Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
Las campañas españolas en el Protectorado de Marruecos se definieron
por la desproporción en el modo de luchar del bereber insurrecto. Si
bien, concurría un acervo en la praxis de la ‘guerra irregular’ por el
estilo acumulado de Cuba y Filipinas, esta no se consideró lo
adecuadamente a la hora de confeccionar una doctrina acorde para el
combatiente presto a desenvolverse en el avispero marroquí que fuera más
conveniente.
España, idénticamente a otros estados del Viejo
Continente, quedó rezagada en demasía para unirse a la investigación en
las escuelas militares, priorizando la metodología de combatir en un
marco irresoluto de ‘guerra irregular’, a pesar de ser el campo de
batalla que alumbró el contexto enfrentando a potencias aliadas como
Reino Unido y Portugal contra el Primer Imperio francés, mediante
figuras insignes como el Jefe de una de las guerrillas legendarias que
derrotaron al ejército napoleónico, Juan Martín Díez (1775-1825) llamado
‘el Empecinado’, o el caso de Francisco Espoz Illundáin (1781-1836),
conocido como Francisco Espoz y Mina, militar liberal que participó en
conflictos como la ‘Guerra de la Independencia’ (2-V-1808/17-IV-1814) y
la ‘Primera Guerra Carlista’ (2-X-1833/6-VII-1840).
Las campañas españolas en el Protectorado de
Marruecos se definieron
por la desproporción en el modo de luchar del
bereber insurrecto.
Es por ello, que resulta paradójico que el entramado doctrinal de la
‘guerra de guerrillas’ se considerase importado. Al mismo tiempo, esta
disciplina se proyectó de manera poco efectiva contra el guerrillero
hasta la segunda mitad del siglo XX. Y es que, la ‘guerra de guerrillas’
aparejaba la deferencia de ser una táctica antigua para hacer la
guerra, indeseable de caballeros, lo que permanecía en el pensamiento de
no pocos militares.
Juntamente, la resignación de
contemplarla como una evidencia bélica de primer nivel por el influjo
prusiano, sería responsable de no pocas frustraciones militares que
normalmente comienzan desistiendo a la iniciativa y la deja a merced del
contendiente.
Luego, cabría interpelarse, si se constatan suficientes mimbres como
para forjar una doctrina apropiada. La tesis de los Oficiales de Estado
Mayor, Víctor Martín García y Francisco Gómez Souza, las sugerencias del
General Luis Bermúdez de Castro y Tomás, el dictamen de Francisco
Gómez-Jordana y Souza y las calamidades precedentes como el ‘Barranco
del Lobo’ (27/VII/1909), confirman que se podría haber predispuesto de
una doctrina más propicia que el ‘Reglamento Táctico de Infantería de
1914’, en uso por la milicia española de aquel tiempo.
Al
ceñirme inicialmente en el ‘Reglamento Táctico de Infantería de 1914’,
hay que comenzar exponiendo que en él se muestran una serie de fórmulas
para la instrucción y su posterior utilización en el campo de batalla,
inspiradas en el pensamiento militar prusiano que, obviamente, como no
podía ser de otra manera, hizo caer la balanza en los empeños
reformadores.
En seguida, y como resultado de esta proyección,
los contingentes se trazaban para la ‘guerra convencional’, mediante
teorías, estrategias y tácticas tradicionales, sujetas por el componente
algebraico de variables acreditadas, situaciones fijas y simetría entre
los bloques contrapuestos por desmedidos que fueran los medios.
La
superación descansaba en la técnica y la destreza en el desplazamiento
de grandes unidades, donde la maestría técnica en el punto crítico era
garantía de victoria. Pero, cuando el entorno era de ‘guerra irregular’,
este predominio resultaba insignificante, invirtiendo los criterios de
valoración estratégica que atañen a la determinación de triunfo o
fracaso. Aquí, la superposición reside en disipar qué es crítico en cada
coyuntura y, si es viable, se despliegan los automatismos de no
intrincarse en combate abierto, pero manteniéndose en un estado de
guerra inquebrantable.
Como muchos de los numerosos
reglamentos occidentales, el de 1914 que me lleva en estas líneas a
examinarlo sucintamente, observa el fuego y el control del territorio
como los mecanismos preferentes para el lucha.
