suya y la ha contado o cuenta según la
vivió. Yo la voy a contar tal cómo la viví y la recuerdo. Quizás me falle la
memoria, puede que mezcle recuerdos u olvide otros; pero los que me quedan son
honestos. No invento nada porque mi imaginación no me da para superar la
realidad.
Pero soy de naturaleza curiosa y, después
de muchos años, con mucho tiempo que ocupar, me dediqué a averiguar por qué
acabé en aquel lugar y por qué me tuve que defender de unos hombres que se
empeñaron en que me fuera de allí. La mayoría de nosotros volvimos sin entender
nada. Ahora, después de más de cincuenta años, he descubierto que mi
insignificante historia con minúscula formó parte de la Historia con mayúscula.
Personas con estudios y muy capacitada,
con acceso a mucha información, han dejado constancia escrita de diferentes
maneras. Algunos compañeros han escritos sus vivencias, algunos muy bien, por
cierto. Mi experiencia allí no es muy diferente a la de ellos. Entonces, ¿por
qué le va a interesar a alguien mi historia, una más de tantas? Cierto. No
tengo respuesta para esta pregunta.
Quizás, lo único que se me ocurre decir es
que, con las suma de pequeñas historias se escribe la Historia.
Ángel Ruiz con la Medalla de la Campaña Ifni-Sáhara con cinta anaranjada (foto del autor)
Nací en Alcaraz, un
pueblecito de la sierra albaceteña cuando la guerra civil ya iba por su segundo
año. Quizás, lo más relevante de él es que es donde está enterrado el
«Pernales», aquel bandolero del que decían que a los ricos robaba y a los
pobres socorría. A su tumba nunca le faltan flores, pues en el pueblo aún se
oye la leyenda de que su espíritu sale de vez en cuando para robar a los ricos
y llevárselo a algún pobre. Si los ricos no quieren ser víctimas de sus robos,
han de subir al cementerio del viejo castillo y ponerle flores frescas en la
tumba. Yo, como no soy rico, nunca se las he puesto.
Poco puedo decir de mi infancia que sea de
interés y tampoco viene al caso. Una infancia en plena posguerra en un pueblo
de la sierra se resume con tres palabras: trabajar para comer. Eso hice. Poco
más. Pero feliz, como suelen ser todas las infancias con el estómago aplacado.
Y llegó mi juventud y con ella mi
obligación de cumplir con la Patria. En aquellos años, el servicio militar se
regía por la Ley de 8 de agosto de 1940 sobre Reclutamiento y Desarrollada por el
Reglamento Provisional para el Reclutamiento y Reemplazo del Ejército, aprobado
por decreto el 6 de abril de 1943. Esta ley, aprobada en plena Segunda Guerra
Mundial, incrementó el tiempo de servicio en dos años para los soldados de
reemplazo. Aunque en el artículo decimosexto se decía que «El Gobierno puede
conceder licencias temporales o ilimitadas a los procedentes del reclutamiento
forzoso que cuenten dieciocho meses de servicio activo».
Mi nombre figuraba en la lista que a
primeros del año 1956 se remitió a la Caja de Reclutas de Albacete. Al año
siguiente, en enero, se efectuó el «sorteo de los quintos». El procedimiento
era el siguiente: Se le daba el número 1 al primer nombre que salía, y a
continuación se relacionaban y numeraban los demás; a número más bajo destino
más lejano. Aquel 1957 la Caja de Albacete tenía un cupo de diecisiete jóvenes
para Ifni-Sáhara y a mí me tocó el dieciocho. Pero, mira por dónde, a uno de
los que les tocó ir a África era hijo del Delegado de Hacienda. Como es natural,
su padre hizo presiones y lo destinaron a Madrid. A mí, hijo de padre humilde,
me destinaron a Tiradores de Ifni en su lugar. O sea, por una cuestión de
enchufe, me tragué dieciocho meses de mili en un lugar lejano y viví
experiencias que me marcaron para los restos. Por cierto, cosas de la vida: en
pleno jaleo en Ifni, me encontré con el paisano que me intercambió el puesto,
ya que su unidad había sido movilizada y enviada allí. Él tampoco se libró.
Fuimos en camión hasta Albacete. En la
Caja de Reclutas, nada más llegar, ya tuvimos una primera toma de contacto con
lo que nos esperaba después: nos cogió un sargento y nos ordenó que
trasladásemos unas cajas que había en medio del patio a un almacén. No habíamos
comido nada en todo el día y nos dieron las tantas. Nuestras madres, que
estaban allí, ejercieron como tales y tuvieron unas palabras con los mandos. Se
tenían que haber venido con nosotros.
