Nota: Esta es la versión en línea y revisada del libro "Ángel Ruiz: recuerdos de un combatiente de Ifni" de Antolín Hernández, publicado en 2019.
DICIEMBRE 58
No teníamos descanso. El 9 de diciembre, el Estado Mayor Central
transmitió al general Zamalloa la orden 357/15 por la que ordenaba el
establecimiento de un perímetro defensivo para garantizar la seguridad de Sidi
Ifni. Esta línea defensiva tenía que ser establecida con la «máxima urgencia» y
defendida a «ultranza». Aparte de evitar perder la ciudad, lo que hubiera sido
una derrota en toda regla (una cosa era cederla; otra, perderla), querían
evitar que los guerrilleros la pudiesen bombardear desde los montes cercanos.
En esa orden se especificaba con todo detalle el trazado exacto del perímetro y
dónde debían establecerse las posiciones defensivas. Por lo que parece, el
general Zamalloa, que era el que de verdad conocía el teatro de operaciones, se
quejó de que desde Madrid, por lo tanto, sin tener conocimiento exacto del
terreno, le indicaran con tanto detalle el despliegue defensivo. Incluso,
parece que comentó: «Pues se han olvidado decirme dónde pongo los centinelas
esta noche». Hasta he leído por ahí que el mismo Franco tuvo un empeño personal
en establecer ese perímetro. Vamos, lo que veía a confirmar definitivamente que
se daba por perdido todo el territorio y lo principal era mantenerse en la
ciudad y garantizar su defensa. Según lo justificó el propio Franco, era
«difícil mantener nuestro control en todo el territorio de Ifni, debido a su extensión».
¿Debido a su extensión? Quizás, ni él sabía dónde estaba y cómo era Ifni.
También puede ser que no estaba dispuesto a seguir recibiendo partes de bajas,
cada vez más difíciles de ocultar, por un trozo de terreno del que no se podía
sacar ningún provecho. Un terreno que sólo era un gran almacén de chatarra.
Además, sabía que sólo era cuestión de tiempo: tarde o temprano tendría que
cederlo a Marruecos.
Archivo Ángel Ruiz.
Pero, claro, eso que se
lo contase a los mandos españoles en Ifni, a los que no les hizo mucha gracia
que se les indicara que había que proporcionar un espacio que facilitara «llegar
a una situación de espera de las decisiones militares a que dé lugar la
evolución política de los acontecimientos». El subrayado de
«política» es mío. Eso a los mandos que se estaban batiendo el cobre en las
montañas les fastidiaba un montón. Hay que decir que en Ifni hubo un número de
bajas muy elevado entre los oficiales y suboficiales en proporción al de
soldados rasos. Algunos lo achacan a que la tropa no estaba lo suficientemente
preparada y entrenada para afrontar situaciones de combate, por lo que tenían
que arriesgar más de la cuenta para poner orden entre sus filas. A ellos que no
le hablasen de «evoluciones políticas». A ellos, como ya he dicho, lo que les
pedía el cuerpo era darle caña al moro. Salir a por ellos y no parar hasta
verlos correr por territorio marroquí. Pero, claro, para eso se necesitaban más
refuerzos y medios adecuados. Con unos cuantos vehículos acorazados, artillería
en condiciones y, sobre todo, con mejores medios aéreos, aquello hubiera sido
una agradable excursión por las montañas. Pero al decir «medios adecuados», no
me refiero a los tanques alemanes y rusos de la Segunda Guerra Mundial que
componían la única División Acorazada que tenía el ejército español, totalmente
inoperantes e imposible de transportar por falta de medios navales adecuados.
Quizás los M47 que nos dieron los americanos sí podrían haber servido, pero,
como ya dije, este material no podía ser usado en guerras coloniales. En lo que
se refiera a la artillería, ahí sí que hubo una falta total de imprevisión
política. El caso era que no teníamos nada de eso, éramos los que éramos y
contábamos con los medios que contábamos. Mucha gente decidía, daban órdenes y
diseñaba operaciones militares o establecían perímetros defensivos con todo
lujo de detalles dibujados sobre un mapa. Pero los que teníamos que subir
montañas con alpargatas, los que teníamos una lata de sardina y un chusco de
pan como rancho diario, los que disponíamos de un litro de agua por día para
todo, los que teníamos que disparar cuatro veces el mortero para que estallara
una, los que teníamos que tomar esas montañas y cavar esas trincheras, éramos
los soldados. Esos de los que luego no se acuerda nadie. Es cierto que murieron
muchos oficiales, algunos de forma heroica, pero con ellos también murieron
muchos soldados anónimos. El alférez de la IPS, Rojas Navarrete (que fue
voluntario), se portó como un valiente y lo enterraron con honores. Su cuerpo
fue trasladado a su pueblo y le hicieron homenajes, se los merecía, sin duda.
