Fuente: La Razón
A
sus 90 años, el ahora comandante retirado Juan Moncadas es el último
militar español que queda en pie en posesión de una de las más altas
condecoraciones
«Yo me guardaba una bala y pensaba: “Antes de caer prisionero, me pego un
tiro”. Aunque no sé si hubiese tenido el valor». Al sargento Juan
Moncadas no le hizo falta tomar esa difícil decisión, la cual le
acompañó durante diez largos días de noviembre de 1957, los que él y sus
50 compañeros paracaidistas resistieron asediados al sur de Ifni por
las tropas del Ejército Marroquí. Diez días recibiendo disparos, sin
apenas víveres y viendo morir a sus compañeros. Diez días en un infierno
que en realidad él no debería haber pisado, pero que le sirvieron para
que le concedieran la Medalla Militar Individual, una de las más altas
distinciones militares de España.
Del blanco y negro al color. Las imágenes
muestran al sargento Moncadas en 1958 y en la actualidad.
En ambas con
la Medalla Militar individual (Fotografías de Pere Joan Oliver/ Bripac)
Un «héroe a la fuerza», como se describe él hoy, a los 90 años. Pero en
realidad, el ahora comandante Moncadas puede presumir de ser el último
gran héroe vivo de España. Todos los que fueron condecorados con esta
distinción o con la Laureada de San Fernando ya han fallecido.
Su
historia de héroe comienza a los 27 años: «Hice el curso de sargento en
el 56 y en el 57 salí sargento. Llegué directamente a la Segunda
Bandera Paracaidista, a la séptima compañía». Sentado en el salón de su
casa, rodeado de recuerdos de su época de «paraca», rememora ese
episodio de su vida como si fuese ayer. «Hombre, hay cosas que no se
olvidan», cuenta a LA RAZÓN con una energía envidiable. Sus manos,
marcadas por la edad, acompañan el relato casi con la misma intensidad
que sus ojos, los mismos con los que vio caer a sus compañeros.
El comandante Moncadas sostiene la Medalla Militar individual.
«A
mediados del 57 nos marchamos para Ifni y al principio bien, porque la
mayoría no sabíamos a dónde íbamos», prosigue, para añadir un hecho sin
el que esta historia no hubiese tenido el mismo final: «A mí no me
tocaba ir, pero un compañero casado y con hijos me preguntó que si tenía
inconveniente en ir. Y yo, como era soltero y me daba lo mismo estar en
Alcalá de Henares que en Sidi Ifni, me fui para allá». Así que se
desplegó junto a sus compañeros. Los primeros meses vivían tranquilos y
sin demasiados problemas, yendo y viniendo «al zoco del pueblo para
comprar lo que necesitábamos para la Bandera». Pero a finales de
noviembre llegaron malas noticias de los puestos avanzados españoles.
El Ejército de Liberación Marroquí
los estaba atacando y había que marchar a defenderles. El calendario
marcaba 23 de noviembre y la 3ª sección de la 7ª compañía, al mando del
teniente Antonio Ortiz de Zárate, había sido la elegida para acudir en
auxilio de los militares que se encontraban en el puesto de T'Zelata, a
unos 40 kilómetros al sur. «El capitán me dijo que si tenía
inconveniente en acompañar como segundo jefe al teniente y respondí que
ninguno, porque realmente desconocía a dónde íbamos». Pero tardó poco en
descubrirlo.
Partieron a la
mañana siguiente y a los pocos kilómetros comenzaron a hallar los
primeros obstáculos en el camino: «Encontramos la carretera llena de
rocas que teníamos que ir apartando para avanzar, pero llegó un momento
en el que no podíamos continuar y tuvimos que parar los vehículos».
Cambiaron los planes y optaron por tomar una loma cercana sin saber que,
en pocos minutos, iban a estar cercados por el enemigo. Allí
fallecieron los primeros efectivos: «Un cabo primero y varios
paracaidistas que nos esperaban arriba», recuerda Moncadas. «Llegamos
arriba, pero nos quedamos rodeados».
«¡El teniente ha muerto!»
