Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
Mucho se ha escrito sobre el ‘Expediente Picasso’, con el que se
conoce al Informe escrito por el General de División Juan Picasso
González (1857-1935), destinado en el Consejo Supremo de Guerra y
Marina, en relación a los hechos ocurridos en la Comandancia General de
Melilla durante los meses de julio y agosto de 1921, con el denominado
‘Desastre de Annual’ (22-VII-1921/9-VIII-1921) y el posterior abandono
de las posiciones.
Adelantándome a lo que posteriormente
fundamentaré en esta y otra disertación que le sigue, los datos
precedentes sirven para evidenciar lo que se constata y quedaría como
una llaga difícil de sanar.
Alfonso XIII.
En atención y según se verifica en el ‘Expediente Picasso’, la
desdicha y el horror se saldaron con 13.363 fallecidos: 10.973 del lado
español y 2.930 indígenas; más los individuos que lograron sobrevivir,
unos 60 hombres que inmediatamente se hicieron cautivos por las harcas
rifeñas. Si bien, en el ‘Panteón de los Héroes’ de la Ciudad Autónoma de
Melilla, se hallan los restos mortales de los difuntos.
Sin
embargo, la cuantificación de extintos se tergiversa o deforma,
incumbiendo al autor consultado y estos guarismos incógnitos e
indeterminados, se deben a que las anotaciones se hincharon para cobrar o
recibir más abastecimiento o provisiones. Y, por si fuera poco, en el
aspecto material, se dilapidaron en torno a 20.000 fusiles, 400
ametralladoras, 129 cañones, englobando la pérdida de municiones,
pertrechos y la devastación de diversas infraestructuras.
Además,
el ‘Expediente Picasso,’ desenmascara a diestro y siniestro como
principales responsables, al General Manuel Fernández Silvestre
(1871-1921), en calidad de Comandante General de Melilla, debido a las
operaciones militares erradas. Cómo al mismo tiempo, al Alto Comisario
en Marruecos, Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953), por negligencia, y al
Capitán General Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-1936), por
insuficiencia de su deber en las obligaciones.
A las anomalías
y asimetrías anteriormente mencionadas, han de unirse la escasez de
comida, agua, ropa y equipos, que incuestionablemente enardecieron y
mermaron el desconcierto interno en la milicia.
Ni que decir
tiene, que el ‘Informe Picasso’ pretende dar a conocer y sacar a la luz,
gracias a las manifestaciones y revelaciones de setenta y nueve
implicados, cuantas irregularidades tanto tácticas como estratégicas
existieron en el mando de un Ejército aparejado por 20.000 integrantes.
Sin inmiscuir, la descomposición militar, la ausencia de armamentos
apropiados, el enriquecimiento ilícito de los Jefes o el perjuicio de
las Tropas, y así se podría continuar con un largo etcétera.
Subsiguientemente,
el ‘Expediente Picasso’ se proporcionó al Congreso y al Ministerio de
Guerra y Marina, quienes extrajeron las señas de responsabilidades
disciplinarias. Por otro lado, se designaron dos ‘Comisiones
Parlamentarias de Responsabilidades’, al objeto de dictaminar a
Berenguer y a otros muchos Oficiales, pero, finalmente, no se llegó a
ninguna solución. Años después, fueron amnistiados y ascendidos.
En
cuanto a Berenguer, se le imputó en los cometidos hasta quedar separado
del servicio en 1922, reemplazado por el General Ricardo Burguete y
Lana (1871-1937). Toda vez, que no tardaría en ser amnistiado en 1924,
presidiendo el Consejo de Ministros en el Directorio Militar de Miguel
Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930), siendo más tarde propuesto
Teniente General y Jefe de la Casa Militar del monarca y sucedió a Primo
de Rivera como Jefe de Estado.
En último lugar, a Navarro se
le liberó el 27/I/1923 de las fuerzas tribales rifeñas lideradas por
Muhammad Ibn ‘Abd el-Krim El-Jattabi (1883-1963).
Asimismo, el
Directorio interrumpió la ‘Comisión de Responsabilidades’ y optó por la
protección del Ejército, que se plasmó en la impunidad que desde
febrero de 1924 se concedió a Navarro, Berenguer, José Cavalcanti de
Alburquerque y Padierna, Silverio Araújo Torres, Ricardo de Lacanal y
Villar y, por último, Carlos Tuero O’Donell.
