Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
Un líder indiscutible en el campo de batalla y pionero en las luchas
anticoloniales que ataca con fiereza, hasta hacerse dueño y acreedor del
ingenio guerrero, más el llamamiento a un Congreso Popular que no era
sino la antesala de un encuentro informal de representantes de yemas y
cabilas, a modo de estructuras sociales básicas de las tribus rifeñas,
iban hacer posible que aquel 15 de muharram de 1340 (18/IX/1921),
quedase establecido como la jornada de proclamación de la República del
Rif sobre los territorios liberados al Protectorado Español de
Marruecos.
Por aquel entonces, una extensísima franja de
terreno que llegó a ocupar desde prácticamente el litoral atlántico, con
Tánger y Tetuán al norte y Larache al sur, y hasta las proximidades de
Nador y Melilla al este, y como no, el Rif, un territorio tan abrupto
como infranqueable, con caprichosos espacios accesibles y un interior
montuoso y bifurcado en extremo que atrapa un conjunto de serranías y
macizos tortuosos, recrearía una soberanía jamás admitida por los
gobiernos occidentales.
Milicias rifeñas caracterizadas por ser
expertas en la emboscada facilitada por el terreno escabroso,
pero
también, definidas por su carácter austero y audaz, independiente y
resistente,
hasta forjarse el estereotipo del aguerrido combatiente de
las montañas del Rif con movilidad superlativa.
Adelantándome a lo que subsiguientemente fundamentaré, aquella
autoproclamada República del Rif (1923-1927) tuvo su propia Asamblea
Nacional, así como una Constitución, Administración, bandera, banco
central con emisión de papel moneda que no llegó a circular, pero sobre
todo, una milicia en principio constituida por una rudimentaria armada y
fuerzas aéreas que consiguió mantener en ebullición su independencia,
hasta que la permisividad de Francia con los rifeños cambió de dirección
con la intervención de fuerzas conjuntas franco-españolas en el
Desembarco de Alhucemas (9/IX/1925) que pondría fin al espejismo del
artífice cabileño.
Sin embargo, pese a la identidad étnica y
cultural que infructuosamente pretendieron reivindicar, la liberación
nacional rifeña, por cierto, la segunda más brillante de cara al
colonialismo europeo tras la de Etiopía, se anticipó varias décadas a
los procesos de descolonización y se topó de frente con una Comunidad
Internacional que únicamente consideraba a una figura local: el Sultán
de Marruecos. Así, el chispazo de la perturbación bereber cabe situarlo
en el Tratado de Algeciras (7/IV/1906), que empujó a España a adentrarse
en una inexplorada e indeterminada andanza colonialista en el norte de
África, para en cierta manera reequilibrar el juego hegemónico entre
Reino Unido y Francia y los imperios ruso, austrohúngaro y alemán.
Allende
de la presencia hispana en aquellas inhóspitas tierras africanas, los
rifeños objetaron un acuerdo internacional que los asimilaba con
Marruecos y ponía en riesgo su identidad y engranaje social.
De
ahí, que el máximo exponente del nacionalismo rifeño, Abd el-Krim
(1883-1963), habiendo estudiado en España y después ejercer como cadí en
Melilla, decidiese emprender una primera guerrilla de resistencia y
advertir con pelos y señales a las Fuerzas Coloniales, sobre la
inminente amenaza de continuar tomando posiciones, cuando ya rebasaban
los 5.000 kilómetros cuadrados ocupados.
Con estos mimbres, agreste y con escasos recursos, desde la
consumación de aquella efímera independencia conseguida a base de
conciencia anticolonial, lucha y sacrificio, el Rif estaba habitado
mayoritariamente por bereberes y por una minoría árabe, siempre ha sido
un enclave marginado e insurgente, primero para los actores europeos que
se adjudicaron el territorio y dispusieron sendos protectorados sobre
Marruecos, y más tarde, valga la redundancia, para el Marruecos
independiente. No cabe duda, que a los bereberes su carácter les retrata
como individuos inflexibles y arrogantes, tenaces y suspicaces entre
sí, evidenciando la unión ante cualquier desafío exterior que intente
trastornar sus tradiciones o dañe los patrones democráticos de gobierno.