Los disparos no cesaban, así que
los 51 militares españoles aseguraron como pudieron la posición y
prepararon una serie de puestos de tirador para dar más protección. «El
teniente –Ortiz de Zárate– y yo nos turnábamos para ver los puestos. Dos
horas él y dos horas yo», explica. Era la mañana del día 26 y el
sargento llamó a Ortiz de Zárate para que le relevara. «Fue entonces
cuando atacaron y mataron al teniente», recuerda Moncadas. «Me enteré
porque oí a los paracaidistas que gritaban: “¡Avisad al sargento que el
teniente ha muerto!”. Yo estaba al lado de una ametralladora y ordené
que tiraran hacia los que nos atacaban». Fue su primera orden como nuevo
responsable de la 3ª sección.
Para
el sargento, asumir ese mando y esa gran responsabilidad fue «como si
el cielo me cayera encima. Recién ascendido, sin tener idea de nada, en
mi primer combate... Si me hubieran dicho “muérete”, me muero
tranquilamente», recuerda mientras ríe. «Se me pasaron tantas cosas por
la cabeza... No sé, me sentí solo, porque al final el mando siempre está
solo». Había logrado defender la posición, pero el enemigo seguía
rodeándolos. Durante los siguientes días, el silbar de las balas
marroquíes sería su banda sonora. Y el hambre, la sed y el calor, sus
compañeros. «No teníamos apenas víveres. Venían aviones a tirarnos
suministros, aunque era muy difícil que cayeran en la posición. Una vez
pudimos bajar para traer solo agua, pero era muy peligroso porque
seguían disparándonos», cuenta el sargento. Así que lo único que se
llevaban a la boca eran hojas de chumbera. «Nos vinieron muy bien. Nos
comíamos las hojas y con su líquido calmábamos la sed». En cuanto a la
munición, reconoce que no les faltó pero que tampoco les sobraba: «Nos
lanzaron un paquete con munición, y como la tiraron desde el avión,
mucha no servía porque estaba golpeada».
Pero su mente –y la de muchos de sus compañeros– no paraba de pensar qué
ocurriría si finalmente les capturaban: «Eran unos bárbaros. A algunos
de los que cogían los destripaban... Yo únicamente pensaba en no caer en
sus manos como fuera. Rendirse era mucho peor, así que sacábamos
fuerzas de donde no había para aguantar». Fue en esos momentos en los
que optó por guardarse una bala. «Por si me tenía que pegar un tiro».
Fotografía tomada de su sección tras la liberación.
La «esperanza» del rescate
Pese a todo y a que les «pegaron
de tiros hasta arriba», Moncadas y su sección estaban confiados.
«Teníamos la esperanza de que iban a socorrernos, porque venían aviones a
lanzarnos agua y víveres», explica. Tardaron, pero así fue. Cuando
contaban el décimo día, los disparos enemigos cesaron y se hizo el
silencio. «Estábamos rodeados y los marroquíes dejaron de tirar porque
llegaban tropas desde Ifni para rescatarnos. En cuanto los vieron
abandonaron las posiciones y nos dejaron libres». Y ante la pregunta de
qué sintió en ese momento, responde casi con el mismo alivio que ese 2
de diciembre de 1957: «¡Buff, buff! No tiene explicación... es una cosa
que... (para un segundo) como si te liberaran de todo lo malo de golpe,
incluida la responsabilidad». Tiene los ojos completamente abiertos y
prosigue: «Fuimos al puesto de T'Zelata y allí nos quedamos una noche. Y
al día siguiente, con otras unidades, regresamos todos a Ifni». Allí
fue donde «el teniente general Mariano Gómez Zamoalla me comunicó que
sería condecorado con la Medalla Militar Individual». Con una sonrisa en
la cara, recuerda: «Por cierto, que el teniente general –que había
recibido años atrás la misma distinción– me dejó la suya hasta que tuve
la mía».
El mejor público de España.
Hoy, 62 años
después, reconoce modestamente que «no sé si lo hice bien o mal.
Simplemente hice lo que creía que tenía que hacer». Y recuerda el apoyo
imprescindible de los cabos Jiménez Calderón, Oliva Hernández y González
García: «Cada uno estaba al mando de un pelotón y defendieron con todo
la posición que teníamos».
Pero al sargento Moncadas todavía le queda una espinita clavada. Su ceño
se frunce y apunta tajante: «Me pareció un escándalo que nos hicieran
ir a luchar, que les venciéramos y que al final les entregáramos todo...
He visto morir a compañeros y no sirvió para nada. ¿Para eso he
luchado? No es el final que uno espera. ¡Habérselo dado antes, coño!».
Moncadas en uno de sus saltos paracaidistas.
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