Fuente: El Faro de Ceuta
La Guerra del Rif diseminó el carácter antioccidental, nutrida por varias ofensas coligadas al conflicto
En el marco de la conmemoración del ‘Centenario de la Campaña de
Melilla’, la ‘Guerra del Rif’, también denominada ‘Segunda Guerra de
Marruecos’, fue una pugna promovida por la agitación de las Tribus del
Rif contra las autoridades coloniales españolas y del Imperio francés,
circunscrita en los Tratados de Tetuán, 1860; Madrid, 1880 y Algeciras,
1906, complementado con el Tratado de Fez en 1912, que concretaron los
Protectorados de España y Francia en un territorio tortuoso por su
orografía y el clima en el Norte de Marruecos, cuya crónica
administrativa y geográfica se inició en 1907.
La Guerra del Rif diseminó el carácter antioccidental, nutrida por varias ofensas coligadas al conflicto.
Esta contienda
tuvo como ‘casus belli’, o ‘causa y pretexto’ para determinar una acción
bélica de este calado, la subversión tribal frente a la gestión
colonial con el consiguiente triunfo hispano-francés, que significó el
apaciguamiento de esta región y el desvanecimiento de la ‘República de
las Tribus Confederadas del Rif’. Y, qué decir de los contendientes: por
un lado, el ‘Reino de España’ y la ‘Tercera República Francesa’ y, por
otro, la ‘República del Rif’, con el protagonismo de las cabilas
rifeñas.
Así, desde las primeras divulgaciones de la última etapa de los años
veinte hasta los análisis más cercanos, la esencia interdisciplinaria de
este acometimiento se ha visto evidenciado en la historiografía y
continúa proporcionando múltiples pistas de exploración. Allende a
detenerme en algunas de estas páginas con la impronta de un instante
histórico concreto, los conocimientos previos están vinculados al
florecimiento político del Marruecos Contemporáneo.
Sin
embargo, la atracción que suscita lo acaecido en el Rif, realmente no es
extraordinario si se contempla la complejidad de los perfiles que
aglutinaron el conflicto. Porque, como es sabido, la guerra se
desarrolló a las puertas del Viejo Continente; si bien, influyó en los
actores más comprometidos con el orden internacional de la posguerra. O
séase, Gran Bretaña y Francia.
Conjuntamente, me refiero a uno de los escasos choques que detonaron
en la década de los veinte, adquiriendo notable trascendencia a nivel
mundial y en tiempos generalmente apacibles, sobre todo, a partir de
1925 con los Tratados de Locarno, por lo común, llamados Acuerdos de
Locarno, con ocho alianzas consagradas en robustecer la paz en Europa
tras la finalización de la ‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’
(28-VII-1914/11-XI-1918).
Aportando unos pequeños matices para
sustanciar esta narración, de la ‘Guerra del Rif’ (8-VI-1911/27-V-1927)
se desentrañaron diversas reacciones en la opinión pública, con
repetidos requerimientos a la reciente instaurada Sociedad de Naciones
(28/VI/1919), al objeto que ésta terciase entre las partes. Sin ir más
lejos, el eco parlamentario dispuso importantes implicaciones para las
potencias involucradas.
Primero, el argumento de las
operaciones militares llevadas a cabo en Marruecos alcanzó gran impacto,
con el desplome del régimen de la Restauración en la España de 1923,
preludio de la dictadura de Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930); ya,
en 1926, con el Gobierno de Paul Painlevé (1863-1933), se produjo el
declive en el gabinete de izquierdas francés.
Segundo, en el
entramado extra europeo, denotó el chispazo de las ‘Guerras de
Liberación’ abrumadas por el dominio colonial, principio que se
intensificaría en los períodos sucesivos y en el que la ‘Guerra del Rif’
ejerció de enorme peso en el imaginario colectivo. Y, tercero, en el
espectro árabe se diseminó el germen de un porte anti occidental,
nutrido por un elenco de ofensas asociadas al conflicto.
En
este escenario irresoluto no ha de soslayarse el retrato de Abd el-Krim
(1882-1963), guía de la sublevación rifeña y convertido en el paradigma
de iluminación para los futuros dirigentes del universo árabe; siendo un
componente central en el debate incorporado con la aparición del Estado
marroquí independiente, que persiste en nuestros días como uno de los
mayores hitos de la lucha anticolonial.