Pero con él murieron diecisiete soldados más. De ninguno de ellos se acuerda
nadie. Muchos murieron combatiendo cuerpo a cuerpo, degollados o ensartados por
las bayonetas. Lucharon por su vida y perdieron. Los que morían por un disparo
lejano, no veían venir a la muerte, pero en un combate cuerpo a cuerpo eres
consciente de que si no ganas mueres. Ellos perdieron y de ellos no se acuerda
nadie. Eran soldados de reemplazo de un cuerpo expedicionario que fue enviado a
Ifni a pelear. Algunos de ellos críos de dieciocho años. Antes de llegar no
tenían ni idea de que aquel lugar existía y, por lo tanto, no sabían nada de lo
que ocurría. Llegaron y sin tiempo a deshacer el petate murieron sin entender nada.
Cada uno de ellos es una historia particular, una joven vida truncada en la
mejor etapa. Con madres, novias y familia que nunca pudieron poner un ramo de
flores en una tumba. A los oficiales los trasladaban a sus pueblos o ciudades;
a los soldados los enterraban en el cementerio de Sidi Ifni. Poco antes de la
descolonización, el gobierno envió una carta a los familiares de los fallecidos
en la que se les decía que si querían trasladar los cuerpos a su lugar de
origen, debían contratar a una funeraria y correr con los gastos. Hubo un padre
que se quejó de que cuando se llevaron a su hijo a Ifni no tuvo que pagar nada,
y que ahora, para recuperar sus restos mortales, le hacían pagar el traslado.
Pero allí enterraron a los que se pudieron recoger sus cuerpos, porque muchos
se quedaron en aquellas montañas para siempre. Son los que en las listas de
baja constan como «desaparecido» (entre ellos hubo algunos desertores). Ni ese
consuelo tuvieron sus madres. Algunos familiares, a día de hoy, aún no saben
cómo murieron sus hijos o hermanos, y aún no han recibido una comunicación
oficial de cómo ocurrió. Con el agravante de que, al no considerárseles como
caídos en combate, sus pagas eran retenidas. Esto ocasionaba problemas
económicos a muchas familias. Como muestra de ejemplo, voy a trascribir dos
cartas publicadas en la tesis doctoral de Juan Pastrana Piñero La guerra de
Ifni-Sáhara y la lucha por el poder en Marruecos. La primera es de un padre
que quiere saber algo de su hijo:
«Sr. Coronel: Ésta
es para decirle que he recibido su carta, en ella me dio la ocasión de
saludarle y pedirle, pero yo lo único que quiero es que digan dónde está mi
niño que parece mentira que ninguno me dé noticias de dónde se encuentra MANUEL
ARJONA JARANA sabiendo dónde está si lleva un papel dando detalles. Yo lo que
deseo de Ud. es que me dé explicación de mi muchacho MANUEL ARJONA JARANA así
que cuando Ud. me conteste me da alguna explicación. Y sin más que contarle se
despide de Ud su amigo Manuel Arjona Velasco.
Contésteme pronto para tener buenas noticias de Ud. ya
que tengo cinco muchachos y la mujer mala».
Esta carta está fechada
el 26 de junio de 1958. El 23 de noviembre de 1957, el día del ataque, el hijo
de este hombre estaba destinado en Tamucha, por lo que, como once más de sus
compañeros, desapareció en combate. A día de hoy, sigue sin saberse su
paradero.
