Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
En los estrenos del siglo XX, Marruecos, era lo que actualmente se
conoce como un ‘Estado fallido’.
Para una mejor comprensión de dicha
definición, el Centro de Estudio ‘Fund for Peace’, lo encuadra en “la
pérdida de control físico del territorio o del monopolio en el uso
legítimo de la fuerza, erosión de la autoridad en la toma de decisiones,
o incapacidad para suministrar los servicios básicos”.
Y es
que, la potestad del Sultán era tan frágil, que el peso central
únicamente se desplegaba sobre menos de la mitad de la región: desde el
litoral Atlántico hasta Agadir y tres lenguas que ahondaban en el
interior; llámense Tetuán, Fez y Marraqués. El resto de la nación
quedaba a merced de los señores de la guerra, de los cuales, algunos le
pugnaban el trono al Sultán.
Atendiendo a los heridos en una posición defensiva.
Obviamente, este desequilibrio empujó a un sin
fin de intromisiones de actores europeos, así como de los Estados
Unidos, básicamente, de poca intensidad y predestinadas a intereses
económicos o al respaldo de sus conciudadanos.
“Los Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas y el Tercio,
nominalmente de Extranjeros, rubricaron con letras de sangre
cristalizadas en oro, gloriosas páginas en la ‘Historia Militar de
España, hasta erigirse en las sucesoras y herederas tanto de sus
historiales intrépidos, como de vicisitudes audaces de armas, poniéndose
de relieve a la hora de hacer frente a un contrincante resuelto, audaz y
vehemente, como el rifeño”
Entre
las potencias circundantes, Francia, destacó por su aguda actividad y
pretendió apropiarse de las minas de hierro y plomo emplazadas a unos 25
kilómetros al Suroeste de Melilla. En la misma tesitura, empresarios
españoles formaron una sociedad dispuesta a explotar los yacimientos y
comenzaron la obra de un ferrocarril minero. Por lo demás, la agresión
de los obreros que edificaban la vía por parte de cabileños, dio lugar
al ‘Desastre del Barranco del Lobo’ (7/VII/1909) que provocó 153
fallecidos y más de 500 heridos.
Si bien, finalizó con triunfo militar, invadiéndose el macizo del monte Gurugú.
Del
mismo modo, cayó la victoria en la ‘Campaña del Kert’
(24-VIII-1911/15-V-1912), un lance armado en el Norte de Marruecos entre
España y las harkas rifeñas insurgentes lideradas por Mohammed
Ameziane, el Mizzian (1859-1912), cadí de los Beni Bu Gafa, que había
emprendido una Yihad contra la ocupación española en el Rif Oriental.
Un
año más tarde, en 1912, Francia y España admitieron un Protectorado que
consistía en dos territorios del actual Marruecos geográficamente
disjuntos, con la conformidad de los principales países del momento.
La
demarcación española residía en un sector del Norte, exceptuando la
Ciudad Internacional de Tánger, de unos 20.000 kilómetros cuadrados de
extensión y un millón de habitantes.
Además, el régimen del
Protectorado no significaba rigurosamente una colonia, al establecerse
una doble Administración y en la que Marruecos mantenía sus competencias
habituales y hasta una pequeña fuerza militar. Ni que decir tiene, que
el fondo de la cuestión radicaba en la pacificación y modernización del
estado.
Como es consabido, el Protectorado permaneció activo
casi medio siglo hasta la posterior Independencia en 1956, fecha en que,
gracias a la actuación franco-española, el Sultán desempeñaba su
autoridad sobre la integridad de la circunscripción. A partir de unas
bases preliminares, en el caso concreto de Ceuta y Melilla y su entorno,
ambos países emprendieron el acomodo y dominio de sus divisiones
concernientes, y en los que, tanto al Sur como al Este, el Protectorado
español lindaba con el francés.
En sí, este proceso proyectado
a medio y largo plazo, quedó en suspenso por la ‘Primera Guerra
Mundial’ (1914-1918). En el centro de la franja se hallaba el Rif,
comenzando en el rio Amekrán, a unos cien kilómetros al Oeste de
Melilla, con la cabila rifeña Tensamán.
Combatientes rifeños.
