Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
El cuándo y el dónde, son factores desencadenantes, que, por
antonomasia, pueden ser o no ser, capaces de determinar el devenir de
una contienda. Así, los años veinte no fueron menos a esta realidad en
aquellas tierras insólitas del Rif, donde los sucesos tomaron el pulso
para que un puñado de hombres honrados se exigiesen a sí mismos, tirando
del ingenio y el valor para suplir su escasa preparación, enfrentándose
a un sinfín de enemigos indomables; que, por otro lado, se excedían en
acometividad y furia y manejaban a la perfección el arte de la pericia,
así como la persuasión, intimación y represión, hasta erigirse en el
telón de Aquiles de los contingentes españoles.
Legionarios en Tizzi Assa.
Entre tanto,
difícilmente quedaban al margen las dificultades del traslado de las
‘Fuerzas Expedicionarias’ al Norte de África, hasta el punto, de
aparejar situaciones verdaderamente extremas para una lucha infernal,
que gradualmente se hizo más desigual e improductiva ante la tenacidad
indígena forjada en la violencia y la guerra.
Posteriormente, lo que la historiografía denominó el ‘Desastre de
Annual’, la sociedad española experimenta un drama convertido en
desdicha, trayendo consigo unos derroteros descomunales: vidas humanas
truncadas e insepultas, gastos materiales imponentes, pero, sobre todo,
el entramado psicológico moral socavado desde todas sus vertientes.
Si
bien, no ha de soslayarse, una de las secuelas que trasciende y resuena
en el sentir generalizado de la nación, recayendo en las cifras de
prisioneros cautivos en manos del máximo exponente del nacionalismo
rifeño, Abd el Krim El Jatabi (1882-1963).
Desde el mismo instante del descalabro y el paso de las jornadas
tediosas y rutinarias, se hacía preciso la intervención apremiante de
personalidades o figuras influyentes, al objeto de rescatar cuanto antes
a los prisioneros españoles, constatándose el proceder
institucionalizado de las distintas direcciones, hasta las tareas de
personas anónimas, para acabar cuanto antes con esta pesadilla.
Con
lo cual, la argumentación y digámosle, la tesis, de los apresados
españoles a la sombra de los rebeldes avispados, es una cuestión
candente en las negociaciones mantenidas entre España y el caudillo
rifeño en 1925. Obviamente, las adversidades a las que se les sometió en
trechos interminables, hicieron que los testimonios y alegatos con los
que se cierra esta disertación, queden entre las páginas escritas como
otras de las señas identificativas del legado de ‘Annual’.
Con
estas connotaciones preliminares, el pragmatismo colonial español en
Marruecos estuvo respaldado por una conciencia popular, que ciertamente
absorbe el sentimiento patriótico de cara al dualismo euforia-tragedia.
Este segundo vocablo viene atribuido por los fracasos militares y, con
exclusiva resonancia en ‘Annual’. Porque, el revés, entrevió el mayor de
los sufridos por las armas españolas en territorio marroquí, desde el
establecimiento del Protectorado en 1912.
En apenas pocos
días, la superioridad militar de la Comandancia General de Melilla, se
vería simplificada a los límites divisorios de la propia Guarnición. Si
acaso, una pequeña extensión intimidada y desafiada por una hervidero
curtido, descentralizado, escaso y mal armado, pero que pone en jaque y
prácticamente malogra los propósitos de un ejército convencional.
Asimismo, el cataclismo de ‘Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921), aparejó
una cuantificación de víctimas desmedida a otros embates; además, el
grupo de militares africanistas, estaba perfectamente definido y la
conducción interna sufría el deterioro y la decadencia del régimen de la
Restauración, hasta propiciar el ‘Golde de Estado’ de Miguel Primo de
Rivera y Orbaneja (1870-1930).
Por lo demás, el Pueblo herido
de muerte en lo que atañe a sus designios de expansión en Marruecos, aún
existía un mínimo resquicio resuelto a esta complejidad, que era para
muchos una panacea. Sobraría decir, que se demandaron responsabilidades
por la ola de indignación surgida, estando a la expectativa de la puesta
en libertad de los prisioneros a merced del enemigo y dilatándose en el
tiempo.
