Fuente: 24 kilates
Cuando estamos rematando el primer cuarto del
siglo XXI, es de lo más habitual ver a la gente joven (y no tan joven) acudir a
los gimnasio de “pago” que proliferan por las ciudades, e incluso utilizando
“aparatos” repartidos por los parques y jardines públicos, con el noble
propósito de velar por su salud, quemando calorías, grasas, exceso de peso y
dinero; a mayor abundamiento, se establece entre esos “deportistas” un
fraternal compañerismo y una sana competencia respecto de la enervación de los
músculos “dormidos”; entre esa pléyade de gimnastas y la que corre por las
calles (aceras) a velocidad de crucero, en chándal o shorts, con los mismos fines
(más barato, pero ignoramos si demasiado sano, dada la polución urbana) deben
suplir la obligatoria gimnasia que se practicaba por los jóvenes que cumplían
el servicio militar obligatorio, allá por el fenecido siglo XX, cuando España
era una “dictadura” en la que la que de los árboles (en Alicante de las
palmeras) “colgaban” diariamente a los obreros revoltosos para no gastar
munición ni hacer ruido con los fastidiosos “fusilamientos”, que eran el pan
nuestro de cada día con el que la Iglesia Católica, los Empresarios, los
Terratenientes, la Falange y los Militares nos daban a comulgar a los niños de
entonces, ahora ancianos octogenarios, que resulta que “lo que vimos, no es lo
que vimos y vivimos, sino lo que la Izquierda dice que lo que vimos y vivimos
es lo que dicen los partidos de la Izquierda (PSOE, IU, PODEMOS y SEPARATISTAS
VARIOS)” ¡Cójanme esa mosca por el rabo, hagan el favor!
Año 1948: Niños de un Colegio de hijos de obreros ferroviarios, de padres mayoritariamente “rojos” exiliados en Lérida,
el día de u Primea Comunión. Se les ve “torturados” por la “dictadura franquista”, mal vestidos y famélicos
(soy el 4º sentado empezando por la izquierda con cara de “mala uva”, al lado de la niña)
Tengo la mala costumbre (una entre muchas) de
emular a Álvar Fáñez “el Mozo”, quien en la batalla de las Navas de Tolosa en
1233 “desapareció” sin que nadie pudiera dar razón de donde se hallaba y que
cuando ya terminada la contienda y conquistada la ciudad de Úbeda a preguntas
del Rey Fernando III el Santo contestó que se “había perdido por los cerros de
Úbeda”, pues por esos cerros u otros parecidos (pero no tan bellos) se pierde
el que esto escribe cuando quiere contar algo; el papel, que es muy sufrido lo
aguanta impertérrito, afortunadamente.
Los espectaculares cerros de Úbeda (Foto de Internet)
Como bien saben los amigos que tienen la
paciencia de leer estas historietas del pasado, hice el servicio militar en el
Grupo de Policía “Ifni nº 1”, entre 1961 y 1962; el Campamento duró cuatro
meses y a mí que después de la jura de bandera (14 de Mayo de 1961) que me habían
seleccionado para un destino en la Mixta, me llamaban de allí para ir
aprendiendo el trabajo que debería desarrollar en el futuro; era cuando no
tenía servicio en el Campamento que continuó hasta el 18 de Julio (marchas,
tiro, patrullas nocturnas, etc.)
En cierta ocasión (finales del mes de Junio)
cuando pasé todo el día ayudando al cabo de la oficina de Autos preparando
inventarios y documentación para entregar al sustituto del capitán Castilla que
se iba con cuatro meses de permiso colonial, se hizo tremendamente tarde y el
capitán dispuso que me quedara a cenar y dormir en la Mixta (debió comunicarlo
al Campamento), pues al día siguiente debía continuar con la labor que todavía
no estaba rematada. De esa forma entré en contacto con una cena mejor que la
del Campamento (sopa y huevos fritos), cambié las pulgas (numerosas por las
chinches (abundantes), la chabola con 16 compañeros, por un dormitorio comunal
de unos 60-70, mal ventilado, que olía a demonios, y tras un confortable
desayuno (café con leche y bocadillo) sentado en silla ante una mesa y no en el
suelo como en el Campamento, hice intercambio del “momento gimnástico” que se
realizaba en la arena de la playa por los reclutas en el Campamento por uno
peculiar de la Mixta.