La cabila ubicada cerca del Peñón de Alhucemas era la de Ait Uriagal,
en árabe, Beni Urriaguel, aunque el dialecto primitivo de sus
residentes es el tarifit, y su Jefe, Abd el-Krim (1883-1963), cuyo
nombre completo era Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim El-Jattabi,
manifiestamente proespañol.
Brevemente, apuntando algunas
reseñas biográficas que lo enmarquen en su trayectoria, Abd el-Krim,
realizó sus estudios en Tetuán y Melilla, seguidamente materializó dos
años de aprendizajes coránicos en Fez, para finalmente asentarse en la
plaza española. Me refiero al hombre más versado del territorio que
desempeñó tres responsabilidades afines: primero, intérprete de la
Oficina de Asuntos Indígenas; segundo, columnista del periódico local
“El telegrama del Rif” y, tercero, juez para la urbe musulmana y en
adelante, juez de jueces.
Con lo cual, para lo que a
posteriori encarnó su figura en el devenir de los intereses hispanos, su
integración no podía ser más completa. Mismamente, la apertura de la
guerra en el Viejo Continente alteraría significativamente su vida de
manera radical e irreversible.
Entre tanto, el Imperio
Otomano, Sede del Califato y Jefatura del Islam, se alió con Alemania,
lo que hizo convertirlo en adversario ineludible de Francia.
Evidentemente, como esta nación era quién compartía con España el
Protectorado, las circunstancias se tornaron abruptas para Abd el-Krim,
siendo encarcelado a petición francesa, tras reprochar la represión
contra unos musulmanes argelinos.
El castigo lo cumplió en el Fuerte exterior de Rostrogordo en Melilla.
En
noviembre de 1918, tenso e impaciente por el triunfo francés en la
conflagración que se desarrollaba, le empujó a dejar Melilla para
cobijarse en Axdir, localidad de su nacimiento. Inmediatamente haría lo
mismo su hermano menor, Mhamed (1892-1967), que, por entonces, estudiaba
Ingeniería de Minas en Madrid y se hospedaba en la Residencia de
Estudiantes.
Subsiguientemente, la consumación de la ‘Gran
Guerra’, permitió que tanto Francia como España, restablecieran la
ocupación del espacio marroquí otorgado. Toda vez, que no se trataba de
movimientos de resistencia. Para ello, una avanzadilla hilvanaba los
contactos pertinentes con los Jefes de las cabilas, a quienes prometían
respeto a sus hábitos y tradiciones, y simultáneamente, se les ofrecía
una compensación económica. Podría postularse, que el procedimiento
llevado a cabo era parsimonioso, pero, al menos, daba los resultados
deseados y no se ocasionaban colisiones de envergadura. Amén, que la
probabilidad de estas últimas, podría desencadenarse por motivos
políticos.
Tras la vivencia de la Semana Trágica de Barcelona y
por decisión del General Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953), en 1911,
se instauran los ‘Grupos de Fuerzas Regulares Indígenas’, como fuerza de
choque y vanguardia y de índole enteramente profesional, constituidos
mayoritariamente por marroquíes con la opción de ascender a Suboficial, e
incluso a Oficial, los designados ‘Alféreces moros’, con la
contribución memorable del Teniente Coronel Santiago González-Tablas y
García-Herreros (1879-1922).
En 1920 y con idéntica voluntad
de prescindir que los ‘Soldados de Reemplazo’ se implicasen de lleno en
actuaciones belicosas, el Teniente Coronel José Millán-Astray y Terreros
(1879-1954) promovió la creación del ‘Tercio’, nominalmente ‘de
Extranjeros’, pero acomodado principalmente por voluntarios españoles.
Ambos
Cuerpos, rubricaron con letras de sangre cristalizadas en oro,
gloriosas páginas en la ‘Historia Militar de España’, hasta erigirse en
las sucesoras y herederas tanto de sus historiales intrépidos, como de
vicisitudes audaces de armas, poniéndose de relieve a la hora de hacer
frente a un contrincante resuelto, audaz y vehemente como el rifeño.
