Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
El fuerte pronunciamiento, unido a la sublevación y la perturbación
de los poblados nativos en las demarcaciones norteafricanas bajo la
administración española, llevó a una serie de acciones militares
distinguidas en su conjunto como las ‘Campañas de Marruecos’
(1909-1927). Dicho conflicto impuso a las Fuerzas Coloniales de España
retocar su doctrina y formas operativas para al menos, intensificar la
eficiencia contra el corolario de cabilas satélites caracterizadas por
su agresividad enfervorizada, estableciéndose una interrelación entre
sus principales elementos para conferir un esclarecimiento a los
procesos de cambio en el marco temporal que en estas líneas se
desgranan.
A pesar de la fuerte resistencia presentada y
de los encarnizados combates desencadenados, poco a poco se producen
las primeras rendiciones en masa y el grueso de las harcas rebeldes
comienzan a digerir que la mejor salida pasaba por la sumisión y
posterior entrega de las armas.
Sin duda, las enormes vicisitudes a las que
hubieron de hacer frente los militares desplegados en tierras africanas,
obligaron a que el propio Ejército apreciase profundos procedimientos
de cambio resultados de la necesidad de obtener cuánto antes la
victoria, en una conflagración de carácter colonial y en su caballo de
batalla el quebradero de la ‘guerra de guerrillas’, en las que no iban a
faltar un entramado de métodos de intimidación, persuasión, pericia y
represión.
Si bien, como consecuencia del ‘Desastre de Annual’
(22-VII-1921/9-VIII-1921), se considera el auge de primicias tanto
sostenidas como disruptivas y que como no podía ser de otra manera,
incumbieron básicamente en el dibujo doctrinal, además de la estructura
orgánica y la aparición de nuevos materiales en las Fuerzas Terrestres.
Pero, no por ello, queda al margen que las incitaciones que condujeron
la intervención militar en el Norte de África han sido objeto de
intensos debates.
Con lo cual, esta improvisación en la
hechura conjetura un cambio de paradigma que transforma diversas
variables de una fuerza militar en busca de una acentuación en la
efectividad ante el descalabro sufrido. Ahora, la praxis evolutiva
transforma las maneras de maniobrar de los militares, siendo entendido
como un factor de la ventaja estratégica sobre el contendiente, si dicha
mutación resulta adecuada y provechosa.
Ni que decir tiene, que la ‘Guerra de Marruecos’ se desarrolló en
circunstancias convulsas de la Historia de España, estando identificada
por la inestabilidad política y social, la manifestación de tendencias
sediciosas como el anarquismo o el sindicalismo y la estampa de unas
fuerzas militares malogradas en los conflictos de Cuba y Filipinas, que
por entonces, estaban dispuestas hacia la defensa operativa del
territorio, pero que habían tocado fondo. Obviamente, estos hechos
generaron un sentimiento de derrota y desánimo entre las milicias, que
contribuyó a que se emprendiesen las ‘Campañas de Marruecos’ con una
paupérrima moral de triunfo.
Gradualmente, el cambio en las
políticas expansionistas de las potencias en África, también arrastraría
a España a implementar algunos movimientos con los que conseguir el
control de Marruecos. Su alcance de desenvolvimiento se vio
considerablemente limitado por las determinaciones entre Francia y Gran
Bretaña, convirtiéndose en un actor de segunda categoría que, a fin de
cuentas, logró constituir el Protectorado en la región del Rif.
Como
es sabido, la zona anterior se había hallado fuera de la autoridad del
sultán y la disposición era implantada por las cabilas, a modo de grupos
tribales que se resistían a cualquier injerencia colonial.
Inicialmente, los amagos de violencia practicada por los indígenas
contra la dotación de las plantas mineras y la carencia de control sobre
el territorio, llevaron al preámbulo de luchas irregulares para someter
a los grupos insurrectos. Para el manejo de estas operaciones, el
Ejército hubo de desarrollar diversas metodologías de innovación con las
que trataría de aumentar su impacto.
