Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
Tras el punto y final de la ‘Primera Guerra Mundial’
(28-VII-1914/11-XI-1918), España hubo de padecer las presiones francesas
para llevar a término los compromisos internacionales de encaminar la
paz y prosperidad a su zona del Protectorado, que habían sido
conseguidos con la rúbrica de varios acuerdos. En este entorno, el Alto
Comisario de España en Marruecos, el General Dámaso Berenguer Fusté
(1873-1953), en 1919 puso en acción un trazado de ocupación
político-militar.
En esos años y en paralelo, las empresas
mineras operaban de acuerdo con los cabecillas rifeños y a la sombra de
los representantes de la franja española. El desbarajuste del sistema
empresarial, más la ausencia de prejuicios de los apoderados, o la
ambición por obtener beneficios repentinos, sumado a la predisposición
de la especulación y la competencia entre las compañías mineras,
trajeron aparejado inconvenientes significativos para las operaciones
militares y la acción política.
Embarque mineral de hierro por la grúa del carguero de minerales en el puerto de la plaza de Melilla.
Más adelante, con la puesta en escena del plan de ocupación, los
contingentes pertenecientes a la Comandancia General de Melilla
consumaron la pacificación de diversas poblaciones de la cabila de Beni
Tuzin, contando con el apoyo de un colaborador incondicional. Me refiero
al Chej Mohamed Buljerif, jefe de renombre en la región, acometiéndose
el apaciguamiento de la dificultosa cabila de Beni Ulixek.
Posteriormente, se ocasionó el asesinato del Chej que, obviamente,
desencadenó una enorme conmoción y, a su vez, fluctuación en los lugares
recientemente sometidos de Beni Tuzin, y que estuvo directamente
interrelacionado con las cuestiones mineras del Rif.
En
coyunturas tan quebradizas, el 27/X/1920, Manuel Fernández Silvestre
(1871-1921), en calidad de Comandante General de Ceuta, remitió un
telegrama al General Berenguer, haciéndole saber que interesaba atacar
antes que se desplegase la sacudida rebelde espoleada por el caudillo
rifeño, porque literalmente: “las gentes, ante los pregones en los zocos
y promesas exageradas de sueldos relacionados con los trabajos en las
explotaciones mineras, empiezan a hacerse eco de estas proclamas que
pudieran entorpecer nuestro avance”.
El advenimiento causó serios infortunios en el encaje de penetración y
en vista de los inconvenientes que la acción empresarial estaba
originando, finalmente, el 31/X/1920, Berenguer le notificaba a
Silvestre el menester de paralizar el aprovechamiento de las minas a
vanguardia de la línea alcanzada por las fuerzas militares.
Pero,
con anterioridad a lo resumido inicialmente, en el último cuarto del
siglo XIX y el primero del XX, España exhibió un desenvolvimiento
industrial sin precedentes. Así, el progresivo contrapeso que adquiría
las exportaciones mineras, unido a la progresión de la banca privada y
el mejoramiento en el acoplamiento de ferrocarriles, imprimieron el
devenir de esta etapa.
“Armas y
dinero, descompusieron el estatus-quo y transformaron la zona del
Protectorado, de por sí insurrecta, en una maraña de líderes
vigorosamente blindados, lo que ayudó a problematizar la acción
mediadora cuando definitivamente España optó por formalizar los acuerdos
internacionales”
La
política proteccionista de la industria y los beneplácitos de los
capitales extranjeros, forjaron el caldo de cultivo perfecto para el
monopolio empresarial que, apenas favorecía al desarrollo económico
nacional, pero que producía suculentos réditos a definidísimas minorías
que tenían una aspiración descomedida por apoderarse de ganancias
substanciosas. Estos componentes diferenciadores, implicaron objeciones
económicas y sociales, que redundaron sobre la acción de España en
África. A pesar de todo, en las primicias del siglo XX, el curso
empresarial podría considerarse fuertemente extenuado y alicaído de cara
al empresario extranjero. El protagonismo foráneo es autorizado por la
clase política y estimulado por la pretensión de enriquecimiento de las
esferas empresariales.