Contingencia hecha ostensible cuando en las postrimerías de 1920, el
Comandante General de Melilla, Manuel Fernández Silvestre (1871-1921),
dirigió la maniobra más ambiciosa que estaba pendiente de cristalizarse.
O
lo que es igual, entretejer la Bahía de Alhucemas con las ‘Fuerzas
Expedicionarias’ provenientes de la Zona Occidental, lo que en la
práctica conjeturó culminar la adquisición del territorio español del
Protectorado.
Para ser más preciso, en 1921, al establecer su
acantonamiento junto a la pequeña aldea de ‘Annual’, situada en el
Noroeste de Marruecos y a unos 60 kilómetros al Oeste de Melilla, en los
seis meses anteriores apenas se habían producido pérdidas humanas. Tan
sólo, diez muertos y unos sesenta heridos.
Desde ‘Annual’, el
término desciende hasta la vertiente del río Amekrán, límite Oriental
del Rif, pero en seguida se empina, de modo que, para alcanzar
Alhucemas, irremisiblemente era imperativo atravesar una escabrosa
barrera desigual y accidentada.
Claro, que la alternativa de
este periplo se convertía en continuos debates y discordias, para un
rival perfectamente pertrechado y dispuesto. De hecho, cuando años
después se dispuso la carretera que conecta Tetuán con Melilla, se
empleó la demarcatoria de aguas, más al Sur, en el área de Ain Zorah.
Alcanzados
finales de mayo, las Tropas españolas irrumpieron en la posición de
Sidi Dris, en la desembocadura del Amekrán y el General Silvestre ordenó
invadir la primera altura en el acceso a Alhucemas: el Monte Abarrán,
emplazado en suelo de la cabila de Tensamán.
Prestamente, la
cresta de la montaña la ocupó un Ejército de 1.500 individuos, pero tras
unos pequeños trabajos de fortificación se decidió regresar a ‘Annual’.
Únicamente, siguieron 50 Soldados y 200 Policías Indígenas, que al poco
tiempo abandonaron al ser abordados por una partida de Tensamán en la
que sucumbieron los españoles, incluyéndose su Capitán Salafranca; con
la excepción, del Teniente Flomesta, muriendo en cautiverio y a quien en
vano se le exigió el funcionamiento de las espoletas empleadas en los
proyectiles de los cañones.
Este acometimiento, el primero en
que los españoles eran vencidos, comenzaba a ser discontinuo y
recurrente, fraguado con una agresividad enfervorizada. Mientras tanto,
Abd el-Krim, aspiraba instaurar su protagonismo y los rifeños con
experiencia acumulada en luchas tribales, poseían en propiedad armas y
munición de los excedentes de la ‘Primera Guerra Mundial’. Sin
soslayarse, que, en los meses y años sucesivos, veteranos combatientes
de naciones europeas adiestraron y asesoraron convenientemente a los
cabileños.
En esta coyuntura, tras ver contrarrestado uno de
los tantos asaltos, el caudillo rifeño concentró su arrojo en el foco de
‘Igueriben’, contiguo al de ‘Annual’ y desprovisto de agua, para ser
castigado desde elevaciones próximas. Pronto, las harkas hostigaron a
los convoyes de aprovisionamiento y en una de estas tentativas resultó
herido el Teniente de Regulares Mohamed Ben Mezián Bel Kassen
(1897-1975), futuro Teniente General del Ejército Español y Mariscal de
las Fuerzas Armadas de Marruecos.
‘Igueriben’, inicialmente
conformado con 244 hombres y conducidos por el Comandante Benítez, quedó
sentenciado. Con otro auxilio malogrado, llegó por heliógrafo el último
mensaje al Cuartel General: “Nos quedan doce cargas de cañón. Tras oír
la última disparad sobre nosotros, porque el enemigo estará en la
posición”. Lo cierto es, que algunos lograron dispersarse y, en
definitiva, llegar al campamento de ‘Annual’.