Ya,
en 1912 se instituye el Protectorado Español en Marruecos, pero
realmente estaríamos refiriéndonos a una especie de subprotectorado, la
cesión a España por parte de la administración francesa de una zona del
norte. En tanto, el Sultanato de Marruecos queda bajo la autoridad de
Francia merced al Tratado de Fez (30/III/1912), culminándose unos
cuantos años de acompasada incursión colonial en el país magrebí.
En
seguida, Francia acaba transfiriendo a España el 5% de la superficie
marroquí, algo así como unos 20.000 kilómetros cuadrados que abarcan la
región oriental quebrada del Rif. Tanto la parte española como en la
francesa, la colonización conlleva que las atribuciones políticas,
económicas y militares recaigan en manos de los apoderados de la
potencia protectora y de una cifra progresiva de colonos europeos que
celosamente participan en la praxis colonial.
Simultáneamente,
dado que administrativamente se trata de un Protectorado
geográficamente disjuntos, se conservan expresamente algunas de las
estructuras de poder preexistentes, que en su aplicación no poseen
competencia más que cierta capacidad de influencia en cuestiones
religiosas.
De esta manera, el Sultán permanece
emblemáticamente como la máxima autoridad, firma leyes y es
personificado en la hechura del Jalifa, cuyo poder era puramente nominal
al carecer de toda capacidad ejecutiva.
“Si
la historiografía asesta un golpe letal a los fiascos coloniales
españoles con el sustantivo ‘desastre’, la proclamación de la
Independencia del Rif, la cual tomaría forma de República Federativa de
Tribus, su forjador, Abd el-Krim, abordó una apuesta diplomática
impetuosa que no daría los frutos deseados”
Mientras
tanto, en el desarrollo de ocupación las tropas españolas se atinan con
focos de resistencia y cuando éstos se hacen efectivos, afloran otros
puntos turbulentos excedidos en acometividad y furia. Progresivamente,
se desenmascara un contingente nativo diseminado y mal pertrechado como
el rifeño que apenas opera con fuego de artillería, pero, que a su vez,
es experto en la emboscada posibilitada por el entramado escabroso, para
al fin engrandecer a un combatiente ducho, aguerrido e insensibilizado
consigo mismo que sabe poner en jaque y desbaratar hábilmente un
ejército convencional de las características de España.
A las
claras, los rifeños luchan como pez en el agua valiéndose de la guerra
de guerrilla y del conocimiento expreso del terreno y la motivación. En
cambio, su contrincante escenifica un ejército manifiestamente
desmotivado y desconcertado, integrado por soldados de leva ansiosos por
retornar a sus casas.
Llegados hasta aquí, las fuerzas cabileñas infligen una serie de
descalabros a las tropas coloniales, hasta alcanzar la fecha fatídica
del Desastre de Annual que sería la primera ficha de un castillo de
naipes en la que España había tocado fondo. Simplemente reseñar, que con
el paso del tiempo este revés degradante indujo al desquite enfilado de
una reconquista ejemplarizante contra el moro.
Pero antes,
ensoberbecido por los triunfos cosechados, el jefe supremo magrebí
instaura el germen de una república democrática en los territorios que
domina, deseoso de llevar a término un organismo de coordinación entre
tribus, sintiéndose más reacio a armonizar y desplegar competentemente
el movimiento rifeño, que apareció a lo largo de la guerra por la razón
de que el Rif estaba siendo sometido como una apisonadora por los
influjos coloniales, lo que consideraba una intromisión en toda regla en
su hábitat natural.
Este escenario excepcional impulsa a Abd
el-Krim a celebrar democráticamente un Congreso donde examina y tantea
el contexto bélico después de la victoria, introduciendo otros
instrumentos para un encaje más equilibrado. Ni que decir tiene, que la
proposición fue admitida con entusiasmo por los rifeños.
Como
he puntualizado preliminarmente, la reunión se materializó el 18/IX/1921
y Abd el-Krim convertido en pieza carismática del movimiento
anticolonial, comenzó su intervención haciendo hincapié en la relación
entre el Rif, Marruecos y España. Además, condenó cualquier muestra
procedente del colonialismo, tanto español como francés y llamó a no
admitir ningún tratado del protectorado. En este sentido cito
literalmente un párrafo de la carta enviada a las autoridades españolas:
“Nunca hemos reconocido este protectorado y nunca lo reconoceremos”.