A decir verdad, la disposición de los
sectores estratégicos aglutinaba esta tendencia. Primero, la banca,
constituida por las grandes entidades bancarias que se atinaban en la
cima del poder, en su amplia mayoría apuntalados por el capital francés;
y, segundo, la minería, entre los años 1860 y 1900, con más del 80% de
capital británico reprodujeron su coste. Ambos medios enlazados al
capital extranjero, asentaron lazos de dependencia que con el tiempo no
harían sino robustecerse.
Jefes rifeños congregados en las cercanías del moravo Sidi Alí, tratando la recalada de las compañías mineras españolas.
Además, el acecho ajeno de la industria y el capital, más la
exigüidad en la preparación del empresario y el proteccionismo del
Estado, ayudaron al surgimiento de un trípode
financiero-político-empresarial, que funcionó como una malla inter
conexionada que claramente mejoró por las ventajas del crecimiento
económico nacional.
Ya, en las postrimerías del siglo XIX, los
inversores españoles empobrecieron el caudal minero e invirtieron en la
zona española del Protectorado, ante el resquicio de lograr importantes
rendimientos.
Y es que, en España la evidencia aparatosa no era ni mucho menos la
industrialización, sino el rezago con respecto al Viejo Continente,
porque el prototipo empresarial español hondamente dependiente de los
nexos políticos y de los capitales extranjeros, hizo que la industria
sufriera y aguantara el parasitismo, la inconsistencia e inanición.
Peculiaridades del patrón con el que se emprendió la tarea empresarial
en la zona del Protectorado.
De este modo, finiquitado el
siglo XIX y entrado en el XX, es cuando puede decirse que se ajustan los
trazos estructurales del capitalismo. La única parcela que saborearon
los frutos industriales recayó en los empresarios metalúrgicos,
especialmente los siderúrgicos. Ni que decir tiene, que la relación
entre la clase política y propiamente los negocios mineros en la zona
del Protectorado resultaron en muchos momentos incuestionables.
Fijémonos
en el caso del político, empresario y terrateniente, Álvaro Figueroa y
Torres (1863-1950), más conocido por su título nobiliario de conde
Romanones, Presidente del Gobierno y Ministro de Estado, esta última
encomienda con obligaciones directas sobre la zona del Protectorado y
con indudables responsabilidades en el ‘Desastre de Annual’
(22-VII-1921/9-VIII-1921), puede ser el más ilustrativo.
No
obstante, este no iba a ser un episodio aislado, pues otros muchos
puestos públicos emplearon parte de su capital en el fructuoso negocio
que conjeturaban las explotaciones mineras. Es a partir de 1907, cuando
afloraron estas actividades en Marruecos y los empresarios comenzaron el
acometimiento determinante a las explotaciones mineras rifeñas.
A la par, algunos gerentes contribuyeron en política, bien sin más, o
a través de sus impuestos para arrimar el hombro a los cargos políticos
y lucrarse con provechos arancelarios para la mejora de sus servicios.
Póngase
como ejemplo, la familia de Horacio Echevarrieta Maruri (1870-1963),
empresario, industrial y político que compuso uno de los clanes más
potentes e influyentes de la élite empresarial vizcaína desde mediados
del siglo XIX. Los Echevarrieta permanecieron ligados al soporte de
redes que instauró el molde capitalista en la Ría del Nervión.
Si
bien, un evento insólito y no demasiado investigado residió en Horacio
Echevarrieta, que en sus años de activismo político ejerció el
federalismo de corte puramente republicano, declarando y efectuando un
radicalismo social en sus engarces profesionales. Para lo cual, extrajo
varias concesiones y privilegios al objeto de ampliar sin control
distintas transacciones en la zona de operaciones del Protectorado,
alimentando los contactos con el líder supremo magrebí, Abd el-Krim
(1882-1963), cuyo nombre completo era Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim
El-Jattabi, en los intervalos más comprometidos de la participación
española en Marruecos.
A resultas de todo ello, los grandes
capitales nacionales se congregaron desorganizadamente de manera
individual y acelerada, porque la operación minera se había puesto en
movimiento para interponerse de forma práctica en Marruecos.