Con estos antecedentes
preliminares, las peculiaridades de la batalla en aspectos, tal vez,
menos abordados, como bien podría ser el ‘Derecho Humanitario
Internacional’, podría sugerir el reconocimiento de una nueva revisión
crítica. Para ello, apoyándome en los estudios propios del ‘Máster
Internacional de los Derechos Humanos, Justicia Penal Internacional y
Derecho Internacional Humanitario’, es preciso destacar que la ‘Guerra
del Rif’ coincidió con las fases prematuras de la sistematización del
‘Derecho Internacional sobre la Guerra’, emprendida a mediados del siglo
XIX con la aspiración de atenuar las atrocidades perpetradas y allanar
el camino de asistencia a las víctimas.
Del mismo modo, dadas
las limitaciones requeridas para el espacio de esta narración, el pasaje
se desenvuelve en dos textos definidos, concediéndose especial
deferencia a la memoria de las víctimas del Rif, exponiéndose el avance
de la ‘Ley Humanitaria Internacional’ desde la vertiente de los derechos
humanos, hasta sondear la praxis para la remisión de la ayuda
humanitaria, la pormenorización del papel adquirido por el Comité
Internacional de la Cruz Roja, abreviado, CICR, y la valoración de las
enseñanzas que de esta actuación se derivan.
Sin lugar a duda,
la envergadura de la ‘Guerra del Rif’ en su evolución contradijeron las
perspectivas del ‘Derecho Humanitario Internacional’ del momento:
primero, en lo que atañe a la ‘Ley de la Haya’, como la dirección de las
acciones militares o el denominado ‘Ius in bello’, para tratar la rama
del derecho que aclara los métodos más razonables de la guerra y sus
disposiciones aplicadas a las partes; y segundo, la ‘Ley de Ginebra’
enfocada en la protección de las víctimas.
Con lo cual, los
guerreros tribales norafricanos que apenas disponían de medios, amasaron
una experiencia espantosa a sus adversarios, en la que como no podía
ser de otra manera, fluctuaron los acuerdos humanitarios empeñados tras
la ‘Primera Guerra Mundial’. Simultáneamente, surgieron otros retos para
el ‘Derecho Humanitario Internacional’ vistos por el CICR, por
entonces, la organización más insertada en la asistencia a las víctimas.
En
tanto, que la confabulación en el entresijo del Rif mostró variaciones
sustanciales dentro de la entidad, en lo referente a la ilustración de
‘víctima’ o la ‘intervención humanitaria’, así como las posibles
dificultades y acotaciones en el entorno internacional.
Remotamente
de ser irrelevantes en los tiempos que corren, estos obstáculos
externos e internos, continúan estando latentes en las misiones
internacionales vigentes del CICR y, de ellas, lógicamente se desprenden
lecciones aprendidas para el devenir de la ‘Acción Humanitaria
Internacional’.
Inicialmente es conveniente puntualizar la
predisposición en ceñir la conceptuación de ‘víctimas de conflictos
armados’, con aquellas personas que padecen o han padecido alguno de los
estragos inhumanos de la guerra, tanto militares como civiles,
mayormente, mujeres y niños relacionados con uno u otro bando.
Ciertamente,
esta es la sensación dominante, aunque no es lo mismo en el ‘Derecho
Humanitario’, que parece emparejar meramente a las víctimas con los
contendientes heridos y los prisioneros de guerra.
En esta
última cuestión, se produce un vuelco en la ‘Ley de Ginebra’ a raíz de
los Acuerdos de 1864, fundiendo la noción de ‘víctima’ con la de los
‘soldados agraviados en la guerra’, hasta la ‘Convención de Ginebra’ de
1977, ampliando la atención al conjunto de heridos y englobando a los
civiles y militares.
Por lo que respecta a la crisis del Rif y
en paralelo al diagnóstico descrito, se observa que las víctimas
encuadraron a las huestes de ambos bandos, llámense franceses,
españoles, rifeños y mercenarios, como los civiles que se vieron
acorralados por las perturbaciones de la guerra.
Los
testimonios de abatimiento reflejados por la ‘Guerra del Rif’ son
diferentes. En la cara de una misma moneda, en su anverso, se confrontan
los amplios informes y documentos aportados por las fuerzas españolas y
francesas, junto a las notificaciones de la representación diplomática
de países occidentales; o los relatos y breviarios de algunos de los
perecidos civiles y militares; o las notas destacadas de Abd el-Krim y
otros instrumentos habidos que competen al conflicto.
Y, en su
reverso, las fuentes orales que no están fijadas en un escrito,
básicamente esenciales en la región del Rif y la conformación de
sectores y monumentos, que han configurado los vestigios de la guerra
como enterramientos o nichos, o ceremonias en los sitios donde se
originaron las luchas más encarnizadas.
Luego, cabría
preguntarse: ¿se ha entendido en su dimensión más recóndita el tormento
experimentado por estas personas? Su revelación es imprescindible para
conocer de primera mano hasta qué punto la memoria de las víctimas han
hallado un rincón, valga la redundancia, en la memoria colectiva de
Marruecos y en la conciencia nacional del estado.