Continúa
diciendo: “Deseamos ser nuestros propios gobernantes y mantener y
preservar nuestros derechos legales e indiscutibles, defenderemos
nuestra independencia con todos los medios a nuestro alcance y
elevaremos nuestra protesta ante la nación española y ante su
inteligente pueblo, quien creemos no discute la legalidad de nuestras
demandas”.
En este mismo marco se convinieron varias materias, entre ellas, la
más atrayente: la Independencia del Rif. Al mismo tiempo, Abd el-Krim
fue nombrado Emir, se formalizó un Consejo Nacional de notables y se
determinó la fecha anteriormente mencionada como el ‘Día de la
Independencia’. Igualmente, se aprobó la petición de una compensación
por parte de España a los rifeños afectados por el conflicto y la
ocupación militar durante los doce años anteriores, así como dos temas
de política exterior.
El primero de ellos hace referencia a la
plasmación de vínculos amistosos con los estados, remitiéndome a la
carta redactada por los dirigentes rifeños que plantea al pie de la
letra: “Nos causa sorpresa el que ignoren los intereses de la propia
España no haciendo la paz con el Rif mediante el reconocimiento de su
independencia, y así promover las relaciones de buena vecindad, en lugar
de humillar a nuestro pueblo e ignorar todas las doctrinas humanas y
legales de ley universal, tal como se hallan contenidas en el Tratado de
Versalles firmado después de la Gran Guerra”.
Y el segundo
asunto desmenuzado en tres ejes, pone énfasis en la petición de ingreso
en la Sociedad de Naciones. A este respecto, subrayo la correspondencia
remitida al Consejo General el 6/IX/1922 que comienza esbozando:
“Nosotros, representantes debidamente acreditados del verdadero gobierno
del Rif, les informamos de que hemos constituido un poder
representativo debidamente elegido, compuesto de diputados de cuarenta y
una tribus del Rif y Gomara. Entre los puntos más importantes
acordados, tenemos una asamblea representativa debidamente elegida que
gobierna nuestro país en conformidad total con los objetivos de la
Sociedad de Naciones”.
Abd el-Krim (1882-1963), cuyo nombre completo es Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim El-Jattabi, líder supremo magrebí
y máximo exponente del nacionalismo rifeño, artífice de la República del Rif y galvanizador de la resistencia.
“Segundo, estamos dispuestos a garantizar los derechos de todas las
naciones en todos los ámbitos relacionados con el comercio, y no
estableceremos en ningún caso derechos más gravosos que los fijados en
otras regiones de Marruecos. Y tercero, estamos dispuestos a dar pruebas
y garantías que demuestren que somos capaces de gobernar el país en
interés de la paz y del comercio internacional”.
En este
aspecto, puede contemplarse un claro mensaje hacia los españoles
sustentado en la paz y el reconocimiento recíproco de buena vecindad
razonado por acuerdos universales. Toda vez, que lo más sugerente es que
era sabedor de que podía fraguarse un Estado moderno, pero no sin antes
implantar un órgano abierto que acogiera el diálogo e impulsara los
derechos.
Por ende, el Ministro de Asuntos Exteriores de la República del Rif,
Mohamed Azerkan, indicó sucintamente: “El gobierno rifeño establecido
según las ideas modernas y los principios de la civilización, se
considera independiente, tanto política como económicamente, con el
privilegio de gozar de nuestra libertad como la hemos gozado durante
siglos y vivir tal como los demás pueblos viven”.
Posteriormente,
el Consejo Nacional efectuó varias sesiones dando luz verde a una
Constitución de cuarenta artículos, asentada en el principio de
autoridad del pueblo; amén, que los miembros del gobierno se erigieron
en responsables ante la Asamblea Nacional. De ahí, que a Abd el-Krim se
le designara la encomienda de ser Presidente del Consejo. Si bien, la
Constitución junto con otros documentos de interés, ardieron en su
totalidad cuando las tropas españolas se dispusieron a tomar la
proclamada capital de la República del Rif, Axdir, considerada como la
‘Meca de la rebelión’.