Entre
los años 1907 y 1920, los inversores españoles, tanto empresas como
particulares, fueron primordialmente madrileños con ocho compañías; por
tres bilbaínas y dos catalanas. Sus establecimientos se establecieron
esencialmente en la ciudad de Tetuán con nueve sociedades, y en las
plazas de Ceuta y Melilla con dos y cuatro, respectivamente.
El
volumen más elevado de inversión se materializó en explotaciones
mineras y ferrocarriles que totalizaban el 72% del capital invertido; en
menor disposición, las eléctricas y el gas, que integraron el 20% del
capital. El tanto por ciento sobrante concernió a obras de colonización
con el 5%, y las afines con la agricultura y la pesquería, que tan solo
entrevieron el 2%.
Por otro lado, las gestiones empresariales procedieron negativamente
sobre la valoración pública, que continuamente coligaron el ejercicio
político y militar con la salvaguardia de los intereses personales de la
camarilla financiera y de las grandes potencias circundantes.
Argumentación que la prensa revolucionaria aprovechó para llamar la
atención de la opinión pública contra la intervención.
Curiosamente,
en el Rif se comentaba que se encontraban los mayores recursos
minerales para su consiguiente explotación. Luego, cabría preguntarse:
¿cuáles eran los recursos que desmontaban infinidad de mitos
interesados?, o ¿para que empleaban los dirigentes rifeños los
beneficios de estos negocios?, e incluso, ¿qué derivaciones trajeron
aparejada la inversión minera?, o ¿cómo repercutió en la definición y
amplificación de dicho escenario? Lo que queda claro, que en un abrir y
cerrar de ojos, con la recalada de capital y de las empresas mineras en
Marruecos, los líderes locales no escondieron sus ansias de fortuna y
acaparamiento.
Véase como en la demarcación de Melilla, Jilali
ben Dris al-Youssefi al-Zerhouni, comúnmente conocido como El Rogui o
Bou Hmara (1860-1909), sobre 1909, y, a posteriori, Abd el-Krim, a
partir de 1919, tuvieron tratos con empresas mineras españolas y
extranjeras. Digamos, que en la superficie del Protectorado había una
cifra de recursos minerales por rendir.
“Este
contexto se sobredimensionó en muchos instantes, tanto al hacer alusión
al tipo de recursos como a la calidad de éstos, produciéndose alrededor
de los patrimonios mineralógicos del Rif una auténtica fábula”
Sin
embargo, este contexto se sobredimensionó en muchos instantes, tanto al
hacer alusión al tipo de recursos como a la calidad de éstos,
produciéndose alrededor de los patrimonios mineralógicos del Rif una
auténtica fábula. Llegándose a hablar de minas de oro y plata en Beni
Urriaguel, cabila belicosa de Abd el-Krim.
La lógica de no
conocer con precisión los recursos minerales existentes, era que la
comarca jamás había sido transitada por anónimos. La utopía inducida por
los propios nativos, influyó en la riqueza mineral del Rif Central,
máximamente a las cabilas de Beni Urriaguel, Beni Ammart y Bocoya, y las
contiguas del Lucus, como Beni Ulixek, Beni Tuzin y Tensaman.
La ficción encandiló a los empresarios que ansiosos de procurarse
resueltos y apetitosos dividendos invirtieron en el Rif, sin
verificación efectiva de los recursos mineralógicos.
Tal es
así, que algunos guías indígenas, conocedores del temperamento hispano,
vieron en este engranaje presuntuoso la probabilidad de prosperar e
innovar en sus artimañas del poder en la sociedad rifeña, sustentando
las figuraciones de los inversores y sirviéndose del entorno, aunque, en
la práctica, eran perfectamente duchos de la realidad que les rodeaba.
De
hecho, cuando las tropas españoles tocaron suelo africano tras el
‘Desembarco de Alhucemas’ (8/IX/1925) y la pacificación del Rif Central,
esta confirmación quedó al descubierto y los yacimientos aludidos de
Beni Urriaguel se corroboraron totalmente supuestos.
Sin duda,
los requerimientos de las explotaciones mineras sobre las cabilas de la
línea Oriental, entre las que maniobró Abd el-Krim, proporcionan una
visión de la magnitud en cuanto al ardor minero, que a tantos había
encandilado y a muchos más defraudó con rotundidad.