Ahora bien, durante la
‘Guerra de Marruecos’ las Fuerzas Terrestres constituyeron la punta de
lanza de las operaciones militares. Esto significó que los saltos
cualitativos doctrinales se acomodasen al plantel de apoyos adicionales
que optimizaran el ejercicio operativo. Los vaivenes doctrinales se
centralizaron en el aumento de la capacidad de maniobra y el máximo
rendimiento de los recursos humanos, materiales y económicos para
asegurar la superioridad sobre las turbas rebeldes enarboladas por Abd
el-Krim (1883-1963). Debido a ello, los contingentes españoles
procuraron perfeccionar la capacidad de dirección de las operaciones
anfibias y aéreas, así como la sanidad de campaña para alcanzar la
victoria frente a las huestes rifeñas.
“En
los episodios previos a la hecatombe del Desastre de Annual, la
incorporación de otras capacidades comprendió reformas doctrinales. En
contraste, la introducción de armamento más sofisticado como pistolas
automáticas Astra 9 mm o fusiles ametralladoras, entrevieron novedades
tecnológicas que reforzaron las tácticas efectuadas”
Primero,
las operaciones anfibias integran una fase preparatoria en el trazado
de las campañas terrestres. Su naturaleza conjunta demanda de un elevado
nivel de coordinación entre las unidades aéreas, navales y terrestres,
cuyo proceder ha de ser fluido y adaptable para acortar la cifra de
bajas y afianzar el éxito de la misión.
Este patrón de
actuación ofensivo se convirtió en una de las principales revoluciones
doctrinales realizadas en el curso de la ‘Guerra de Marruecos’, siendo
su punto destacado el ‘Desembarco de Alhucemas’ (8/IX/1925). Los
primeros ramalazos anfibios fueron de pequeña magnitud, desencadenándose
en los períodos iniciales para transferir tropas armadas a tierra.
Recuérdese
al respecto, que el primero de ellos se desplegó en 1907 con el
‘Desembarco de Casablanca’, en el que intervino la Infantería de Marina
bajo fuegos de cobertura desde flotas francesas y españolas. Más
adelante, se verificaron operaciones de idéntico calado, pero para
invadir Restinga y Cabo de Agua y así crear un eslabón logístico con las
Islas Chafarinas.
Estas primeras tentativas yuxtapuestas a
los Desembarcos de Galípoli y Albión en el transcurso de la ‘Primera
Guerra Mundial’ (1914-1918) se utilizaron de reseña para la notable
conducción de Alhucemas.
Se trataba nada más y nada menos, que
de la primera incursión aeronaval de cara a una costa fuertemente
fortificada y artillada, y en el que igualmente se dispusieron por vez
primera carros de combate: su consecución operativa predispuso el
fracaso estratégico de la horda de turbantes rifeña.
Aun con
los resultados alcanzados, la actuación militar en su conjunto demostró
importantes vacíos en lo que atañe al reconocimiento de playas y
comunicaciones entre las aeronaves y embarcaciones. Toda vez, que la
rúbrica innovadora de la operación y las lecciones aprendidas,
obtuvieron trascendencia en unidades extranjeras y configuraron un
retrato imborrable para futuras operaciones anfibias como el ‘Desembarco
de Normandía’ (6/VI/1944).
Pero ciñéndome brevemente en los
contingentes nativos del Norte de África, el ímpetu del desarrollo de
estas operaciones se vio supeditado esencialmente por el relieve
escabroso de la comarca. Al tratarse de franjas costeras no enlazadas
por vía terrestre con la superficie, el descenso a tierra constituyó la
única elección congruente para el envío de tropas y la plasmación de
despliegues sobre el terreno.
La idea ganó enteros a partir de
la exploración del contexto operativo, interconectado con el giro
doctrinal a partir del acoplamiento sucinto de la aviación, los carros
de combate y las comunicaciones. Adicionalmente, la descomposición del
‘Desembarco de Alhucemas’ objeta la aplicabilidad de la teoría de las
relaciones cívico-militares a entornos no democráticos como se ocasionó
en la dictadura de Primo de Rivera desde 1923 a 1930, respectivamente.
El
caso anterior demostraría a todas luces el menester de convenir
planteamientos teóricos concernientes al cambio militar en el molde de
regímenes pretorianos en España, como el que hace alusión al ya aludido
Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1870-1930) y Francisco Franco
Bahamonde (1892-1975), dotando de ilustración a la transición de las
organizaciones militares.