Era claro que, si la opinión pública soportaba las
secuelas derivadas de ‘Annual’, las noticias subsiguientes llegadas del
‘Asedio de Monte Arruit’ (24-VII-1921/9-VIII-1921), no iban más que
agravar un escenario por momentos incierto, unido al descontento de la
trama sin resolverse de los prisioneros de guerra.
Para ser
más preciso en la exposición de estas líneas, el contenido y fondo del
cautiverio alcanzó cotas inimaginables, adquiriendo una escala de primer
orden, sobre todo, a raíz de las numerosísimas peticiones llegadas
hasta Su Majestad el rey Alfonso XIII (1886-1941). Ya, en diciembre de
1922, transcurrido año y medio desde que los detenidos continuaban en
poder de Abd el Krim, se constituyó el Gobierno de Concentración Liberal
con la presidencia de Manuel García Prieto (1859-1938).
En
dicho Gabinete formaban parte cada una de las facciones liberales.
Comenzando por la cartera de Gobernación, desempeñada por el Duque
Almodóvar del Valle; mientras, que del Ministerio de Marina se encargó
Luis Silvela Casado. Toda vez, que Álvaro Figueroa y Torres, por su
título nobiliario, Conde de Romanones, se ocuparía del Ministerio de
Gracia y Justicia, desempeñando más tarde el deber de Presidente del
Senado y Joaquín Salvatella Gisbert, encomendado al Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes.
Y para la izquierda
liberal, los Ministerios de Estado y Trabajo, ejercidos por Santiago
Alba Bonifaz y Joaquín Chapaprieta y Toregrosa. En cuanto a los
reformistas, respectivamente, el Ministerio de la Guerra, Hacienda y
Fomento, Niceto Alcalá-Zamora y Torres, José Manuel Pedregal y Sánchez y
Rafael Gasset Chinchilla.
El nuevo Gobierno debía contrarrestar el desafío de recuperar a los prisioneros.
"Los
sucesos de Annual, tomaron el pulso para que un puñado de hombres
honrados se exigiesen a sí mismos, tirando del ingenio y el valor para
suplir su escasa preparación, enfrentándose a un sinfín de enemigos
indomables"
O lo que es
lo mismo: la legado de la anterior Administración se fundamentaba en la
doctrina conservadora, firme en sus aspiraciones en que los prisioneros
habrían de ser liberados y no sobornados con dinero.
Recuérdese
al respecto, que el anterior Ministro de la Guerra, Juan de la Cierva y
Peñafiel (1864-1938), orientó su política hacia la ocupación de la
superficie perdida, restableciendo entre otros, Tifasor, Yazanem, Vixam,
Ras-Medua y Tanriat-Amed. En paralelo a estas actuaciones, se
efectuaron algunos contactos tendentes al rescate, aunque cayeron en
saco roto.
Con el Gobierno conservador de José Sánchez Guerra y
Martínez (1859-1935), se prolongaron los trabajos para la liberación de
los cautivos, a pesar de que era mucho más partidario a la negociación.
Los esfuerzos se desenvolvieron con una táctica poco competente.
Únicamente, existió un conato formal de acuerdo, cuando Abd el Krim
planteó que el industrial, político y banquero Horacio Echevarrieta
Maruri (1870-1963) actuase como mediador.
Lo cierto es, que,
con el Gobierno de Concentración Liberal, los tientos y las reuniones
tendentes a la liberación fueron varias, pero con la ausencia de
coordinación y un vacío enorme en los frutos. Cada uno de los
representantes practicaba un papel próximo a los rifeños, dando la
sensación de quién resistía más a sus conveniencias.
Hay que
partir de la base, que inicialmente se hallaban algunos camaradas
marroquíes del Jerife de las tribus de Yebala, Muley Ahmed ibn Muhammad
(1871-1925), más conocido como El Raisuni, poniendo su tesón en instar a
Abd el Krim para que entregase a los prisioneros y dando la sensación
de fantasear. Tal vez, envalentonado por la victoria de ‘Annual’.
También, hay que mencionar la misión del intérprete de la Alta
Comisaría, Señor González. Y, por último, como tercer actor partícipe,
entraba a jugar los tejemanejes y complots de los franceses.