En lo que
compete a los recursos reales, las fuentes bibliográficas concuerdan en
subrayar la cantidad y calidad del hierro, de enorme pureza y con una
ley media del 63,7% de las minas de Uixán.
La observación más
meticulosa sobre la autenticidad de las minas del Rif corresponde por
mandato del Ministro de Fomento, Rafael Gasset Chinchilla (1866-1927),
tras la terminación de la ‘Campaña de 1909’, con el propósito de
entablar de manera conjugada la actuación militar y empresarial.
Este
encargo provino de la reunión realizada el 1/I/1910, a la que acudieron
el mencionado Ministro de Fomento, el General Agustín de Luque y Coca
(1850-1935) como Ministro de la Guerra y, por último, el Coronel Joaquín
Ortiz de Zárate y López de Tejada (1893-1936).
La delegación
compareció en Melilla el 6 de enero conducida por Gasset, que al mismo
tiempo era asistido por una lustrosa representación técnica, exponiendo a
su regreso parte del informe y que a continuación cito literalmente:
“…soberbias mineralizaciones de hierro magnético de singular riqueza.
Diversos análisis… demuestran un tenor metálico medio superior al 60%.
Los crestones que coronan las cumbres denotan una potencia
extraordinaria… ambas faldas del Uixán se aprecian a la vista muchos
millones de toneladas de mineral…”.
Conjuntamente, en las
memorias de la comisión se apuntaba la efectividad de yacimientos de
hierro de menor calidad en el monte Gurugú, a unos ocho kilómetros de
Melilla, y se ofrecían ciertas expectativas a los yacimientos de hierro
del Cabo de Tres Forcas, en la costa Norte y la sierra de Kebdana, al
Sureste de la misma ciudad.
En cambio, referencias anotadas
antes del año 1927, cuando por entonces se había apaciguado el
territorio, señalan la presencia de otros yacimientos en la zona del
Protectorado, como los de Afrau, en Beni Said y otros que podrían
facilitar excelentes rendimientos en el término Occidental, como en
Gomara y las minas de Beni Zeyel. Si bien, en 1932, estos terrenos
todavía no habían sido completamente examinados por los expertos.
En
su conjunto, en esas fechas no se hace constar ninguna llamada a los
yacimientos existentes en el Rif, como Beni Urriaguel y sus
inmediaciones, Beni Tuzin, Beni Ulixek y Tensamán, área dominada por el
máximo exponente del nacionalismo rifeño en las jornadas previas a que
se desatase el ‘Desastre de Annual’, y en la que las reseñas de los
apartados preliminares justifican que se procedieron a multitud de
inversiones en concesiones mineras.
Teniendo en cuenta que el
Rif era suelo vedado a cualquier tentativa foránea, en abril de 1904,
con la irrupción descomedida de las acciones mineras, los lugareños de
Melilla notaron un giro sustancial de actitud de los habitualmente
agresivos en acometividad y furia. En aquellos trechos, El Rogui se
ubicó en Zeluán, en el hinterland de Melilla. Su aparición entrevió un
salto radical y con la afluencia de los negocios mineros, este espacio
se abrió a los complots.
Uno de los indicios se libró con el
pronunciamiento de una gran cantidad de occidentales por los campos
exteriores de la plaza de Melilla, algo que, hasta ese instante era
impensable en un territorio en el que sobresalía la anarquía.
Gradualmente, hebreos e hispanos se trasladaban a Zeluán para convenir
los afanes de las minas.
La opulencia minera sería la que
hilvanaría un itinerario a los oportunistas, con la llegada de capital
que permutaría en la forma de vida de las huestes rifeñas. Los
artificios y confabulaciones destaparon la voracidad que a partir de
1907 se sintió con más ímpetu.
Esta variable perjudicó
significativamente en la articulación natural del complejo sistema
político tribal rifeño, dando paso a la viabilidad de que otros
individuos acomodados y pudientes accedieran al poder, teniendo renombre
de forma artificial en los consejos de ‘hombres fuertes’, la ‘Yemáa’,
como asamblea comunitaria mediante una institución de carácter
deliberante en la que predominaba un inequívoco comportamiento
democrático. Respetándose la mayoría de los votos de los delegados de
las tribus que tomaban parte en las discusiones y decisiones finales.
