Fuente: Motoviajeros
Cuando tenía 17 años vi una película en la que tropas paracaidistas
españolas con cascos M1 norteamericanos, combatían en una zona rocosa
desértica llamada Ifni. No tenía ni idea de qué iba la cosa. No me lo
habían enseñado en el colegio ni en el instituto. Recuerdo con nitidez
que aquello inflamó mi curiosidad, y empecé a buscar información con
resultado negativo. Aún faltaba para que la Wikipedia
existiese, y no había ningún libro a mi alcance sobre aquellos hechos.
Recuerdo que en alguna visita al Museo del Aire, al leer la historia de
los aviones Junker Ju-52 y DC-3, pude ver su participación en estos
hechos y empecé a atar cabos. Aquello se enmarcaba en la guerra de Ifni y
del Sahara. Las últimas guerras internacionales de España. Guerras que
se ganaron y que se perdieron. Se ganaron, porque permanecimos allí, al
menos durante algunos años más, y se perdieron porque supusieron el
inicio del final del sueño africano español, y también porque aquellos
conflictos son casi totalmente desconocidos por la mayoría de los
españoles.
Viaje al Sáhara Occidental español.
La idea de ir a Ifni y al Sáhara
la llevábamos pensando mucho tiempo mi amigo Manolo y yo. Él es tan
aficionado a la historia militar española como yo, y además es un buen
conocedor de aquel territorio como “cuatrero” que es. Habíamos hecho el
Rif para conocer algunas antiguas posiciones españolas del “Desastre de
Annual”, así que Marruecos nos llamaba de nuevo. Teníamos siete días e
íbamos a aprovecharlos al máximo.
LEBRIJA-MARRAKECH
Salgo a las 5,00 de la mañana
de Lebrija. Ha llovido el día anterior, pero el tiempo ha mejorado; no
hace mucho frío y no se espera lluvia de nuevo. Hasta Jerez por la NIV y
luego la A381 hasta Algeciras. Esta última carretera atraviesa el P. N.
De Los Alcornocales, y aunque es una aburrida autovía, el paisaje es
agreste y es agradable de ver.
Ya en Algeciras, es fácil llegar a
su inmenso puerto. Manolo arriba una media hora después. Viene un poco
contrariado. Estrena un casco nuevo y, al parecer, un tornillo de la
visera se le ha aflojado y ésta viene vibrando todo el camino con la
consecuente molestia. En el bar de la estación marítima, mientras
tomamos un café, nos buscan y consiguen un tornillo para reemplazar el
perdido.
Tarfaya: en recuerdo del aviador y escritor francés Antoine de Saint Exupéry, autor de “El Principito”.
Vamos hacia la cola de embarque, no muy numerosa, y vemos
dos parejas con moto. Charlamos un rato con ellos. Vienen de
Extremadura y van también a Marruecos, aunque se quedan en Marrakech.
Precisamente ése será el final de nuestra primera etapa; esta evocadora
ciudad imperial. Embarcamos sin problemas y aguardamos, no sin cierta
aprensión, a que los estibadores amarren nuestras monturas. Subimos a
cafetería y empezamos a disfrutar del viaje con ese nerviosismo y
alegría estupefaciente de saber que tienes 7 días de moto por delante.
La
travesía hasta Tanger Med se hace en apenas hora y media. El tiempo
acompaña y es agradable. Se pueden ver las dos famosas columnas de
Hércules: Gibraltar (Jebel Tarik) y Jebel Muzza. Ambas montañas son las
que divisaron los primeros navegantes fenicios y griegos antes de llegar
al jardín de las Hespérides.
En el ferry, para abreviar trámites,
hay un policía que sella los pasaportes. La importación temporal de las
motos hemos de hacerla en Tanger Med. Este puerto es también muy grande
y tiene mucha actividad, aunque vemos pocos barcos. Sé de buena tinta
que muchas compañías se trasladaron aquí, pero poco a poco van volviendo
a sus puertos iniciales. Las razones me imagino tendrán que ver con la
burocracia marroquí y sus excesivos tiempos.
Desembarcamos y, ya
de inicio, la Gendarmería nos tiene parados una hora. No entendemos muy
bien lo que ocurre. Finalmente, un gendarme, con una sonrisa tímida, nos
dice en francés que ha habido un problema con mi número de CIN. Me lo
han escrito a boli en el pasaporte y el gendarme, al registrarlo en el
ordenador, se ha equivocado. Cosas que pasan. Podemos seguir nuestro
camino.
Tarfaya.
La ida hasta Marrakech la hacemos por una aburrida autopista, la A5.
Una nacional siempre es mejor; te permite conocer mejor la vida normal
de la gente y tomar el pulso a un pueblo, a una ciudad e, incluso, a un
país. Esta vez, hemos de aguantarnos, pues tenemos poco tiempo y hay que
aprovecharlo al máximo. La verdad, esta autopista está al nivel de las
europeas, con unas grandes áreas de servicio que no tienen nada que
envidiar a las españolas, por ejemplo. Todo muy confortable, pero
aburrido.
