Fuente: El Faro de Ceuta
Fuente: El Faro de Melilla
Los inconvenientes que sostuvieron las Fuerzas Coloniales de España
para apaciguar la zona que le concernía, se debía en gran parte a las
reacciones desfavorables del veredicto público nacional a su gestión,
más el proceder errático de los políticos, indeciso y a penas
comprometido, aparte de los escasos recursos puntuales para emprender la
labor encomendada. Éstos eran los principales obstáculos que debieron
esquivar los oficiales que actuaban en suelo africano y cuya causa
estaba asentada en tres puntos específicos: el contrabando, el espionaje
y los adversarios de la Patria que eran los promotores de los
infortunios militares o, al menos, los hacedores de los mismos.
En los inicios del siglo XX, las Campañas de
Marruecos (1909-1927) y fundamentalmente la Guerra del Rif (1921-1927),
representó la espinosa e infernal misión a la que se emplazó la parte
más operativa y ambiciosa de las Fuerzas Coloniales de España.
Desde
la vertiente de la política exterior, el entorno de pugna colonial
habidos entre Francia y España en Marruecos, posibilitó la diseminación
de contrabandistas y espías que suministraban armas y todo tipo de
información a los contendientes de los países colonizadores.
La porosidad de los límites fronterizos del sector español y de la
superficie francesa, dificultó, todavía más, los movimientos militares.
La filtración de los términos administrativos se enmarañaba, además a
ello habría que sumarle el escabroso relieve, la ausencia de
infraestructuras viales, un clima desértico y de alta montaña en
extensos espacios de la región rifeña, cursos de agua discontinuos y
habitualmente insignificantes, la falta de un representante estatal
centralizador, la disgregación del conjunto poblacional, la carencia de
planos cartográficos, la combatividad de los indígenas curtidos en los
incesantes combates entre las propias tribus, así como de estos mismos
contra el Sultán o las potencias coloniales.
Dicho esto, las
partes extranjeras infiltradas en el Protectorado español tuvieron gran
protagonismo en las documentaciones derivadas por el Ejército Colonial.
La experiencia acumulada de los militares en el campo de operaciones
norteafricano, englobó el recelo constante de la existencia de espías
enemigos.
Las atracciones geopolíticas de las potencias en
las numerosas situaciones históricas que transitan desde 1909 a 1927,
respectivamente, más la gravitación que suscitaban las presuntas
riquezas del subsuelo rifeño, llevaron a que el Protectorado se
convirtiese en un enclave con un elevado número de agentes extranjeros
insertos en el teatro norteafricano. Además, dichos sujetos exhibían un
vasto cuadro de intereses.
La zona internacional de Tánger,
entrada principal por dónde se distribuyeron armas y dinero con que
avivar el levantamiento, fue objeto de inquietud permanente para los
Altos Comisarios por las actividades de contrabando y espionaje. En este
mismo aspecto, la referida permeabilidad de las fronteras francesas,
fruto de la oposición franco-española hasta mediados de los veinte,
atenuaba las coyunturas de intervención real del territorio por parte
del Ejército Colonial de España.
No pocas evidencias
testifican las praxis desfavorables francesas hacia los intereses
españoles en el territorio y aunque en menor magnitud, los británicos
también estaban en el punto de mira y bajo sospecha por sus pretensiones
sobre Tánger e intereses gibraltareños.
Entretanto, los
hispanos desplegaron toda una red de contraespionaje para procurar tener
vigilados a los agentes extranjeros. A decir verdad, ésta emanaba
informes altamente clasificados a los Comandantes Generales. Asimismo,
se prevenía de los desplazamientos de individuos susceptibles de
cooperar sin reservas con potencias foráneas, o se perseguía a sus
infundados confidentes. Por lo demás, con la deflagración de la Primera
Guerra Mundial (1914-1918) se produjo un punto de inflexión en la
apreciación de los servicios secretos extranjeros.
De manera,
que tanto británicos como franceses, alemanes y turcos bregaban por
encandilar a diversos grupos nativos a sus pertinentes causas y originar
el máximo perjuicio potencial a su parte contraria e intereses. En esa
etapa se dispuso una cadena de redes de información y espionaje que
sentaron las bases de la susceptibilidad española ante presumibles
actores extranjeros.