Y entretanto, el Estado pasó a
denominarse bajo el nombre de ‘Estado Republicano Rifeño’ (Dawlat
Aljumhuriya Rifiya). Ahora, el siguiente peldaño era la creación
metódica de un gobierno innovador que reemplazara las antiguas
estructuras y engarzara un patrón democrático concatenado a una
administración representativa.
Con lo cual, se le dotó de un
Presidente o Emir, un Vicepresidente en la persona del hermano de Abd
el-Krim y cuatro Ministros en el ámbito de competencia de Asuntos
Exteriores y Marina, Defensa e Interior y Hacienda y, por último, dos
Secretarios y tres Inspectores y Pagadores.
Cabe subrayarse,
la agudeza de innovación y cambio del Estado en curso y lo más
sugerente, la mayoría de los componentes no pasaban de los cuarenta y
cinco años de edad. Valga de ejemplo, el Secretario particular de Abd
el-Krim, de tan solo veintidós años. Sin inmiscuir, que todos poseían
estudios superiores y un dominio avanzado de idiomas, hasta convertirse
en el resorte de comunicación de los interlocutores de otros estados que
hacían llegar sus comunicados al escaparate internacional.
A
resultas de todo ello, Abd el-Krim prosiguió en su empeño con el proceso
de mejora incrustando instituciones como las Fuerzas de Seguridad, al
objeto de afianzar el orden interno; o las Fuerzas Armadas, para
proteger el territorio frente a un hipotético envite exterior.
A
este tenor, con la vista puesta en la desenvoltura y aplomo político y
militar, en cada tribu dispuso un negociado gubernativo. Otra de las
atribuciones del Estado estribó en el recaudo de impuestos materializado
mediante una especie de agentes fiscales habilitados en la región. A la
par, insistió en su actividad reformista extinguiendo los laberintos
intertribales y acrecentando el sistema de alianzas hasta hacerse con la
unidad tribal y el trato sociable entre las cabilas.
A ras
jurídico, inhabilitó la venganza o deuda de sangre e introdujo
tribunales de justicia. Otra de las primicias residió en la construcción
de prisiones que en ningún tiempo antes se habían constatado en el Rif,
como la cárcel de Tajanust. Mismamente, el entresijo penal era severo y
enrevesado, ya que con posterioridad a hilvanarse la República no
existían fórmulas redactadas, como tampoco posibles acotaciones entre
las infracciones de índole civil y las rigurosamente militares.
Entre
la sucesión de algunos de los motivos, se contemplaban como delitos
mayores el hecho que las tribus rechazaran al estado rifeño; o aquellos
que colaborasen con los cautivos a emprender la fuga; o los militantes
que incurrieran en un acto de cobardía. Mientras que los caídes que
veían malogradas sus acciones ofensivas, inmediatamente se les
desautorizaba del mando de sus unidades.
“Agreste
y con escasos recursos, desde la consumación de aquella efímera
independencia conseguida a base de conciencia anticolonial, lucha y
sacrificio, el Rif estaba habitado mayoritariamente por bereberes y por
una minoría árabe, siempre ha sido un enclave marginado e insurgente”
Con
cada una de las reformas y disciplinas ensambladas a pasos acompasados
con exiguos recursos, Abd el-Krim sentó las bases en el Rif para un
orden y seguridad adaptados a las coyunturas del momento, constituyendo
la paz para suprimir los fantasmas enquistados de las luchas tribales.
En
lo que atañe al plano social, indiscutiblemente, giró al cambio de la
jerarquía, prolongando lo rentable del derecho consuetudinario, usos o
costumbres. Asimismo, dictaminó un modo de indumentaria apropiado, como
el corte de las coletas para zanjar las discrepancias habidas, fijando
la exigencia del recorte de la barba. Y como nota curiosa, prohibió
caminar sin calzado.
Por lo demás, se sancionó a los consumidores de kif, pero esta norma
provocó enojo entre la población. Y como evolución paulatina a lo
referido, se prescribieron preceptos para contrarrestar el racismo
antijudío, algo que no realizaron el resto de naciones musulmanas y
trató de neutralizarse la esclavitud. Sin soslayar, el retrato de la
mujer rifeña que no quedó al margen del maltrato físico con penas de
cárcel.