Vista parcial del patio y cocheras de la Mixta (foto propia)
Según íbamos subiendo del comedor, situado en un
plano inferior, al amplio patio central del Cuartel, el sargento de semana y el
cabo iban “cazando” a los recién desayunados que en grupos de media docena por
vehículo (camiones MG, comandos y jeeps) se tenía que irlos empujando hasta
conseguir que arrancaran, puesto que ninguno de tales carruajes tenía arranque
eléctrico; el conductor ponía la segunda marcha, apretaba el pedal del embrague
y lo iba soltando de vez en cuando hasta que se conseguía que el motor empezará
a funcionar. Aquello era un jolgorio de voces, risas y bromas pues algunos
conductores accionaban el pedal del freno para hacer más oneroso el esfuerzo de
los compañeros. Sin duda era un saludable ejercicio físico, al aire libre no
contaminado, que permitía mantener a la tropa en buena forma física, pese a que
dicho ejercicio no debía estar en manual alguno de enseñanza sino que provenía
de las penurias de un ejército (el nuestro) que en Ifni estaba dejado de la
mano de Dios, bueno, quiero decir del Gobierno de Franco que pese a haber
pasado a la historia como un régimen dictatorial, fascista y militarista, tenía
a la milicia (personal y material) en la más absoluta de las miserias.
La cuba Mercedes-Magirus, única que arrancaba bien (foto Pepe Sabater)
Cuando a partir del 19 de Julio de 1961 pasé a
incorporarme definitivamente a la Mixta hasta la licencia en el mismo mes de
1962, con los galones de cabo y la “desaparición” de las listas de servicios de
los sargentos de semana tras la marcha del capitán Castilla y su sustitución
por el también capitán Guerra, me tocó encabezar la “tabla de gimnasia” para
dar ejemplo a los compañeros a los que poco (o nada) les impresionaban los
galones ni mi honroso cargo de “cabo de Cuartel” cuando me tocaba por lista que
elaboraba nuestro querido cabo Cremades, el furriel de la Compañía, actualmente
Secretario-Tesorero de la Asociación de Veteranos de Ifni del Levante Español
(AVILE) con el que compartimos estas “historietas” y otros muchos recuerdos de
aquella lejana y querida juventud “uniformada” pero no alienada, ni mucho
menos; todo lo contrario; alegre, patriótica, fraternal, entrañable y por
encima de todo, generadora de amistades que perduran hasta nuestros días en los
que incluso es capaz de engendrar otras con personas entonces desconocidas
adornadas por el camello de Ifni (qué no era camello, sino dromedario)
denominador común de la “familia” ifneña.
De hierro macizo eran aquellos camiones que se tenían que empujar (Foto de Pepe Colomer)
Y si pobre (aunque sano) era el
método de arranque matinal de los vehículos que “nos mantenía en forma”, no
menos indigente era la “técnica” para abastecerlos de combustible que debían
gastar más de la cuenta ya que, una vez puestos en marcha no podían pararlos
hasta el momento de aparcarlos al final de la jornada.
El barco “Río Sarela” cargado de barriles de gasolina
(Foto de Internet)
En el largo año en que estuve destinado en la
Mixta recuerdo que periódicamente íbamos con un camión a recoger, en la playa,
unos bidones con gasolina, del cupo que nos correspondía. El encargado de
nuestra peculiar “estación de servicio”. Juan Antonio López, un joven
voluntario, procedente de Albacete, que simultaneaba ese puesto con el de
camarero en el casinillo de suboficiales llamado “Casa de España”, nos
explicaba que unas veces dichos barriles iban medios llenos y otras veces
llenos del todo. Si el estado de la mar no permitía el desembarco, desde el
buque los lanzaban medio llenos al agua para que flotaran y la marea se
encargaba de llevarlos a la playa; si por el contrario había bonanza, podían
ser transbordados a los anfibios.
Juan Antonio, nuestro “gasolinero” tenía `por
toda maquinaria un tubo de goma, sus pulmones y lo que se llama “ojo de buen
cubero” para suministrar bencina a los vehículos, todos consumidores de
gasolina y de un solo octanaje (creo). El método era sencillo: Introducía el
tubo de goma en el barril, succionaba potentemente hasta que la gasolina fluía
(le mojaba o llenaba la boca) y lo trasvasaba al depósito del vehículo,
anotando en la ficha del mismo los litros suministrados para llevar una
rudimentaria contabilidad de los recibidos y los despachados. Todo muy
rudimentario pero que nunca le falló el balance final (según decía) pese a que
también ponía gasolina gratis (¿había alguna propinita?) a jefes y oficiales
que aparcaban en nuestro Cuartel y se evitaban “visitar” a la gasolinera de
pago que “Atlas” tenía instalada en el territorio. Él, aquellos litros se los
sumaba a otros coches o camiones oficiales y aquí paz y allí gloria, como se
dice vulgarmente.
No puedo cerrar estas líneas sin destacar un
apunte que guardo sobre Juan Antonio López y López, de pequeña estatura, muy
delgado, que pese al feroz sol africano que todos soportábamos y nos tenía
morenos-negros como moros autóctonos, él tenía una piel amarillenta, enfermiza,
que sin duda se debían a los muchos litros de gasolina que a lo largo de meses
y meses fueron pasando por su boca.
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