Fuente: Diario de Lanzarote
El programa Imago integra a jóvenes que han pasado por centros de
menores y les apoya en su salto a la mayoría de edad y para buscar un
futuro mejor en su país de acogida
En una de las paredes del salón, al lado de una diana con la que
entretenerse en los momentos de ocio, cuelga un cartel con un
ilustrativo encabezado: “Miedos”. ¿A qué? “A no conseguir papeles para
poder tener trabajo, comida y un lugar donde dormir”. Y también “a
volver a Marruecos” y que le pase algo a la familia.
Un piso en Arrecife es el epicentro del proyecto Imago, que da apoyo a
jóvenes que han pasado por centros de menores y que se enfrentan a la
mayoría de edad en solitario, sin recursos económicos ni una red
familiar en la que respaldarse.
En el piso del Proyecto Imago en Lanzarote (Foto: Adriel Perdomo)
El programa nació en 2014 y del mismo se han beneficiado unos 25
chicos en la Isla. Ismael y Mustafá llegaron a Lanzarote en 2014. Tenían
16 años cuando dejaron Sidi Ifni, a unos 314 kilómetros de distancia de
la Isla en línea recta. Ya se conocían cuando se subieron juntos a la
patera. “La decisión la tomamos nosotros”, dice Ismael.
“No hay ninguna familia que te vaya a montar en una patera porque
nadie sabe si vas a llegar y siempre está ahí la muerte”, como una
posibilidad, certifica Mustafá. Recuerdan que pisaron tierra en un punto
entre La Santa y Famara.
En
esa costa del noroeste de la Isla acaban de perder la vida nueve
jóvenes. La frágil embarcación en la que navegaban naufragó en medio de
la noche y un fuerte oleaje cercenó sus sueños. “Sienta mal ver las imágenes”, apunta Ismael.
Para su amigo, “la responsabilidad la tiene Marruecos”. “Si esos
chicos tienen perspectivas de mejorar allí, no iban a venir, como
tampoco lo hubiéramos hecho nosotros”, añade. “En Marruecos no hay
derechos, para todo hay que pagar, hasta para ver a un médico, la
Policía te trata mal y solo puedes vivir si tienes dinero”, sostiene.
“Te subes en la patera porque sabes que en Marruecos no hay ningún
futuro”, sentencia.
Al igual que ellos, decenas de jóvenes migrantes menores de edad han
llegado a Lanzarote en los últimos años. Su primera parada es un centro
tutelado, donde aprenden el idioma y, en cuestión de meses, dan el salto
al instituto.
El problema está en el paso a la mayoría de edad. “Si no tienes
trabajo ni a dónde ir, te puedes quedar en la calle”, señala Ismael. Es
ahí donde entra en juego el programa Imago, al que pueden optar quienes
muestren buen comportamiento e inquietudes en el centro de menores.
En la actualidad, hay tres jóvenes en el piso, donde tienen que
seguir unas pautas de comportamiento: levantarse temprano, limpiar,
hacer la compra, cocinar y trabajar en las habilidades sociales que les
permitan valerse por sí mismos y lograr un empleo. Otra regla: tienen
que aprender a gestionar el dinero. Cada joven dispone de 25 euros a la
semana, una cantidad que se reduce si no cumplen con las reglas de
funcionamiento.
Quienes acceden al piso son, en cierta medida, privilegiados:
“Tenemos que decir no a chicos que dan el perfil, por falta de recursos y
de plazas”, señalan desde la asociación TribArte, responsable del
programa.
En el piso del Proyecto Imago en Lanzarote (Foto: Adriel Perdomo)
Mohamed, Abdelahk y otro joven también llamado Ismael tienen entre 18
y 19 años y llegaron en distintas pateras el año pasado a Lanzarote.
Todavía no dominan por completo el idioma, pero comparten sensaciones y
objetivos. Lo que más echan de menos es a “la familia”. Les gustaría ser
cocineros, como Ismael y Mustafá, y uno de ellos, que viste una
impoluta túnica blanca, precisa que preferiría, si tiene oportunidad,
dedicarse a la costura.
“Tenemos que decir no a chicos que dan el perfil, por falta de recursos y de plazas”, señalan desde la asociación TribArte
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Ahora se preparan para buscar trabajo, pero no es sencillo. Ana tiene
24 años, es española y también ha pasado por un centro de menores. No
ha residido en el piso de Imago, pero colabora con la asociación
TribArte, y a la vez recibe ayuda. Destaca que si ya para una persona
“con papeles” es difícil encontrar un empleo, más difícil resulta para
jóvenes extranjeros a los que, en muchos casos, les cuesta regularizar
su situación.
Silverio Campos es uno de los responsables del proyecto Imago y, en la práctica, el hermano mayor
de los chicos. Señala que la situación “se va poniendo cada vez más
dura”, por la cantidad de requisitos que tienen que cumplir los jóvenes
que llegan como menores extranjeros no acompañados.
Al ingresar en el centro, se les concede un permiso de residencia
temporal que caduca en un año. Para tratar de renovarlo es preciso
contar con pasaporte, pero hay dificultades para que el consulado lo
remita. Y sin permiso de residencia, apostilla Silverio, “estás en una
situación muy complicada”. Para conseguirlo tendrían que demostrar que
llevan tres años residiendo en el país.
Lograr un permiso de trabajo tampoco es sencillo: se necesita un
contrato de un año y “un empresario que esté dispuesto a ofrecértelo, a
entregar un montón de papeles y a esperarte dos o tres meses mientras se
tramita”, apostilla Mustafá.
Después de invertir en el cuidado y la formación de los menores no
acompañados, al cumplir la mayoría de edad el sistema prácticamente se
desentiende de ellos. Muchos se ven obligados a trabajar de manera
irregular.
Conseguir una vivienda, en estos momentos, es otra odisea. “Hay un
porcentaje muy amplio de personas, desconocemos el número, que viven en
viviendas ocupadas, no solo inmigrantes, sino también nacionales,
algunos en situaciones pésimas, sin agua ni luz”, advierte Silverio.
Con muchas dificultades, Ismael y Mustafá han conseguido un piso, que
comparten, después de dos años de búsqueda y de vivir con conocidos.
“No somos pareja pero sí buenos amigos”, recalcan. El alquiler es
asumible para como está el mercado, 500 euros al mes y agua y luz
aparte. La vivienda es nueva, pero es propiedad de un fondo buitre y tuvieron que aportar unos 4.000 euros para diversos gastos. No tenía ni contadores.
¿Valió la pena subirse en una patera y arriesgar tanto? “Sin duda”,
dice convencido Mustafá. “Empiezas de cero y eso no es fácil. Llegas sin
nada, sin saber ni decir ‘hola’, pero lo que consigues reconforta”. “Se
trata de ir mejorando poco a poco”, concluye Ismael.
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