Al segundo día de estar allí nos dieron
una manta como único pertrecho y con ella nos montaron en un tren dirección
Cádiz.
Del viaje no hay mucho que contar: En
Alcázar de San Juan, nos aprovisionaron de plato y cubierto de aluminio
oxidado. Nuestro equipamiento iba aumentando. Estuvimos allí hasta que
anocheció esperando al tren que nos llevaría a nuestro destino. Como toda
comida recibimos un chusco duro y una lata de sardinas.
Llegamos a Cádiz al día siguiente. Allí
estuvimos cuatro días en el cuartel de transeúntes pasando pruebas médicas y
poniéndonos vacunas.
Y para Ifni que me fui.
Nos embarcaron en el Cabo San Vicente con
destino a Fuerteventura. Fueron cinco días de navegación. Cinco puñeteros días.
Para la mayoría, era la primera vez que veíamos el mar y nos montábamos en un
barco. Al primer día ya estaba todo lleno de vómitos. Las alubias y lentejas
que nos daban todos los días no ayudaban mucho. Para hacer nuestras necesidades
montaron unos tablones que sobresalían de la borda del barco, como un balcón
con vista al mar. Teníamos que apuntar al hueco que había entre dos maderas,
pero con el balanceo y el miedo a verte allí, no era nada fácil. Cinco
puñeteros días.
Por fin llegamos a Fuerteventura. El mismo
día, casi al anochecer, nos embarcan en un buque de guerra. Estuvimos navegando
toda la noche.
Al amanecer, vimos la costa de Ifni... a
lo lejos.
SANTA CRUZ DE MAR PEQUEÑA
En aquel entonces, lo único que sabía de
Ifni era que estaba en África, pero, claro, África es muy grande. El Sáhara sabía
más o menos dónde estaba, pero Ifni no tenía ni idea.
Antes de continuar, para aquellos que aún
no lo saben: Ifni no está en el Sáhara. Es un error bastante común pensar que
es así. Repito: Ifni no está en el Sáhara.
Yo, por aquel entonces, tampoco lo sabía.
Como ya he dicho, soy de naturaleza curiosa y he querido entender algunas
cosas. Al igual que el compañero Adolfo Cano (en paz descanse), soy de los que
opinan que no podemos entender el presente sin conocer el pasado y que, para
saber lo que ocurrió en Ifni y por qué ocurrió, es necesario conocer un poco el
contexto histórico y geográfico.
Posibles asentamientos de Santa Cruz de Mar Pequeña (mapa elaborado por el autor)
Vamos a ver si soy capaz de explicarlo:
Nos tenemos que ir a la época de los Reyes
Católicos cuando, en 1478, un tal Diego García de Herrera levantó una torre en la
costa africana más cercana a Canarias. Lo hizo en un lugar conocido en aquel
entonces como Mar Pequeña. Esta torre, bautizada como Santa Cruz de Mar
Pequeña, se usó como lugar de comercio e intercambio con las tribus locales.
Durante años, todo fue bien, pero la torre también era usada como punto de
apoyo a las incursiones de saqueo y en busca de esclavos, cabalgadas, las
llamaban, en tierras africanas. Sufrió varios ataques. Hasta que en 1524 fue
destruida y olvidada.
Durante siglos, apenas nadie más volvió a
acordarse de aquel lugar. La colonización de América se llevaba toda la
atención y esfuerzo y África quedó olvidada. Lo único que interesaba de ella
era pescar en sus costas y eso, los pescadores canarios, ya lo estaban haciendo
desde tiempos inmemoriales.
Todo cambió, y aquí empieza la historia de
Ifni, en el año 1860, tras la primera guerra contra Marruecos, cuando España y
el sultán firman el tratado de Wad Ras. Los pescadores canarios necesitaban un
lugar en la costa africana que les sirviera tanto de refugio como factoría.
Alguien se acordó de la torre levantada por los Reyes Católicos, y el general O'Donell,
como buen canario, la incluyó en el tratado. En
él, «S.M. Marroquí se obliga a conceder a perpetuidad a S.M. Católica en la
costa del Océano junto a Santa Cruz la Pequeña el territorio suficiente para la
formación de un establecimiento de pesquerías como el que España tuvo allí
antiguamente». Así se aseguraba el derecho de los pescadores canarios.