Para
hilvanar estos argumentos, recuérdese que casi todos los lugareños del
Rif corresponden a una cultura específica, que proverbialmente en Europa
se llamó ‘berebere’, emparentada a las etnias autóctonas del Norte de
África y que actualmente se ha eximido de las indicaciones arrogantes en
su expresión conocida como ‘amazigh’.
Hoy, es la denominación
de los pobladores indígenas de la zona antes aludida, significa libre o
noble, el plural es ‘imazighen’ y para definir la jerga que hablan los
imazighen usan el término de lengua ‘tAmazight’.
Evidentemente,
la cultura ‘amazigh’ adhiere los rasgos característicos que la
distingue con las víctimas del Rif y el destello de la guerra, unida a
las raíces históricas que ha sobrellevado en el Marruecos Contemporáneo.
Instantánea tomada durante la Guerra del Rif.
En tal caso, podría afirmarse que el esfuerzo reflexivo por encontrar
su pasado, sea este real o ficticio, ha persistido oculto y encubierto
durante muchos años, sobre todo, por dos precedentes interrelacionados
con las especificidades fidedignas de la cultura ‘amazigh’.
Primero,
los territorios de influjo ‘berebere’ entre los que se atinan los
pertenecientes al Rif y otras comarcas del Alto y Medio Atlas, como el
valle del Souss, han sido impugnados por la corriente nacionalista
marroquí que lo condujo a la independencia, inculpando a sus moradores
de colaboracionismo con las fuerzas de ocupación enemigas o potencias
coloniales, primordialmente, Francia.
Estas desaprobaciones
ganaron preponderancia por la generalización del ‘Dahir bereber’
(16/III/1930), nombrado así por sus detractores y firmado mediante
decreto por el Sultán Muhammad ben Yusef (1909-1961), poco después de
llegar al trono en el período del Protectorado francés, siendo General
Residente Lucien Charles Xavier Saint (1867-1938).
Es
indiscutible que el ‘Dahir bereber’ operaba como catalizador del
nacionalismo marroquí, reivindicando la segmentación en dos
demarcaciones con arreglo a las divergencias de leyes y tradiciones
‘berebere’ y el derecho árabe ‘shari’a’, descifrado como la fórmula
política de ‘divide et impera’ materializada por Francia, quebrando las
estructuras de poder efectivas y sorteando la vinculación de los grupos
más pequeños. De esta manera, la confirmación en la identidad ‘amazigh’
se ha considerado como una máxima en los afanes de los actores
coloniales.
En lo que incumbe a los hechos del ‘Marruecos
Independiente’ y taxativamente al contorno del Rif, éste ha sido
vislumbrado como un enclave problemático.
Sobre todo, porque
la identidad ‘amazigh’ lleva dispuesta la controversia en la integridad
jurisdiccional de ‘Estado Independiente’, e incluso, en la legitimidad
de su monarca. Pronto, el afianzamiento de la cultura ‘amazigh’ como
precursora en la presencia árabe en Marruecos, además de la conservación
de costumbres religiosas anteriores a la islamización y existencia, se
transformaron en mecanismos rechazados en la semblanza temprana del
‘Marruecos Contemporáneo’.
“Dadas
las limitaciones requeridas para el espacio de esta narración, el
pasaje se desgrana en dos textos definidos, concediéndose especial
deferencia a la memoria de las víctimas del Rif, exponiéndose el avance
de la Ley Humanitaria Internacional”
Obviamente,
las secuelas de los ‘levantamientos de 1958’ y la ‘primavera de 1980’,
derivadas en episodios vehementes para la zona e indeterminadamente para
la nación, eran las certezas de esta incierta apariencia del Rif en el
encaje del nuevo Estado marroquí.
Para ser más exacto, las
derivaciones tocaron techo, porque la implacable contención que acompañó
a los incidentes de 1958 dirigido por el Príncipe y Jefe de las Fuerzas
Imperiales, Al-Hassan ibn Muhammad (1929-1999), más tarde, Hasán II,
impediría en su reinado (1961-1999) cualquier tentativa de acercamiento
con la región.
En estas circunstancias extraordinarias no es
complicado figurarse el prejuicio, con que las pretensiones de la
identidad ‘amazigh’ se había acogido entre el resto de los habitantes de
Marruecos.
Es más, las vicisitudes que en los últimos años
han escaldado el alegato de la cultura ‘amazigh’, se han aprovechado
para impugnar las condiciones de omisión con respecto al recuerdo del
conflicto del Rif en el imaginario colectivo marroquí.