Por último, el argumento religioso se impone a todas
luces ante la aspiración de vivificar estas estructuras para amoldar las
convicciones islámicas a las realidades de la época. Digamos, que el
reformismo religioso articulado con aquellas corrientes renovadoras que
irrumpían en el islam, pero, sobre todo, el reformismo salafista. Luego,
puede afirmarse que los cabecillas rifeños jugaron con un as en la
manga la carta de presentación de las relaciones internacionales y,
obviamente, Abd el-Krim, como el galvanizador de la resistencia rifeña.
A
grandes rasgos se condujo la labor internacional en tres directrices:
primero, la preservación de la neutralidad franca; segundo, la
estrategia hacia los acuerdos propuestos por los españoles y, tercero,
el discurso o la propaganda direccionada a los actores europeos. En cada
una de estas negociaciones los portavoces rifeños con Abd el-Krim a la
cabeza, procedieron como habilidosos especialistas.
Dicho esto
y sin profundizar demasiado por la extensión limitada de estas líneas,
para algunos analistas lo significativo de la República del Rif encarna
el germen del nacionalismo marroquí, mientras que otros, reparan en el
reformismo religioso y su administración que ansiaron irradiar y que a
la postre, valdrían como seña de identidad en el amplio recorrido
transitado hacia la Independencia de Marruecos durante los años
cincuenta.
Sin eludir, que lo más transcendental del régimen
rifeño recayó en la esencia revolucionaria de su disputa, prácticamente
inédita hasta entonces en el islam y que dejaría equipararla a otras
tendencias de liberación nacional, e incluso reconocerla como
precursora.
Del mismo modo, algunos expertos del fundamento
rifeño distinguen la República del Rif como el embrión de un Estado
democrático y social, predominando el protagonismo modernizador de Abd
el-Krim y el proceder incuestionable del pueblo rifeño sumido en el
espíritu de entrega por su causa.
A todo lo cual, los vasos
comunicantes de la República del Rif convergen en la tentativa del
nacionalismo marroquí y de Abd el-Krim, como el hacedor de la conciencia
nacional, que tuvo como premisa superlativa la liberación de la
servidumbre colonial, pretendiendo desenvolver su movimiento de
resistencia por el imperio del Sultán y accediendo en mayor medida a las
pretensiones políticas y legítimas de las antiguas posesiones
sometidas.
Consecuentemente, si la historiografía asesta un
golpe letal a los fiascos coloniales españoles con el sustantivo
‘desastre’, la proclamación de la ‘Independencia del Rif’, la cual
tomaría forma de ‘República Federativa de Tribus’, su forjador, Abd
el-Krim, abordó una apuesta diplomática impetuosa que no daría los
frutos deseados en una incesante situación de emergencia, con una guerra
abierta en todos los frentes y un universo cabileño imbuido por agentes
de numerosos países.
A pesar de todo, en una sociedad
vigilante como la rifeña que no se las tenía consigo, se generaron
progresos hacia la senda democratizadora, en los que dificultosamente se
conjugaban inercias modernas de temple socialista y comunista con la
connotación del fuerte peso religioso de sus tradiciones.
Tampoco
encontró el refuerzo de los imperios centrales ni el del Reino Unido,
que en definitiva puso mayor ahínco. Y en España, únicamente el
recientemente fundado Partido Comunista y las filas soberanistas Estat
Català y Acció Catalana le facilitaron su respaldo y reconocimiento.
Mientras
en el exterior explotaba expresiones de autodeterminación para
estimular el impulso liberal en España y Francia, en la órbita doméstica
hacía valer el pronunciamiento del renacimiento islámico para sacar a
pulso un sinfín de incondicionales a su razón de ser. Teniendo en cuenta
que hubo de cimentar un gobierno transtribal, en ocasiones empleando
más que la fuerza, como sucedió en las cabilas de Beni Tuzin, Marnisa y
Gueznaya que cuestionaron su autoridad.
Finalmente, de
aquellas calamitosas efemérides que subliman el intenso aroma de una
España inmersa en la colonización y favorecida por el desbarajuste de un
ejército plagado de hábitos corruptos, se relega que se trataba de la
Guerra de Independencia del Rif, producto inmediato de la pugna por la
liberación del pueblo rifeño, negándose a tolerar bajo ningún concepto
la potestad del Sultán de Marruecos como instaban las potencias
occidentales en las condiciones para determinar la paz.
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