“Y
en los ojos contemporáneos muchas veces contradictorios, el guerrero
del Rif adoraba ‘sobre todas las cosas su fusil, su caballo y el
dinero’, por lo que los desembolsos a delatores fueron declinando la
balanza en la ganancia de voluntades en personajes poco incondicionales y
en algo que no fuera de su interés particular”
La
influencia del fuego es producto de la experiencia vivida en la
‘Batalla de Sadowa’ (3/VII/1866), materializada en el marco de la guerra
de las ‘Siete Semanas’, fortaleciendo la dominación dentro de los
Estados alemanes en menoscabo del Imperio austríaco, surgió el fusil de
retrocarga como cerrojo ‘Dreyse’. Lógicamente, a mayor potencia y
cadencia de fuego, resultaba ideal para realizar disparos cuerpo a
tierra, mientras que el modelo austriaco, provisto de fusiles ‘Lorenz’
de avancarga, únicamente podía realizarlo desde la posición de pie.
Con
lo cual, el pronunciamiento armamentístico era un hecho, porque con el
perfeccionamiento de la Artillería y el descubrimiento de la
ametralladora se terminó con las formaciones de Infantería a base de
líneas, hasta proceder de la forma en columna o guerrilla como la
esencial y continuar con otras de orden cerrado a base de reservas.
Esta
doctrina, enfocada a hacer menos abusivos los efectos desencadenantes
del fuego enemigo y extender los del propio, se impregnará en los
reglamentos militares obtenidos por un Cuerpo de Oficiales con un
elevado aprendizaje técnico.
De esta manera, el fuego de
precisión se abre camino en menoscabo del manejo de las descargas,
permutando en el modo de desplegarse y haciendo valer el terreno y su
orografía peculiar. Toda vez, que la tendencia continúa estando
encaminada hacia el choque con el contrincante, acabando en el cuerpo a
cuerpo con el arma blanca como momento trascedente.
En
compensación, el guerrillero irregular está por la labor de no ofrecerse
de ningún modo como blanco directo, ni entablar un combate descomedido,
comprimiendo las consecuencias en la potencia de fuego, pues de nada
sirve si el insurrecto no se halla en su radio de acción.
Para
el desdoblamiento de la maximización-minimización con los resultados
del fuego, adquiere realce la fortificación ligera, con la que se
intentará hacerse el control del territorio a través del encargo
ofensivo en las progresiones de la Infantería. No obstante, aun
recomendándose la adaptación al relieve inexpugnable, vacío de
infraestructuras viales, climatología desértica y de alta montaña en
vastos sectores geográficos como el Rif, pueden edificarse ligeros
abrigos en ausencia de los naturales.
Pero, en la ‘guerra
irregular’, el insurgente descifra el territorio como el peor rival del
ejército colonizador para su conquista. Conjuntamente, se topa ante una
urbe afecta, por lo que las fuerzas de ocupación se ven superadas por la
superficie que aspiran someter. Es entonces cuando frente a su
doctrina, las Tropas se agrupan y atrapan una serie de posiciones
supeditadas a unas líneas de abastecimientos en el punto de mira del
enemigo y que no habrán de perder de vista.
Sin embargo, el
Reglamento de 1914, presume un salto cualitativo al agrandar el grado de
instrucción individual, disponiendo de cualidades individuales, tanto
del Jefe como del Soldado. Avivando la iniciativa, pero supervisada e
intervenida por el inmediato superior, y únicamente con respecto a la
mejor manera de llevar a término las consignas dadas. En otras palabras:
más centralizada en el ‘cómo hacer’ y en el ‘qué hacer’, apuntando con
exclusividad a la Tropa, ya que los Mandos se reservan el control, en
base a la responsabilidad y la unidad de doctrina, de quien estriba
cuantas órdenes y su cumplimiento, siendo responsables de los
resultados.
Los movimientos de acción en el encargo
facultativo de los medios aprovechables para lograr el objetivo, según
el Reglamento, está en “el carácter de la guerra moderna que rechaza los
procedimientos esquemáticos de la táctica”. Y, por lo tanto, la
doctrina de cambio no es cimbreante y su unidad de capital
trascendencia, porque destierra cualquier licencia o independencia,
limitando la libertad en el modo en que se emplean los mandatos,
consagrando la capacidad individual en aras de la unidad.
