Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.
Al-lal El Fassi
El Gran Marruecos
Nuestro enemigo en Ifni
y el Sáhara fue el Ejército de Liberación, pero ¿quiénes eran? ¿De dónde
salían? ¿Por qué quisieron echarnos de allí? Esto es lo que he entendido:
A mediados de los años treinta, el nacionalismo marroquí empezó a
ganar adeptos entre la clase acomodada e intelectuales «europeizados» de las
grandes ciudades. Su principal promotor fue Al-lal El Fassi, un profesor que en
1943 fundó el Istiqlal (Partido Nacionalista).
Como en todos los
sitios, los nacionalismos nacen en los que tienen el estómago lleno. Los demás,
suficiente tienen con llenarlo. Además, las tribus del desierto (y las del Rif)
ya tenían un sentido de identidad muy profundo y arraigado, y no era precisamente
de pertenencia a la «nacionalidad marroquí». No parecía que la cosa pudiera
cuajar. Pero, mira por donde, la coyuntura internacional se encargó de
facilitarle las cosas al sultán y a los nacionalistas: como se ha dicho, en
1942 los norteamericanos desembarcaron en el norte de África. Llegaron con la
maquinaria de guerra más perfecta, moderna y potente que los marroquíes habían
visto nunca. Con sus jeeps, sus gafas de sol y sus chicles. El sultán,
Mohamed V, se quedó prendado y pronto sucumbió al encanto americano. Desde
aquel momento el alauita tuvo claro que Marruecos tenía que cambiar de
«protector». Estados Unidos le acababa de echar el lazo a una nueva presa. Aún
no la ha soltado.
Para poner la miel
sobre las hojuelas, en 1945 se fundó la Liga de Estados Árabes. Organización
que tenía como uno de sus objetivos iniciales conseguir que los países
musulmanes que aún estaban colonizados alcanzasen su independencia.
Mohamed V, astuto,
empezó a mover los hilos. Para lograr deshacerse de los caducos franceses y
españoles, y así poder abrazar al dólar, usó al Istiqlal (y a España) a su
conveniencia.
Poco a poco el
movimiento independentista empezó a coger fuerza, y los franceses respondieron
con represión.
En 1947, el Istiqlal,
junto con otros movimientos argelinos y tunecinos, apoyados por la Liga Árabe,
emitieron un comunicado conjunto en el que se negaban a negociar y abogaban por
la lucha armada para conseguir la independencia. Además, la lucha no cesaría
hasta que los tres países lo consiguieran.
A las detenciones
masivas de independentistas, los nacionalistas marroquíes respondían con
ataques armados a las tropas y colonos galos. Los franceses se la jugaron a una
carta y tuvieron la gran idea de detener a Mohamed V y deportarlo por
connivencia con los independentistas. En su lugar colocaron a un sultán títere.
¿Y España, qué? Pues
quiso pescar en río revuelto y mostró una actitud mezquina. El gobierno
franquista, aislado internacionalmente, se dedicó a echar leña al fuego y
alentar, si no apoyar abiertamente, a los nacionalistas. Les ofreció bases y
entrenamiento. También, se usaron agitadores que se disfrazaban de soldados
franceses y provocaban disturbios para incitar el odio al francés. Pero todo
esto, claro está, bajo mano. Oficialmente el gobierno español se mantenía al
margen y le echaba la culpa al comunismo.
(Otra vez el contexto:
Estamos ya en los años cincuenta del siglo XX, con la Guerra Fría en pleno
apogeo y el mundo dividido en dos bloques. España, bajo la dictadura de Franco,
está aislada internacionalmente. Para vencer el aislacionismo y poder entrar en
la ONU, la dictadura se agarró a los lazos históricos con algunos países
sudamericanos y apeló a la «tradicional amistad hispano-árabe». Además de
firmar el Concordato de la Santa Sede con el Vaticano. El espaldarazo se lo dio
el acuerdo con los americanos en 1953. En los mismos, España cedía parte del
territorio nacional a los yanquis para que instalasen bases militares, para
luchar contra el comunismo, por supuesto. A cambio, España recibía una
importante ayuda económica y de equipo militar (mucho excedente de la II Guerra
Mundial o de Corea, pero es que aquí aún usábamos el armamento de la Guerra
Civil, que ya era viejo entonces). Pero había una pequeña trampa: esa ayuda
militar se concedía con la exclusividad de ser usada en la lucha contra el
comunismo «con prohibición de dedicarla a otros fines distintos de aquéllos
para los que hubiese sido suministrada, a no ser que mediara previo y mutuo
consentimiento». O sea, nada de usarla en guerras coloniales. Estados
Unidos ya usaba a Marruecos como gran base militar desde la que controlaba el
paso al Mediterráneo y empezó a ejercer de primo mayor. El mundo se convirtió
en un gran tablero de ajedrez donde los peones, como siempre, fuimos los sacrificados).