Llegamos a Marrakech de noche, algo que no es
recomendable, pues meterse en su caótico tráfico sin luz diurna es
bastante peligroso; peatones cruzando por donde les da la real gana,
carros de tracción animal, triciclos Docker llevando a gente y/o carga,
ciclomotores, coches de todas las épocas, todos ellos mezclados
anárquicamente. Menos mal que Manolo conoce el paño bien y me lleva al
hotel/camping Relax de La Sables. El camino es de arena compacta y vamos
dando tumbos hasta el gran palmeral donde se ubica. Por 300Dh tenemos
cama y ducha. ¿Qué más se puede pedir?
Una vez establecidos,
pedimos un taxi para ir al centro de Marrakech a cenar. Nos apeamos al
lado de la mezquita Koutoubia, que es la más importante de Marrakech.
Data nada menos que del siglo XII, en época de dominación Almohade. La
semejanza en diseño de su minarete a la Giralda de Sevilla es asombroso.
Desde allí, caminamos hacia la plaza Jamaa El Fna. La vida bulle;
grupos de música tradicional parecen competir entre sí con su música
tribal para atraer a la gente, que se reúne en torno a ellos. Los
pequeños establecimientos de comida esparcen mil olores a la gran
explanada. Caracoles, pescado, carne, especias, son sus reclamos. El
zoco, con sus callejuelas y miles de puestos, donde se puede encontrar
las cosas más inverosímiles, está cercano y damos un paseo por él.
Tomamos el pulso a los marroquíes; ni una mala mirada, ni una mala
palabra, sólo curiosidad.
Cenamos en el restaurante Argana, famoso
por su tradicional comida marroquí y muy visitado por europeos. En la
entrada debemos pasar un arco de seguridad. En 2011 se produjo un
atentado yihadista en el que murieron 17 personas. Los terroristas
hicieron explotar un artefacto justo en la terraza en la que nos
sentamos. Estamos en un sitio trágico. La gente cena con toda
normalidad. La vida sigue. Nosotros lo tenemos presente.
MARRAKECH-IFNI
Nos levantamos temprano. La excitación del descubrimiento del viaje nos
mantiene en pie con pocas horas de sueño. La luz es gris debido a la
densa niebla que nos rodea. Entre esto y que el peligro de conducir
temprano por el peligro de los “durmientes” (conductores de vehículos
que conducen toda la noche llevando su carga) es real, hacen que
desayunemos tranquilamente conversando con dos moteros alemanes un
magnífico pan marroquí con café y mantequilla.
El tráfico es
endiablado. Hay que tener mil ojos. Al salir de Marrakech dejamos a
nuestra izquierda un enorme palmeral calcado al de películas clásicas
del desierto como Beau Geste, El Paciente Inglés, etc… Enlazamos de
nuevo con la autopista A5, que sigue siendo igual de aburrida, aunque
nos permite atisbar el cambio de paisaje que se da cada pocos
kilómetros: Palmerales y semi-desierto se intercalan continuamente.
Comenzamos a ver la gran cordillera del Atlas a nuestra izquierda; sus
montañas nevadas contrastan con el amarillo árido del terreno que vamos
recorriendo. Parecen converger en algún punto de nuestro recorrido. Veo
en la pantalla de la moto que la temperatura baja ostensiblemente
conforme vamos ascendiendo.
Al llegar a Agadir, la autopista se
convierte en nacional, mucho mejor para sacudirnos el tedio. Se abre
ante nosotros una enorme planicie plagada de arbustos relativamente
altos cargados de lo que parecen pequeñas “aceitunas” de color ocre y
negro. Es el argán. Verdadero motor de la economía marroquí, pues lo
comercializan como aceite para cosméticos, para la restauración, etc.,
este arbusto endémico de este territorio calcáreo está por todas partes.
Los rebaños de cabras, que se comen sus frutos, cuidados por niños,
pastan a la orilla de la carretera.
Empiezan lo que se hará un
constante a partir de ahora; los controles de la Gendarmería a la
entrada y salida de cada pueblo que pasamos. “…La fiche s´il vous plait…”.
Siempre que hablo con gente de estos viajes a Marruecos, me dicen que
han tenido que pagar “mordidas” a la policía. Yo, la verdad, hasta la
fecha, nunca he tenido ese problema. Al contrario, a los gendarmes
suelen gustarles las motos y siempre me han tratado muy bien.
Como
la temperatura sube exponencialmente, hemos de pararnos a quitarnos
capas del traje. Una niña con unos hermosos e intensos ojos marrones y
pelo cobrizo cubierto por un hiyab, que cuida un rebaño de cabras, se
nos acerca a pedirnos dinero. Nosotros le damos algunos dirhams.
Tarfaya.
En Tizniz, ciudad amurallada, abandonamos la N1 y ponemos dirección a
Ifni usando, para ello, la carretera R104 que, desde Gourizim, bordea
la escarpada costa atlántica. La carretera es una delicia; por fin, unas
curvas que tomar y un paisaje absolutamente embriagador. Un poco más
delante de Mirlet, entramos en lo que era la provincia española de Ifni.
Una provincia que sorprende por ser bastante montañosa; uno se la
imaginaba un paisaje semidesértico. Esto tiene una explicación: Está en
las estribaciones del Antiatlas.
