Fuente: El Faro de Ceuta
Si
hay alguien que pueda opinar sobre el general Tomás Pallás Sierra, yo
puedo decir que soy uno de ellos. Fue en noviembre de 1957 cuando yo, un
joven de 20 años, le dirijo una carta a Sidi Ifni, donde se encontraba
al mando de la II Bandera Paracaidista para que me enviase el modelo
instancia para alistarme en dicha Bandera. La respuesta fue rápida, al
encontrarme alistado en la Caja de Reclutas no podía solicitar el
alistamiento en dichas fuerzas paracaidistas.
Años después, siendo teniente coronel en la Escuela de Estado
Mayor, fui a visitarle y años después volví a visitarle cuando estaba al
mando del III Tercio de la Legión en Fuerteventura.
El general Pallás.
Fue un cumplidor del credo legionario
A
lo largo de su vida fue un ejemplo de un auténtico caballero,
campechano, cordial y siempre dispuesto a servir a sus semejantes sin
distinción de categorías.
Allá por el año 1977 recibo una llamada
telefónica del coronel Pallás desde Fuerteventura. Me pedía que fuese al
Hospital Militar de Tenerife, donde se encontraba ingresado un capitán
legionario aquejado de una grave enfermedad para que le atendiese en sus
necesidades, y sobre todo, si le podía sacar algo sobre quien era su
familia, ya que no le pudieron obtener información acerca de esta. Hice
todo cuanto pude, llevándole la prensa y preguntándole si podía servirle
en algo más. Sobre su familia nunca pude obtener ningún dato, cumplía
el credo legionario: “nada importa su vida anterior”.
El general Pallás.
Solo una vez a lo largo de varias conversaciones se le escapó que tenía
un hermano sacerdote y otro que trabajaba en Radio Nacional de España,
pero nada más, ni donde estaban ni como se llamaban. Transcurridos
varios días, una tarde me llama el conserje del Hospital Militar y me
dice que baje enseguida, que el capitán Zazo estaba agonizando. Cuando
llegué, en la habitación había dos monjitas y, efectivamente, ya en la
última agonía expiró y entregaba su alma a Dios.
Con aquel dato del hermano en Radio Nacional, fui
hasta los estudios en Santa Cruz de Tenerife, y al director le pregunté
sobre este hecho y si conocía alguno con el apellido ‘Zazo’. Me dijo
que efectivamente era un jefe en Madrid. Llamó y segundos después estaba
al otro lado del teléfono. Me pasó y le dije quién era y que su hermano
acaba de fallecer. En el último avión llegaron ambos hermanos. Les
atendí y estuvieron hasta que los restos de este capitán legionario eran
enterrados en el cementerio de la capital, acompañado por una Escuadra
de Gastadores de su Tercio y varios compañeros y el que suscribe.
Tiempo después, el coronel Pallás me llamó y me
dijo que me presentara en el Acuartelamiento de Hoya Fría de Tenerife al
teniente coronel-jefe del Grupo de Caballería del III Tercio. Me
presenté y en un sencillo acto me entregó una placa cuyo texto y que
guardo en el lugar de honor de mi despacho así dice: “al caballero
legionario de honor D. Antonio Herrero Andreu, que desde su puesto en la
vida civil con entrega y sacrificio de nuestro Credo Legionario, faro y
guía de servir a España y a la Legión. El Tercio D. Juan de Austria
conjunto de caballeros agradece las atenciones de tal caballero. Puerto
del Rosario 9 junio 1977”.
Tiempo más tarde, con motivo de unas maniobras
militares en el sur de Tenerife, una tanqueta del Grupo de Caballería
volcó, falleciendo un cabo legionario y un legionario. Recibí una
llamada del coronel Pallás para que hiciese lo posible yo como empleado
de Iberia para reservar espacio en un avión para el traslado de los dos
cadáveres, cosa que inmediatamente mis jefes de Iberia reservaron,
aunque finalmente no hizo falta ya que fueron evacuados a su lugar de
origen en un avión militar.
Días antes de la imposición del fajín de general, recibí un telegrama
donde me invitaba a estar presente en la imposición del fajín de
general, el cual exponía que agradecía y estaría honrado con mi
presencia. Así era el general Pallás.
Dolor ante la pérdida de sus paracaidistas
Tal como era el general Pallás, un hombre fuerte
y rudo, ni se le veían resbalar las lágrimas por sus mejillas, se las
tenía que tragar, en aquella campaña de Ifni donde desgraciadamente tuvo
que acompañar a sus paracaidistas fallecidos en accidente aéreo y otros
muertos en combate.
El día 8 de mayo de 1957 embarcaban en un avión ‘Junkers’ del Ejército
del Aire una patrulla de paracaidistas de la 9ª Compañía para efectuar
un salto. Apenas despegó el avión, a pocos metros se desplomó y se
incendió, resultando muertos la tripulación del avión, el teniente Juan
Cañadas Armengol y siete paracaidistas y heridos seis paracaidistas,
donde tuvo una heroica actuación desacatando a los compañeros el
entonces cabo 1º Ángel Canales López, por cuya acción seria condecorado
con la Medalla Militar Individual. Allí en el sepelio estaba el entonces
comandante Pallás acompañando a sus paracaidistas.
Por segunda vez el comandante Pallás tendría que tragarse las lágrimas,
la sección del teniente Ortiz de Zarate fue atacada por numerosos
rebeldes y tras un asedio de varios días, en dicho combate el teniente
Antonio Ortiz de Zarate y varios componentes de su sección entregaron
sus vidas con heroísmo.
A lo largo del asedio no cedieron ni un milímetro
de terreno al enemigo. Sin víveres ni agua, resistieron hasta más allá
de lo que un ser humano puede resistir. Solo citar que ante la sed de
varios días, tuvieron que beber el líquido de las hojas de las chumberas
y hasta los propios orines.
En el sepelio, el entonces comandante Pallás a
buen seguro que tuvo que tragarse las lágrimas por el dolor de ver a sus
paracaidistas muertos heroicamente ante un enemigo escurridizo y
traidor, y hoy desgraciadamente parece ser que los que allí entregaron
sus vidas siguen olvidados por nuestros gobernantes.
El entonces comandante-jefe de la II Bandera
Paracaidista, Tomás Pallás Sierra, hombre fuerte, curtido en las
trincheras, tuvo que sufrir en su corazón estas bajas de sus
paracaidistas, los cuales adoraban a su comandante tal como uno de sus
paracaidistas en la campaña de Ifni, Alfredo Prieto Villota, así
recordaba a su comandante: “para mí siempre había sido un honor tener
como jefe al comandante Pallás. Sabia ser duro y bueno al mismo tiempo.
Nos conocía bien. Sabía que todos éramos sus amigos, en la misma
circunstancia que él era nuestro”.
Aunque el general Pallás descansa en la paz eterna, no ha muerto tal
como así lo escribió un poeta: “los muertos no mueren nunca si alguien
los recuerda”.
Sepelio del general Pallás.
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