A pesar de todo,
la vida de Navarro continuó y se le nombró General de División e
Inspector de las Fuerzas de Caballería. Conjuntamente, se llamó al Pleno
de la Cámara para disipar las sospechas sobre la servidumbre de Alfonso
XIII (1886-1941) en la tragedia. Lo cierto es que esta nunca se llevó a
término, debido al ‘Golpe de Estado’ perpetrado por Primo de Rivera el
13/IX/1923 para dar paso a la dictadura.
En los prolegómenos
del Directorio militar y ante el recelo de ser aniquilado, el
‘Expediente’ lo ocultó Bernardo Mateo Sagasta y Echevarría (1866-1937)
en la Facultad de Ingenieros Agrónomos hasta la ‘II República’
(14-IV-1931/1-IV-1939). Ya, en 1931, el ‘Expediente’ tuvo una importante
difusión al reintegrarse en el Congreso e imprimirse una edición por
Javier Morata. Pero ello, no entrañó el regreso a las investigaciones
sobre el ‘Desastre’ y la figura de Picasso quedó íntegramente relegada.
Con estos precedentes preliminares, en la Comandancia General de
Melilla, enclave Oriental del Protectorado español en Marruecos y a los
ojos del septentrión marroquí, se produjo la mayor debacle jamás sufrida
por un contingente colonial europeo en tierra africana.
El
‘Ejército Expedicionario Hispano’ cargó con una derrota colosal a manos
de unas tribus inexpugnables, insaciables, aguerridas y duchas, en su
mayoría armadas con fusiles europeos, pero que sobre el terreno no
resultaban lo bastantemente nutridas, pero con sed de venganza, aun no
estando lo suficientemente acomodadas como para ejecutar semejante
ofensiva contra el largo despliegue de los colonizadores.
Es
sabido que la masa de combatientes española estaba poco instruida y mal
dotada, dispuestas por Oficiales mayoritariamente sujetos a manuales
clásicos de hacer la guerra, y no a la ‘guerra de guerrillas’, pero que
no es motivo para justificar la desbandada desmedida de la que fueron
partícipes, y que meramente se concibe por medio de una concatenación de
deslices de los Mandos, tanto en el despliegue previo al ‘Desastre’,
que refleja la excesiva ambición y precipitación, como en los fallos
contiguos tomados una vez cayeron una tras otra cada una de las
posiciones.
Expediente Picasso.
Ante la dimensión de la calamidad y el impacto que
las primeras reseñas sobre la misma tuvieron en la política y la
opinión pública, era ineludible establecer la sensatez y el juicio
crítico con algún tipo de responsabilidad.
Tras nueve intensos
meses de profundo y digamos apasionada labor, la síntesis recaería en
un escrupuloso ‘Expediente’, que iba más allá del característico Informe
Judicial, presumiendo una praxis de memoria extraordinaria, para cuya
implementación se utilizaron fuentes orales, documentales y de otra
índole, con la debida prevención y una esmerada metodología; lo que,
fusionado al propósito de recuperar la memoria de aquellas jornadas
aciagas y redimirla para el mañana, hace que la ocupación de Picasso, a
pesar de partir con aplicación legislativa, nos atinemos ante un
ejercicio histórico, mucho más contrapuesto y meticuloso que los
contrastados en la época.
Haciendo un repaso sucinto a la
autobiografía de a quien le correspondió la difícil misión de encarrilar
y materializar la investigación, Picasso, estuvo de Representante en la
Sociedad de Naciones desde 1920 y alcanzó el empleo de Teniente General
en 1925. Tío segundo del pintor, escultor y creador del cubismo, Pablo
Ruíz Picasso, se le eligió como el máximo exponente para llevar a
término la indagación del ‘Desastre de Annual’, por ser uno de los
militares que mejor estaba al tanto del avispero marroquí. Amén, que
hubo de desenvolverse en un proyecto satisfecho de inconvenientes y
trabas, entre ellas, las miles de vidas truncadas que presumió y la
merma del territorio perdido.