A
la par, sin promoverlo, pero extrayendo una mayor presión sobre los
Gobiernos de Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar, Antonio Maura y
Montaner, y Sánchez Guerra, los familiares y allegados de los
prisioneros tuvieron un protagonismo preferente. Digamos, que
pretendieron una liberación instantánea. Para ello, implantaron la
denominada ‘Comisión pro-rescate’, facilitando al Presidente del Consejo
un manuscrito, en el que declaraban su inquietud ante las habladurías
que los prisioneros no estaban vigilados por las huestes de Abd el Krim.
En
vista de todo ello, formularon el establecimiento de una Junta Civil,
que llevara a buen puerto las conexiones y de la que mediasen los
integrantes de la ‘Comisión pro-rescate’. En definitiva, creían estar
convencidos que la vía para alcanzar resultados propicios, era sufragar
la redención que solicitaba el líder rifeño. Quedando descartada la
pretensión de realizar una liberación por la fuerza, sin que mediase
dinero alguno.
Analizados sucintamente los razonamientos y las
aclaraciones, algunas provistas de buenas voluntades y que, en el
fondo, resultaron revocadas en su afán, el Gobierno liberal y el
Ministro de Estado se pusieron manos a la obra para conseguir el regreso
anhelado de los prisioneros.
De esta manera, la primera
maniobra de Alba era finiquitar cada una de las operaciones individuales
y agruparlas en el celo del Gobierno, encajando en ello los rotativos
nacionales que lo veían con buenos ojos. Rápidamente dispuso a los
sectores civiles y militares, que desecharan cualquier conversación o
entrevista que no les fuera confiada.
Con relación a la
‘Comisión pro-rescate’, rondaba la casuística de atrapar un voto de
confianza al Gobierno para encaminar los asuntos: había que tomarse en
serio las hostilidades difundidas y así proyectar una impresión de
entereza. Además, como segunda iniciativa, el Ministro de Estado se
aventuró a dejar de proporcionar medios económicos a través de partidas
de ropas, medicinas y abastos, aguardando que los moros se los
suministrara a los prisioneros.
Igualmente, se incluían envíos
en cuantías de 50 a 80.000 pesetas, con cuyos caudales se barajaba la
posibilidad que los rifeños costearan los gastos carcelarios y pagaran a
los guardianes de los retenidos.
Con sus pros y contras,
Alba, logró contener a los mediadores y detener la remesa de dinero,
porque si los bereberes continuaban recibiéndolo, tratarían de dar
riendas sueltas con la finalidad de obtener el mayor beneficio posible.
Llegados
a este punto, se coordinó el método para implementar el rescate de los
prisioneros. Lo primero, se trataba de seleccionar a los individuos que,
en nombre del Gobierno, apuntalasen los contactos oportunos con Abd el
Krim para averiguar directamente las condiciones y juzgar si éstas eran
admitidas.
De hecho, la primera negativa se produjo al no
tolerar a un intermediario militar. Motivo por el que no quedó más
remedio que tantear la opción de otras personalidades de la esfera
ciudadana, entre ellas, la figura de Echevarrieta, por sus conocimientos
de la Zona Oriental del Protectorado, donde en tiempos recientes contó
en la Península con importantes áreas de explotación minera hasta el
negocio inmobiliario, la construcción naval y el armamento. Pero, sobre
todo, por ser quien meses atrás, Abd el Krim, lo sugirió como el emblema
mediador.
En idéntica sintonía, otras dos personas cumplieron
una labor notoria en las negociaciones. Me refiero a Dris-Ben Said,
responsable de dar luz verde a la comunicación directa con Abd el Krim y
el Alto Comisario Interino, Luciano López Ferrer (1869-1945).
No
obstante, todavía no estaban sueltos los cabos para allanar la senda de
las negociaciones, porque desde el Ministerio de Estado estaban
pendientes una serie de injerencias que reportaban diálogos afines con
el Gobierno. Hay que remitirse a los beniurriagueles de España en
Marruecos, contradiciendo constantemente cualquier tentativa de acuerdo y
su proyección empecinada para entorpecerlo.
Dentro de estas
intromisiones de última hora, la más azarosa reincidió en los franceses,
sugestionados por el intercambio de sus prisioneros: el deseo galo
radicaba en que el hipotético rescate no se plasmara únicamente por la
diplomacia española, sino por el canal del Gobierno francés o de su
partido colonial. Definitivamente y como consecuencia de la actitud
embaucadora, las exigencias francesas no se alcanzaron y pusieron al
descubierto las susceptibilidades habidas.