El que este territorio fuera
español durante 35 años se debe a un error. Para nuestro bien, claro. El
gobierno español de 1934, el de Lerroux, encargó al comandante Capaz la
ocupación de la antigua posición castellana de Santa Cruz de la Mar
Pequeña, posición cedida a perpetuidad por su “Majestad Marroquí a su
Majestad Católica” (cito textualmente) en 1860 tras el tratado de Wad
Ras, que se celebró tras la batalla de mismo nombre, con victoria
española, en el marco de una primera guerra contemporánea con Marruecos.
Tras sucesivas búsquedas y, dado que habían pasado 350 años, la
localización del antiguo enclave no era fácil y, tras recorrer la
comisión embarcada en el “Blasco de Garay” la costa de Ifni, se
determinó por ser el mejor sitio, que aquello era Santa Cruz de La Mar
Pequeña. Lo cual no era cierto; los restos de este enclave se encuentran
más al sur, en las Lagunas de Naila.
Al entrar en Sidi-Ifni se da
uno cuenta inmediatamente de que está en una ciudad española; su plaza
central, la arquitectura de sus edificios, el color blanco de los mismos
tan diferente al ocre marroquí, las anchas calles. Es como regresar al
pasado. Tan sólo unos 50 años atrás.
El Hotel Suerte Loca fue fundado en 1934 por un español.
Nos alojamos en el Hotel “La Suerte Loca”, gracias a Ibrahim y
Malika, que se apiadan de nosotros al contarles cuál es el motivo que
nos trae allí.
Este establecimiento, emblemático donde los haya,
fue fundado en 1934 por un español y ahora está regentado por los hijos
de un amigo de aquel hombre. La vida ya giraba en torno a este hotel
hace más de 50 años. Hacía las veces de bar, de restaurante y de hotel
en aquel entonces. Un cuadro de un legionario llevando a otro, herido,
sobre su espalda, un banderín con el emblema de permanencia en Ifni, su
mesa de billar…No es “atrezzo”, lleva allí desde que aquello fue un
trozo de España.
La vida transcurría tranquila y plácida en todo
el territorio hasta que, en 1957, el Yeich Taharir (ejército de
liberación) ataca el enclave. Merced a la delación de un tirador de Ifni
a su capitán de la compañía, el día 22 de noviembre, el general Gómez
de Zamalloa dicta orden de defensa. Y la noche del 23 son atacados
numerosos puestos del interior y la capital. Los Tabores de Tiradores I y
IV, además de la II bandera, resisten denodadamente. El Yeicht no
consigue tomar la capital aquella noche pero van llegando noticias de
los puestos del resto del territorio; se encuentran cercados. Se produce
aquí un hito en la historia del paracaidismo militar español; tiene
lugar su primer salto de combate al ir a liberar, con éxito, el puesto
de Tililuin, el más meridional del territorio, que permanecía cercado
por fuerzas enemigas muy superiores. También surge la primera medalla
militar individual entre sus filas, al heroico teniente Ortiz de Zárate
que, al frente de la 3ª sección de la 7ª compañía, trata de socorrer la
posición cercada de T´zelata de Sbuia.
Viaje al Sáhara Occidental español.
Tras distintas operaciones de evacuación y rescate de las distintas
posiciones del interior, denominadas Pañuelo, Netol, y Gento, las tropas
se concentran en la capital. Prácticamente la totalidad del territorio
se pierde pero la capital resiste. Para dejarle claro a Marruecos que no
se van a tolerar más hechos de guerra, España envía dos cruceros y
cuatro destructores a Agadir. Frente a su puerto, apuntan sus cañones a
la ciudad. Es un aviso, y Marruecos lo entiende claramente y, con las
operaciones Diana, Siroco y Pegaso, en que se consolida un perímetro
defensivo de 10 km entorno a la capital, llega la paz.
60 años
después de aquellos hechos, SIDI-IFNI permanece con sus edificios
españoles casi intactos, como esperando aquellos tiempos que nunca más
volverán. Así, podemos ver la Pagaduría Militar, que aún lleva en un
dintel el escudo preconstitucional, la plaza de España, que aún conserva
el monumento al comandante Capaz, eso sí, sin su busto, que los
marroquíes han retirado, la escalinata abalaustrada donde las parejas
paseaban en dirección a la playa, el casino militar, aún con sus
lámparas originales dejadas atrás cuando se evacuó la ciudad en 1969.
Pero el que sobresale, sin duda, de todos esos edificios, es el Cine
Avenida, con sus letras en español que resaltan en la blancura de su
fachada. Sigue ahí intacto, sus butacas en la platea, sus dos
proyectores, circuitos eléctricos con válvulas, películas de celuloide
en cajas metálicas, tickets tirados, todo como si hubiese sido ayer
cuando salimos de allí.
Imbuidos de ese sabor tan familiar tan
lejos de nuestra casa, cenamos en el hotel una sopa de verduras que los
marroquíes llaman Harira y, tras charlar con Ibrahim, nos vamos a la
cama.
Las iglesias continúan prestando servicio a la comunidad católica.