De ahí, que su exploración se
cimentó principalmente en los argumentos y explicaciones de los
supervivientes, e incluso de los nativos de los pueblos colindantes para
potenciar la clarividencia del conflicto. Y como fuente secundaria,
Picasso, examinó concienzudamente la documentación de las operaciones,
advirtiendo los traspiés reiterativos de las retiradas desconcertadas
del lado español.
“Quedando en
pausa la primera parte de este texto, Picasso, conocía perfectamente el
contexto que se cernía en Marruecos, como su terreno y las gentes que
residían, pero afrontaba una investigación cargada de contrariedades,
entre ellas, el espacio terrestre extraviado, lo que hacía complicado
conseguir indagaciones sobre el terreno”
Y,
qué decir del Gobierno, decidiendo la averiguación de lo sucedido y el
mismo Ministro de Guerra, el Vizconde de Eza, Luis Marichalar y Monreal
(1873-1945), designando a Picasso y Juan Martínez de la Vega y Zegrí
(1871-1936) por Real Orden de 4/VIII/1921, para verificar los análisis
pertinentes y dar con los hacedores de la hecatombe en una búsqueda que
se remató el 18/IV/1922.
La pérdida del territorio, aparte de
los cientos por miles de muertos y el entredicho para investigar las
vicisitudes que implicaba a los Generales por dos Reales Órdenes,
constituyeron una dificultad añadida a la hora de desenmarañar los
acontecimientos. La investigación se ultimó con un ‘Informe’ de 2.433
folios que contuvo 37 casos de actores autores, un resumen del
‘Expediente’ desde el folio 2.117 al 2.417 y dos fragmentos.
Pero,
no más lejos de su idiosincrasia histórica, al dejarnos una minuciosa
información que de una u otra manera no hubiésemos tenido; o su peso en
el Ejército, que, a posteriori, tendría que desvelarse para recobrar
algo de su prestigio minado; la notabilidad del documento residió en su
trascendencia en lo que atañe a lo político, porque la magnitud de los
males se evidenció y el filtrado masivo de responsabilidades que
suscitó, era una piedra demasiado tortuosa para un régimen cuya
conservación estaba cada vez más en reprobación, y también para un
monarca distinguido como el causante de los males de la nación, por un
número de ciudadanos que ascendían exponencialmente. Luego, no resulta
comprometido aseverar que el ‘Expediente Picasso’ tuvo muchísimo que ver
en el ‘Golpe de Estado’ casi definitorio, para la Restauración que hizo
la dictadura de Primo de Rivera.
Porque, el asalto al poder
supuestamente se ocasionó para impedir el papel de unas comisiones de
investigación que desembocaron en un Informe exhaustivo, destinándolo
como herramienta esencial para considerar los sucesos.
El
‘Expediente Picasso’ no sólo resulta inusual en la vertiente española,
sino que en el Viejo Continente tampoco se encuentra un estudio de este
calado y sobre un cataclismo colonial que alcanzase este recorrido. Y,
es que, de puertas para adentro, era habitual que los Ejércitos se
afanaran por poner en claro sus frustraciones, pero que lo hiciesen con
tanta exhaustividad y dejasen lo trascendido a merced de los políticos,
era una cuestión muy distinta.
Tómense como ejemplos, primero,
el Reino Unido, con la derrota cosechada en 1879 en ‘Isandhlwana’, en
la provincia de KwaZulu-Natal, únicamente confluyó una imputación legal a
Benjamín Disraeli (1804-1881) por desatender las materias de Sudáfrica
y, segundo, la República Italiana con el ‘Desastre de Adua’
(1/III/1896), que indujo a la caída de la administración de Starabba de
Rudini (1839-1908), pero sin apenas efectos políticos.
En
cambio, en España, el trance expedicionario de África persistiría varios
años con unos cuantos Gobiernos, las demandas de responsabilidades
empantanarían el estruendo popular, y las pesquisas de las Cortes
afloradas con la exposición del ‘Informe de Picasso’, únicamente se
aplacaría con el consabido ‘Golpe de Estado’.
Con lo cual, las
aclaraciones del ‘Expediente’ se han examinado en incontables
coyunturas, fundamentalmente, desde la vertiente de la ‘Historia
Militar’, pero lo que concierne no es tanto a su contenido, sino la
implementación de un acercamiento a su valor desde el campo de la
memoria, reproduciendo a grandes rasgos cómo se desarrolló su difusión a
través del tiempo. Incluso antes de estar finalizado, había hecho
correr ríos de tinta con cavilaciones sobre la importancia de la
supervisión materializada.