“La espada
de Damocles que encarnaba la constante amenaza y los peligros inherentes
al ejercicio del poder, no quedaron al margen de la intromisión de
Ankara en los guiones rifeños, siempre levantisco e insurgente y alzado
en pie de guerra”
Esa
impresión aumentó merced a algunas ramificaciones de la Gran Guerra,
como el desplome de la Rusia zarista y la subsiguiente proclamación de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el destino de los
excedentes bélicos y la aparición en escena de Mustafá Kemal Atatürk
(1881-1938), mariscal de campo y célebre estadista turco, así como el
fundador y primer presidente de la República de Turquía.
El
‘comunismo’ y el espectro del ‘nacionalismo panislámico’ en la esfera
musulmana, se contemplaron por los militares españoles como corrientes
depravadas del orden mundial instaurado. Ambas configuraban un eventual
riesgo para los intereses de España y misión nacional que no había de
ser desbaratada por los contrincantes de la Patria: ‘comunistas’ y
‘nacionalistas panislámicos’.
Aunque los designios
ideológico-políticos de los anticolonialistas del universo musulmán y de
los comunistas tenían poco que entrever entre sí, la inteligencia
militar engarzó tales corrientes en una misma posición: la de máximos
enemigos de España. Por ello, las intrigas islamista-bolcheviques se
convirtieron en la visión que saltaba a los intereses del cuerpo
colonialista. Esto se hizo manifiesto durante la Guerra del Rif
(1921-1927), el curso más violento de las Campañas de Marruecos.
Primero, el escollo del ‘comunismo’ era observado por la efectividad de
esa misma tendencia de pensamiento dentro de la población y el contexto
europeo. Éste iba a ser el ejecutor del ‘antimilitarismo’ junto al
‘anticolonialismo’ que se juzgaban como focos de propagación de la
sociedad española y europea con sus ideales sediciosos, de entre los
cuales, el conflicto de clases fue de los más reprobados por la
institución castrense.
Conjuntamente, la segunda variante de
la amenaza comunista llegaba de la Unión Soviética y estaba acomodada
por intermediarios bolcheviques, la propaganda revolucionaria, así como
armas y recursos con los que se intentaba perturbar el orden mundial. La
trascendencia de la teórica colaboración bolchevique a los insurrectos
marroquíes imprimió el estereotipo del opositor comunista en la
cosmovisión de los militares colonialistas.
Francisco Franco
Bahamonde (1892-1975) puso en énfasis la ayuda de medios comunistas a
Abd el Krim (1883-1963) para confirmar la obstinación de éste, al mismo
tiempo que verificó la presencia de corresponsales comunistas sobre el
terreno apuntalando la rebelión. Luego, el comunismo tanteaba todas las
vías a su alcance para entorpecer las intervenciones españolas en el
Protectorado. De modo, que se infiltraba en la milicia y, a su vez,
incorporaba en ella ideas insubordinadas.
El Tercio de
Extranjeros era una unidad bajo estrecha supervisión para eludir la
eficiencia de agentes comunistas en el mismo. Millán-Astray y Terreros
(1879-1954), convertido en su acérrimo valedor, quiso dejar al
descubierto cuál era el espíritu de esta unidad, cuando subrayó de puño y
letra que las ideas políticas “quedan en la puerta de la Legión”,
aunque en atención a algunas referencias de la Guerra del Rif, no parece
que en todo momento fuese así. De hecho, en un documento reservado se
señala un “complot que preparaban tres legionarios comunistas alemanes,
los cuales resultaron muertos cuando intentaban escapar de la escolta
que los custodiaba conduciéndoles a Melilla”.
Las
notificaciones cifradas que referían la muestra de prensa a la que
tenían acceso los soldados de servicio en Marruecos, fueron comunes. La
admisión de publicaciones de signo obrerista eran sancionado
rigurosamente y se procuró cualquier posible respaldo de tales ediciones
en el Ejército de África. Más peso escondía la posesión de impresos o
folletos de naturaleza comunista, a los que se contemplaba como órganos
de influencia extranjera sobre las Tropas Españolas.