SIDI-IFNI – TARFAYA (VILLA BENS O CABO JUBY)
Nos
levantamos temprano. Hemos dormido bien. El ruido de las olas al romper
en la playa ha sido como una canción de cuna. Luce el sol, aunque hay
algo de bruma. Aprovechando la luz matinal, vamos a hacer fotografías de
todo lo que nos recuerde al pasado español. Una hora después,
desayunamos con el alcalde de la ciudad, Fabián Abdelrraman, que
desciende de un antiguo tirador de Ifni y que, informado de lo que
hacemos allí, viene a charlar con nosotros. Aprovecho para hacerle un
montón de preguntas sobre cómo era la vida allí en época española y cómo
lo es ahora.
Nos despedimos de Ibrahim y Malika, montamos en las
motos, y zumbamos hacia Tarfaya o Villabens, como la llamábamos los
españoles. Cogemos la N12 hacia Guelmin, recorrido que resulta muy
entretenido con la moto, al tener muchas curvas y ser un paisaje
montañoso. Allí enlazamos con la N1 de nuevo. El calor aprieta cada vez
más, descendemos de latitud y se nota. Las obras en la carretera hacen
de este recorrido una tortura; son sólo 125 kms. pero se hacen eternos.
De pronto veo algo en la lejanía, ¿un tío patinando?, no puede ser…
Efectivamente, lo es, se llama Johannes y va patinando a Sudáfrica, con
un par. Siempre hay personas interesantes en el camino. Le doy algunas
barritas y le estrecho la mano, admirado.
Atravesamos el cauce del
Oued Draa, inmenso; lleva agua y los flamencos se posan en ella,
buscando su comida. Vemos los que pueden ser los dromedarios, que no
camellos, más fotografiados del mundo. Están en Tan-Tan, población que
constituye la verdadera puerta al desierto del Sahara. Comemos allí,
pues venimos derrengados con el calor.
En moto por el Sáhara Occidental.
Ahora sí, la N1 se interna en lo que es ya de pleno el desierto del
Sahara. Comenzamos a ver ya los primeros “barhams”, dunas aisladas de
arena dorada que, debido a los caprichos del viento, tienen forma de
media luna. Más al fondo, a nuestra izquierda, aparecen los “Erg”,
enormes extensiones de dunas de arena. Vemos también manadas de
dromedarios pastando una especie de hierba, parecida al taraje, que
crece sin apenas humedad. Levantan su cabeza y nos miran pasar. No se
asustan, deben estar acostumbrados al ruido de motor. Son de diversos
colores; los hay dorados, como la arena que pisan, marrones, negros,
blancos. Me entusiasmo al verlos. Vienen a mi mente las fotos de
aquellos hombres que, a sus lomos, patrullaban el desierto español; los
hombres de las tropas Nómadas.
A nuestra derecha, tenemos
escarpados y vertiginosos acantilados que dan al Atlántico. Jamás había
visto tan bravo este océano. Las olas son enormes. Al chocar con estos
acantilados, producen tanta espuma que el viento eleva parte de ella y
el paisaje se ve borroso. El ruido es ensordecedor. Las gaviotas planean
observándolo todo. Parecen esperar que los pescadores, con largas
cañas, les den algún pez.
Adelantamos a una chica muy morena que
va en una bici con equipaje. Nos paramos un poco más adelante y la
esperamos. Cuando llega, le ofrecemos barritas y agua y ella nos lo
agradece. Resulta que vive en Londres y va a Sudáfrica, ella sola. Yo,
que he sido ciclista, sé lo duro que puede suponer hacer eso. Estoy
admirado. Otra persona interesante que nos brinda el viaje. Mientras
conversamos, llegan varias familias marroquíes. Sonríen y hablan, en un
modesto inglés, con nosotros. Nos preguntan si pueden hacerse fotos con
nosotros y nuestras motos. La verdad, me siento como un famoso de esos
que salen en las revistas del corazón. Todos pugnan por subirse en la
moto. Las mujeres miran asombradas a nuestra amiga. Cuando nos
despedimos, una de ellas viene a ofrecerle comida. La buena gente existe
en todos lados.
Llegamos a Tarfaya; así se denomina ahora a la
ciudad española de Villa Bens. A este lugar, situado en el antiguo país
de los Tekna, frente a las islas Canarias, desembarcó el teniente
coronel Bens el 29 de Julio de 1916 y, rápidamente, comenzó la
construcción de Villa Bens, justo enfrente de lo que había sido el
establecimiento comercial denominado “Casa del Mar”, fundado por un
escocés llamado Donald Mackenzie, en 1871. Lo realmente interesante del
lugar es que fue utilizado por la Aeropostale, compañía pionera en el
transporte aéreo del correo, cuyos aviones hacían escala, provenientes
de Rio-Recife (Brasil) y que allí vivió, de 1927 a 1929, el aviador y
escritor francés Antoine de Saint Exupéry, famoso por su obra “El Principito”, pues fue destinado allí como jefe de escala. De hecho, es el único lugar donde existe un museo dedicado a él.
Museo dedicado al autor de "El Principito".
El museo es sencillo, sus paredes están repletas de imágenes de
aviones de la época, de rutas de correo aéreo, también hay alguna
maqueta. La joya del museo es un dibujo original de Saint Exupéry.