Además de ofrecerles un lugar de cobijo. También, por qué no decirlo, un lugar
que sirviera de apoyo en la defensa de las islas si se diera el caso. (Un
inciso: España jamás tuvo un «establecimiento de pesquerías» propiamente
dicho).
Pero había un pequeño, insignificante,
problema: nadie tenía ni idea del lugar exacto donde estuvo aquella torre. Como
únicas referencias, se señalaba la desembocadura de un río y poco más. Por lo
que la ocupación no tuvo lugar de inmediato. Los marroquíes tampoco facilitaron
mucho las cosas y fueron dando largas. Tenían tal confusión, tantos unos como
otros, que los marroquíes creían que Santa Cruz de la Mar Pequeña no era otra
que Agadir (conocida entonces como Santa Cruz del Cabo de Aguer),
lo que ocasionó que el hijo del sultán, el encargado de negociar ese asunto con
O’Donell, dijera que aquello no era provechoso para
España y perjudicaba mucho a Marruecos (Mogador, actual Esauira,
bajo el poder del sultán, era el único puerto para dar salida a las mercancías
de todas las caravanas procedentes del sur, y no les convenía nada que otro
rivalizase con ellos). El asunto se demoró durante unos años.
Ahora situémonos en el contexto histórico:
En plena revolución industrial los países europeos más avanzados necesitaban
abrir nuevos mercados para colocar los excedentes y nuevos territorios para
explotar sus recursos, y les echaron el ojo a África, un inmenso pastel a
repartir. En España, tras un siglo de guerras internas y de ultramar, de golpes
de estado y de inestabilidad política, no andábamos para muchas alegrías.
Además, la revolución industrial nos tocó de refilón, éramos un país de
campesinos (Catalunya y el País Vasco sí se subieron al carro). Eso sí, aún
conservábamos Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, lo que no estaba mal. España
era una potencia venida a menos, pero aún podía sacar algo de pecho.
En 1878, el rey Alfonso
XII mandó una expedición por la costa africana para intentar averiguar el lugar
dónde estuvo Santa Cruz de la Mar Pequeña y levantar de una vez la tan ansiada
factoría pesquera. Después de recorrer la costa, se llegó a la conclusión de
que el lugar no podía ser otro que la desembocadura del Uad
Ifni, en territorio supuestamente marroquí (los jefes de las kabilas les dijeron a los enviados españoles que allí cerca
existían unas ruinas de un castillo español conocido antiguamente como «Santa
Cruz». Aunque no es de extrañar que tan sólo fuera una treta para atraerlos y
hacer negocio. Nada nuevo). Pero hubo más expediciones y en todas las
conclusiones fueron diferentes. Una de ellas aseguraba que la torre de la Mar
Pequeña no era otro lugar que uno conocido por los pescadores canarios como
Puerto Cansado, unos 250 km. más al sur, cerca del Cabo Juby,
en lo que más tarde se convirtió en el Protectorado Sur Español. Esta opción
era defendida también por el ministro de Asunto Exteriores marroquí en 1883
(hay quien cree que no era más que una estratagema para que se reconociera la
soberanía territorial más allá del río Draa, límite
natural del sultanato). Se creó un gran debate, y algunas autoridades, como
Valeriano Weyler, capitán general de Canarias,
empezaron a considerar que Puerto Cansado era la ubicación del antiguo
establecimiento español. Pero, por razones que no están claras, aunque todos
los expertos aseguran que fueron políticas (El sultán no dominaba completamente
las regiones del Sus y el Nun
y los jeques locales tonteaban a sus espaldas con ingleses y franceses para que
se establecieran en ellas), se decidió que Santa Cruz de la Mar Pequeña estuvo
situada en Ifni. Finalmente, ante la insistencia española, en 1883 los
marroquíes reconocieron oficialmente que allí estaba la antigua pesquería a la
que se hacía referencia en el Tratado de Paz de Wad Ras.
Hoy en día, gracias a la investigación de
varios expertos, sabemos que la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña con toda
probabilidad se situó en Puerto Cansado (donde se forma la laguna de Naila. La «Mar Pequeña» de los antiguos pescadores
canarios). Incluso se han encontrado los restos de una torre. Es decir, la
elección de Ifni no pudo ser más desafortunada como luego se demostró. Se basó
en un ¿error? que pagamos caro.