Segundo, la aviación había sido
usada precedentemente por fuerzas españolas en cometidos de
reconocimiento y bombardeo, como ocurrió en Tetuán durante la Campaña de
1913. La labor de una Fuerza Aérea desenvuelta arrastró a un proceso de
innovación inducido por una competición entre servicios militares como
el Ejército y la Armada para conquistar con soltura su protagonismo.
Conviene destacar las condiciones de extrema violencia y los enormes
aprietos que las tropas de choque asumían para sofocar los embates de
las harcas rifeñas. De ahí, que los frentes de vanguardia siguieran
protegidos por las fuerzas de choque y los combates, aunque habituales,
se ceñían en la defensa de las líneas de abastecimiento. En la imagen
combate del zoco El-Had de Benisicar.
A la par que en las operaciones anfibias, el diagnóstico de las
experiencias adquiridas de la US Navy y la Royal Navy, la Armada
española comenzó a tender un proceso de mejora militar mediante la
superación de aquellas prácticas extranjeras que habían resultado
positivas.
En los años subsiguientes se adquirieron aviones y
material aeronáutico para la puesta en escena de un buque de transporte
de hidroaviones. En tanto, que la Armada instituyó en 1917 la
Aeronáutica Naval, con la conformación de una escuela definida y un
establecimiento para la fabricación de hidroaviones y posterior partida a
la zona de operaciones. Y el Ejército, ante la celeridad de la Armada
en la vertiente aeronáutica, no tardó en hacerse con aviones extranjeros
procedentes de los excedentes llegados de la desmovilización tras la
finalización de la ‘Primera Guerra Mundial’.
En las campañas
sucesivas, la aviación se ratificó como herramienta imprescindible para
la ganancia de inteligencia militar de las unidades activadas en
Marruecos. Su aplicación viabilizó el complemento fotográfico para la
producción de topografías en sectores de complicado acceso como Xauen. Y
como reza el título de esta disertación, tras el shock que conjeturó la
estrategia del ‘Desastre de Annual’, el Ejército se inclinó desde al
aire por métodos de fuego de cobertura y apoyo logístico a las fuerzas
incrustadas en el teatro operacional. Ya, en 1922, el contrafuerte aéreo
se vio seriamente amplificado con la irrupción de nuevos mandos a la
Fuerza Aérea que afianzaron concepciones operativas como los ‘vuelos
rasantes’ o el ‘bombardeo estratégico’ adquiridos por otros
combatientes.
La competencia reinante entre ambos ejércitos
empujó al desarrollo y culminación tanto técnico como táctico y
operativo de otras impresiones y condiciones de la guerra área
contemporánea. Y es que, la titularidad de la aviación entrañaba no ya
sólo un tamaño presupuestario y de integrantes bastante superior, sino
al mismo tiempo, de poder e independencia orgánica en el seno de las
Fuerzas Armadas.
A pesar de que el mando de la Fuerza Aérea
corría a cargo de la responsabilidad del Ejército de Tierra, la Armada
tenía sus propias aeronaves, eso sí, prolongándose en el tiempo una
pugna que se alargó hasta la finalización de la ‘Guerra Civil’
(1936-1939).
Con el acabamiento de las hostilidades y al
objeto de atenuar las discrepancias interejércitos, se estableció el
Ejército del Aire, modulándose como la rama más moderna de las Fuerzas
Armadas. La tarea de la aviación en el intervalo de la guerra evidencia
el modus operandi en que se originan los progresos doctrinales desde la
entrada de nueva tecnología. A este tenor, se ratifica que la innovación
perfeccionó la idoneidad del Ejército, llevando a una transformación
orgánica por la disputa entre los distintos servicios militares del
Estado.
Y tercero, no soslayando las encrucijadas coloniales
de Cuba y Filipinas, así como las ‘Campañas de Marruecos’, éstas últimas
se describieron por la elevada cantidad de extintos venidos de un
insuficiente tratamiento sanitario y de condiciones de vida deplorables.
Las estrecheces operativas fusionado a la presión social por la
mortalidad en la que luchaban los soldados derivados de clases sociales
desfavorecidas, exigieron una reposición de planes sanitarios en
Marruecos.
Así, las primeras fórmulas en cuanto a la
profilaxis, desinfección, potabilización y preservación de los
alimentos, se realizó para al menos aminorar el número de bajas sufridas
por las distintas afecciones. Es en el ejercicio de la medicina militar
en la ‘Gran Guerra’, cuando en España se toman en peso las lecciones en
materia del tratamiento sanitario.