Mohamed V
Los franceses, a todo
esto, respondían al movimiento independentista con palos, lo que no favorecía
mucho la situación y empezaron a plantearse darle la independencia a los
marroquíes. Ya tenían bastante con Argelia e Indochina, donde tampoco les iba
muy bien. Como primer paso restituyeron en el trono a Mohamed V. En agosto de
1955 Francia anunció que concedería la independencia a Marruecos. El prestigio
del Mohamed V, que se negó a abdicar (y del Istiqlal), subió a las nubes.
Franco estaba encantado con que el Ejército de Liberación, el Yeicht
Taharir, el brazo armado del Istiqlal, fuera una mosca cojonera para los
franceses. Incluso les suministró armas, entre ellas, fusiles ametralladores
que el ejército español aún no tenía. Esas armas luego fueron usadas contra
nosotros y mataron soldados españoles, a algunos amigos míos entre ellos.
La independencia por
parte francesa de Marruecos (el 2 de marzo de 1956), repentina y apenas sin
negociaciones previas, pilló al dictador con el pie cambiado. No se esperaba
que fuera tan pronto. Normal, después del apoyo descarado de Franco a los
nacionalistas, los franceses pasaron de contar con él y actuaron
unilateralmente ignorando por completo a España.
En el Tratado de 1912
entre Francia y Marruecos, a través del cual se estableció el protectorado,
España no participó en nada, ni siquiera lo firmó. Los franceses se lo guisaron
y se lo comieron. Ellos se quedaron la parte rica y a nosotros nos dejaron la
parte pobre. Uno de los puntos era que el protectorado español acabaría en
cuanto lo hiciera el francés. Eso, unido a la presión americana y a que el
ejército no se podía permitir otro conflicto africano, obligó a Franco a
«negociar» la independencia de su parte de protectorado, garantizando, eso sí,
la españolidad de Ceuta y Melilla y los territorios del Sáhara e Ifni. El
sultán visitó España y en un par de días, con visita turística a Toledo
incluida, ventilaron el asunto. El 7 de abril de 1956, Mohamed V volvió a su país
con la declaración de independencia del Protectorado Norte. El del sur, es
decir, Cabo Juby, de momento permaneció bajo «protección» española, aunque por
poco tiempo (no olvidemos que este territorio, situado más allá del Draa, fue
un regalo añadido a la territorialidad marroquí). La excusa fue que en ese
territorio, por culpa de las acciones de desestabilización de los nacionalistas
marroquíes, reinaba la anarquía y era inestable e inseguro.
Mohamed V lo tenía a
huevo. Por una parte, tenía a Franco pillado por sus partes; por otra, podía
usar al Istiqlal y, por extensión, a su brazo armado, para extender sus
dominios. Eso sí, él, como buen manipulador, permanecería en la sombra. El
partido nacionalista era un elemento incómodo para sus pretensiones reales (de
realeza): si le salía bien podía extender sus dominios hasta el río Senegal;
además de mostrarse ante sus súbditos como el que arrojó a los infieles al mar.
Si algo fallaba, siempre le podía echar la culpa a que él no controlaba a los
nacionalistas ni al Ejército de Liberación.
Mohamed V, por lo que
parece, era una buena pieza. Y a tal palo tal astilla, como así lo demostró su
hijo Hassan II.
(El gobierno de Franco también mantenía un discurso ambiguo:
apoyaba las pretensiones nacionalistas para granjearse las simpatías árabes y
de su petróleo, y, de paso, fastidiar a los franceses. Pero, también, acusaba
al Istiqlal de ser una herramienta soviética con la que los comunistas
pretendían extender el mal por todo el Magreb. Y, como es natural, la Reserva
Espiritual de Occidente, eso no lo podía permitir. Como siempre, nadando entre
dos aguas y ahogándonos).