Haciendo hincapié tanto en su observancia, como en la inspección de su desempeño.
La primera mitad del Reglamento está destinada a los movimientos,
formaciones y evoluciones, desde la Sección como fracción formada por
dos o más pelotones hasta la Brigada compuesta por dos o más Regimientos
o Batallones y otra unidades menores; mientras, que en la segunda hace
alusión al combate y sus principios generales, las unidades y el entorno
que subyace.
Este matiz se contrapone con el del adversario
irregular, “donde cada hombre se controla a sí mismo”. Las acciones del
insurgente son características, frente a las agrupaciones de las fuerzas
impuestas a sus movimientos y evoluciones, “haciéndolos predecibles y
asequibles para quienes se conforman solamente con golpear una y otra
vez hasta la extenuación”.
Afín con el adiestramiento
exclusivo, el valor retiene especial alcance en su énfasis, estando
subordinado a la disciplina. El Reglamento es predominantemente técnico
con relación a la forma de combatir de las unidades y los integrantes.
No se presta a la atención del factor emocional, circunscribiéndose a
encumbrar única y exclusivamente el enardecimiento en cumplir las
órdenes.
Una parte imprescindible en la formación es la
instrucción enfocada a un soldado con talante esforzado, raudo,
valeroso, sacrificado y en todo momento decidido, diestro en la
manipulación del fusil, donde su potencial bélico lo concreta la
capacidad de hacer fuego y siempre adherido a las consignas recibidas.
En
las dos caras de una misma moneda, en su anverso, la anterior
conceptuación hace del combatiente un sujeto activo cuantificable y
permutable y, en su reverso, el combatiente de medios insuficientes, lo
encasilla en un individuo único y complejo, complicado de disponer y
restablecer. No me refiero a un ejército irrisorio e insubordinado, la
disciplina viene asignada por un líder carismático que se expande entre
sus soldados y que los lleva a las cotas más altas en cuanto a su
viveza.
E idéntica sintonía, hay que recordar que el
Reglamento de 1914 transforma al Jefe en un especialista innato de la
maniobra, que lo sistematiza y capitanea hacia sus objetivos generales,
todo ello apuntalado en los conocimientos técnicos asentados de la
ciencia castrense. Esta noción de la acción guerrera es la resultante
directa de los que confeccionan la doctrina, el pequeño y prestigioso
Cuerpo de Estado Mayor, cuya formación estaba intensamente inducida por
la ciencia y la técnica militar centroeuropea.
Parece algo
así, como si el prontuario doctrinal intentase normalizar la intuición,
donde viene compensado por el acervo del conocimiento de la maniobra. En
tanto, el Jefe insurgente es capaz de desglosar la táctica que se
alecciona en las escuelas militares, de lo disparatado que presta el
instinto agravado por la experiencia guerrera. La resignación a la
inclinación en favor de la sintomatología asignada por el Estado Mayor,
entra en conflicto con la experiencia de los combatientes en
circunstancias anómalas como Cuba y Filipinas, que tan beneficiosa podía
haber resultado en las ‘Campañas de Marruecos’.
A resultas de
todo ello, una amplísima mayoría de oficiales se familiarizaron con las
guerrillas participantes en las últimas colonias de ultramar, pero la
pericia en Marruecos iba a ser distinta por diversas materias. Primero,
se trataba de una población beligerante; segundo, un contrario más
agitado y ansioso que los mambises (dominicanos, cubanos y filipinos) y,
finalmente, un territorio falto en recursos que las cabilas nativas
explotaron a la perfección, esquivando y alterando cualquier avance de
los contingentes españoles desde la distancia y sin aparente
superioridad numérica. Amén, que se integraron los blocaos y la columna.
Los primeros, designados a salvaguardar zonas como la línea de
ferrocarril que enlaza Melilla con las minas de Beni-Bu-lfrur; y la
segunda, para la maniobra. La columna, formada por efectivos
provenientes de otras unidades, se armaba en guerrilla seguida de
sostenes y reservas en orden cerrado, en similitud al ‘Reglamento
Táctico de 1881’.
O lo que es lo mismo: muy inconsistente ante
un combatiente diseminado como las fuerzas tribales de Muhammad Ibn
‘Abd el-Krim El-Jattabi (1883-1963). Por otro lado, blocaos y casetas,
con un destacamento tipo sección, estando desperdigados a lo largo y
ancho de un área pobre en demandas como el agua y dificultosas de
proveer.
