Fuente: La Marea (23/12/2020)
Un superviviente, amigos de uno de los fallecidos y
un vecino que ayudó en el rescate recuerdan la tragedia de Órzola donde
murieron ocho personas a bordo de una patera.
Ya había caído la noche. El martes 24 de noviembre, ocho personas perdieron la vida a bordo de una patera en Órzola,
un pequeño pueblo situado en el extremo norte de Lanzarote. Cuando la
embarcación estaba a punto de tomar tierra por sus propios medios
chocaron contra una piedra grande. Viajaban 36 hombres marroquíes,
incluido menores. A.S., K.H., M.O., L.O., Y.A., T.C., M.E. y M.A. no
murieron en alta mar, como la mayor parte de las casi 600 personas que han fallecido este año en la ruta que va desde África a Canarias, sino en la misma orilla.
Mohamed Bouhafra en el salón de su casa
mientras habla por videollamada con Abdrahim Achour,
superviviente del
naufragio de la patera en Órzola. (Foto: Eduardo Robaina)
«Cuando volcamos, lo único que quería cada uno era salvar su vida». Habla Abdrahim Achour, uno de los hombres que consiguió sobrevivir.
«Todo el trayecto fue bien, hasta que pasó lo que pasó en el último
momento. En el minuto 90», recuerda por videollamada. Habían salido de
la ciudad marroquí de Agadir dos días antes, el domingo a las 12 de la
noche. El martes a las 16:00 ya divisaban Lanzarote, pero no fue hasta
que empezó a oscurecer cuando decidieron entrar.
Desde que pasó lo que pasó ha estado confinado en una gran nave de Cruz Roja en Arrecife, la capital de la isla. Actualmente sigue ahí,
pasando una segunda cuarentena debido a la llegada reciente de otras
personas. Fuera le espera su hermano. Como la mayoría de las personas
que iban en la patera, Achour es de Sidi Ifni, ciudad
que fue colonia española hasta 1969. Está casado y tiene una pierna
bastante mal, le cuesta moverla. Entre los miles de motivos que es capaz
de enumerar cuando se le pregunta por qué vino, uno es el de poder
tratarse.
Abdrahim Achour por videollamada desde la nave donde lleva todo este tiempo en cuarentena. (Foto: Eduardo Robaina)
No sabe español ni inglés, solo árabe. Pero no hace falta saber
idiomas para leer su rostro cuando se refiere a esa noche. «No se veía
nada», más allá de «algunas personas que intentaban ayudarnos», cuenta.
Uno de esos salvadores fue Marcial Curbelo, vecino de Órzola.
Él fue la primera persona en tirarse al mar después de que empezara a
escuchar «gritos, y gritos y gritos desoladores», relata.
Mientras
la confusión, los llantos y la desesperación tomaban el lugar, Curbelo
solo tenía un temor. Y no, no era morir ahogado, sino que se le mojase
el móvil, «ya que no había otra forma de rescatar a las personas»:
«Cuando llegué saqué la luz del móvil. Fue la única
forma de alcanzar a los cuatro primeros, que estaban a unos diez metros
de mí». En ese momento, el agua le llegaba a la altura del pecho, por lo
que «muchos podrían incluso haber hecho pie», lamenta al mismo tiempo
que señala que no sabían nadar. Y sí, lo volvería a hacer,
confiesa este vecino del pueblo, ahora desempleado, y que ha pasado
parte de su vida en el mar con Cruz Roja. «Algo aprendí», apostilla.
Nave en la que está pasando la cuarentena Abdrahim Achour. Foto cedida por él.
El joven que solo quería defender a los suyos
Esa
noche solo se pudieron rescatar cuatro de los ocho cadáveres. No fue
hasta la mañana siguiente, con la luz del día mostrando el horror
ocurrido horas antes, cuando se recuperaron los otros cuerpos. Uno de
ellos era el de Hossein Ouchlih. Alegre, divertido, luchador. Así era este joven infeneño –como se solía apodar– de solo 22 años.
Quien lo define es su amigo íntimo Mohamed Bouhafra
desde Gran Canaria, donde vive junto a otros cinco, todos de Sidi Ifni.
«Pasas de hablar siempre con él por Whatsapp y llega un día que te
dicen que tu amigo no está», cuenta. La última vez que se mensajearon
fue dos días antes de que Hossein se embarcase. Y su último encuentro en
persona fue en la playa este verano. Bañarse, hacer excursiones o
quedar en el Café Madrid de su ciudad natal eran algunos de los planes
habituales de estos dos colegas.
Ouchlih, hijo de profesor, tenía
un espíritu combativo. «Viva la lucha. Viva la revolución», dejaba
escrito en sus redes sociales. «Era nuestro Ché Guevera del pueblo»,
dice Mohamed. «Siempre defendía a los pobres, a los indefensos. Siempre
estaba en las manifestaciones para defender a las mujeres, a los
trabajadores… En cualquier manifestación estaba él», recuerda orgulloso
su amigo.
