Fuentes: El Faro de Ceuta
El Faro de Melilla
He aquí la inspiración personal de Millán-Astray,
que lo encumbra en la punta de la lanza fundacional, en un espacio
geomorfológico que conjeturó la redefinición de la política colonial de
España en la Guerra del Rif
Lo acontecido en el ‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921) al
Este de la Plaza de Melilla, con el descalabro de las Tropas dispuestas
por el General don Manuel Fernández Silvestre (1871-1921) a manos de
las jarkas rifeñas insurgentes, comandadas por su líder Abd el-Krim
(1882-1963) y su hermano menor Mhamed Abd el-Krim (1892-1967) con el
resultado apabullante de 9.954 españoles fallecidos y 2.500 indígenas
del lado hispano, supuso en toda regla una convulsión imposible de
borrar en la Historia reciente de España.
Millán-Astray y combatintes de la Guerra del Rif.
Y es que, cuando se
desencadena este lance y el posterior desplome del aparato militar en la
‘Zona Oriental’ del Protectorado en Marruecos, las Tropas Legionarias
habían culminado su etapa de instrucción y, por vez primera, concurrían
en los ataques de la ‘Zona Occidental’. Por aquel entonces, se trataba
de una Unidad desconocida para la amplia mayoría de los españoles;
aunque, los primeros indicios recalados en la Península sobre la derrota
sufrida en tierras africanas, destacaban a la Legión en los principales
medios de comunicación.
Sin lugar a dudas, la Legión aportaba una excelente carta de
presentación, porque sus contingentes eran los primeros refuerzos
recibidos en Melilla, que lograron acrecentar la moral de una población
cautiva por el miedo y los temores. En los meses sucesivos, las Banderas
Legionarias dominaban la vanguardia de las operaciones reactivadas para
el restablecimiento de los territorios malogrados. No obviándose de
este contexto por momentos irresoluto, que en general, la opinión
pública, pero sobre todo, la oposición republicana y socialista,
reivindicaban responsabilidades por lo sucedido.
En otras
palabras: a los mandos militares les salpicaban los reproches por el
grave traspié en la ejecución de las operaciones, sin que el Alto
Comisario en Marruecos, el General don Dámaso Berenguer Fusté
(1873-1953), impusiera la autoridad que se le supone en la trayectoria
de la campaña y en otros asuntos que se van desmenuzando, entreviéndose
un alto grado de descomposición en la Comandancia.
Conforme las noticias inundan el alcance del Desastre consumado, se
habla más del Tercio, al que una parte significativa de la prensa le
asigna la tarea del vengador en las barbaries y atrocidades perpetradas
por los rifeños con los soldados españoles, sometidos en el Monte
Arruit, Zeluán y otras posiciones colindantes.
En el
imaginario colectivo de los que allí estaban prestos a darlo todo por el
honor de España, los Tercios, era clarividente: imponerse al cabecilla e
infringir un duro castigo a las tribus que le apoyaban. Pero, para
ello, nada mejor que unas fuerzas de primerísima línea integradas por
hombres sin miedo a la muerte, como literalmente indica la propaganda
legionaria.
De hecho, con esta traza se configura la
Infantería de choque: los Regulares y la Legión, contrayendo las
misiones de más dificultad; primero, en la vanguardia, progresando para
la ocupación de posiciones y proceder a la eliminación de los
prisioneros, afín de la destrucción de las poblaciones enemigas; y,
segundo, en la retaguardia, ante la coyuntura de solapar el repliegue de
otras unidades.
Así, en un entramado predispuesto para el
colonialismo europeo y desenmascarado por el interés de sectores
políticos y económicos para obtener el dominio de ciertos territorios en
el Norte de África, entre las páginas memorables de los hechos heroicos
labrados con sudor y sangre en los campos de batalla, centellearía con
luz propia quién habría de ser uno de los resortes para la recuperación
del orgullo nacional, ante los episodios dolorosos producidos al otro
lado del Estrecho de Gibraltar. Obviamente, me refiero a don José
Millán-Astray y Terreros (1879-1954).