En base a lo anterior, las
ideas de Mariano Gómez Ulla (1877-1945) se asientan en el apremio de
aproximar el apoyo sanitario al combatiente, para restar los instantes
cruciales que suponía el transporte de heridos desde la misma línea de
combate hasta los hospitales improvisados. Desde este momento, las metas
trazadas se alcanzan con el acomodo de equipos quirúrgicos de última
generación acompañados por personal sanitario, material médico y equipos
de transporte.
Inexcusablemente, es desde el revés ocasionado
en el ‘Desastre de Annual’, cuando la contribución sanitaria avanzada
se desmelena con la puesta en marcha de medios portátiles asistidos por
quirófanos móviles portados a lomo de mulos. Subsiguientemente, su
manejo se vería completado por el acompañamiento de la aviación militar
para la locomoción de maltrechos y enfermos de las zonas de operaciones,
promovido sobre todo para cortar la sangría de víctimas mortales. De
manera, que la Sanidad Militar se ve ampliamente perfeccionada como
consecuencia de las necesidades operativas en el septentrión marroquí,
ante un enemigo formidable y orgulloso e inmerso en una combatividad
envalentonada.
En su conjunto, tuvieron lugar importantes
innovaciones tecnológicas que se descifraron en otros conceptos
doctrinales que, si bien no poseían una función militar directa, estaban
encaminados a la mejoría de su disposición y al logro en la ampliación
de la eficacia en el campo de batalla. Claro, que los mecanismos para
adecuar los cambios en materia de Sanidad Militar, una vez más recayeron
en las lecciones aprendidas, tanto propias como foráneas, así como la
apuesta por lo visto en otras milicias tras su participación en la
Primera Guerra Mundial.
Por lo demás, el Ejército español se
determinó por rigurosas disfunciones orgánicas y estructurales. En otras
palabras: aglutinaba un exceso de cuadros de mando, divergencias en el
juego organizativo de unidades, medios anacrónicos y un modelo mixto
aderezado por componentes de leva.
Amén, que como resultado de
un caprichoso sistema de exenciones por desembolsos en metálico, la
clase de tropa provenía de las capas más perjudicadas. Este matiz
socavaba la moral de los reclutas, incitándolos a la indisciplina y el
alzamiento.
Las operaciones desacertadas en el combate
irregular en Marruecos hicieron irremisible la formación de unidades
adicionales para luchar en África. Hay que comenzar refiriéndose al
Cuerpo de Tropas Regulares concretada en 1911 a partir del ideal francés
como fuerza de choque nativa. Su acomodación en el combate hizo
prosperar cuantitativamente la efectividad de las fuerzas militares
españolas, consiguiendo que su elevada cohesión y disciplina las aupase
como pieza central de este puzle. La constitución de unidades indígenas
dio luz verde a una mayor flexibilidad en los desempeños del Ejército.
De esta manera, se instituyó una diferenciación singular al componer las
unidades de maniobra y choque con individuos locales y las unidades de
apoyos de fuego, combate y logística, con sujetos peninsulares.
Lógicamente, la diversidad étnica en la asignación de funciones
desbloqueó cualquier posible obstáculo, hasta integrarse y operar
convenientemente sobre el terreno intensificando su competencia.
De
modo complementario, hay que subrayar la envergadura en la conformación
del Tercio de Extranjeros, más tarde llamado Legión Española. Su
aspecto voluntario se asentó a partir del cuño de Legión Extranjera
Francesa y de unidades acomodadas en Cuba como los Cazadores de
Valmaseda, siendo concebida por su fundador, José Millán-Astray y
Terreros (1879-1954) como una unidad trenzada por europeos y africanos.
El
Tercio de Extranjeros se hallaba especializado por el porte
extraordinario de lo que diversos historiadores y estudiosos han
denominado ‘ethos de unidad’, o séase, sus hombres estaban infundidos
por un armazón inigualable: ‘espíritu tradicional-combativo-místico’ con
una propuesta a cualquier acción presta al combate. Con el paso del
tiempo, esta unidad se cristalizó en elementos identitarios propios que
engrandecieron el sentido de pertenencia al mismo.