La quiebra de
‘Igueriben’ tonificó el prestigio de Abd el-Krim y postró el contexto de
las ‘Tropas Coloniales’, sobre todo, cuando varias cabilas se lanzaron
en oleadas y cuya única ruta de abastecimiento radicaba en un atajo
carretero que bifurcaba de la llanura de Drius, a casi 50 kilómetros de
distancia. Ya, en el anochecer del 21 y 22 de julio y tras diversos
Consejos de Guerra, Silvestre, predispuso el repliegue hacia Drius. Sin
existencias de agua, el escenario era inquietante y enternecedor: con
algo más de 5.000 hombres, de los cuales, 2.000 eran nativos, persistía
la penuria en las municiones y el material de apoyo como ametralladoras y
cañones estaban inoperativos.
Antes de emprender la marcha en
aquella tierra baldía, numerosas columnas de rifeños se encaminaron al
reducto con acometividad exaltada y abrieron fuego sostenido para
doblegarlos con sus armas. Las fuerzas integrantes sobresaltadas,
entraron en pánico y se alejaron unos metros en desconcierto; a la par,
que, a duras penas, una minoría intentaba resistir a las turbas.
Los resultados presagiaron lo peor: con ellos, perecieron Silvestre y el Jefe de la Policía Indígena, el Coronel Morales.
“Melilla,
a 86 kilómetros de la aldea de Annual y a 37 del Monte Arruit, por
antonomasia, se constituyeron en los tres puntos neurálgicos que
conformaron los vértices de un triángulo letal, en el que aconteció lo
que historiadores e investigadores han contemplado como el descalabro
militar de más calado en la España del siglo XX: el Desastre de Annual”
Sin
lugar a duda, la sustracción del recinto de ‘Annual’ era la onda
expansiva para el pronunciamiento sublevado de las cabilas, en el que
intervendrían cada una de las situadas entre Melilla y ‘Annual’.
En
milésimas de segundos prolongados con interminables largas horas de
duelo, las condiciones de sobrevivencia se volvieron dramáticas para
quienes se afanaban por neutralizar aquel infierno. El denominado
desfiladero de Izumar, primera fase del retroceso, no era una senda
estrecha, sino que, por el contrario, abierta con pendiente y alturas en
los lados de entre 50 y 100 metros.
Pero, la deshidratación,
más el bochorno del verano y el desasosiego, unidos a la ansiedad y el
desamparo de las incursiones, escasamente reforzadas y entreviendo la
falta de avances territoriales, actuaron de detonantes hasta descomponer
aquella jornada aciaga en un callejón sin salida con centenares de
extintos y desparecidos.
Una vez sobrepasado el pasadizo de
los montículos entre ‘Annual’ y Drius, este último, a las órdenes del
General Navarro, Segundo Jefe de la Comandancia de Melilla, la recalada
de las Tropas que indagaban el itinerario a la Ciudad española, traspuso
la desorganización surgida al salir de ‘Annual’. Navarro, aun contando
con suficientes Soldados, agua y armamento para repeler las acometidas,
hizo lo mismo que Silvestre, retirarse a Batel, donde había una línea
férrea. Quizás, en su determinación, oscilaría la inclinación de
socorrer a más de dos centenares de maltrechos.
Por lo demás, a
mitad del recorrido se atinaba el cauce del río Igan, realmente una
diminuta depresión con cauce seco, pero cuyo borde derecho estaba
interceptado y atajado por una horda de turbantes rebeldes que no
titubearon en acribillar a la columna. Era el intervalo denodado del
‘Regimiento de Caballería Alcántara N.º 14’, ordenado accidentalmente
por el Teniente Coronel Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930),
porque su Jefe, el Coronel Manella, había muerto en ‘Annual’.
Con
una templanza portentosa y me atrevería a indicar, sublime, los jinetes
de Alcántara a la exclamación de ¡Viva España!, efectuaron cuatro
cargas a los rifeños insistiendo en su persistencia y valentía, al
competir a pie y cuando no le era acorde el manejo de las tercerolas, se
asieron del sable con destreza.
Conforme se rubricaba otro de
los muchos episodios destacados, la elevada cantidad de bajas
cosechadas, llevó en volandas a los educandos de banda, veterinarios y
herradores, que se añadieron a un desafío encarnizado. De los 691 Jefes,
Oficiales y Soldados, perecieron 471, entre los cuales, yacían 13 de
los 14 educandos de banda y 12 de los 14 herradores.