“Millán-Astray,
sería el garante y hacedor de armar los corazones de un contingente
aleccionado por la subordinación, la férrea disciplina y un valor
innegociable de quiénes estaban llamados a ser los Legionarios”
Sin
pretender glosar la autobiografía de este extraordinario militar que
ampliamente ha sido definida por ilustres historiadores, analistas e
investigadores, esta narración pretende entretejer y, a su vez, encajar,
el protagonismo encomiable en la creación de la Legión Extranjera y,
cómo no, la fuente de inspiración personal que lo encumbra en la punta
de lanza fundacional, en un espacio geomorfológico que conjeturó la
redefinición de la política colonial de España en la Guerra del Rif.
Ni
que decir tiene, que el Tratado ‘entente cordiale’, de no agresión y
regulación de la expansión colonial, entre el Reino Unido y Francia
suscrito el 8/IV/1904 para el reparto de Marruecos en zonas de
influencia y su ratificación en 1912, viene a devolver las expectativas
de grupos que maniobran en un Estado con insignificante peso en el
entorno internacional.
Por ende, la atracción por el sector
septentrional que le ha correspondido a España, se acrecienta en el
ámbito empresarial por el patrimonio minero y cuantos trabajos de
infraestructura pueden materializarse, entre los políticos monárquicos
ansiosos de fraguar una nueva estampa que a los ojos del mundo realce a
España.
Pero, yendo por partes, la España del último curso del siglo XIX
valorada como decepcionante, realmente actúa de espaldas al Viejo
Continente, en contraposición a las tendencias intelectuales y los
avances científicos. El casticismo era la situación reinante: en Francia
la educación pública y obligatoria se ejercitaba convenientemente, a
diferencia de España que era prácticamente irrisoria.
En otro
orden de cosas, el país conservó Cuba gracias al veto de Londres y París
a la anexión por Estados Unidos, más que por su ahínco. Bastaría con
referir el rechazo del Ministerio de Marina al primer submarino
torpedero, creado por el científico y militar don Isaac Peral y
Caballero (1851-1895). Conjuntamente, los actores europeos evidencian en
sus guerras coloniales la eficacia de contar con unas Tropas
especializadas y acondicionadas a ser enviadas a cualesquiera de los
teatros operacionales.
Incuestionablemente, el paradigma era
la ‘Legión Extranjera Francesa’, instituida el 9/III/1831 por el rey don
Luis Felipe de Orleans (1773-1850), donde agrupó a los ‘Regimientos de
Extranjeros’ que con anterioridad habían constituido la Guardia Real, o
séase, alemanes y suizos. Esta unidad contribuyó en la Guerra de
Argelia, Crimea, Italia, México, Indochina, Madagascar, Dahomey y en el
bando liberal frente al carlista en España, protegiendo y expandiendo el
Imperio Colonial de Francia.
Los fuertes vínculos entre
combatientes de diferentes estados y culturas, se fundamentan en un
vigoroso espíritu de cuerpo y sentimiento aguerrido que no se hallaba en
formaciones sustentadas con el enganche obligatorio.
A pesar
de todo, las Administraciones y el Generalato de la Restauración
continuaba recurriendo en las complejidades de Cuba, Filipinas y
Marruecos, con hombres derivados de las villas, municipios y poblados
escasamente curtidos y poco motivados. En paralelo, un número importante
de oficiales no disponían de la profesionalidad de sus iguales
europeos.
Recuérdese al respecto, que con el ‘Desastre del
98’, España quedó huérfana de los últimos reductos de Ultramar, Cuba,
Puerto Rico, Filipinas y Guam, dejando de ser provincias españolas y
definitivamente abandona su situación de potencia mundial, tras el revés
en la ‘Guerra Hispano-Estadounidense’ (25-IV-1898/12-VIII-1898). A todo
ello hay que sumar, que la sociedad española estaba sumergida en la
desmoralización.
