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Mi 'mili' en Sidi Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - José Morales Lavería
Escrito por José Morales Lavería   
domingo, 30 de julio de 2023
Índice del Artículo
Mi 'mili' en Sidi Ifni
Charla: "La breve guerra de Sidi Ifni"
El puerto de Sidi Ifni
El regreso a casa
El recuento de las bombas de mano
La vergonzosa entrega a Marruecos
De Edchera a la 'Marcha Verde'
Sidi Ifni hoy
Artículo de 2007 en Minuto Digital

El recuento de las bombas de mano

Otro de los episodios dignos de contarse, aunque a estas alturas suenen a batallitas del abuelo, es el de las bombas de mano.

Pues resulta, queridos niños, que yo todas las noches entraba de refuerzo –con otros soldados del nuevo reemplazo que iba a sustituirnos, para que se fueran haciendo con la copla– en la guardia del depósito de combustibles. Como era cabo podía echarme a dormir y sólo me despertaban si había alguna novedad y para el relevo de los centinelas, ya no recuerdo si era cada dos o cuatro horas.

Los centinelas llevaban, además de su armamento reglamentario, una bolsa de costado de tamaño mediano –tipo zurrón– con 12 bombas de mano, que se iban pasando de uno a otro en los cambios de guardia. Aunque lo reglamentario era revisar el armamento y munición a cada uno antes de entrar de centinela, la realidad es que no se hacía más que de vez en cuando porque resultaba una rutina muy repetitiva.

La noche que me dio por hacerlo pudo ser la última:

– Fulano, saca las bombas y ponlas encima de la mesa que vamos a contarlas…

El tal fulano metió la mano en la bolsa y las fue sacando. Una... dos... tres... y así hasta que saco la mano con una cinta en lugar de una bomba.

Las granadas eran del tipo PO-1 y consistían en un bote con un tapón roscado. El mecanismo –seguro de almacenaje y transporte– consistía en un pasador que impedía actuar al percutor y a su vez el pasador estaba aprisionado por una cinta enrollada dando vueltas por encima. En un extremo de la cinta el pasador y en el otro un contrapeso de plomo. Todo ello protegido por el tapón roscado.

Bomba de mano PO-1.
Bomba de mano PO-1.

Para disparar la bomba se quitaba el tapón y se lanzaba girando sobre sí misma de modo que el contrapeso hacía que la cinta se desenrollara y tirase del pasador. Cuando la bomba llegaba al suelo el percutor ya estaba libre para funcionar al primer golpe contra el suelo. También lo hacía sobre el agua.

Así que sacar una cinta del zurrón no significaba otra cosa que todo aquello estaba a punto de caramelo esperando un movimiento brusco o que el fulano se la quitara sin demasiados miramientos.

Como lo mejor del caso era que yo era el cabo responsable de la guardia –en mi Unidad los cabos hacían de sargentos–, me tocaba resolverlo, así que nos fuimos a la pista del campo de aviación, que lindaba con nosotros, y allí se despojó de la bolsa con mi ayuda y me quedé más solo que la una con el regalo. La suerte, todo hay que decirlo, es que yo durante el día era instructor en el campamento de los reclutas y entre otras cosas daba clases de teórica a mi grupo, lo cual incluía el despiece y manejo de tales bombas.

Pues dicho y hecho. Había una bomba con la cinta medio desenrollada y otra sin tapón. Hay quien dice que los calzoncillos tenían ese color porque el agua de lavar era color barro, pero yo tengo otras razones para asegurar que no era por eso.

El pasador impedía que el percutor picara el fulminante, empujado por la bola de plomo. El explosivo estaba en el cuerpo de la bomba, con un agujero central a todo lo largo donde entraba el multiplicador, cuya misión era que la deflagración llegase a todo el explosivo y no se limitase a un punto.
El pasador impedía que el percutor picara el fulminante, empujado por la bola de plomo. El explosivo estaba en el cuerpo de la bomba, con un agujero central a todo lo largo donde entraba el multiplicador, cuya misión era que la deflagración llegase a todo el explosivo y no se limitase a un punto.

En fin, hubo otras diversas historietas que poder contar, entre ellas la de mi compañero panadero que se cortó un dedo –entero– y se le cayó dentro de uno de los 15.000 chuscos de pan que hacíamos todas las noches mientras éramos reclutas. Me figuro la cara de quien se encontró semejante relleno de bocadillo.

Y, por cierto, hablando de pan, vinieron unos cientos de sacos de harina manchados de aceite a causa de unos bidones que se habían derramado en el barco y yo no sé qué clase de aceite era aquel, pero le daba un gustito a pan con mantequilla a los panecillos que la gente seguía preguntando por aquel pan después de haberse comido unas cuantas toneladas. Muchos creyeron que era una cortesía y atención del mando y algunos decían que nos mimaban. Dios protege a los inocentes.



 
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