Pero no queda aquí la cosa: tres años más tarde,
es decir, en 1961, fue la madre la que escribió otra carta:
«Muy Señor mío, le
escribo estas cuatro letras para decirle que ya hace tres años y pico que se
perdió mi querido hijo, y todavía no me han podido mandarme la paga; así es que
yo pongo toda mi confianza en Ud., yo quisiera que Ud. hiciera favor de que
arreglara algo; porque ya hace un año que está todo arreglado y la paga está
aprobada, nada más que mandarme el dinero y todos los papeles firmados a ver si
me los manda y me cobra. Así es que haga Ud. el favor, o si no mi hijo perdido
y yo me moriré con él también, porque mi marido no gana para medicinas y mi
hijo es tan chico, ya que me quedo sin mi hijo que no sé dónde está, que tengo
su madre porque me voy a morir de pena, que parece mentira que no se sepa nada
de él, parece que se lo ha tragado la tierra porque yo de ver aquí la familia
que cambiaron mi hijo pues resulta [ilegible] Bueno que no lo eche Ud. en
olvido que yo tengo toda mi confianza en Ud. Bueno se despide de Ud. ésta que
lo saluda y lo es JUANA JARANA CASTRO. Que me conteste Ud. a vuelta de correo
diciéndome lo que sea».
Se me ponen los pelos
de punta. Ninguna de las dos cartas fue contestada.
Cementerio de Sidi Ifni.
En cuanto a los fallecidos, a los que enterraron en Sidi Ifni,
cuando se descolonizó el territorio, los trasladaron al cementerio de San
Lázaro de Las Palmas. Allí los volvieron a enterrar, a mucho aún sin
identificar. Y allí siguen.
Pero lo que aún resulta
más inconcebible es que, a día de hoy, no se tenga una lista definitiva y real
de bajas. Los diferentes autores y estudiosos no se ponen de acuerdo, cada cual
da una cifra distinta. Tampoco se ponen de acuerdo entre qué fechas hay que
contabilizar esas bajas. La mayoría las contabilizan desde el 23 de noviembre
de 1957 hasta el 30 de junio de 1958, dejando de lado las que se produjeron
antes o después de esas fechas, que fueron unas cuantas. Digo que es
inconcebible porque cada soldado estaba encuadrado en una unidad, y todas
disponían de una lista de revista diaria. Sólo con eso, se tenía que saber el
número real de efectivos, las bajas producidas y el motivo. En algún archivo
perdido tienen que estar esas listas.
No se pueden dar cifras
exactas, pero las estimaciones de los diferentes autores (contabilizando Ifni y
el Sáhara), oscilan alrededor de 200 muertos, 550 heridos y 150 desaparecidos.
Pero me estoy desviando
de lo que quería contar.
Como decía, desde
Madrid ordenaron al Estado Mayor de Ifni el establecimiento de un perímetro
defensivo alrededor de la ciudad. Consistía de dos líneas de defensa: la Zona
de Defensa Inmediata y la Zona de Defensa Exterior. Ambas líneas la
constituirían una serie de Centros de Resistencia cuyo fin era bloquear el
acceso a la ciudad a las fuerzas del Ejército de Liberación y garantizar la
salvaguarda de la población ante un hipotético bombardeo artillero. La primera,
la más cercana a la ciudad, se empezó a construir nada más producirse el
ataque.
Un Centro de
Resistencia era una organización defensiva ocupada y defendida por un batallón
(o tabor) de infantería, organizado de forma que pudieran protegerse del enemigo
en todas las direcciones, para lo que se dividía en una serie de organizaciones
defensivas de rango inferior, todas ellas aisladas entre sí y defendibles en
todas las direcciones. Se podría definirlo como un «erizo» compuesto por una
serie de «erizos» en su interior. El elemento básico humano era el pelotón
(unos 15 hombres al mando de un sargento o cabo 1º) que guarnecía cada uno de
los diversos «erizos» llamados subelementos de resistencia. Como es lógico,
ocupaban una serie de alturas y observatorios pertinentes. La línea más cercana
a la ciudad, casi tocando con ella y en la que estábamos instalados, era eso
que en las películas suena tan rimbombante: «la última línea de defensa»
(Gurram, Bulaalam y Ait Ifni). Si caía, la ciudad estaba perdida. Ahora se
trataba de construir una segunda línea más alejada. Este perímetro iba a
constituir la primera línea de defensa.
Pero el Estado Mayor de
Zamalloa detectó que las instrucciones de Madrid pasaron por alto una posible
ruta de infiltración por el norte, por la ruta costera, por la que se podía
sortear las defensas españolas y atacar la ciudad. Para cerrar este acceso, el
general Zamalloa ordenó la toma del monte Buyarifen, desde el que se podía
controlar la carretera que venía de Mirlef, en Marruecos, y pasaba por Tabelcut
hasta llegar a Sidi Ifni.
