Fuente: Catalunya Press
Casablanca es un buen punto de partida para iniciar cualquier
recorrido por Marruecos e incluso un excelente lugar para conectar con
otros muchos países de África. Su aeropuerto, moderno y bien dotado,
está además muy bien comunicado con España. De ahí que fuera
precisamente allí donde iniciamos un periplo por el sur marroquí en
busca de algunos morabitos islámicos.
La autopista que va
hacia Agadir es excelente y permite circular a 120 kilómetros hora sin
problema. Pero el camino es largo y llegamos a la ciudad asolada por un
terremoto en 1960 alrededor de las tres y media de la tarde.
Mausoleo de Sidi Ifni.
La idea es
continuar para hacer un alto en Tiznit con el fin de visitar el mausoleo
del prestigioso chej Ma el Ainin, pero cuando alcanzamos esta última
población ha anochecido y está cerrado a cal y canto, amén de en obras.
Mientras nos retiramos cabizbajos y cariacontecidos, se acerca un
muchacho que nos pregunta si lo que pretendíamos era visitar la tumba
del famoso santón. Le decimos que sí y nos responde que él conoce al
vigilante. Trata servicialmente de localizarlo, pero resulta que se ha
ido a cenar. Por fortuna, el tal Omar, que tal es su nombre, aparece
cuando ya estábamos a punto de marchar y se muestra dispuesto a darnos
paso franco al interior que, en efecto, está en plenas obras de
ampliación del mausoleo. La sala mortuoria, sin embargo, se halla en
perfecto estado de revista y podemos rendir la ansiada visita. Ma el
Ainin se halla enterrado junto a dos de sus dos hijos, Mohammed Limam y
Mohammed Mustafa.
Túmulo de Ma el Ainin.
Reanudamos la marcha y el último tramo de nuestro itinerario discurre
por una carretera que, siendo muy correcta, es bastante sinuosa. Es
noche cerrada cuando alcanzamos Sidi Ifni. Al día siguiente hacemos un
breve recorrido por el centro urbano y paseamos por la antigua plaza de
España, hoy de Hassan II, desprovista del monolito que, situado en su
centro, estaba dedicado al coronel Capaz que, enviado por el gobierno de
la segunda república, ocupó este punto en 1934. Sigue el pie,
herméticamente cerrado, el hermoso edificio que fue sede del Gobierno
General de África Occidental española.
La visita a Ifni tiene
como objeto conocer tres santuarios de la zona en los que se celebraban
–y en algún caso se siguen celebrando- ruidosas y festivas romerías. El
primero de ellos es el del santón que dio nombre a la ciudad. En
realidad, el poblado con el que se encontraron los españoles se llamaba
Amezdog, estaba situado en la orilla meridional de un modesto cauce
fluvial en cuya otra ribera se había construido el morabito de cierto
santón conocido como Sidi Ifni. De ahí que la nueva ciudad asumiera el
nombre dicho personaje, del mismo modo que el rio fue conocido siempre
como Ifni.
El mausoleo, junto a la desembocadura del río y con
el Atlántico al fondo, está muy bien conservado. Se halla cerca de un
cementerio musulmán y recibe la visita de fieles que acuden a rezar e
impetrar favores celestiales. Desde su explanada delantera se disfruta
de una excelente perspectiva de la parte antigua de la ciudad, puesto
que el desarrollo habido durante la época española fue tal que la trama
urbana acabó atravesando el Ifni y ampliándose con un nuevo barrio en la
vertiente septentrional que los viejos todavía conocen con el nombre
del general Agulla.
Vamos luego en busca de Sidi Mohamed ben
Abdal-lah, lo que nos obliga a regresar al norte por la misma carretera
por la que vinimos anoche. Resulta que el mausoleo está justo en la
misma linde de la antigua frontera entre España y Francia, junto al río
Saguelmat. Ha cambiado su fisonomía puesto que ahora, delante de la
sepultura, se ha construido una gran mezquita que empequeñece el
monumento funerario. Hay que dar un rodeo para ver el mar que está sus
espaldas, con el curioso peñasco que se alza en la orilla, en medio de
la playa.
Sidi Mohamed ben Abdal.lah a mediados del siglo XX.
Por último y ya en ruta hacia Gulimín localizo otro mausoleo, el de
Sidi Mohammed ben Daud. Se encuentra en un desvío de la carretera de
Sidi Ifni a Telata de Isbuia y Arba El Mesti, en la soledad de un
descampado, también junto a una mezquita y no demasiado lejos de un
aduar minúsculo. Es media tarde y el templo está abierto porque
corresponde con la hora de unos de los rezos litúrgicos musulmanes.
He aquí un rincón del sur marroquí tranquilo, con escaso turismo y, por
ello más auténtico y al que, sin embargo, se llega por buenas
carreteras y en donde nunca faltan ni alojamientos confortables, ni
lugares adecuados para disfrutar de la buena cocina local.
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