No fueron pocos los que pensaron
que este proceso no era sino más que una invención, orquestada desde la
autoridad para silenciar las reprobaciones de la opinión pública y
algunas fuerzas políticas, así como que el General Picasso no estaba,
sino que, envainando el asunto, para rezagarlo y quedar relegado. De
igual forma, había quien preconizaba el encaje consumado, reivindicando
tiempo para que la misma diese sus frutos.
Una vez que el
‘Informe’ de Picasso salió a la luz, no se volvería a poner en tela de
juicio su trabajo, hasta convertirse en un mecanismo primordial en el
debate político, no teniendo más eco de cara a la galería, porque su
propagación era comparativamente restringida.
Una de las
muestras más fehacientes de este salto en la valoración, nos lo brinda
Indalecio Prieto Tuero (1883-1962), diputado socialista por Bilbao.
Antes que el ‘Expediente’ transitase entre los componentes del Congreso,
Prieto, se desenvuelve completamente desconfiado sobre la actividad que
se está efectuando, e inexorable con Picasso desde la incompetencia de
su buen hacer.
Es más, Prieto, sugiere en la persona de
Picasso, al contrastarlo como ‘el constructor del panteón del olvido’ y,
ante la inexistencia de referencias sobre su cometido y la cada vez
menor expectativa que la investigación se convirtiera en algo visible,
no da el brazo a torcer con sarcasmo en las Cortes que “veinte o
veintiún millones de españoles creen que no existe ese General”.
Curiosamente,
por aquel entonces, Picasso había finalizado, aunque Prieto no accedió a
los resultados hasta unos meses más tarde, cuando su discurso daría un
giro descomunal. Para ser más preciso, en una intervención en las Cortes
en 1922, reconoce al Presidente por haber trasladado el ‘Expediente’ al
Congreso, acompañando con un aplauso efusivo al General que había
instruido el ‘Expediente’, con un indicativo que acrecentó los palmoteos
de la izquierda.
A resultas de todo ello, después de sus
ofensas contra Picasso, el diputado por Bilbao no era dudoso de alabar
ambiciosamente al General, lo que agranda el valor de sus oficiosidades
sobre las páginas del ‘Informe’, que serán efusivas como constantes.
Llegado
hasta aquí, el aprecio de Prieto va a ser igual que los políticos en el
Congreso, y, especialmente, de quienes como el Ministro de Guerra, Juan
de La Cierva y Peñafiel (1864-1938), tanto lo había amparado mientras
de afanaba en los rastreos, pues por fin, se pudo mostrar con
satisfacción el imponente esfuerzo realizado.
Como es
incontrastable, la parte política que menos efusivamente acogió el
‘Informe’ recayó en aquellos que en su día hubieron de encargarse del
‘Desastre’ desde las altas esferas, porque dejaban entrever que las
responsabilidades podían salpicarles de lleno. Aun así, los liberales
que gobernaban, creían culpable a la Dirección conservadora, basándose
en el ‘Expediente’.
En el otro ala, los socialistas, mostraban
su malestar a todos los Gobiernos desde 1909. Y los conservadores, como
era previsible, no concibieron la búsqueda de responsabilidades
políticas.
Entre las operaciones centrales de depuración
iniciadas, hay que remitirse a dos ‘Comisiones Parlamentarias’ y el
‘Suplicatorio del Senado’, poniendo en el punto de mira al General
Berenguer, culpado de descuido.
Un matiz ostensible es que
cada una de estas labores se verificaron únicamente contra militares,
aunque la infracción de los políticos en la fatalidad resultaba
indiscutible y se proyectaron diatribas significativas en el Congreso.
Y, cómo no, el ‘Golpe de Estado’ de Primero de Rivera se convirtió en la
réplica del Ejercito, que con él consideraban involucrados al conjunto
del sistema político. Es indudable que el extraordinario ‘Informe’ de
Picasso, la extensión de sus resúmenes y el aterrador relato de lo
acaecido en la Comandancia General de Melilla, superaron con creces las
perspectivas del Gobierno.