El capítulo funesto del ‘Barranco del Lobo’ pone en
entredicho la incompetencia del ‘Reglamento de 1881’, porque el acomodo
de una columna en el contraataque, condenó a las Tropas del General
Guillermo Pintos Ledesma (1856-1909) a una emboscada sumida en una
vaguada del Monte Gurugú.
Los pacos o francotiradores rifeños
perfectamente dispersos y bien parapetados en la fragosidad del terreno,
no ofrecían blanco resultando absurdo precisar su posición y a priori,
desenmascararse que el instante era crítico para el oponente, en la que
no cesaban las andanadas proverbiales de hostigamiento. Es así, como las
cabilas se eximían del terreno y, a su vez, la masa de combatientes
hispanos quedaba aprisionada en sus posiciones, faltas de provisiones y
pertrechos, completamente servidas de fuego enemigo.
“El
Reglamento de 1914, presume un salto cualitativo al agrandar el grado
de instrucción individual, disponiendo de cualidades individuales, tanto
del Jefe como del Soldado. Avivando la iniciativa, pero supervisada e
intervenida por el inmediato superior, y únicamente con respecto a la
mejor manera de llevar a término las consignas dadas”
Queda
claro, que las harcas en continuo tránsito, no dejaban entrever
objetivos rentables, esquivando el duelo en campo abierto y dejando al
Ejército incapaz de acciones exteriores de envergadura.
Paulatinamente,
los estudiosos tratan de aminorar la ausencia de doctrina con el
trazado de la opinión de ‘asimetría’, en tanto se hace referencia a un
combate entre una ‘fuerza organizada’ y otra ‘fuerza irregular’.
Para
ser más preciso en lo fundamentado, la ‘fuerza irregular’ contrarresta
la omisión de doctrina orgánica salvando el instinto acentuado por la
experiencia contendiente, el entendimiento de un terreno específico y
unos propósitos alcanzables que resuelven la victoria, pues el fiasco
táctico del insurgente poco valor estratégico atesora, si no conserva
incólume su capacidad para combatir.
Y es que, el porte en el
acometimiento radica en las percepciones insurgentes que se ensanchan
entre los nativos, haciendo de cada uno de ellos un verdadero estratega.
Por ello, se recomienda el desmoronamiento de su hábitat y el secuestro
de sus moradores. El arqueamiento de los medios de acción y los
principios tácticos, son imprescindibles en la pugna asimétrica. Pese a
ello, se prosigue con la clarividencia de robustecer el potencial
ofensivo y de fuego de la guerrilla como bloques concluyentes.
Esta predisposición a la ofensiva que acrecienta el encaje en el terreno, facilita el acorralamiento de la fuerza irregular.
Ya,
en 1914, el Coronel Luis Bermúdez de Castro y Tomás (1864-1957) editó
unas reflexiones sobre el combate en Marruecos en el ‘Memorial de
Infantería’. En ellas trabajó afanosamente para incorporar las lecciones
aprendidas en el Caney, Cuba, al escenario marroquí. Sin duda, tres
matices son preponderantes.
Primero, cree que es decisivo el
tiro de precisión, porque la disparidad de los enclaves del enemigo
fuerza al fuego individual y de batida. El insurgente disgregado se
respalda de un fuego ventajoso únicamente en la realidad de los grandes
números, el coste para provocar bajas se realza y el precio que se paga
es la carestía.
Segundo, no da el brazo a torcer en cuanto al
ingrediente psicológico, distinguiendo los motivos por las que unos y
otros combaten. Dice literalmente: “el moro hace la guerra por su gusto,
el soldado porque se lo mandan”. El primero, se estima una persona
única, mientras que el otro, se apila en formaciones que disponen de la
unicidad de los ejércitos, y en los que el “rendimiento del ciento por
ciento consiste en que noventa y nueve deben adaptarse al hombre más
débil de la compañía”. Las milicias lidian con unidades derivadas de
contingentes, y el combatiente irregular continúa en su dinámica de ser
un sujeto único e insustituible. Además, éste se vale del ánimo en
combate de cara a la disciplina del esfuerzo colectivo de unas Tropas
que asocian las cualidades personales con el esfuerzo común.