Y, como es natural, nos
tocó al II Tabor de Tiradores su ocupación. El 20 de diciembre, a la una de la
madrugada, partimos del Centro de Resistencia A (Gurram), apoyados por una
compañía expedicionaria del Batallón Fuerteventura, una sección de cañones sin
retroceso y un pelotón de ametralladoras del Batallón Expedicionario del
Regimiento Pavía nº 19, todos bajo el mando del comandante D. Juan Chica
Bernal.
La operación, en
principio, parecía sencilla. Nosotros teníamos que avanzar desde el borde norte
del Centro de Resistencia A, hasta alcanzar la carretera a Tiugsa, y siguiendo
la línea Sidi Ali el Hach-Buyarifen ocupar el vértice y ponerlo en condiciones
de defensa. Se supone que íbamos a contar con apoyo aéreo y naval, así como
cobertura artillera terrestre. La 6ª y 7ª compañías formaron el primer escalón
de ataque, mientras que la 8ª, la mía, y la compañía expedicionaria constituían
la reserva, y desde ese punto pude ser testigo del apoyo de la artillería
naval. El crucero Canarias era el encargado de la misión, pero fue un puro
desastre, ya que la mayor parte de sus proyectiles cayeron dentro de las líneas
de avance propio. Menos mal que la mayoría no explotó, pues de haber sido así,
nos hubieran destrozado. Además, el barco, una pieza de museo, resultó
seriamente dañado por las vibraciones de los cañonazos y tuvo que ser llevado a
Las Palmas para su reparación.
El general de división
Fernández Aceytuno, en el número 798 de la Revista del Ejército, escribe que «En
todas las operaciones terrestres en el territorio de Ifni próximo a la costa,
como la ocupación del Buyarifen y el salto de Ercunt, los infantes contaron con
el apoyo moral y material de las bocas de fuego de los buques de nuestra
Armada, resultándoles reconfortante oír silbar por encima de sus cabezas los
proyectiles procedentes de los cruceros y destructores con destino al campo
enemigo.» Más que reconfortarnos, oír silbar esos proyectiles nos acojonaba
por si nos caían encima y, además, les daba por estallar.
Pocos historiadores se
ajustan a la verdad de unos hechos vergonzosos, de los que todavía existimos
testigos vivos que podemos contar la verdad. En cuanto a la aviación, dos
Heinkel de dos motores, dieron alguna pasada de ametrallamiento tan ineficaces
como el bombardeo naval. O sea, que el monte Buyarifen se tomó como en los
viejos tiempos: con la infantería escalando la montaña al asalto bajo el fuego
del enemigo que apenas había sufrido bajas por el apoyo naval y aéreo. La
resistencia fue tenaz, hasta que a las dos de la tarde la 6ª y 7ª compañía
cubrieron los objetivos previstos y los de la 8ª pudimos establecer su franqueo
fijo. Tuvimos muertos y heridos. Soldados españoles que cayeron por culpa de la
improvisación y la nula capacidad de nuestras fuerzas armadas. Sangre española
que ningún gobierno ha reconocido.
Estado actual del Buyarifen (Foto del autor)
Una vez ocupado el Buyarifen, a mi compañía se le asignó la misión
de fortificarlo y mantener la posición, es decir, tuvimos que cavar trincheras,
nidos de ametralladoras y puestos de tirador. Me voy a ahorrar explicar lo duro
que fue aquello. Era un terreno duro y rocoso. Teníamos que cavar día y noche
bajo el peligro de las balas enemigas. Apenas teníamos descanso. Se tenían que
cavar las trincheras, minar el terreno y extender las alambradas. Para su
defensa contábamos con el apoyo de una sección de máquinas de la 10ª compañía.
El abastecimiento se realizaba con mulos cargados de víveres y municiones,
siempre hostigados por los guerrilleros. Todos los días a la misma hora,
llegaba el convoy y, claro, los moros, que de tontos no tenían un pelo,
esperaban su llegada para atacarlo. Los paracaidistas escoltaban el convoy desde
la ciudad desplegándose por las montañas cercanas para evitar sorpresas. Pero
nosotros también hacíamos parte del trabajo y cada día pelotones de Tiradores
recorrían los aduares cercanos para despejarlos de guerrilleros.
En el Buyarifen pasé
las navidades del 57. En la Península, se organizó una campaña para enviar
aguinaldos a los soldados del África Occidental. La Falange cedió sus oficinas
y se organizó una recogida bastante eficiente. Muchos particulares se sumaron a
ella y también empresarios. La Codorniu mandó miles de botellas de champán,
aunque pocas llegaron a las trincheras. La mayoría se quedó por el camino.