Puerto Cansado - la Mar Pequeña (mapas elaborados por el autor a partir imagen de Google Maps)
(También hay quien sostiene que las ruinas
encontradas en Puerto Cansado no demuestran nada, pues son sólo una más de las
diferentes torres defensivas que castellanos y portugueses levantaron a lo
largo de la costa).
Algunos argumentos a favor de Puerto
Cansado son:
- En el
siglo XV, los pescadores canarios y andaluces llamaban a la laguna de Naila «el río
de la Mar Pequeña»; y así consta en cartas náuticas, mapas y documentos
antiguos. A partir del siglo XVIII se le empieza a conocer como Puerto
Cansado. La laguna de Naila es un pequeño mar
interior (en aquella época tuvo que ser aún mayor), por lo que era un
lugar perfecto para que las pequeñas embarcaciones de pesca lo usaran como
refugio y embarcadero. La torre, según algunos testimonios de la época,
estaba construida en un pequeño islote de la laguna; y así se señala en un mapa elaborado por el explorador
escocés George Glass en 1764.
- Según documentos de la época de Diego García Herrera, el puerto de
Santa Cruz de Mar Pequeña distaba unas treinta y tres leguas de la isla de
Lanzarote.
1 legua náutica= 5,556 km.
33 leguas náuticas = 183,35 km.
Puerto Cansado dista de Lanzarote (puerto
de Arrecife) 165 km. (De todas las posibles ubicaciones, es la que más se
aproxima)
- Además,
se especificaba que estuvo situada en una región con constantes cambios
geológicos y topográficos originados por la erosión que provocaba la arena
arrastrada por los vientos del desierto.
- Según Mariano Gambín, las dimensiones que tuvo el
«castillo» fueron de 8,30 metros por 8,30 metros. «Era un cuadrado. Fue
exactamente igual que la que está en el Castillo de La Luz de Las Palmas,
cuya construcción se atribuye al mismo gobernador y fue realizada el mismo
año. Está dentro del castillo de Las Isletas, que era la fortaleza
original. Es una torre gemela a la de Santa Cruz de la Mar Pequeña».
Pero, también, hay quien se refiere a la
«Mar Pequeña» como la porción de mar comprendido entre las Canarias y la costa
africana; con el Cabo de Aguer por el norte y Cabo Juby por el sur como límite. Por lo tanto, cualquier torre
levantada en aquel litoral pudo ser llamada Santa Cruz de Mar Pequeña (era
costumbre de la época designar con la denominación genérica de «Santa Cruz»,
más el apelativo geográfico, a las poblaciones y factorías que se fundaban
tanto en Canarias como en el continente africano: Santa Cruz de Tenerife, Santa
Cruz de Agadir, Santa Cruz de la Palma, Santa Cruz de Berbería, Santa Cruz del
Cabo Güer o Santa Cruz de Mar Pequeña).
NOTA DEL AUTOR:
Una vez acabada la
redacción de este libro, el autor ha seguido investigando sobre el tema, y ha
encontrado una publicación titulada Canarias Prehispánica y el África
Occidental Española escrito por el general de ingenieros del Ejército e
ingeniero naval, José María Pinjo de la Rosa, publicado en 1954 por el
Instituto de Estudios Africanos, donde defiende, con argumentos más o menos sólidos
y otros sin base histórica, que la ubicación, «sin duda», se situó en Agadir.
Actualmente, los
estudiosos se inclinan preferentemente hacia Puerto Cansado. Incluso, Antonio
Rumeu de Armas, prestigioso historiador que defendía la ubicación en el Uad Xebica, rectificó y se
inclinó por Puerto Cansado después de estudiar los documentos aportados por
George Glass. Según Rumeu, «En España en el África Atlántica, se inclinó por localizar en el wid Xebica la torre de Santa Cruz
de la Mar Pequeña. Le movió a ello el conocimiento de que dicha fortaleza
estaba emplazada en una isleta en la desembocadura de un río. Desconocía, en cambio, la existencia
de circunstancias geográficas similares en Puerto Cansado. Se impone
ahora rectificar, para sumarnos a los que creen en la identificación señalada».
Sea como sea, en lo que sí coinciden todos los estudiosos, es que Santa
Cruz de Mar Pequeña jamás se situó en Ifni.
Restos de la torre localizada en la laguna de Naila (www.asociacionapiaa.com)
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