Allende
al capítulo retratado, cuando las Tropas regresaron al corazón de los
hechos constatados, atónitos descubrieron los restos de hombres y
caballos prestos en formación, allí, donde ofrecieron lo mejor de sí
mismos: la vida por la Patria.
Consecutivamente, diversas Unidades hubieron de improvisar en su maniobrabilidad.
La
Guarnición del Zoco el Telatza de Bu Beker, bajo las consignas del
Teniente Coronel García Esteban perteneciente al ‘Regimiento de
Infantería África N.º 68’, y custodiados a retaguardia por una Sección
de 25 jinetes del ‘Regimiento de Caballería Alcántara N.º 14’ dirigidos
por el Sargento Benavent, hasta la vereda fronteriza de Hasi Uesnga,
tenía el camino de retirada en manos del adversario. Lo que le obligó a
reemplazar el rumbo más al Sur, hasta embocar la zona francesa.
Otra
Unidad rehusó la indagación de la carretera o el ferrocarril, optando
por encaminarse a Melilla por la Restinga; o séase, en el friso de arena
que separa el Mediterráneo de la Mar Chica.
De esta manera,
se protegía los extremos y solamente podía ser acosada por el trazado
opuesto a su dirección de avance, en una superficie plana donde
difícilmente cuajaban las emboscadas. Alcanzada la bocana, unas barcazas
le surcaron al ala Norte de la Restinga, a muy poca distancia de
Melilla.
La columna principal encabezada por el General
Navarro, llegó el 29/VII/1921 al campamento de Arruí, distinguido por el
Monte Arruit. Aquel grueso lo constituían unos 3.000 hombres con
indudables síntomas de agotamiento, que de golpe se vieron acorralados
en una esfera sin agua, y a unos 30 kilómetros de Melilla y en medio, a
dos kilómetros al Sur de Nador, aguantaba un grupo de Guardias Civiles,
militares y paisanos guarecidos en la Fábrica de Harinas.
Once
inacabables días con sus noches, desde el 22 de julio al 2 de agosto y
precedidos por el Teniente de la Guardia Civil Jefe de la Línea, Fresno
Urzay, resistieron hasta dar por consumida la munición. Los cabileños,
en gratitud a su coraje y bravura, les respetaron la vida y dejaron que
se amparasen en Melilla, apenas a 10 kilómetros de trecho.
Lo que con dramatismo sobrevino en ‘Annual’, es ampliamente conocido, si bien, con lagunas por extraerse.
Estos
sucesos luctuosos sacudieron y estremecieron a más no poder a la
sociedad española en su conjunto, con una respuesta patriótica sin
precedentes. Para empezar, se eliminaron las prerrogativas que a cambio
de dinero concedían la dispensa del Servicio Militar Obligatorio.
Conjuntamente, Abd el-Krim, acopló una República circunstancial del Rif,
incompatible tanto con la disposición de España y Francia, como del
Sultán de Marruecos.
En conclusión, por vez primera y en mucho
tiempo, el Ejército tuvo manos libres y recursos como factor decisivo:
el mando desempeñado por el General José Sanjurjo Sacanell (1832-1936),
como Alto Comisario, junto con el General Manuel Goded Llopis
(1881-1936), Jefe de Estado Mayor, perfiló una táctica de penetraciones
que en 1927 completaron el conflicto bélico.
Allá, en la
lejanía, quedaban infinitas desdichas, pero, ahora, en lo más próximo,
los desagravios se eclipsaban, las cabilas se sometían, los prisioneros
se abrazaban a la libertad y se activaron programas de Sanidad para
lidiar potencialmente una enfermedad mortal: el paludismo o malaria.
Consecuentemente,
Melilla, a 86 kilómetros de la aldea de ‘Annual’ y a 37 del Monte
Arruit, por antonomasia, se constituyeron en los tres puntos neurálgicos
que conformaron los vértices de un triángulo letal, en el que aconteció
lo que historiadores e investigadores han contemplado como el
descalabro militar de más calado en la España del siglo XX: el ‘Desastre
de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921).
‘Annual’, señuelo del
desmoronamiento y de la frustración, pagó un alto precio en la que sería
la última cruzada colonial y el principio del fin de una nueva era.
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