Fuente: El Confidencial
Desde principios de siglo XX
hasta que se canceló la 'mili', el peor destino era la cercanía con el
vecino marroquí, con el que nos jugamos los octavos en el Mundial de
Qatar
Un grupo de españoles durante el servicio militar en Melilla en los años 80. (Cedida)
En 1999, cuando José María Aznar suspendió el servicio militar obligatorio
cumpliendo su promesa electoral de tres años antes, a la quinta del 77,
que habíamos hecho ya dos prorrogas por estudios universitarios, nos
sobró uno de los cuatro para no tener que ir a filas. Curiosamente, si
aún así querías hacer la mili de forma voluntaria, el
único destino que quedaba libre era Melilla, el peor de todos, aunque
solo fuera por quedar muy lejos y por la huella que había dejado en
cuatro generaciones de españoles. Luego, además, estaban las drogas, los
moros, el ambiente decadente y de trapicheo. Algunos narran que fue estupendo, no lo fue para el juez y escritor Ricardo Moyano García, que la hizo en 1980, y cuyo padre era, de hecho, de Melilla. Lo contaba así:
"Cuando a mí me destinaron a la ciudad, Melilla era un lugar apartado de la historia,
de escasa población y edificios sucios, más conocido por su whisky
barato, la electrónica japonesa, o, ya puestos a lo malo, por estar en
la ruta del kifi de Ketama. Algunos se "bajaban al moro", desde la
Península, pero también desde la propia Melilla. La frontera era porosa,
la alambrada estaba oxidada y caída en muchas partes, sin que nadie se
ocupara de ella, y bereberes y cristianos de la trapa
cruzaban sin problema. Total, España estaba fuera del mercado común y no
hacía falta entonces sirgas o concertinas, ni existía la presión del
continente negro llamando a las puertas de atrás de Europa. Sin embargo,
aún en ese momento valle de la historia, Melilla tampoco era desde
luego un lugar grato para un quinto. Una prisión atenazada entre la pobreza del Rif y el mar,
militarizada, enclaustrada en doce kilómetros cuadrados. Nadie quería
ir (...) "No lleven mucho" decía chusquero el sargento Heras, "somos
como El Corte Inglés, allí tenemos todo lo que les va a hacer falta,
pero aprovechen ahora para decirle adiós al mundo y ¡Bienvenidos al Sol
de España en África!".(Melilla pólvora y sueño, 2016).
"La frontera era porosa, la alambrada estaba oxidada, caída en muchas partes, nadie se ocupaba de ella"
Fernando Lalana, que sirvió también en Melilla, comenzó así su célebre novela Morirás en Chafarinas (1991):
"Al saber que me había correspondido hacer la mili en… Melilla, pensé
que ya no podía sucederme nada peor. Estaba… equivocado. Cuando varios
de mis compañeros murieron en oscuras circunstancias, Melilla se convirtió en un infierno.
Y para colmo apareció Cidraque, se enamoró de quien no debía y se
empeñó en resolver aquel misterio con mi ayuda". Era la lectura propia
de la juventud de los nacidos en los 70, antes de saberse si quiera que
la mili se acabaría para algunos, los que hacían estudios
universitarios, por ejemplo, que pudimos prorrogar.
Bajarse al moro
Del "bajarse al moro" y demás historias de costo y heroína, —precisamente el leitmotiv
de la trama de la novela de Lalanas—, también daba cuenta Ricardo
Moyano: "De la Cañada se contaban historias de sangre, muchas asociadas a la grifa, la hembra y el Tercio.
Algunos "lejías" o incluso Regulares se aventuraban allí, según se
contaba, para aprovisionarse de costo o buscarse un apaño. Pero todo
estaba envuelto en la bruma. Lo cierto es que el kifi se trapicheaba si
problemas en toda la ciudad, porque yo ya había visto fumadas nocturnas en las letrinas.
La droga impregnaba la ropa de un fuerte olor a acre y me alejaba de
los "fumetas", lo mismo que hacía en los pubs de la universidad donde
ponían música psicodélica y entraban en un trance que, aunque me atraía
como el vacío, me parecía improductivo y decadente". Era una época ya en
la que había quedado lejos la confrontación, la guerra y lo más duro
del Protectorado.