Una vez enmendada
la plana, era hora de hacer efectiva la negociación. Para ello,
Echevarrieta requeriría al jefe rifeño el ansiado escrito en el que
figurase su firma. Del mismo modo, López Ferrer, hizo hincapié en este
documento. En cambio, Abd el Krim, parecía no tener prisa y retrasó la
firma.
En este contexto de impasse, en que el Gobierno se
mantiene aguardando a que Abd el Krim remita la misiva y éste haga lo
propio reclamando el aval del Ministerio de Estado a Echevarría, nos
emplazamos en el prólogo de 1923.
La coyuntura de espera es
interrumpida por Echevarrieta, en el momento en que manda a Abd el Krim
una carta que precedentemente le facilita Alba; y en contrapartida, el
caudillo dirige al empresario bilbaíno por Ben-Said que, oficialmente,
desentraña las condiciones.
Interior de una tienda de campaña de un Oficial en el campamento de Zeluán, 1921.
El documento firmado por Abd el Krim y fechado el 18/I/1923, dice al
pie de la letra: “Al Faki-Si-Dris-Ben-Sia. Saludos. Después hemos
recibido tu carta y debes saber que desde un principio aceptamos
negociar con vosotros el rescate de los prisioneros sobre la base de las
dos condiciones conocidas por vosotros y que son: entrega de la suma de
dinero pedida antes de hoy y la libertad de los detenidos rifeños. En
cuanto a la venida del Señor Horacio Echevarrieta representado por ti,
puedes escribirle que venga en completa seguridad y sea bienvenido a
estas tierras y sus costas, pudiendo entrar o salir de o para la isla
con entera libertad. Nosotros por nuestra parte le prometemos prestarle
las facilidades necesarias para la mejor marcha de las negociaciones…”.
A
resultas de todo ello, las condiciones requeridas que de por sí, no
quedaban adecuadamente detalladas en el mensaje, eran sabidas por Alba.
Mientras, Ben-Said, notificó previamente a Echevarrieta que Abd el Krim
reclamaba cuatro millones de pesetas y otras compensaciones, como
conceder la libertad a los moros recluidos y uno o dos condenados.
Nada
más tenerse constancia expresa de las novedades de Abd el Krim, Alba
aceleró las gestiones para el pretendido rescate: el Consejo de
Ministros admitió la suma impuesta y dio plena potestad a Echevarrieta
para que consumase lo contractual.
Ciñéndome en los guarismos
reales de los prisioneros, es necesario ajustarse a los datos
proporcionados por el Comandante de Artillería don Fernando Caballero
Poveda, publicado en la ‘Revista Ejército’ N.º 522 en su página 94 y que
lleva por título: “Marruecos. La campaña del 21. Cifras reales (I)”.
Literalmente refiere: “el número de prisioneros realizado por Abd el
Krim fue de 514, que fueron reuniéndolos en Axdir hasta el 14/X/1921,
fecha a partir de la cual no hubo más incorporaciones. Durante los 18
meses de penoso cautiverio, murieron 119, se fugaron 75 y fueron
rescatados el día 27/I/1923, 320 prisioneros”. Y, a cambio, se
depositaron cuatro millones de pesetas y 270.000 más, comprendidas en el
apartado de ‘atenciones al transporte y otras causas diversas’. La
segunda de las condiciones reclamadas por Abd el Krim, se compila en la
puesta en libertad de 40 indígenas encarcelados por las autoridades
españolas.
En otro orden de cosas, la opinión pública estimó
adecuadas las acciones llevadas por la Administración. Y, por ende, la
prensa liberal encomió el porte del Gobierno, ahondando en no ser bien
avenido el desempeño ejecutado por Alba y los ecos que la liberación
producía en la política marroquí.
Primero, el periódico ‘La
Libertad’ de fecha 28/I/1923, recogió el acontecimiento con el titular y
sumario: “El rescate de prisioneros, ha sido obtenido como fruto del
intenso trabajo desarrollado por el Ministro de Estado…
Es el
primer triunfo de la única solución para el problema marroquí: el
abandono de toda aventura guerrera y el establecimiento del
Protectorado”.