Aquellos pilotos eran duros de verdad, pues viajar tantas millas en
aquellos aviones, con los medios de la época, escaso apoyo y pudiendo
ser secuestrados por las diferentes tribus bereberes, si tenían que
aterrizar ante un problema mecánico, requería algo más que pericia al
pilotar. Salgo de allí, pensativo, evocando largos viajes aéreos a
través del Atlántico y el desierto del Sahara.
Nos encontramos con
un grupo de españoles que, al ver nuestras matrículas, entablan
conversación con nosotros. Vienen a estudiar meteoritos. Javier, su
anfitrión, y dueño del mejor hotel en Tarfaya, el Canalina, nos ofrece
alojamiento y cenar con ellos. Nosotros aceptamos de mil amores.
Mientras
cenamos, conocemos a José García, director del Museo Canario de
Meteoritos, que nos ofrece una charla interesantísima sobre la materia.
Algunos datos que nos comenta son para pensar y mucho; que han
encontrado aminoácidos en algunos meteoritos, lo cual significa que se
da una de las condiciones para la formación de la vida (que conocemos)
en otros lugares del universo: la formación de proteínas. Y otros más
prosaicos: que el oro no se formó en nuestra galaxia y que existe un
mercado de meteoritos pujante, etc.
TARFAYA (VILLA BENS O CABO JUBY) – TAH –EDCHERA- El AAIUN
Al día siguiente nos despedimos de Javier y José, a los que agradecemos
su atención, y de los demás del grupo. Incluso nos hacemos una foto de
recuerdo. Nos dirigimos por la N1, vía Tah, hacia lo que fue la capital
del Sahara español, El Aaiún.
Tenemos un pequeño problema con el
combustible. Vamos cortos y las autoridades, no se sabe muy bien por
qué, han ordenado un corte del suministro eléctrico en la población. Los
dos surtidores de Tarfaya no funcionan. Hemos de retroceder hasta la
gasolinera que se encuentra a unos 5 kilómetros de la población para
repostar. Tenemos suerte, la estación funciona.
La carretera hasta
Tah está en obras. Parece que están desmantelando la antigua carretera
española y utilizándola para ampliar la marroquí. A nuestra derecha e
izquierda se ven numerosos “barham” y algunas manadas de dromedarios
pastando. En una hora y cuarto completamos los 102 kms. que nos separan
de Tah. El lugar está casi como los españoles lo abandonamos, allá en
1975. Las casas semiesféricas, pintadas de un color rosáceo, siguen
allí; también los vetustos Land Rover que utilizaban tanto civiles como
militares. Tan sólo rompe esa estampa del pasado la presencia de un
monumento a la Marcha Verde que, en noviembre de 1975, rebasó por este
sitio la frontera entre Marruecos y lo que entonces era el Sahara
español. Durante aquel año, las FAR (Fuerzas Armadas Reales) atacaron
hasta tres veces esta población española. Ahora, no hay tiros ni
camiones que iluminen con sus faros por la noche el pueblo para
intimidar a sus habitantes. Los niños juegan a nuestro alrededor.
Quieren hacerse fotos con nosotros y subirse en las motos. Manolo les
distrae mientras ando por las pocas calles del pueblo.
Seguimos
nuestro camino hacia Edchera. Allí, en 1974, se encontraba la Agrupación
Táctica “Gacela”, al mando del coronel Mariñas. La formaban la plana
mayor del IV Tercio, la IX bandera (menos dos compañías), el Grupo
Ligero Sahariano II, una batería de obuses de 105/14 mm. del Regimiento
Nº 95. La misión de esta agrupación era cerrar una posible vía de
penetración del FLU y las FAR hacia El Aaiún, a través del enorme cauce
de Saguía El Hamra. Desde luego, era un lugar con mucha vida.
Los antiguos acuartelamientos se mantienen en pie a duras penas, como “Fuerte Chacal”.
Al llegar, vemos a nuestra derecha los restos de “Fuerte Chacal”. No
hay apenas nadie. El lugar parece intacto; sólo algunos edificios nuevos
nos recuerdan el tiempo en que estamos. Al acercarnos a las ruinas del
fuerte, nos corta el paso una patrulla de la Gendarmería. Les enseñamos
la documentación y les decimos lo que venimos a hacer allí. No nos dejan
ver el fuerte. Al parecer hay militares marroquíes allí asentados. Tras
mucho charlar, conseguimos convencerles y, tras la intervención de un
saharaui, que habla español, y les explica que él se hace cargo, vamos
en su compañía a ver lo que queda del antiguo acuartelamiento español.
No
queda mucho, pero se intuye el perímetro, zona de servicios, las
puertas, algunos edificios; incluso en lo que eran las duchas, aparece
un “grafitti” de un caballo y una frase escrita por algún soldado
español. El saharaui nos cuenta anécdotas de la época, es mayor, y a fin
de cuentas, sólo han pasado 42 años desde que se arrió la bandera
española allí.
No obstante, lo que nos trae aquí no es sólo ver el
fuerte, representante de las fortificaciones que el Ejército Español
realizó en el AOE, sino un trágico hecho de armas que ocurrió en 1958.