Reclutas del servicio obligatorio en Sidi Ifni, años 50. (Cedida)
Marruecos, el vecino con el que nos jugamos los octavos de final en el Mundial de Qarae, fue entonces el verdadero infierno. Un destino brutal durante
casi un siglo para los españoles cuyas reminiscencias de toda esa
miseria de ir África con el vecino marroquí sumaban penurias, miseria y
muerte: de la propia corrupción del Ejército español de los años 20 que
narró Ramón J. Sender, a las sangrías de Barranco del
Lobo dos décadas antes o la del Desastre de Annual tres después. El
legado que marcó para siempre a las plazas de Melilla y Ceuta cuando ya
había terminado el franquismo. La última guerra, la del Sidi Ifni en el Sáhara español con Marruecos de nuevo achuchando a soldados de remplazo en
la última guerra colonial de España no fue hace tanto y muchos de los
que estuvieron allí estuvieron lo recuerdan. El Gobierno les otorgó una
indemnización a los que les toco el servicio militar en el Ifni y con
ello un pasaporte a la guerra más silenciada de la Historia de España.
Un destino brutal durante casi un siglo para los españoles de miseria, penurias y muerte
Mucho antes, en 1909, cuando lo de Barranco del Lobo, cien años antes de que se acabara la mili, no había prorrogas por estudios,
pero sí algunas exenciones para los de la clase adinerada, un común
denominador de todo el periplo de España en Marruecos de distintos
grados según las épocas. Decía el general Manuel Fernández Silvestre,
responsable del Desastre de Annual en 1921 que "el soldado moro vale
por tres: uno que lucha por nosotros, uno que deja de hacerlo por el
enemigo y uno que evita que un español tenga que hacerlo en el Rif".
Mientras que las tropas indígenas acabarían rebelándose contra los
españoles, siendo claves en el descalabro del ejército colonial en el
protectorado, lo cierto es que el servicio militar en África era tan
duro que las clases altas buscaron todas las formas para evitarlo.
Reclutas en la época del franquismo. (Cedida)
"Muchas familias de importancia debían mandar a sus
descendientes a la guerra, aunque el de la llamada cuota les daba la
posibilidad de reducir, pero nunca de redimir del todo, el Servicio Militar Obligatorio,
una cuestión polémica en la campaña de 1909 y que un par de años
después se modificó, apareciendo la mítica figura del soldado de cuota,
que por otra parte constituía la base principal para que naciera el
oficial de complemento, al que se le exigía la permanencia en todos los
empleos hasta adquirir el rango de alférez". —Luis Miguel Francisco, Morir en África. La epopeya de los soldados españoles en el Desastre de Annual—. Lo que ocurría es que al cumplir los 20 años
todos los hombres entraban en quinta, eran sorteados y aquellos a los
que la suerte les designaba, eran destinados a hacer el Servicio Militar
Obligatorio en las guarniciones del Norte de África durante un periodo
de dos, tres o seis años. Ya se sabe las mujeres se quedaban embarazadas
y los hombres iban a la mili.
Quinto o Soldado de Cuota
Lo explica Joaquín de la Santa Cinta en La úlcera española en África. Héroes caídos en 25 años de guerra, "Hasta 1912 las clases acomodadas o con capacidad económica suficiente podían eludir el Servicio Militar de sus hijos mediante dos fórmulas legales: sustitución, mandando a otra persona en su lugar, o redención en metálico, pagando al estado las cantidades estipuladas". Fue precisamente la imposición del soldado de cuota,
que se manifestó sobre todo durante la Guerra del Rif, lo que cambió la
situación, creando esa suerte de reducción de tiempo de servicio.
El conflicto en el protectorado de Marruecos contra los rebeldes rifeños abocó a muchos jóvenes al infierno
Es quizás el periodo más terrible para los soldados de quinta
hasta el último petardazo de la Guerra del Ifni en los 50. El conflicto
en el protectorado de Marruecos contra los rebeldes rifeños abocó a
muchos de los jóvenes al infierno. Lo relató Ramón J. Sender en Imán (1930) su primera novela, antes de Crónica del alba, con su alter ego Viance, un soldado voluntario en Marruecos
que se enfrenta al horror y la corrupción del ejército durante la
Guerra del Rif. Lo haría de una manera similar mucho después en el cine
Oliver Stone con su Chris Taylor de Platoon (1985) basado en su propia experiencia como voluntario en la Guerra de Vietnam.
