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Al terminar la guerra de Sidi Ifni (1957-1958), las tropas españolas
de reemplazo del SMO –Servicio Militar Obligatorio– todavía eran
enviadas a los territorios africanos de Ifni y Sahara para vigilancia y
protección de los territorios españoles
Aunque la guerra había
terminado, las escaramuzas y los disparos furtivos aún formaban parte de
la vida cotidiana y las alarmas de un posible ataque mantenían en
vigilia toda la noche a los españoles o les levantaban de la cama antes
de que les diera tiempo a dormirse.
En condiciones bastantes
precarias, los soldados españoles resistían la presión a que estaban
sometidos diariamente y rechazaban con una valentía y resolución dignas
de admiración los esporádicos pero contundentes ataques de los moros.
Reclutas en instrucción (soy el 6º por la izquierda).
Situado
entre el sur de Marruecos y el norte del Sahara, contrariamente a lo
que pudiera creerse, Sidi Ifni no forma parte del desierto sino del
anti-Atlas. Es un terreno montañoso y pedregoso con la vegetación propia
del monte bajo africano, es decir, rastrojos, cactus y otras plantas de
pinchos que favorecían la emboscada a quienes fueran capaces de estar
cuerpo a tierra sobre las piedras y los escorpiones negros que
cobijaban.
Mapa del África Occidental hasta 1956, año de la creación del Reino de Marruecos.
Aunque el territorio español era más extenso, el ataque
por sorpresa de las “bandas incontroladas” obligó al repliegue de la
guarnición española prácticamente hasta el primer cinturón de montañas
que rodeaba el campo de aviación, los cuarteles que lo flanqueaban y el
pueblo. Estos primeros ataques eliminaron a las patrullas y pequeños
destacamentos españoles diseminados por el territorio y dejó a los moros
el control de la red de carreteras –pistas de tierra– que se internaban
en el mismo.
No obstante, a 16 kilómetros de las líneas
españolas, en el corazón del paisaje ya dominado por los moros, quedó
aislado el monte más alto del territorio, donde un destacamento español
había resistido heroicamente todo el conflicto. Inicialmente
suministrado por paracaídas, más tarde quedó enlazado por un convoy
fuertemente protegido que se abría paso hasta allí todas las semanas.
Este
convoy era el que yo protegía con mi escuadra de fusil ametrallador,
desde un vehículo, además de la protección que ofrecía la legión
apostada a ambos lados de la carretera.
Si bien la guerra había
terminado a principios de 1960, durante mi reemplazo –1961– el
territorio permanecía en situación de “Frente estabilizado” lo cual
significaba que cada uno mantenía sus posiciones pero que aquello seguía
siendo un frente donde ocasionalmente se intercambiaban disparos.
En
esa situación, introducir en territorio enemigo un convoy para
aprovisionar nuestra posición de Buyarifen era un deporte de riesgo que
cualquier día podía terminar en escaramuza o tragedia.
Para ello,
al amanecer del día señalado, de las líneas españolas salían los
zapadores de la Compañía de Ingenieros provistos de detectores de minas y
caminaban rastreando la carretera y unos cien metros a cada lado.
Inmediatamente la legión iba desplegando posiciones a ambos lados.
Morteros, ametralladoras y fusileros iban jalonando cada tramo del
camino con la orden de camuflarse y no dejarse ver ni por el convoy.
Cualquier legionario que fuera visto quedaba arrestado. Eso decían.
El territorio de Ifni, antes y después de la guerra.
Así
hasta llegar a la posición, cuyo enlace se comunicaba por radio al
convoy que esperaba luz verde para iniciar su marcha a toda velocidad.
La
misión de la escuadra a mi mando era ir los últimos y quedarse
ofreciendo protección puntual a cualquier vehículo que pudiera averiarse
a mitad de camino, hasta el regreso del convoy, en que sería remolcado.
Por
el camino, siempre ofrecíamos el mismo repertorio: Cortes de manga e
insultos a los moros que desde sus posiciones o desde la azotea de
alguna cabila nos observaban. De algunos de ellos se pasaba tan cerca
que podías oler el humo de sus porros de “griffa”.
Nunca hubo
intercambio de disparos durante un convoy, aunque no faltaron malos
tragos cuando hubo que atrincherarse con algún vehículo averiado. Esto
sucedió dos veces en los diez meses que tuve esa misión.
La
posición del Pico de Buyarifen permanecía como observatorio avanzado y
sus instalaciones subterráneas y organización táctica eran ejemplares y
perfectamente adaptadas a la situación de riesgo en que se encontraba.