Es posible, según cuentan sus amigos, que el sueño de
Hossein Ouchlih no fuese tener dinero, sino defender a la gente de Sid
Ifni. A su gente. Pero su meta se truncó siquiera antes de intentarlo. Perder su vida le costó 1.000 euros, el precio que pagó para venir hasta Lanzarote.
El
dinero para subirse a la patera lo reunió cortando el pelo. Tenía su
diploma de peluquería y, aunque en los últimos meses no trabajaba, eso no le impedía cortar el pelo gratis a quien no tuviera recursos.
Lo hacía en su casa, donde vivía con sus padres. Tenía dos hermanos y
dos hermanas. Él era el más pequeño, «el más querido», confiesa Mohamed.
Hossein hablaba español, idioma que aprendió él solo. Entre sus cantantes favoritos estaba Julio Iglesias y Manu Chao, además de la música saharaui. También le encantaba leer libros de Historia.
«Nadie quiere abandonar a un hijo»
Mohamed Bouhafra ha conocido el peligro que supone subirse a una patera en busca de una alternativa. Él llegó a Canarias tras pagar 300 euros:
«Vine porque mi familia era muy pobre y no tenía otra opción. Algo tan
normal como tener una bici cuando eres pequeño, pues yo no pude tener
una hasta que fui más mayor y me la compré con mi dinero».
Después
de cuatro días de travesía –«lo normal es llegar desde Sidi Ifni a
Canarias en 32 horas, si has tardado más es que ha ocurrido algo»– acabó
en Playa Mujeres, en Lanzarote. Eso fue en 2011, siendo menor.
Pasó un primer año en La Gomera, en un centro de menores. Luego estuvo
dos meses en Tenerife y uno en Gran Canaria. Tras cuatro años y medio
viviendo en Francia ganándose la vida en la hostelería, ha vuelto a
Canarias, donde todo empezó: «Me siento como si estuviese en mi país:
por el clima, por su gente. Soy un vecino más». Y lanza un recordatorio:
«Nosotros nos hemos visto ahora con la necesidad de emigrar al igual que los canarios en el pasado».
Su
hermano, con el que ahora vive, emprendió el mismo camino que él un año
antes. Lo mismo el primo de ambos, en 2012, con 14 años: «A esa edad,
un niño en lo único en lo que piensa es en la PlayStation, en juegos, y
no en jugarse la vida como hice yo», cuenta Youssaf Taliani. Como la mayoría, no avisó a su familia de lo que iba a hacer: «Nadie quiere abandonar a un hijo», explica.
Última foto que se hicieron juntos Mohamed -el de la izquierda- y Hossein -el de la derecha-,
este verano en Sidi Ifni. (Foto: Eduardo Robaina)
«Estuvo dos días en shock», cuenta Youssaf refiriéndose a Mohamed. El
joven de 27 años se enteró de la tragedia que acabó con la vida de su
amigo Hossein por las redes sociales, mientras estaba en su casa. Su
hermano y él empezaron a llamar a hospitales, pero nadie era capaz de
decirles nada. Y no fue hasta el viernes 27, tres días más tarde, cuando supieron el triste desenlace.
A
partir de ese momento empezó un duro camino para poder devolver el
cuerpo a su familia. Mohamed ha estado desde un primer momento en
contacto con la familia de Hossein a través del hermano de este. Él ha
sido la persona encargada de acudir al consulado de Marruecos en la
capital grancanaria para iniciar los trámites de una repatriación que ha costado 4.200 euros,
explica. Una cifra muy alta que no se podían permitir, pero que
consiguieron reunir gracias a las aportaciones de muchos amigos y
conocidos repartidos por Europa y África.
La tarea para trasladar los restos del joven hasta hasta su ciudad natal no está siendo fácil.
Mohamed Bouhafra se queja de que tuvo que ir en repetidas ocasiones al
consulado marroquí hasta que finalmente le dieron el visto bueno. En
Lanzarote, otro familiar se ha ido encargando del resto de gestiones con
la funeraria.
Ya ha pasado un mes desde que el joven Hossein y otros siete chicos se ahogaron en el intento de dar un cambio a sus vidas. Dos de los fallecidos dieron positivo por COVID-19,
por lo que tuvieron que ser enterrados a principios de diciembre en la
isla. Se hizo con una sábana blanca y mirando hacia la Meca, con gastos a
cargo del Ayuntamiento de Tías, según fuentes judiciales. Otro de los cuerpos ya ha sido entregado a su hermano para ser inhumado esta semana en la ciudad marroquí de Taza, cuenta Amed Musa, cónsul de Marruecos.
Los cinco restantes, entre los que está Hossein Ouchlih, están en un tanatorio
a la espera de los resultados de identificación por huellas dactilares,
asegura Musa. Sin embargo, en vista del tiempo transcurrido, una de las
hermanas de Hossein, que vive en Francia, viajará hasta Lanzarote para
terminar el proceso de repatriación y poder dar un último adiós que se
alarga ya un mes.
|