De ahí, que sus determinaciones pronto tuvieran carácter ejecutivo.
El
aluvión de capitales les concedió la ganancia de armas y la formación
de harkas. Ello llevaría a que algunos ‘jefecillos’ pudieran
transformarse en genuinos ‘señores locales’, con cabida para
inspeccionar las pormenorizaciones mineras en áreas definidas de la
comarca, recaudando tributos a las compañías que trabajaban para
implantar sus negocios.
Uno de los procedimientos de
liquidación más dilatados por los agentes y compañías mineras a los
‘señores locales’, era con remisiones de armamento. Este método hizo que
las ocupaciones mineras, en muchas ocasiones resultasen verdaderas
encubiertas del tráfico de armas.
En consideración al párrafo
anterior, en 1904, El Roghi que había permitido la arrendación a una
compañía francesa de los terrenos imprescindibles para constituir una
factoría, cuya meta principal radicó en suministrar armamento al
corolario de cabilas satélites.
O el caso de Muley Ahmed ibn
Muhammah ibn Abdallah al-Raisuli, más conocido como El Raisuni
(1871-1925), quién reclamó a los Mannesman armas y municiones para la
horda de turbantes; o Abd el-Krim, que en 1921 aseguró a los Beni
Urriaguel que obtendrían armamento por cuenta de una compañía minera.
Todo
este entramado reportó a los españoles a recrearse en una concepción
particular de las fuerzas tribales, simplificando la materia, intuición
que, no sin conocimiento previo, revoloteaba en torno al frenesí de los
naturales y a su pasión por el dinero. Creencia que en menos de los
esperado se expandió a la Península.
Algunos de los que
cohabitaron con ellos durante años hicieron manifiesto el pensamiento de
que “todo lo puede en el Rif el dinero, por encima de Alá y de la ley
del Profeta, el rifeño adora a un Dios y se rinde a un sentimiento: el
dinero y la codicia”. Toda vez, que desde la clarividencia rifeña se
tenía otro razonamiento: por antonomasia, el dinero se convirtió en el
medio, su objetivo era el poder y este se exteriorizaba en la propiedad
de un caballo y un arma.
Así, valga la redundancia, por el
dinero podía alcanzarse la ‘baraka’, algo así como ganar el estatus de
‘hombre fuerte’ y, con ello, coger poder, influencia y el respeto de las
cabilas o células político-administrativa básicas.
La
divulgación del símbolo de que ‘en el Rif el dinero lo puede todo’,
rigió en los instintos de quienes trazaron la política de acción en
Marruecos y supeditó a los que hubieron de cumplirla desde las primeras
auras del descubrimiento de las empresas mineras.
En otras
palabras: los políticos premeditaron que con una mínima inversión como
liquidación de los pensionados que, repartidos por la totalidad del
territorio como abanderados del denominado ‘partido españolista’, se
desplegaban como vanguardia de la propia labor política y militar y como
espías, hasta conquistar la sumisión total de los territorios.
En
consecuencia, armas y dinero, descompusieron el estatus-quo y
transformaron la zona del Protectorado, de por sí insurrecta, en una
maraña de líderes vigorosamente blindados, lo que ayudó a problematizar
la acción mediadora cuando definitivamente España optó por formalizar
los acuerdos internacionales.
El desbordamiento de las
compañías mineras en el Rif Oriental revolucionó abruptamente el
panorama, invadiéndolo de ferrocarriles, carreteras y asentamientos
urbanos como Segangan, Uixan, Tauima, Nador, San Juan de las Minas, Afra
o Setolázar, todos ellos, cruciales en la ensambladura territorial del
Protectorado.
También, los pasos primitivos de los mulos
proseguían cicatrizando los puntos cardinales en su versión más
ancestral, pero los nuevos tiempos que ahora se enmarcaban ahuyentaron
lo recóndito, desdibujando de paso el relato enraizado de las cabilas.
Hasta el punto, que las sociedades mineras derrocaron el sistema social y
político de los rifeños.
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