En base a
lo anterior, el tiento que se ponía en salvaguardar el Ejército de
África de cualquier inoculación comunista, se engranaba con el menester
de la institución militar como cortafuegos de la subversión.
El
origen extra peninsular del Ejercito Colonial hacía pensar en que era
viable conservarlo apartado de las inclinaciones insurrectas. En
cualquier caso, la entidad armada aparejaba el desempeño de ser el
custodio del orden existente y no podía consentir la eficiencia y el
oportunismo de elementos insurgentes.
Ahora se punteaba a
Moscú como el núcleo generador de células danzantes consignadas a
socavar el país desde el interior. Las maquinaciones comunistas se
fundamentaban en difundir la disección en la familia castrense, una de
las peores conductas que podía imaginarse por un militar que asumía en
el compañerismo pero, sobre todo, en el orden y la disciplina, sus
máximos deberes.
La multiplicidad de pericias y sutilezas
comunistas para en el fondo minar el poder español por medio de la
apatía, sería lo que llevó a concebir que en la trama islam-comunismo,
algo que replicaba al raciocinio: el cometido de España en Marruecos era
esencial para el fortalecimiento de la Patria y toda perturbación en la
misma comportaría un impedimento para los intereses nacionales, por lo
que los incendiarios de Moscú predispondrían una alianza con los
musulmanes norteafricanos.
Constatándose un sinfín de intromisiones extranjeras con espías, informadores y toda una red de contraespionaje, no quedaron al margen los complots y el trasiego de pertrechos bélicos enviados a la horda de turbantes.
Continuando con el argumento susodicho, los bolcheviques como facción
dentro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, estaban aptos para
cualquier pacto con tal de echar por tierra cualquier iniciativa; el
deterioro del Ejército Colonial que a fin de cuentas era el más
operativo y recio, languidecería irremediablemente a los responsables
del orden y permitía la convulsión agitadora. La atemperación del
comunismo a los principios musulmanes estuvo trazada por la exaltación
del sentimiento nacionalista árabe. También numerosos informes
especifican la redundancia de propaganda bolchevique en la evolución de
la lucha de clases al entorno colonial.
O séase, hispanos como
dueños de los medios de producción y bereberes como mano de obra
barata. El 31/V/1927, se envió un informe a la Presidencia del Consejo
de Ministros en el que literalmente se exponía: “Esos instintos
seculares con los que simpatiza el islamismo […], son amplia, intensa y
tenazmente aprovechados por el comunismo imperante en Rusia”.
Mismamente, se apuntaban los autos del comunismo: “[…] ejerce su
principal acción en lo que se refiere a la propaganda moral entre los
indígenas, aunque no descuida la menor oportunidad para introducir
material de guerra como natural consecuencia de sus predicaciones”.
El
inminente peligro de incursión de agentes y de proselitismo conjurado
en el entresijo colonial marroquí era, según los documentos examinados,
persistente. Quedaría por sintetizar hasta qué punto el comunismo
proveyó al islamismo de verdadero apoyo material. La verificación de
esta contribución, principalmente apreciable en lo que atañe a
suministros y pertrechos, es dificultoso de probar por el carácter de la
misma: redes de espionaje y contrabando.
A pesar de ello,
figuran varios documentos clasificados que indican remesas de material
bélico mandado desde repúblicas de Europa del este. Así, en un informe
de fecha 26/V/1927, el embajador español en Varsovia remitía un
telegrama al General Francisco Gómez-Jordana y Sousa (1876-1944): “… uno
de los documentos comunistas habla de salida de armas para el Rif …”.
Aunque
puedan parecer revelaciones un tanto remotas, concurrieron redes de
agentes españoles en varios estados de Europa central y oriental al
objeto de vigilar los envíos sospechosos. Ello sugiere el tacto que se
tenía del avispero comunista en relación a los compases rebeldes en
regiones musulmanas. Y al hilo de lo anterior, en un mensaje fechado el
11/VII/1928, se insinuaba la interrupción de la red española de
informadores de Hamburgo y Amberes, puesto que el apremio ingobernable
rifeño era minúsculo tras la pacificación de la zona marroquí.