El
convoy llevaba provisiones, agua, el correo y cuanto pudiera
necesitarse, además de los relevos de la tropa y evacuación de heridos o
enfermos. El cura decía misa y vuelta a casa. El repliegue se hacía en
vehículos y así hasta la semana que viene.
Pero además de este cometido, tuve otros destinos:
- Turno de noche en la panadería, 15.000 panecillos diarios.
- Cartero de la Compañía. Permiso para ir a todas partes de Diana a Retreta.
- Enlace
de Estado Mayor. Recoger el Santo y Seña de Capitanía todas las tardes
y, de forma secreta, un papelito doblado y precintado, que me metía
dentro del calcetín, para llevarlo al Jefe de Servicio y darlo a conocer
a todos los puestos de centinelas.
- Responsable de la escolta de
dos compañeros sujetos a Consejo de Guerra por homosexuales. Se trató
de una representación de broma que se quiso escarmentar como aviso a
posibles relaciones más serias.
- Escolta de los nuevos reclutas del siguiente reemplazo, para lo cual me desplacé a Cádiz.
- Instructor de los reclutas durante sus tres meses de instrucción, haciéndome cargo del pelotón de los torpes.
- Responsable
del traslado de prisioneros −españoles condenados− a la prisión militar
del Castillo de Santa Catalina en Las Palmas.
Las fotos que
acompaño son un recuerdo de aquel período de mi vida y de todos
aquellos jóvenes que, como yo, salieron de su casa −muchos por primera
vez− para vestir un uniforme que no significaba nada para ellos pero que
al poco tiempo llevaban con un orgullo que no eran capaces de
disimular.
Quizás la mili no hacía hombres, pero a la vuelta no
eras el mismo y, salvo excepciones, nadie se quejaba ni lamentaba de
haber hecho el servicio militar obligatorio.
Hoy, desaparecida la
mili, pronto no quedará ni el recuerdo. Tal como sucedió con aquellos
que murieron en Sidi Ifni o simplemente hicieron la mili en un
territorio que fue regalado más tarde a Marruecos sin que tuviera valor
alguno el precio pagado por tantos civiles ejerciendo de soldados que
pasaron por allí. Algunos para no volver. Este es mi homenaje.
Hubo
momentos de auténtico riesgo: imprudencias en los polvorines donde
hacía guardias. Bombas de mano sin seguro y muchos otros momentos sin
consecuencias pero que reunían todas las condiciones para que hubiera
pasado algo. De todo ello no existen fotos y las que conservo son las
que envié a casa, es decir, intrascendentes y trasmitiendo normalidad.
Algunos pies de fotos son los comentaros originales escritos al dorso en
su día. Los malos ratos, callados, pero no olvidados.
Fotos
Llegada y desembarco en lanchas y camiones anfibios.
Más que Jura de Bandera aquello fue una Jura de Bigotes. ¿Has
visto qué formalito?
El Gobernador Militar revistando las tropas. Nosotros estamos
donde los banderines. Al fondo el cuartel de la Legión.
Desfilando delante de la tribuna
el día de la Jura.
De regreso del desfile.
Aquí no he salido mal ¿Eh?
Reunión de Carteros. Un muestrario de cada Unidad.
Con la caballería.
Aquí todavía no había roto un plato... Uno de mis
diversos destinos: cartero.
Instructor de reclutas.
Detrás el campamento.
Los instructores de fiesta.
Esto no es el desierto. Jugar al escondite sin levantar el trasero o encontrase con escorpiones es imposible. Pero nosotros nos divertimos un rato y en realidad buscaba grillos. Con tanta piedra, para ir campo a través hay que usar los todo-terreno. Aquí las emboscadas son fáciles.
Patrullando en un todo-terreno.
El día de la Patrona. La imagen podía ser del día de Navidad. La trompa fue la misma. Los reclutas se empeñaron en pasearnos a hombros.
Los instructores con nuestros pelotones.
En el puerto –la playa– esperando mercancías.
Los famosos cazas "T-6/Texan" nos daban pasadas cuando volvían de sus misiones. Arriba a la derecha, nuestro campamento. Al fondo el faro.
Desembarco por la playa. El mal tiempo obligaba a los barcos a marcharse.
Los camiones anfibios desembarcaban las mercancías y el personal.
Los mulos en Ifni.
Así era la artillería de montaña desplegada en el territorio de Ifni.
Tardaban menos de dos minutos en descargar, acoplar las piezas y estar listos para el primer disparo.
En los desfiles llevaban el paso. El artillero que lo llevaba del ronzal le ponía la zancadilla, el mulo daba un traspiés y cogía el paso.
Allí estrenamos el famoso fusil CETME.
Una de las posiciones.
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