Ocurrió lo mismo con los productos comestibles: turrón, mazapán, mantecados. En
Las Palmas se amontonaron cajas de donativos suficientes para hacernos pasar
las navidades con cierto desahogo, pero en aquellos momentos lo urgente era el
envío de material militar. Hasta la leña y ladrillos se tenían que transportar
en los aviones, por lo que los aguinaldos tenían que esperar mejor ocasión. Nos
llegaron a cuentagotas durante los meses posteriores. Algunos nos comimos el
turrón con bastante retraso.
Fotografía expuesta en la exposición «Ifni: la mili de los catalanes en África»
Lo que sí nos llegó fue mucho tabaco enviado de las Canarias y
muchas botellas de licor que amontonábamos en las trincheras. Otra cosa no,
pero alcohol todo el que quisiéramos: vino, coñac, anís. Muchos jóvenes sanos
se fueron de allí siendo alcohólicos, aunque aún no lo sabían.
Además, para demostrar
que el gobierno se acordaba de sus soldados del África Occidental, nos mandaron
a Gila, a la actriz Elder Barber y la cantante Carmen Sevilla, entre otros,
para que nos alegraran las navidades. Pero, claro, sólo a la tropa guapa y bien
vestida, a la que, según Diego Sánchez Cordero, «quedaba bien en el NODO».
De hecho, con los artistas mandaron a todo un ejército de reporteros,
periodistas gráficos y cámaras del noticiero. Se trataba de transmitir una
sensación de normalidad. Actuaron para los paracaidistas, para los legionarios,
para los compañeros de Tiradores que estaban en los cuarteles. Todos
sonrientes, vestidos de bonito, lavados y afeitados. De nosotros, de los
harapientos que estábamos en las montañas vigilando por la seguridad de todos
ellos, no se acordó nadie. No existíamos. La imagen que se transmitía era que
en Sidi Ifni todo era normal. La guerra no existía, por lo tanto, tampoco los
muertos. Lo que se emitía en los cines o salía en los periódicos, era la
sonrisa de Carmen Sevilla rodeada de soldados sonrientes, no los desarrapados
muertos de hambre y sed, sucios y malolientes, que estábamos en los agujeros de
las montañas.
Por eso me enerva que
en el NODO se dijera que «actuaron para los soldados de primera línea».
También que Antonio Herrero Andreu escribiera en el Faro de Ceuta que actuaron «hasta
en las mismas trincheras ante legionarios, paracaidistas y tiradores. Para
llevar esta alegría a los soldados en las trincheras hubo que trasladar en un
camión del Ejército un grupo electrógeno, micrófonos, altavoces y toda la
infraestructura propia para un evento de estas características, con el fin de
quienes en plena línea de combate pudiesen recibir el cariño y alegría
que estos soldados se merecían». Esas actuaciones en «primera línea» en
realidad se realizaron para los soldados de la segunda línea de defensa, la más
cercana a la ciudad y, por lo tanto, segura. Incluso, en el NODO se ven
imágenes de Gila tomadas con toda seguridad en el Bulaalam, con el mar de fondo
a tiro de piedra. Me alegro por mis compañeros que pudieron disfrutar del arte
de Carmen Sevilla y el humor de Gila, pero que no distorsionen la verdad.
En realidad, y como
dice Diego Sánchez Cordero: «Para la memoria, parece que lo más importante
que ocurrió en Sidi Ifni durante las navidades del 57, fue la actuación de
conocidos artistas de la farándula española». Y es cierto, la imagen más
recurrente sobre el conflicto de Ifni, es la de Carmen Sevilla rodeada de
paracaidistas bien vestidos y limpios. Nadie sabía nada de los que estábamos en
las montañas y en qué condiciones estábamos. Como también dice Sánchez Cordero:
«Una tropa tan fea y mal vestida no podía transmitir una imagen de
normalidad en el territorio del África Occidental Española». Nosotros tan
sólo éramos «Soldados pobres con caras de hambre, surgidos de la tierra que
abre el pico y la pala. Sacados de aquellos cerros de peligros, penalidades y
miseria, con andrajosos uniformes de trabajo y de combate».
De nuevo: En fin…
Esta era la realidad en la montaña:
Archivo de Ángel Ruiz.
Y esto lo que salia en el NODO:
Carmen Sevilla visita a las tropas españolas en 1957 durante la Guerra de Ifni.
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