Fuente: El País (8/12/2020)
El sueño de Hossin
Ochlih, uno de los marroquíes que murió en el naufragio de Órzola, era
viajar al País Vasco para fundar una asociación con la que ayudar a su
pueblo
Hossin Ochlih, de 21 años, no se subió a una patera para
hacerse rico. Era humilde y quería seguir siéndolo. Hablaba castellano,
posaba a menudo con la bandera rojigualda y escuchaba a Julio Iglesias
desde pequeño. Sus abuelos paternos eran españoles y su plan favorito
era tomarse un café y fumarse un cigarro con el dueño del bar Madrid, en
el barrio de Sidi Ifni donde se crio. Costeó el viaje hasta Lanzarote
con las propinas que durante tres años sus conocidos le dejaban por
cortarles el pelo. Según sus amigos, era un chico querido en la ciudad
que fue colonia española hasta 1969. El territorio es un foco de tensión
social para el reino marroquí y blanco de mayor represión policial. Y
allí donde había una protesta, una colecta o un vecino con problemas
estaba Ochlih. “Él vino buscando la libertad. Su sueño era llegar al
País Vasco, pedir asilo y montar una asociación para defender desde allí
a su pueblo”, cuenta su amigo de la infancia Abdelaaziz Bouhafra, de 26
años, en su casa de un barrio humilde al sureste de Gran Canaria. “Era
nuestro Che Guevara sin arma”.
Los amigos de Hossine Ochlih, de 21 años,
fallecido en un naufragio en Lanzarote,
lo recuerdan en su casa de Gran
Canaria. (Foto: Javier Bauluz)
Hay veces que el camino
entre la vida y la muerte es una cuestión de una decena de metros. El
viaje había salido bien, llevaban casi tres días de travesía y estaban a
punto de llegar a Órzola, un pueblo de pescadores de Lanzarote. Pero la
patera, en lugar de enfilar la recta que llevaba al muelle o a una
lengua de arena cercana, se desvió hacia el espigón de rocas. Era
completamente de noche. Hubo un único golpe contra una piedra grande y
la embarcación volcó con sus 36 ocupantes a bordo. Ochlih iba en la
proa. La primera ola los zambulló, la segunda los dispersó y la tercera se confundió con los gritos de auxilio. Ocho
personas murieron el 24 de noviembre. Los vecinos se lanzaron al
rescate a la luz de sus móviles, pero no lograron salvarlos a todos. El
mar dejaría asomarse horas después el cuerpo de Ochlih. Uno más en la
lista de 569 muertes que ha registrado en lo que va de año la
Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en la ruta canaria, aunque hay muchas más que no estarán nunca en ningún registro.
Quien
relata los detalles de la tragedia en la pantalla de un móvil es Hamza,
un joven de 16 años, que sobrevivió al naufragio y está ahora confinado
en un centro de Lanzarote. Era amigo y vecino de Ochlih, viajaron
juntos en taxi desde su barrio hasta la playa de Anza, en Agadir, donde
embarcaron la madrugada del pasado domingo 22 de noviembre. Sus caminos
se separaron para siempre en esa roca. “Vino un canario que encendió una
luz y yo empecé a nadar hacia tierra. Llegué a las rocas y un vecino me
sacó del brazo. Ya no lo vi más”, cuenta.
Mohamed Bouhafra muestra una foto en la que su amigo Hossine Ochlih le corta el pelo. (Foto: Javier Bauluz)
La familia de Ochlih está destrozada con la pérdida del más
pequeño de cinco hermanos, el más bromista y cariñoso. El que siempre
acababa metido en problemas por ayudar a sus vecinos más pobres, según
su hermano mayor, Hicham Ochlih, de 34 años. La madre aún no se lo cree y
espera que en uno de los mensajes que le llegan al móvil desde entonces
alguien le diga que todo ha sido una confusión.
Como
tantos otros, Ochlih organizó su viaje sin decírselo a su familia. Sí
llamó a sus amigos de la infancia, los hermanos Abdelaaziz y Mohamed
Bouhafra, que como él también se habían embarcado en la misma travesía,
pero hace años. Cuando la noticia del naufragio salió en los periódicos
los Bouhafra sabían que algo había ido mal, pero nadie les facilitó la
búsqueda de su amigo. “Su hermano me llamó cada minuto de aquel
miércoles 25 [el día siguiente del accidente], pero no conseguimos
averiguar nada hasta el viernes 27”, recuerda Mohamed. “Llamé a
Urgencias y les pedí por favor que solo necesitaba que me dijesen si
estaba vivo o muerto, pero se negaron a darme información. Llamé
entonces a la Policía Nacional, pero solo escuchaba ruido y la llamada
se cortaba”, detalla Abdelaaziz. “Al final tuvo que ir un amigo de
nuestro pueblo a reconocerlo en el congelador del hospital”.
Casi
dos semanas después de su muerte, la familia aún no ha conseguido velar
el cuerpo. La repatriación del cadáver cuesta unos 4.500 euros, una
cantidad imposible de conseguir. Los Bouhafra, inspirados en lo que
habría hecho su amigo, han puesto en marcha una colecta.
Fracaso en Turquía, muerte en Lanzarote
Entre
los fallecidos en Órzola también estaba Abdelfatim Safi, de 38 años. Su
hermano Saaid, cinco años más joven, le recuerda con el teléfono en
mano desde el exterior de su casa de piedra, en la pequeña ciudad rural
de Oulad Bouali Nouaja, a 166 kilómetros al sur de Casablanca. Se oye a
los gallos cantar y se ve a tres niños correteando por el patio. El
viaje de Abdelfatim hacia Lanzarote era su segundo intento de salir de
la pobreza de su pueblo. Viajaba con su cuñado que sí se salvó.
Sobrevivía moviéndose de ciudad en ciudad en busca de cosechas que
recoger o mercadillos donde vendía utensilios de cocina. En 2015 se fue a
Turquía para intentar cruzar a Grecia, pero lo detuvieron antes de
embarcar y la familia tuvo que enviar dinero para pagar su viaje de
vuelta. Safi deja tres niños de entre 3 y 11 años, tres hermanos y una
madre rota. La familia tampoco tiene dinero para repatriar su cadáver.
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