El Gran Marruecos (Mapa elaborado por el autor)
A todo esto, Al-lal el
Fassi, mientras el sultán tensaba la cuerda con España, lanzó su famosa
proclama del Gran Marruecos, con mapa y todo. En él se incluía Ceuta, Melilla,
Ifni y el Sáhara (supongo que Al Andalus no lo incluyeron porque era mucho
lío). Para El Fassi, Marruecos comprendía, además de las posesiones españolas,
todo Marruecos y Mauritania (un invento francés), el oeste de Argelia y el
noroeste de Mali. Es decir, se basaba en los territorios que una vez estuvieron
bajo el dominio de los almorávides (de ahí que resulte chocante que no
incluyeran el territorio que ocuparon en la Península Ibérica). Pero esta idea
pasaba por alto un pequeño detalle: que no hubo continuidad entre el imperio
almorávide y el sultanato de Marruecos. Vamos, que sería tanto como decir que
los italianos actuales reivindican todos los territorios que alguna vez
formaron parte del Imperio Romano.
También, hay quien dice
que este mapa se diseñó de manera que incluyera el fosfato (a finales de los
cuarenta ya se detectaron importantes yacimientos) y el posible petróleo del
Sáhara; el cobre y el hierro de Mauritania; y el manganeso, hierro y carbón del
noroeste de Argelia.
El Yeitch Taharir nació
en 1955 como herederos de las bandas armadas irregulares que habían estado
actuando contra los franceses en su parte del protectorado desde 1953. La
animadversión que le tenía Franco a los franceses lo demostró cuando, entre el
17 y 21 de noviembre de 1955, el Comité Ejecutivo del Istiqlal se reunió en
Madrid para trazar su táctica y la línea de actuación del Yeicht Taharir contra
Francia.
MARZO – JUNIO 57
Pues así estaban las
cosas cuando, veintitrés años después de que el coronel Capaz desembarcara en
Ifni, estaba yo en un barco anclados a varias millas de la costa tras un viaje
horrible.
Era el mes de marzo de
1957.
Todos nos preguntábamos
el motivo de por qué el barco no se acercaba al puerto. Ilusos. Un marinero nos
dijo que no había puerto y el barco no podía acercarse más. Al preguntarle cómo
nos iban a desembarcar nos señaló a lo lejos. Miramos y vimos acercarse unas
barcas de remos: los famosos y malditos cárabos. Nos acercamos a la borda y
vimos unas redes de cuerda que descendían hasta el mar. El cárabo se juntó al
barco y nos dijeron que teníamos que bajar hasta él. ¡Cómo! No era nada fácil.
La barca lo mismo subía hasta casi tocarla con las manos como, de repente,
bajaba cinco metros o más. El oleaje golpeaba al barco y aquello no se estaba
quieto. Más de uno cayó desde el barco a la lancha y más de un hueso se rompió.
Otros, perdieron parte del equipaje. Fatal.
El cárabo, manejado por
los primeros moros que vi, nos dejó en la playa y más de uno rezamos al pisar,
por fin, tierra firme... aunque no dejaba de moverse. Por cierto, aquellos
moros me enseñaron la primera palabra en su idioma (creo): «flus, flus».
O sea, «dinero, dinero» por ayudarnos con el equipaje o trasladarnos a la
orilla montados en sus espaldas. Ya he dicho antes que para ellos sólo éramos
como los modernos cajeros de los bancos. Algunos compañeros accedieron a que
los transportaran montados en «caballito». Yo me negué, pues mi padre siempre
me decía que jamás un hombre ha de estar encima de otro.
Me esperaba un lugar
lleno de arena, pero lo primero que me llamó la atención fueron las montañas.
No era un sitio feo. En lo alto de un acantilado se recortaban los edificios de
la ciudad, a la que se accedía por una escalinata con la balaustrada pintada de
blanco y azul. Todo era blanco y azul.
La playa es la ensenada
de la desembocadura de un río, el Uad Ifni («uad» es el cauce seco, el
torrente, por donde transcurre el agua. El río propiamente dicho es un «asif»),
aunque más que un río es un estanque formado por las mareas. Al otro lado del uad,
en la ladera de un promontorio, está el cementerio musulmán, y al pie de la
misma una especie de pequeña ermita, un morabito, lugar donde dicen que está
enterrado un santón llamado Sidi Alí. Desde tiempos inmemoriales, los
baamaranis solían hacer peregrinación a la tumba de Sidi Alí n'Ifni, o
sea, «Sidi Alí, en la laguna».
(Sidi: «Mi
Señor». Tratamiento de respeto. Ifni: «laguna», «embalse» o «estanque»
formado de manera natural. Por lo tanto, Sidi Ifni significa Señor de la
Laguna. Hay que reconocer que en esto los españoles estuvimos finos y fuimos
respetuosos con la tradición nativa).
Desembocadura del Uad Ifni, con el morabo y el cementerio abajo y el cuartel de Tiradores arriba (foto del autor)
En primer término, la «laguna», «embalse» o «estanque» formado de
manera natural (Ifni).