Pero, de lo que no cabe duda, que
la amplísima pormenorización del General, sustentada en más de 2.000
páginas, se erigió en una trágica cadena de indicios con la inoperancia,
retractación y desorganización, como dejó apreciar el ‘Desastre de
Annual’ en toda su aspereza, no escatimando a la hora de precisar los
excesos y depravaciones del Ejército, culminando rotundamente que habían
sido los principales promotores del descalabro, junto con los
despropósitos estratégicos del Mando.
De este modo, el
‘Expediente Picasso’ dejaba por los suelos a la institución castrense de
su ejecutor, con una veracidad y buen oficio que resulta asombroso para
un período maquillado e identificado por la manipulación y el
envilecimiento en los muchos vicios que lo deslucían.
Y todo
ello, sopesando los obstáculos que se impusieron al General, porque
cuando éste requirió los planes de operaciones del Alto Mando, la
obstinación del Ministerio de la Guerra y la Alta Comisaría de Marruecos
no se hicieron esperar, coartando sus atribuciones: primero, por un
telegrama y, segundo, por una Real Orden, que no hacían sino corroborar
la certeza que el escándalo pulverizaría a importantes cargos del
Ejército y el Gobierno.
Picasso, aludirá esta excepción en
cuantiosas oportunidades a lo largo de las hojas del ‘Expediente’, como
cuando desaprueba ásperamente la retirada de ‘Annual’ subraya: […] y en
este momento aparece un punto oscuro, que no se ha podido dilucidar en
la información gubernativa por la limitación impuesta al juez instructor
y a la que con tanta frecuencia nos hemos tenido que referir […],
relacionada con un telegrama del Alto Mando”.
Los impedimentos
puestos en escena a Picasso por sus superiores ayudaron a la
amplificación de todo tipo de habladurías y divagaciones, sobre hasta
dónde llegaban las incumbencias, incluyéndose cada vez con más
persistencia a la persona de Su Majestad el Rey Alfonso XIII.
“El
Ejército Expedicionario cargó con una derrota colosal a manos de unas
tribus inexpugnables, insaciables, aguerridas y duchas, en su mayoría
armadas con fusiles europeos, pero que sobre el terreno no resultaban lo
bastantemente nutridas, pero con sed de venganza”
En
consecuencia, quedando en pausa la primera parte de este texto,
Picasso, conocía perfectamente el contexto que se cernía en Marruecos,
como su terreno y las gentes que residían. No ha de obviarse, que se
placía de una laureada lograda en el conflicto de Melilla de 1893, pero
afrontaba una investigación cargada de contrariedades, entre ellas, el
espacio terrestre extraviado, lo que hacía complicado conseguir
indagaciones sobre el terreno, viéndose forzado a basar su línea de
averiguación en los testimonios aportados, como una vía cuya
problemática intrínseca era incontestable.
Y, como no podía
ser de otra manera con respecto a la memoria, es elemental diferenciar
entre los testigos voluntarios y los testigos a su pesar, porque esta
incidencia es un condicionante concluyente en el restablecimiento del
pasado que el manifestante realiza, y más aún, cuando sus alegatos se
asientan en un proceso judicial en el que lo que se exprese, podría
bordar el devenir y la distinción entre la inocencia y la culpabilidad.
Pese
a ello, Picasso, consciente de esta realidad, puntea sin rodeos la
información contenida en las páginas de su trabajo. Probando el recelo
en la significación de estar perdida la superficie hostigada por los
rifeños y sobre la que se esfuerza en su búsqueda, ante los fallecidos
insepultos, los posibles testigos y, por fluctuar en la confabulación de
muchas de las declaraciones de los supervivientes.
Su interés
por llegar a lo inverosímil de la encrucijada en lo encubierto era de
tal calibre, que no interroga solamente a militares, lo que podría
ofrecer un enfoque transversal por el corporativismo tradicional del
universo castrense, sino que asimismo, hace oídos a los testimonios de
los paisanos de poblados cercanos a las posiciones, consiguiendo
relevaciones de gran alcance, como las concernientes a la autoridad
improcedente de la policía en las aldeas y otros lugares adyacentes,
incluyéndose los registros a las mujeres que ocasionaban un rechazo por
estar al margen de las tradiciones. Un argumento, que en raras ocasiones
los integrantes del Ejército especificaban.
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