Y segundo, la ‘Correspondencia Militar’, diario
castrense de tendencia moderada que cuida una línea editorial belicista
y de defensa por los intereses corporativos del Ejército, en esta
ocasión y con fecha 27/I/1923, no regatea en los elogios ni
felicitaciones de lo que considera un triunfo referidas al Ministro de
Estado; además, de persistir en la trayectoria de oposición a lo cuajado
en Marruecos, por parte de los africanistas.
"De
todo este maremágnum de sumisión, y llamémosle, bajeza, el líder
supremo magrebí estaba al tanto de las aberraciones perpetradas por los
vigilantes, exhibiendo muestras de venganza y salvajismo, y decretando
el fusilamiento del soldado que pretendiese evadirse, hasta el extremo
de sacar de quicio a los oficiales y sargentos"
Textualmente,
difunde: “Un triunfo para este Gobierno, muy especialmente para el
Ministro de Estado… ya que este rescate tiene tres valores
esencialísimos: libertad a los españoles, civiles y militares; poner fin
a una de las vergüenzas por que ha pasado la acción de España en
Marruecos y, por último, porque el rescate descorrerá las grandes
sombras que se proyectan sobre el expediente Picasso”.
Por
último, los noticieros conservadores miman la consecución de la
liberación, dando la enhorabuena al Gobierno. Aunque no titubea en
enjuiciar de degradante las circunstancias del rescate, y con ello, se
extienden las acusaciones contra la actividad civil del Protectorado,
instando a una intervención miliar para resarcir el honor patrio
deshonrado.
Conforme asaltan los reportes de la liberación a
los distintos rincones de la geografía española y al extranjero, el
engrandecimiento a la empresa del Gobierno se generalizó desde los
organismos, formaciones y personalidades, hasta declaraciones de efusivo
agradecimiento de los familiares. Amén, que el rey remitió un telegrama
a Alba, plasmado en términos representativos, afectuosos y afables: “El
Monarca felicita efusivamente al Señor Alba, por el éxito obtenido en
su delicada gestión y le ruega transmita mi satisfacción a todas y cada
una de las familias de los compatriotas que han sufrido cautiverio”.
Otro
de los aspectos que no han de pasar desapercibidos, es el trato
ofrecido a los prisioneros en el transcurso de las servidumbres vividas
en el Rif. Atendiendo a la Comisión creada en 1926 de la Comandancia
General de Melilla: primero, toleraban una alimentación escasa e
insuficiente; segundo; eran forzados a bregar hasta la extenuación e
impotencia; y tercero, no faltaron los indicios abrumadores de torturas y
otras prácticas análogas, poniendo de relieve procedimientos brutales.
De
todo este maremágnum de sumisión, y llamémosle, bajeza, el líder
supremo magrebí estaba al tanto de las aberraciones perpetradas por los
vigilantes, exhibiendo muestras de venganza y salvajismo, y decretando
el fusilamiento del soldado que pretendiese evadirse, hasta el extremo
de sacar de quicio a los oficiales y sargentos.
Finalmente, en
las pormenorizaciones concisas de las penalidades soportadas, se
establece un hálito de benevolencia y compasión con la fundación de una
Comisión para precisar los parajes exactos de los difuntos. No
pudiéndose proceder a las exhumaciones, por mandato y prescripción
sanitaria.
En consecuencia, la reparación de los prisioneros
honrando su libertad, era el primer inconveniente añadido de la política
desplegada en el año 1923. Si bien, no era permisible otro desenlace,
porque la belicosidad en el Rif para rescatarlos, no sólo era
materialmente inverosímil, sino de toda suerte, oportunista e
imprudente.
Agotados los destellos del rastro sentimental que
acompañaron a la liberación, no tardó demasiado en interponerse una
campaña enfilada al Ministro de Estado, capitaneada por las esferas más
anárquicas del país, que trataban de ensombrecer este hecho como un
episodio anticonstitucional y atentatorio a la dignidad nacional, cuyo
colofón no podía ser otro, que enaltecer al Ejército de África y al de
la Península, para lanzarse ciegamente al desquite y la revancha, y dar
al traste con la política civilista del Gobierno liberal.
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