“La Legión se
plasmó como Tropas de asalto aptas para la movilidad y penetración en
las defensas más hostiles, batiéndose bravamente en primera línea y en
un cuerpo a cuerpo prestos a desenvolverse en la Guerra del Rif”
Ya,
en la Conferencia de Algeciras de 1906, a España se le asigna el Norte y
Sur de Marruecos, principalmente las zonas del ‘Rif’, ‘Cabo Juby’ e
‘Ifni’, para asentar un Protectorado con capital en la Ciudad de Tetuán.
A groso modo, la región es abrupta y accidentada, estando ocupada por
tribus que desde el año 1909 cometieron cuantiosos embates al Ejército
Español. Precedente, por el que estalla la ‘Guerra de Melilla’
(1909-1910) y la consabida ‘Semana Trágica de Barcelona’
(25-VII-1909/2-VIII-1909) y otras ciudades de Cataluña, amotinadas por
la remesa de Tropas a estos enclaves.
En idéntica sintonía las
revueltas de las cabilas y tribus del Rif no cesan y culminan con la
‘Guerra del Rif’ (8-VI-1905/27-V-1921), también denominada ‘Segunda
Guerra de Marruecos’, en la que surge la semblanza de la Legión
Extranjera y con ella el rastro imborrable de Millán-Astray.
Ante
de continuar desgranando las piezas de este puzle, no son pocos los que
consideran que las luces de Millán-Astray no deben negarse, pero
también, le acompañan algunas sombras venidas de su amistad personal con
Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) y su colaboración activa en la
dictadura.
Sus defensores refieren en este aspecto, que su
intervención fue relativamente secundaria, deduciendo que el Golpe de
Estado contra la Segunda República cogió a Millán-Astray en Argentina
exponiendo una conferencia. Toda vez, que la Legión adquirió un papel
relevante en la sublevación, con el paso de la columna de la muerte en
el avance del ‘Ejército Nacional’ por Andalucía a través de Extremadura
hacia el Norte, porque comportaba la unión del ‘Ejército del Sur’ que
desde el Norte de África había desembarcado en Algeciras.
Por
lo demás, durante la forma autoritaria del gobierno franquista,
Millán-Astray se le designó Jefe de Propaganda del régimen, encargo que
según sus valedores, apenas desempeñó por situarse al frente del
‘Benemérito Cuerpo de Mutilados’. Sin inmiscuir, que fue procurador en
las Cortes entre 1943 y 1954, acentuándose su patriotismo y proximidad
con los pobres.
Tropas legionarias en la Guerra del Rif.
Aclarados los puntos anteriores, la contienda
de Melilla era intrincada y aparatosa para las Tropas generadas por
unidades de recluta forzosa, que como inicialmente he indicado, contaban
con una limitada preparación y adiestramiento y escasez logística para
llevar a término sus acciones. Lo que determinaba cuantiosas bajas que
agrandaban la moral quebradiza de los soldados, por momentos,
desorientados a su suerte. En esta tesitura se introdujeron ‘Batallones
de Indígenas’, los ‘Regulares’.
Con la singularidad que la
lucha implacable se desarrolla ante un adversario falto de planeamiento
sistemático de habilidades, destrezas, conocimientos y aptitudes, pero
que domina las tácticas particulares de una guerra irregular y
asimétrica, hasta auparlo como pez en el agua, al poner el máximo
esfuerzo en los niveles tácticos, operacionales y estratégicos que
frustran la progresión de las fuerzas hispanas.
Indiscutiblemente,
este escenario apremia a una profunda reflexión por el escaso potencial
de un Ejército vertebrado en el Servicio Militar Obligatorio o
Conscripción, y del que se salvan los que sufragan la sustitución o
redención en metálico.
Justamente, la predisposición negativa
en el devenir de las operaciones militares y la desproporción del
Servicio de Armas, dan lugar a campañas de reprobaciones promovidas por
socialistas y republicanos, que cuentan con el respaldo de quienes no
están circunscritos a la izquierda política.