A la
par, estos vaivenes están coligados a los sentimientos ambivalentes de
la globalización, que notoriamente han subrayado los procesos de
crecimiento de culturas hegemónicas y de adaptación, incorporando otros
elementos afines con la aculturación, hasta desembocar en rebeldías de
reafirmación en las culturas forzadas a su desaparición.
Queda
claro, que los estados nacionales no se han liberado de los efectos
desencadenantes de la mundialización, viéndose apremiados a armonizar
sus demandas con un trato más inteligible entre la soberanía del Estado
central y los anhelos de los términos que la integran.
Ni que
decir tiene, que ello ha repercutido en Marruecos, posiblemente, la
tierra más pro occidental del Norte de África con caracteres o fenómenos
distintos en su dualidad. Sin ir más lejos, en la última década se
enarbolan énfasis y demostraciones públicas de la cultura ‘amazigh’,
cuya punta de lanza se emplazó a la ‘Declaración de Agadir’ de 1999, con
protestas adscritas a los intentos por el establecimiento de
formaciones políticas independientes.
Segundo, en sintonía a
lo mencionado, se interpreta un giro en el talente habitual del Estado
marroquí hacia estos movimientos, ahora proyectado en voluntades más
dialogantes a sus peticiones y con un dibujo más beneficioso para sus
solicitudes. La compostura moderadora del rey Mohammed VI (1963-57
años), ejemplifica el espíritu en la reciprocidad entre la monarquía
alaouita y la tendencia ‘amazigh’.
Por ende, la voz
vivificante de la cultura ‘amazigh’ aparece yuxtapuesta en la
reconstrucción y recuperación de la memoria histórica, tratando de
apuntalar y vigorizar su naturaleza categórica.
“Quedando
en pausa el cierre momentáneo de este pasaje, se constata que el
revisionismo histórico en su empeño de revisar y reinterpretar la
reaparición de la cultura ‘amazigh’, ha contribuido a rescatar aspectos
tan fidedignos como el clamor solidario de las víctimas”
Y
en ese desenvolvimiento de reparación que ha deparado aportes
verdaderamente significativos, la ‘Guerra del Rif’ ha conquistado un
grado más pronunciado, porque en ella se ilustran algunos de los carices
que la historiografía ‘amazigh’ está llamada a realzar. Digámosle, que
esta disciplina bibliográfica y crítica quiere alejar el arquetipo
erróneo de auxiliar o cooperar con los eslabones coloniales en el tiempo
del Protectorado, reemplazándola por un criterio más ambicioso, donde
el Sultanato marroquí incapaz de garantizar el control era señalado en
los mapamundis como ‘Bied es-siba’, que venía a comportar ‘zona sin
control’
Finalmente, lo que se desata en la ‘Guerra del Rif’
hace imposible que pase desapercibida la figura de Abd el-Krim y los
lazos con la cultura ‘amazigh’, mostrando esta batalla como la madre de
todas y la más contundente que desafía las hegemonías coloniales en
Marruecos. Curiosamente, este es un hecho pionero que valida la firmeza
de la cultura ‘amazigh’ ante la impasibilidad del resto.
Sin
inmiscuirse, que la historiografía revisionista llama la atención y saca
a la luz las intenciones de marginación, acorralamiento y aniquilación
que a duras penas hubo de soportar esta cultura.
Y en lo que
particularmente nos remite al conflicto del Rif, los desagravios
afectaron al uso indiscriminado de armas químicas lanzadas por el
ejército español. Sin recelos, una de las páginas más discutidas de la
contienda. Asimismo, las situaciones espantosas y escenas vividas que
hubieron de digerir las víctimas, resaltando el brío y aguante para
subsistir a esas pruebas.
En consecuencia, quedando en pausa
el cierre momentáneo de este pasaje que desgrana la ‘Guerra del Rif’
desde la panorámica del ‘Derecho Humanitario Internacional’, se constata
que el revisionismo histórico en su empeño de revisar y reinterpretar
la reaparición de la cultura ‘amazigh’, ha contribuido a rescatar
aspectos tan fidedignos como el clamor solidario de las víctimas.
No
obstante, se discrepa en otros enfoques de la hostilidad, como la
reminiscencia de quienes no toleraron los mandatos de Abd el-Krim; o
quizás, los que sin ser cómplices de los hispanos o francos, se
contrapusieron a sus propósitos transformadores, que a fin de cuentas,
quedaron al margen con la artimaña de no deslustrar la estampa del
remozado movimiento ‘amazigh’.
En este sentido y en plena
transición de la segunda a la tercera década del siglo XXI, aún quedan
por revelarse algunos de los acontecimientos más opacos de la ‘Guerra
del Rif’.
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