Detrás, el morabito donde está enterrado un santón llamado Sidi
Ali. (Sidi Ali n'Ifni = Señor de la Laguna).
Detrás del morabito se sitúa el cementerio musulmán. Y, en la
alto, el cuartel del Grupo de Tiradores (actualmente ocupado por un
destacamento del ejército marroquí).
En lo alto del
promontorio vimos nuestro destino: el cuartel del Grupo de Tiradores de Ifni.
Allí íbamos a pasar nuestro servicio militar... o eso creíamos, porque, la
verdad, es que lo pisamos poco.
No voy a hacer una
narración exhaustiva de mi periodo de campamento y cuartel. No fue nada
diferente al de otros compañeros que ya han narrado sus peripecias por varios
canales y en varios libros, y la mayoría de las mías no pasan de ser «historias
de la mili». Sólo contaré algunos recuerdos que me empeñé en olvidar y, después
de muchos años, me han venido a la cabeza y a los que he querido poner orden.
Nada más llegar, nos
instalaron en unos barracones del cuartel de Tiradores. Allí estuvimos dos
semanas durmiendo sobre unos taburetes de hierro. Como colchón teníamos tres
tablones. Era un lugar insalubre, mal acondicionado y muy deficiente en cuanto
a infraestructura.
La instrucción la
hacíamos en el campo de deporte. Al acabar, nos llevaban a un descampado que
había a más o menos un kilómetro del cuartel. Estaba lleno de piedras, cactus y
tabaibas. Estuvimos varios días a pico y pala, allanando el terreno y
limpiándolo para montar un campamento con tiendas de campaña. Era un trabajo
muy duro. El terreno era seco, de tierra y piedra compacta, casi rocoso. Todo
el día picando y desgajando piedras. Acabábamos rendidos.
Pero aún faltaba lo
peor: las letrinas. Una enorme, pestilente y nauseabunda zanja de tres metros
de profundidad por uno de ancha y unos cien de larga. Una zanja para que dos
mil hombres, con el estómago descompuesto, hiciéramos nuestras necesidades.
Durante dos meses. Una zanja llena de pura mierda. Aquello no había ser humano
que lo soportase. El olor lo invadía todo. Conforme te acercabas oías el
zumbido de millones de asquerosas moscas que en cuanto te bajabas los
pantalones te cubrían el culo y las piernas. Aún me entran ganas de vomitar
cuando lo recuerdo. Desde el primer momento nos instalaron en la más absoluta
mierda. En la más patética dejadez. Sin agua para lavarnos. Restregando los
cubiertos y el plato con tierra para limpiarlos. Con alpargatas, sí alpargatas,
agujereadas. Sin cambiarnos de ropa. Aquello no nos parecía posible, pero lo
era. Por no hablar del armamento: obsoleto, antiguallas de la Guerra Civil. El
mosquetón era el Máuser modelo «Oviedo» M1916 (sí, un modelo del año 1916). Nos
instalamos en la miseria y la cochambre… los soldados, pues los oficiales
vivían a todo lujo.
Sidi Ifni era una ciudad de militares y para los militares;
incluso su alcalde era del Ejército. «Un gran almacén de municiones,
provisiones y pertrechos», como lo definió un ministro de Asuntos Exteriores.
Todo se regía por un estricto orden de castas. Por supuesto, los mandos de alta
graduación en lo más alto y los nativos más humildes en lo más bajo. Por el
medio estaban los jefes, oficiales, notables, comerciantes, funcionarios. Y sus
familias también. Los soldados estábamos un poco, sólo un poco, por encima de
los nativos. El Casino era de uso exclusivo de los jefes y oficiales. Los
suboficiales también tenían su centro de reunión.
Café Madrid de Sidi Ifni (foto del autor)
A la piscina sólo podían acudir los
familiares de los oficiales para arriba, pobre del hijo o hija de suboficial
que quería entrar. Como le ocurría a mi amiga Maruchi, hija del sargento
Marrero. En Sidi Ifni se creó una «casta colonial» que vivía en una realidad
ficticia. Hoy en día, en las reuniones de antiguos residentes de Ifni, esa
división aún existe. Los soldados, bueno, en los ratos de «paseo», nos teníamos
que conformar con eso, con pasear por el malecón o ir al cine Avenida. Poco
más.
Pero también había
médicos que curaban y mejoraban la vida a los baamaranis, maestros que les
enseñaban y policías que les ayudaban. Algunos, incluso, se interesaron por sus
costumbres e idioma.
|