Y
tercero, emanado de los anteriores, Bermúdez de Castro, pospone las
formaciones de reservas, incrementando el escalón de guerrilla. Esta
concepción puede contemplarse como una diferenciación de la que defiende
el Mariscal de Campo, Wilhelm Leopold Colmar von der Goltz (1843-1916),
en la que visto el ímpetu de un rival que estuviese enteramente
desplegado, se podría suprimir la reserva.
Bermúdez de Castro
excluye si la guerrilla está íntegramente extendida, pero puede
vislumbrarlo, al igual que valora la fuerza. Por ello, se mantiene en la
misma sensación que Goltz, pero de modo más moderado, sosteniendo unas
reservas empequeñecidas y apartadas del fuego hostil.
La
intención es desocupar y surcar el espacio de batalla con un frente
profundo y de baja densidad, que sobrepase al adversario hasta
desbordarlo. Véase el ejemplo de Thomas Edward Lawrence (1888-1935),
arqueólogo, escritor y oficial del Ejército Británico durante la
‘Primera Guerra Mundial’ o ‘Gran Guerra’ (28-VII-1914/11-XI-1918), que
desempeñó un notable papel como enlace durante la rebelión árabe contra
el dominio otomano, lo pondrá en práctica dos años después en el
‘Hiyaz’, la línea férrea construida por el Imperio Otomano para conectar
Damasco con las ciudades santas del Islam: Medina y La Meca. Un tren de
leyenda cuyo nombre evoca al hombre que lo echó por tierra.
Tropas españolas fortificando una posición.
Numerosos documentos, así como uno de los más cruentos capítulos y de
evocación trágica descritos en el ‘Barranco del Lobo’, o ajenas como la
debacle de los turcos en Arabia en 1916, podrían formar parte del
cúmulo doctrinal del Ejército. Igualmente, la esencia de la ‘Guerra de
Melilla’ (julio-diciembre de 1909) pudo ser la punta de lanza para la
concatenación de una doctrina de combate adaptada a las operaciones de
Marruecos. Desafortunadamente, esto no acaecerá hasta alcanzado el año
1928, cuando la Inspección General de Intervención y Fuerzas Jalifianas
promulgó el ’Manual para el Oficial del Servicio de Intervenciones en
Marruecos’.
En consecuencia, no es desechable que quienes se
encargaron de la realización de la doctrina desdeñaran las campañas
africanas, como fuente de lecciones aprendidas y que fueran remisos a
integrar Oficiales curtidos en Marruecos a las Comisiones Representantes
de su redacción. De hecho, este desplante lo exteriorizan
ingeniosamente algunos Oficiales africanistas en sus obras.
Tanto
en el horizonte táctico y operacional, como en la vertiente
estratégica, por el ejercicio de este sobre los precedentes, adquiere
una importancia trascendente la inteligencia.
Ni que decir
tiene, que esta proporciona el conocimiento conforme al orden de batalla
por irregular que fuese, valorando sus fuerzas y aproximándose al
recorrido hilvanado por Bermúdez de Castro: el tema que se proyecta es
si consta una habilidad congruente para desafiar los movimientos
insurgentes que se ocasionaban en el Protectorado, así como si se
acomodaba algún género de inteligencia en la que respaldarse.
Más
adelante, el sistema se cimienta en la convicción puesta en algún
individuo local de una cabila, afín e informado puntualmente de las
pormenorizaciones del momento y gratificado con una contraprestación
económica o pensión. Y, a tenor de lo dicho, como remarcan las fuentes
consultadas, el retrato del ‘moro pensionado’ establecido por la acción
política para simplificar el recurso de las armas, se amplió
apresuradamente, pero con derivaciones perjudiciales.
Y, en
los ojos contemporáneos muchas veces contradictorios, el guerrero del
Rif adoraba “sobre todas las cosas su fusil, su caballo y el dinero”,
por lo que los desembolsos a delatores fueron declinando la balanza en
la ganancia de voluntades en personajes poco incondicionales y en algo
que no fuera de su interés particular. Sin soslayarse, las incesantes
desavenencias de las sumisiones expuestas por los Jefes de las cabilas,
muchas fragmentadas entre seguidores que insisten en las razzias, o bien
doblegándose, tras las respectivas compensaciones económicas.
|