La
contextura de la Legión Española se forja por una proyección del brío
castrense tras la clarividencia de cambios sustanciales en la situación
para totalizar un colectivo enteramente profesional y permanente, asido
por voluntarios que hiciesen frente al ejército cabileño. Esta también
se suscitó a partir de las lecciones aprendidas allegadas en la ‘Guerra
de Cuba’ (1895-1898), donde ya se habían desenmascarado unidades
profesionales de voluntarios.
“Ante
los hechos constatados, los contingentes españoles procuraron
perfeccionar la capacidad de dirección de las operaciones anfibias y
aéreas, así como la sanidad de campaña para alcanzar la victoria frente a
las huestes rifeñas”
Con
relación al proceso de construcción de la Legión, ésta se halla
satisfecha desde un modelo extranjero que había proporcionado resultados
provechosos en campañas coloniales. En esta coyuntura resultan
fundamentales los ingredientes culturales como instrumento aclaratorio
para su plena efectividad y capacidad de adaptación, siendo determinante
para avalar la cohesión y el éxito operativo.
En un abrir y
cerrar de ojos, la anexión de mundos simbólicos, rituales y tradiciones,
erigieron el Tercio de Extranjeros como una organización temida por sus
contendientes, enaltecida por sus coadjutores y esencial en las
campañas africanas.
Paulatinamente, las Fuerzas Coloniales de
España en Marruecos concentraron nuevas capacidades tecnológicas que
comportaron una revolución de la práctica militar para agigantar su
efectividad y buen hacer en el teatro de operaciones.
Si
durante los trechos preliminares el propósito había sido propagar el
fuerte potencial que brindaba la acogida de la artillería de largo
alcance, al igual que las ametralladoras y fusiles de repetición tipo
Máuser y el relevo de machetes por bayonetas para la lucha encarnizada
cuerpo a cuerpo, era incuestionable que se perseguía proporcionar más
movilidad y velocidad en la intervención de las unidades terrestres,
acrecentando la plenitud del fuego, el alcance y la estabilidad de tiro.
La averiguación de una intensificación en la capacidad de despliegue y
movimiento, daría paso a la creciente incorporación de automóviles,
encajando a la perfección los carros de combate en apoyo de la
Infantería.
El compás moderado de las tropas y la acción en
frentes entrecortados, llevó a la utilización de tecnologías de manejo
civil como rendimiento militar, lo que abría la ventana a la conducción
de la telegrafía óptica, así como al establecimiento de tendidos de hilo
telefónico que anticipaban de manera sincrónica a las columnas
militares.
Asimismo, la logística y el traslado de integrantes
se perfeccionó con la construcción y restauración de las vías férreas
que se irían incorporando con el ajuste de blindajes y ametralladoras,
para la salvaguardia de los efectivos frente a las emboscadas de la
insurgencia rifeña que, a fin de cuentas, acabaron convirtiéndose en los
pioneros de las luchas anticoloniales.
Visto lo expuesto en
estas líneas, en los episodios previos a la hecatombe del ‘Desastre de
Annual’, la incorporación de otras capacidades comprendió reformas
doctrinales. En contraste, la introducción de armamento más sofisticado
como pistolas automáticas Astra 9 mm o fusiles ametralladoras,
entrevieron novedades tecnológicas que reforzaron las tácticas
efectuadas.
Consecuentemente, tras los fiascos estratégicos
venidos de Cuba y Filipinas, así como la derrota estrepitosa como la
sucedida en el ‘Desastre de Annual’, representaron para España un
detonante de fuego cruzado para la implementación de cambios en el curso
de las ‘Campañas de Marruecos’, configurando un conflicto armado de
larga data que precisó de una innovación acorde, para de manera
satisfactoria contrarrestar los imperativos geopolíticos y alcanzar la
pacificación del Protectorado.
Es precisamente en esta
extensión de tiempo, cuando se generó una incorporación prolongada de
nueva tecnología que rejuveneció los sistemas de armas, las
comunicaciones y la sanidad. Y por si fuese poco, la doctrina hubo de
verse amoldada a un medio operativo irregular armonizado por frentes
inconexos, al igual que las estructuras orgánicas se divisaron rehechas
para enmendar la operatividad de la Fuerza Terrestre en el avispero
marroquí.
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