Éste
detallaba textualmente: “Juzgo posible ya, que, en vista de que el
tráfico directo o indirecto de armas y municiones con Marruecos, parece
haber cesado totalmente, (…), se deje de abonar fija y mensualmente, el
sueldo que los agentes que tenemos en Hamburgo y Amberes vienen
cobrando”.
El despacho clasificado prueba la convicción que el
Ejército Colonial mantenía ante las artimañas y amaños de los soviets.
Las redes de información tenían como fin contrarrestar las partidas de
armas y a los agentes soviéticos al departamento norteafricano bajo el
control español. Nodos conectados entre sí que tras la alianza
hispano-francesa de 1924 consagrada a liquidar la República del Rif, se
perfeccionaron con intercambios de información y la tarea conjunta
contra la fluctuación comunista y panislámico a través de la Oficina
Mixta de España y Francia.
A resultas de todo ello, deben
subrayarse las averiguaciones afines a individuos de procedencia turca,
como ciudadanos que tuvieron especial notabilidad en los escritos
hispano-franceses confidenciales. Las tramas contra el orden y la
estabilización en Marruecos solían emparentar a comunistas y turcos en
su pronunciamiento. Sin inmiscuir, que el soporte Ankara-Moscú era causa
de constante desvelo para las potencias coloniales.
Los
comunistas no sólo se interponían en la dirección de la colonia,
igualmente envilecían con sus impresiones a la metrópoli para desgastar
el ánimo del pueblo y secundariamente, malograr la expansión de España
en Marruecos.
Ni que decir tiene, que el marxismo era la
imagen de lo diabólico desde el enfoque de los colonialistas y la mayor
parte de los apuros urbanos se atribuyeron a la oposición popular de las
Campañas de Marruecos, ya que servir en este marco era,
indiscutiblemente, culpa de la proyección soviética. De ahí, que se
juzgase la actitud tomada por el sujeto, en tanto que éste habría sido
engatusado por falsas doctrinas foráneas que lo descarriaron de la raíz
patriótica.
Por ende, los integrantes de la milicia se veían
como los defensores de la Patria y distinguieron en los comunistas la
degeneración de la intrusión extranjera que operaba sutilmente para
agrietar España. Este hipotético objetivo soviético poseía su campo
predominante de proceder en Marruecos, donde la mecánica belicosa de las
huestes rifeñas permitía la hemorragia de las Tropas Coloniales
Españolas.
Y segundo, el resurgir ‘nacionalista panislámico’
no se leyó como una anomalía autóctona, sino que era el resultado de
vicisitudes acontecidas en otros recintos del planeta y personas
adscritas a intereses extranjeros. Habiendo incidido en estas líneas en
la envergadura conferida al comunismo soviético, éste era propiamente el
ejecutor de la mayor parte de los desbarajustes coloniales, al alentar
el nacionalismo/islamismo en parcelas musulmanas, aunque existió otro
catalizador circunstancial de la conspiración o en la emergencia de la
misma: Alemania.
Los antagonismos habidos entre Francia y
Alemania, digamos que antes, durante y después de la Gran Guerra,
inclinaron la balanza para que agentes germanos instigasen los
sentimientos anticoloniales marroquíes para extorsionar a los francos a
modo de una suerte de castillo de naipes, procediendo contra los
intereses españoles. Otra variante de la injerencia se nutrió en el
desenvolvimiento de agentes del comunismo de nacionalidad germana, pero
en este momento la responsabilidad corría a cargo del marxismo.
Llegados
hasta aquí, sería la Turquía de Kemal Atatürk la otra heroína del
espolear panislámico que tanto amilanaba a los militares españoles. Si
bien, hay que matizar que el mando peninsular no tenía todavía una
percepción demasiado clarividente de conceptos tan dispares como
‘islamismo’, ‘panarabismo’ o ‘panislamismo’ y ‘nacionalismo’.
“En
la geoestrategia colonial incidían el entramado del contrabando, el
asesoramiento y la instrucción militar en favor de las fuerzas tribales
de Abd el Krim, ensoberbecido por la toxicidad del comunismo y el
nacionalismo panislámico”
En
base a lo examinado, la bibliografía de la etapa descrita y los
documentos de archivo resultantes introducen en el mismo registro a cada
uno de estos términos, siendo razonados como sinónimos o algo próximo.