El 13 de enero de aquel año, se envió a la XIII bandera de La Legión,
más algunos elementos del Grupo de Policía 3º, Batallón de Automóviles
de Carias y Radio Expedicionaria, a efectuar un reconocimiento en fuerza
de la orilla norte de la Saguía, hasta Edchera, que está a unos 30 km
al sureste de El Aaiún.
Saguía el Hamra es un cauce seco de más de
2 kilómetros de ancho entre sus orillas. Éstas presentan una elevación
de hasta 70 metros; hasta allí fueron atraídos por el enemigo los
legionarios y demás componentes de la columna. Los españoles estaban en
desventaja, pues el enemigo, en una posición superior, podía alcanzarles
con facilidad, mientras ellos exponían poca área de su cuerpo. Copados,
recibieron orden de replegarse, pero el intenso fuego del enemigo lo
impidió. Una sección de la 2ª compañía se adelantó de la línea que
formaban las tropas españolas y atacó al enemigo en punta. La 3ª sección
de la 1ª compañía trató de ayudarles pero recibió fuego de frente y por
su flanco, y fue obligada a retirarse. El brigada Juan Fadrique y el
legionario Juan Maderal contuvieron al enemigo mientras se realizaba el
repliegue. Ambos encontraron la muerte, al igual que los componentes de
la sección de la 2º compañía.
Anochecía y los españoles formaron
una defensa circular. En toda la noche no hubo combate y, al amanecer,
en que se esperaba un nuevo ataque, se descubrió que el enemigo se había
retirado, llevándose sus muertos y heridos. Sólo entonces pudieron
contabilizarse las bajas. El parte oficial, del día 14 de enero de 1958,
dio la cifra de 42 muertos y 57 heridos. Sería el episodio más
sangriento de la guerra del Sahara.
Nos dirigimos hacía El Aaiún
por la carretera que bordea la Saguía y que, cruzando el cauce, enlaza
con la N5 pero, justo cuando salimos de Edchera, oímos que nos gritan:
¡Españoles, españoles, aquí! Se trata de Eduardo, un antiguo recluta
valenciano que estuvo en El Aaiún en 1972 y que había contratado unos
guías locales para reencontrarse con su juventud, según nos dijo
emocionado. También nos aconsejan ir a El Aaiún por la carretera que
habíamos usado para venir, pues la que seguíamos está cortada a causa
las lluvias torrenciales de la semana anterior.
Un merecido descanso en el Hotel Parador, El Aaiún.
En media hora estamos en El Aaiún, capital que fue de la provincia
del Sahara español. Dejamos a nuestra derecha la magnífica puerta del
cuartel de La Legión, ahora ocupado por tropas marroquíes. Después,
cruzamos La Saguía. Ya no hay “jaimas” como en aquellas fotos antiguas
que vi para documentarme antes de venir, sin embargo, el cauce es muy
bonito, parece un oasis en medio de este inmenso arenal. Nos recibe una
ciudad bulliciosa; mucha gente caminando, muchos militares y gendarmes,
mucho tráfico. La mayor parte de los edificios son nuevos, incluso el
trazado en muchas zonas hace olvidar aquella pequeña ciudad colonial.
Aun así, hay zonas en las que todavía es posible reconocer el pasado
español; en una avenida que lleva a la parte alta de la ciudad, a
nuestra izquierda, reconozco el edificio que fue Parador Nacional. Ahí
sigue y, además, en su función original, pues sigue siendo un hotel.
Bajamos y seguimos una avenida hasta lo que fue el mercado; ahí está,
también intacto. Aún quedan las típicas casas semiesféricas de color
rosáceo, propias de aquel tiempo. Siguen habitadas pero quedan pocas; me
consta que los saharauis quieren conservarlas como parte de su
patrimonio.
Sin duda, lo que más nos emociona es encontrar la
catedral de San Francisco Asís; vestigio muy importante de la vida de
aquel pasado, sigue funcionando dando servicio a la pequeña comunidad
española que aún permanece allí, además de al personal católico de la
ONU que vive en la ciudad. Recordemos que ese territorio sigue en
litigio entre la República Árabe Saharaui Democrática y el Reino
Alauita. No deja de ser curioso ver furgonetas totalmente blancas con
las letras ONU en negro.
También nos interesa ver lo que fue el
BIR 2, situado muy cerca de la “Cabeza de Playa”, cuartel en el que
hacían instrucción los reclutas destinados a hacer el servicio militar
en aquel recóndito lugar de España. Está a unos kilómetros en dirección a
la costa, siguiendo el trazado de la antigua carretera. No es posible
entrar, los marroquíes tienen militares allí, pero es posible ver los
edificios, garitas, etc…Allí dejaron parte de su juventud muchos jóvenes
españoles.