Soldados españoles durante la Guerra del Rif. (Cedida)
La nota preliminar era clara con las intenciones de la novela:
"Tenía estas notas (…) Cualquiera de los doscientos mil soldados que
desde 1920 a 1925 desfilaron por allá podía firmarlas. Y desde luego su
protagonista se puede 'comprobar' en la mayor parte de los obreros y campesinos que fueron allá
sin ideas propias, obedeciendo un impulso ajeno y admirando a los
héroes que salen retratados en los periódicos. El libro no tiene
intenciones estéticas ni prejuicios literarios. Sencillo y veraz, trata
de contar la tragedia de Marruecos como pudo verla un soldado cualquiera de
los que conmigo compartieron la campaña. A ellos dedico estas notas,
escritas entonces con la voz del paisaje africano en los oídos".
Nostálgicos de la mili
Aunque se trate de una obra de ficción, Sender es otro de los retratistas antibelicistas de ese penoso servicio en Marruecos, en el Rif, según su propia experiencia entre 1924 y 1925, después del Desastre de Annual y del Desembarco de Alhucemas.
Durante la Segunda República, la mili se redujo un año, pero tras la
Guerra Civil y aún con la existencia del protectorado, servir en África
se fue pareciendo más a lo que sería una vez que este no existiera y
quedaran la reminiscencias de Ceuta y Melilla como destino evitable para
todo aquel que no fuera de las dos ciudades y estuviera cerca de casa. ¿Hubo gente que disfrutó su mili allí? Existen relatos de ello y algún foro de nostálgicos, pero la gran mayoría lo aborrecía.
Aún peor que Marruecos, hacia finales de los 50 resultó ser el Sáhara español por la Guerra de Sidi Ifni
Un detalle es que hasta los propias autoridades también lo
consideraban así: baste decir que durante buena parte del franquismo los
objetores de conciencia, después de la condena de tres
años de cárcel, eran enviados a realizar el servicio militar a Ceuta,
según explicaba el historiador militar Gabriel Cardona: "El problema
recomenzaba cuando el objetor terminaba su condena y, tras varios años
de cárcel, todavía tenía la mili pendiente, que debía cumplir en el Batallón de Cabrerizas, un cuerpo disciplinario ubicado primero en Ceuta y, luego, en el Sáhara" —Gabriel Cardona, El gigante descalzo. el ejército de Franco—.
Sin embargo, aún quedaba para la Historia de España un destino aún peor
que Marruecos, aunque a costa del propio reino alauí: el Sáhara y Sidi
Ifni en donde en 1956 los reclutas allí destinados tuvieron que hacer
frente a la guerra con los marroquíes, silenciada durante décadas.
La mili en el Ifni
Los recuerdos de aquellos reclutas que hacían allí la mili han
ido aflorando con los años. Uno de los reclutas de entonces más activos
en contar sus experiencias en el Servicio Militar Obligatorio en el Ifni fue Adolfo Cano, que primero en un blog y después en un libro titulado 'Ifni 1957-198. Sin memoria histórica',
relató la odisea de aquellos quintos que acabaron metidos en una
guerra... contra el amigo marroquí: "La aventura de aquella Mili, que al
final se convertiría en una terrible odisea, comenzó en Valencia, de donde salimos con destino a Cádiz.
El tren era de aquellos con bancos de madera en ángulo recto
enfrentados, aunque casi no los usamos, pues como el tren paraba en
todas las estaciones, porque era lo normal y por ir recogiendo reclutas,
nos apiñábamos en la ventanilla, así las "chavalas" que estaban en el
andén salían bien piropeadas… o salvajemente aduladas. Decir como excusa
a tanta fogosidad que los vagones estaban repletos de reclutas de 20
años".
Al final la mili desapareció de España, y de Marruecos también, aunque allí la reinstauraron hace muy pocos años ¿Serán los recuerdos de esos reclutas marroquíes cerca de las plazas de Ceuta y Melilla, del Sáhara, del Ifni, semejantes a los de los españoles?
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