Sin
lugar a dudas, lo más significativo es que su complejidad representaba
movimientos anticoloniales y esto era lo realmente destacable. En este
sentido, el General Emilio Mola Vidal (1887-1937) resaltó fielmente:
“[…] han aparecido focos de nacionalismo, o mejor dicho, de
panislamismo, fomentados por agentes europeos y fanáticos e
intelectuales indígenas”.
Finalmente, la llamada Guerra de
Liberación de Turquía (1919-1923) sucedida tras el fiasco del Imperio
Otomano en la Primera Guerra Mundial, fue motivo de inquietud permanente
para la inteligencia española. No eran pocos los que entrevieron nexos
entre la República del Rif y el Movimiento Nacional Turco.
Y
es que, dentro de esta conflagración pugnaron dos gabinetes
gubernamentales: primero, el correspondiente al Sultán, en Estambul y,
segundo, el perteneciente a Kemal Atatürk, en Ankara. Esta
particularidad suscitó, posiblemente, gran inseguridad entre los
servicios de información españoles, obsesionados en todo momento por el
apoyo encubierto a los contingentes nativos. En esta ocasión precisa, el
desasosiego español ante la cooperación de los nacionalistas turcos a
los rifeños, estaba supeditado al destino incógnito de dos submarinos de
origen alemán que tenían los seguidores de Kemal Atatürk y que, bajo
ningún criterio, podían terminar en manos del líder carismático y
supremo magrebí: Abd el Krim.
El creíble papel de la Bahía de
Alhucemas como enclave estratégico y base naval para abrigarse,
reavituallarse o efectuar reparaciones, no era ni mucho menos algo
descabellado para emprenderse del lado rifeño. Tal es así, que llegaron a
circular varios informes en los que se daba por hecho tal probabilidad.
Otro de los componentes que a todas luces cuestionaban el plantel de
relaciones con los nacionalistas turcos, recayó en la encrucijada del
liderazgo religioso en el Islam. Me explico: la dirección de Ankara
rechazaba radicalmente la labor que el Sultán otomano había cumplido
hasta ese momento como dirigente supremo de los musulmanes.
El
deprecio y desmerecimiento al que Kemal Atatürk encadenó a la figura
del Sultán otomano por hallarse subyugado a la presión de las
influencias extranjeras, era idéntica a la desplegada por el máximo
exponente del nacionalismo rifeño, Abd el Krim, con relación al Sultán
alauita en poder de los franceses, y al Jalifa, por los españoles.
Pero
el germen político turco remolcaba una mayor relevancia, si cabe,
porque el Imperio Otomano totalizaba el último reducto del Estado
Islámico y todavía se reconocía en el universo musulmán la potestad
moral del Sultán de Estambul. A este tenor, el desvanecimiento de este
liderazgo religioso podía acarrear dos repercusiones potencialmente
delicadas: primero, la división de esa jefatura religiosa que incluso
alcanzaría a los líderes de las cabilas, y segundo, el surgimiento de un
nuevo conductor de los propósitos islámicos ensamblado al amparo de
Ankara.
Queda claro, la prominencia que los turcos sostuvieron
en los recelos de los militares españoles ante una supuesta conjuración
internacional en su contra. La espada de Damocles que encarnaba la
constante amenaza y los peligros inherentes al ejercicio del poder, no
quedaron al margen de la intromisión de Ankara en los guiones rifeños,
siempre levantisco e insurgente y alzado en pie de guerra.
En
definitiva, las muchas informaciones de reuniones desconocidas en el
anonimato entre representantes turcos y los pioneros en las luchas
anticoloniales con teóricos pactos y alianzas, estuvieron muy presentes
en la geoestrategia colonial, entre las que clandestinamente incidían el
entramado del contrabando, el asesoramiento y la instrucción militar en
favor de las fuerzas tribales de Abd el Krim, ensoberbecido por la
toxicidad del comunismo y el nacionalismo panislámico.
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