Viramos al norte. Empieza la vuelta. Seguimos en la
antigua carretera española. Tiene su encanto, con el Atlántico de color
esmeralda a la izquierda y los “barhams” y los carteles en francés de
“Danger des sables” a la derecha. El sol desciende ya y tiñe, con un
toque dorado, la arena. Decidimos quedarnos en la “Courbine DÁrgent”, un
centro de pesca y base 4 x 4, regentado por un tipo peculiar llamado
Paul, que es una auténtica institución en la zona, muy cerca de Sidi
Akhfennir. El edificio parece un fuerte legionario, con los muros ocres,
almenas blanqueadas y su patio distribuidor central. Cenamos una
estupenda corvina, como no, en compañía de Paul y un matrimonio francés
que se dirige a Senegal. La conversación, interesantísima, gira en torno
a los cambios vertiginosos que se están produciendo en África. Se está
modernizando y adoptando la cultura europea rápidamente y esos trae
cambios sociales no siempre para mejor. Probamos un vino marroquí
absolutamente delicioso.
En moto al Sáhara Occidental español.
SIDI AKHFENIR-OUEATIA-TAN TAN- GUELMIN-TIZNIT-INMITANOUT
Por la mañana, tras un opíparo desayuno nos despedimos de Paul y los
demás viajeros. Volvemos sobre nuestros pasos y cogemos la N1 para
seguir hacia el norte. El tiempo sigue siendo soleado y hace mucho
calor.
Al llegar a Tan-Tan aprovechamos para hacernos una foto con
los que deben ser los camellos más fotografiados de todo el Sahara.
Están a la entrada del pueblo y todos los viajeros se hacen fotos con
ellos. Bueno, y con nosotros; “…¡Souvenir!…nos dicen mientras sonríen.
En
Guelmin aprovechamos un poco para estirar las piernas y damos un paseo
por el zoco. Ruidoso, sucio, pero lleno de cosas tan inverosímiles…La
fruta es espectacular y el pescado no se queda atrás.
Tiznit
destaca por sus murallas color ocre; pareciera estar dentro de la
película “Beau Geste”. De nuevo atravesamos el famoso Oued Draa.
El
paisaje cambia; de la seca y amarillenta llanura desértica vamos a
ascendiendo a las rojizas y nevadas montañas del Anti-Atlas. Incluso el
tiempo va cambiando; va haciendo frío y unas nubes negras amenazan
tormenta. Anochece y, finalmente, empieza a llover, justo cuando
llegamos a las estribaciones del Atlas. Me divierto curveando en esta
zona. Hasta que la lluvia arrecia y la noche cerrada nos alcanza. Hay
que buscar alojamiento, pues es muy peligroso conducir con esta
combinación de factores en Marruecos. ¡Qué manía tienen de no quitar las
luces largas estas gentes! No vemos nada, a veces, y, si se te cruza un
vehículo o algún peatón distraído, la caída puede ser seria. Tras mucho
buscar, encontramos una habitación en el hotel Righteous en Inmitanout,
donde nos atienden estupendamente y nos dicen donde cenar unos
estupendos pinchitos morunos de ternera.
Miguel Ángel Romero con su BMW R1200 RT, frenta a "La Pagaduría" (antiguo consulado español en Sidi Ifni)
INMITANOUT-KENITRA
Por la mañana luce el sol.
Desde la ventana del hotel se atisban altas montañas. Desayunamos huevos
fritos con pimienta, los mejores que he probado en mi vida, y un
magnífico café que nos deshace del cansancio por tantas horas de moto
del día anterior.
Emprendemos camino hacia el norte por la N8.
Disfrutamos enormemente en las curvas. Para ahorrar tiempo, pues queda
mucho para Kenitra, cerca de Loudaya, entramos en la autopista A3. En el
segundo peaje, nos damos cuenta que no tenemos apenas Dirhams y hemos
de cambiar. Lo intentamos en algunas gasolineras, pero no acceden.
Tenemos un problema. Hemos de salir de la autopista. Justo antes de
llegar a Settat, cogemos la nacional y, en dicha población, buscamos una
tienda donde cambiar, con resultado negativo; nadie nos quiere cambiar.
Los bancos están cerrados hasta las 17,00 horas, o eso entendemos.
También lo están las oficinas de cambio. ¿Qué hacemos? Decidimos
dirigirnos a Berrechid y ver si allí hay algún sitio donde cambiar. Me
sorprende esta ciudad pues está muy industrializada; los contrastes de
económicos son exacerbados aquí. Los bancos también están cerrados. Un
joven nos pregunta qué buscamos, le decimos lo que necesitamos y nos
dice que le sigamos, que nos va a llevar a una oficina de cambio
abierta. Tenemos suerte. Nos lleva justo a la única oficina abierta. ¡Shukraan!
Llegamos
a Kenitra, una ciudad también muy industrializada, en la que hubo una
base norteamericana durante la II Guerra Mundial. Encontramos hotel
gracias a un amable policía motorizado, que nos escolta y nos lleva a la
“Place de la Municipalité”. Esta vez, nos quedamos en el mejor hotel de
la ciudad, el “Jacaranda”.
La noche transcurre rápida con un
paseo por el Zoco. Intrincado, lleno de gente, con miles de tiendas, el
bullicio y vida que se da en ellos, muestra el pulso de esta sociedad
tan joven. Tan diferente a lo que se ha convertido la nuestra. Yo conocí
esos mercados en Andalucía cuando era niño. Menos mal que aún tenemos
los mercadillos, donde todavía se puede regatear y donde se puede
escuchar el griterío del comercio.