Llegados hasta
aquí, se sugiere el menester de tantear la configuración de un ‘Ejército
Colonial’ sustentado por ‘Voluntarios’, a modo de los que aparejan
Francia, Gran Bretaña y otros estados. Despuntan así, en 1911, las
‘Fuerzas Regulares Indígenas’, los admirados y loados ‘Regulares’, pero
insuficientes en representación, por lo que difícilmente se mitiga el
inconveniente de las bajas sufridas y en muy reducida medida se prospera
en la conquista territorial.
Un año más tarde, se rectifica
el Sistema de Reclutamiento al anularse la redención mediante el
desembolso de una cuantía de dinero. Es con esta fórmula como se baraja
la posibilidad que los hijos de familias acaudaladas, sean destinados a
Marruecos. Inmediatamente, los partidos dinásticos reactivan otras
proposiciones u ofertas para que la estancia en tierras africanas se
cubra con personal deseoso de querer incorporarse y no exigido. Al
malograrse el binomio Soldado-colono con el aliciente de tierras una vez
concluido el servicio, en 1918, el Estado Mayor Central se afana por la
instauración de una entidad de Infantería, en atención al molde de la
‘Legión Extranjera Francesa’.
Para entonces, es preciso
retroceder en el tiempo, porque la sugerencia y el ofrecimiento en la
ebullición de la Legión como unidad de élite, nace por idea del Teniente
Coronel Millán-Astray, que figura entre los militares que más ambición y
ardor demuestra, a la hora de interpelar por la conveniencia de una
Infantería de choque provista de ‘Voluntarios Extranjeros’ y ‘Españoles’
para ser dispuestos en el Norte de África, e inspirada en la ‘Legión
Extranjera Francesa’ que tan excelentes resultados ofrecía en sus lances
exteriores.
Con este convencimiento, Millán-Astray visita al
Ministro de la Guerra y se brinda para preparar y dirigir estas Tropas. E
incluso, su concepción arrastra al rey don Alfonso XIII (1886-1941),
llamado ‘el Africano’, por su inclinación por este continente,
esmerándose en conceder a la Legión un talante exclusivo, tosco y osado,
que penetre en el ánimo africanista, ultraconservador y militarista,
concibiendo la guerra en un universo aparentemente en trance y como una
materia titánica y fundamental.
Con el vivo retrato que la
Legión varíe de otras unidades, responde su nombre originario ‘Tercio de
Extranjeros’, en memoria de los ‘Viejos Tercios’, los pioneros del
estilo militar español acompasado en el siglo XVI. O lo que es igual: el
atuendo verde grisáceo, la camisa de cuello abierto, el gorro con
borla, su himno y las canciones, los gritos, los guiones de las Banderas
o el régimen disciplinario inquebrantable, en lo que ante todo se
entiende como la ‘Liturgia Legionaria’.
Una gracia satisfecha e
inherente a un elenco de expresiones y retóricas sintetizadas en el
‘Credo Legionario’, con el que se transfiere el sentimiento patrio y
tribal de pertenencia a un grupo marcial, capaz de fundir el
compañerismo o el sufrimiento, ansias de superación y la contigüidad con
la muerte. Uno de los Espíritus del Credo forja el culto a la muerte
que es consustancial a la Legión: “El morir en el combate es el mayor
honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir
no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un
cobarde”.
Millán-Astray insistentemente inspira la resonancia
de la muerte de los Legionarios en el campo de batalla, que se convierte
en un requerimiento primordial de sus alocuciones: “La Legión os pide
sin escrúpulos y sin miramientos que muráis por una causa que ella
defiende y en virtud del compromiso que habéis firmado”. Enarbolando la
promesa no sólo en lo que atañe al valor y el sacrificio por la Patria,
sino además, a la ocasión distintiva de encontrarse cara a cara frente a
ella, la muerte, observando el destino de abrir las puertas a la
redención y con ello, quedar libres de un ayer empañado y colmado de
aflicciones que ahora fraternalmente la Legión le dispensa.