Cenamos en un restaurante unos
excelentes pinchos de ternera con curry. El amable camarero que nos los
sirve, nos habla en español. Dice que se marchó a España de ilegal, que
trabajó en Valencia, en Barcelona y en Madrid y que, al final, lo
pillaron y lo deportaron. Que no guarda rencor, que así son las normas y
así es como debe ser.
En moto por el norte de África.
KENITRA-LARACHE-CEUTA
Hoy toca otra de las
ciudades con más sabor español de todo Marruecos: Larache. No en vano,
tuvo una fuerte presencia española en varias etapas: desde 1610 a 1689
fue cedida a la corona española por el sultán Mohamed esh-Sheikh
el-Mamún, por ayudar nuestro monarca Felipe III, con nuestras tropas, a
dicho sultán a recuperar su trono. La perdimos en 1689, en que fue
asaltada por el Sultán Ismail, y ya no volvimos hasta 1911, en que se
establece el Protectorado Español de Marruecos.
Entramos por la
avenida Mohamed V, que los españoles llamábamos Reina Victoria, hasta la
actual “Place du Liberation”, la antigua Plaza de España. De trazado
circular, a su alrededor los edificios son netamente españoles, blancos,
con los eternos ribetes azules típicos de estas ciudades coloniales,
porticados, me recuerdan a alguno pueblos blancos de la sierra de Cádiz.
También en la avenida, a pocos metros de la plaza, está la Iglesia de
Nuestra Señora del Pilar, muy similar a la catedral de San Francisco de
Asís en El Aaiún, sigue prestando servicio a la comunidad católica allí
presente.
Recorremos la ribera del río Lukus, dejando a nuestra
derecha el castillo de San Antonio, en el que se reconoce también la
huella española en sus formas abaluartadas, aunque no fuera construido
inicialmente por los españoles. Justo enfrente, está el antiguo matadero
aún señalado con un letrero en español. A nuestra izquierda, los
pesqueros salen a mar abierto, a nuestra derecha la Puerta de Mar y las
mezquitas Zaouia Nasria, y Mesbaniya. Sin duda, es una escena preciosa.
El
tiempo es el que es y, aunque nos apetece quedarnos, hemos de continuar
a Ceuta. Seguimos por la N1, dejando a nuestra derecha ciudades como
Asilah, que nos prometemos volver a verla. El tráfico es espantoso; en
un cruce, una camioneta no respeta el STOP y casi me estrello con ella.
Sin duda, no era mi hora, porque estuve muy cerca.
Tanger se
muestra enorme en comparación con los pequeños pueblos que hemos ido
atravesando, en los que hemos ido viendo la vida real de los marroquíes.
Puestos de comida humeantes, niños caminando en dirección a la escuela,
mujeres montadas en burros camino del trabajo, viejos taxis a toda
pastilla… Tenemos que decidir entrar en la ciudad o recorrer la N16 por
la costa hasta Ceuta. Nos decidimos por lo segundo. Las vistas del
estrecho son increíblemente hermosas; el choque verde-azulado del
Atlántico y del Mediterráneo contrasta con el gris del peñón de
Gibraltar. Pasamos por el puerto de Jebel Musa, una de las columnas de
Hércules. Por fin, puedo decir que he estado en las dos: Gibraltar
(Jebel Tarik) y Jebel Musa, los montes de Tarik y Muzza.
Descendemos
a Ceuta y, aunque aún nos queda pasar la frontera del Tarajal, nos
sentimos muy cerca de España. Como casi siempre, esta frontera es un
poco complicada: demasiado tráfico, multitud de buscavidas y un gentío
queriendo cruzar en ambos sentidos. Casi siempre es un momento de
tensión, aunque desde luego no hay que mostrarlo. Vemos a un tipo tirado
en el suelo gritando y la gente mirándole, sorprendida. Manolo
aprovecha y pone las luces antiniebla de su moto, parpadeando. La gente
nos abre camino inmediatamente. Y así, con picaresca, y aprovechando que
llevamos motos, es como nos ponemos al principio de la cola. Nos
estampan el ansiado sello de Marruecos y a correr, que hemos de coger un
ferry hacia Algeciras. Antes de cruzar al lado español, conversamos con
unos policías españoles; son moteros y nos preguntan por nuestro viaje.
Ceuta
-o Sebta, como la llaman los marroquíes- es una ciudad muy bonita. Una
gran desconocida para muchos españoles. El monte Hacho la preside y,
desde allí, puede verse toda la ciudad. A mí, particularmente, me gustan
mucho las Murallas Reales, con su foso navegable y su puente levadizo.
Pero toda la ciudad está repleta de vestigios de la historia: las
murallas Merínidas, los baños árabes, etc…
El ferry nos espera.
Sin dificultad, compramos los billetes y nos dirigimos a él. Dejamos las
motos en la bodega y subimos a la cafetería, donde nos comemos un
bocadillo que nos sabe a gloria. Salimos a cubierta y nos vamos a popa
para ver alejarse la costa africana. Es un momento hermoso, luce el sol y
los edificios de Ceuta refulgen, el monte Hacho, y Jebel Musa lucen
dorados, imponentes.
Volveremos, si Dios quiere, in sha´Allah!
Texto y fotos: MIGUEL ÁNGEL ROMERO.
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