Esta
pleitesía a la muerte, alcanzada por el conjunto de la oficialidad
legionaria, es característica del período al que verso, cuando
intelectuales y pensadores europeos hacían bandera del irracionalismo,
privilegiando el uso de la voluntad y la individualidad por encima de la
comprensión racional del mundo objetivo.
Así, el 28/I/1920 se
sanciona por Real Decreto la creación del ‘Tercio de Extranjeros’,
siendo Ministro de la Guerra el General don José Villalba Riquelme
(1856-1944), gran restaurador de la milicia. Dicha norma jurídica
instituía al pie de la letra dice: “Con la denominación de Tercio de
Extranjeros se creará una Unidad militar y armada, cuyos efectivos y
haberes y reglamento por que ha de regirse serán fijados por el
Ministerio de Guerra”.
Con lo cual, la Legión se plasmó como
Tropas de asalto aptas para la movilidad y penetración en las defensas
más hostiles, batiéndose bravamente en primera línea y en un cuerpo a
cuerpo prestos a desenvolverse en la ‘Guerra del Rif’. Amén, que la
Legión, contribuyó en la ‘Revolución de Asturias’ (5-X-1934/19-X-1934) y
en la ‘Guerra Civil Española’ (17-VII-1936/1-IV-1939). Aparte de
salvaguardar las últimas posesiones en Sidi Ifni y el Sáhara hasta 1975.
Las exigencias para el alistamiento residían en ser sano, fuerte y apto
para empuñar las armas en una franja de edad entre los 18 y 40 años.
Ofreciéndose la alternativa de hacer la ‘Carrera Militar’ y llegar a
oficial.
Cómo no podía ser de otra manera, el mando del Tercio
de Extranjeros lo ostentó Millán-Astray el 2/IX/1920, estableciendo la
sede de la Unidad en el Cuartel del Rey, ubicado en Ceuta. Pero, según
consideraría su promotor, la ‘Cuna de la Legión’ no se originaría hasta
el 20/IX/1920, intervalo puntual en el que se enroló el primer Caballero
Legionario, don Marcelo Villeval Gaitán, que cinco años después
fallecería en el ‘Desembarco de Alhucemas’.
La primera facción
de Voluntarios recayó en doscientos catalanes que el Teniente Coronel
distinguió como ‘la esencia de la Legión’. Esta índole que identificaba a
la Legión, hacía de ella una Unidad atrayente, seductora, hospitalaria e
internacional por aceptar a extranjeros.
Asimismo, era
abierta porque poseía la generosidad de redimir a las personas
rechazadas y que no eran bien vistas en la sociedad, bien por ser
delincuentes o menesterosos, y ahora disponer la oportunidad de
convertirse en nada más y nada menos, que en Caballeros Legionarios.
Queda
claro, que en la Legión se entretejieron un sinfín de clases sociales
con sus pros y contras, como de contornos cosmopolitas por la hazaña que
atribuía afiliarse en la idiosincrasia de una religión de hombres
honrados. Tómese como ejemplo, el testimonio notificado por un Caballero
Legionario de nacionalidad inglesa que obtuvo el rango de Alférez: “La
Legión es la fuerza más combativa del mundo; como inglés sólo puedo
hablar de mi orgullo por haber servido en las filas de la Legión, mandar
tales soldados fue una de las mayores experiencias de mi vida”.
En
consecuencia, Millán-Astray, sería el garante y hacedor de armar los
corazones de un contingente enteramente profesionalizado y aleccionado
por la subordinación, la férrea disciplina y un valor innegociable de
quiénes estaban llamados a ser los ‘Legionarios’, ante los rigurosísimos
entornos medioambientales y de salubridad que les aguardaban en el
último lapso de la ‘Guerra del Rif’ (1921-1927).
Para alumbrar
a estos hombres cohesionados con la bravura, el arresto y la fogosidad
por bandera, su inspirador acrisoló el ‘Credo Legionario’ sublimado en
doce normas de comportamiento, cuyo designio era clarividente:
homogeneizar y pulir la pertenencia de grupo y el espíritu de cuerpo, de
quien para la eternidad sería consagrado como el ‘glorioso mutilado’.
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