Fuente: El Español
Los estampidos de los combates y el grito de los heridos despertaron a la pequeña ciudad costera de Sidi Ifni. Al amparo de la noche, el Ejército de Liberación,
compuesto por soldados del ejército marroquí, se lanzó sobre los
desperdigados puestos españoles en la que era en aquel entonces parte
del África Occidental española.
Cortaron las líneas de teléfono, bloquearon las carreteras y comenzó el
asedio de varias posiciones en el interior del continente que aguantaron bajo fuego enemigo. Era el 23 de noviembre de 1957 y comenzaba la guerra de Sidi Ifni, conocida como la última guerra de Franco.
Seis suboficiales españoles posan en la playa de Sidi Ifni después de desembarcar. Diciembre de 1957. (Wikimedia Commons)
En el puesto de Telata Sbuia, aislado al sur de la provincia, había heridos de diversa gravedad. Desde la capital decidieron enviar un destacamento paracaidista
al mando del joven teniente Antonio Ortiz de Zarate para que rompiese
el cerco, recogiese a los heridos y retrocediese hasta Sidi Ifni. "Entraremos en Telata o en el cielo",
declaró antes de ponerse al mando de su columna de 47 hombres. El
teniente nunca logró llegar a ese lejano puesto de policía y hoy la III
Bandera paracaidista lleva su nombre.
Al día siguiente, cuando el cuartel de Telata se intuía en el horizonte, varias ráfagas de ametralladora frenaron el convoy.
Ortiz de Zarate ordenó desmontar y establecer posiciones en una loma
cercana. Cayeron tres hombres y otros tres regresaron heridos. Su
mortero había roto el mecanismo de tiro después de lanzar unos pocos proyectiles
y la radio no conseguía comunicar ni con el puesto de mando ni con
Telata. El fuego enemigo granizaba sobre la columna y pronto quedaron aislados.
Ciudad de Sidi Ifni bajo dominio español. (Revista Ejército)
A la sombra de Telata
in agua y sin comida, los supervivientes aguantaron varios días a la
intemperie. Al décimo amanecer, unas voces en árabe alertaron a los
paracaidistas al borde de la desesperación. En silencio y resignados a
su suerte calaron las bayonetas, apenas quedaba munición y la situación les recordó al Desastre de Annual. Aquellas voces les ofrecieron cantimploras: eran el IV Tabor de Tiradores del Ifni que acudía en su auxilio.
Los paracaidistas, desaliñados, barbudos y cubiertos de polvo, habían aguantado lo indecible. El precio pagado fue alto: cinco muertos y diecisiete heridos.
Su asedio había sido brutal. Apenas les separaban unos pocos kilómetros
de Telata cuando quedaron inmovilizados, tan cerca y tan lejos al mismo
tiempo.
Después
de sufrir la primera emboscada que destrozó sus vehículos se
atrincheraron en una colina sin nombre que figura en los mapas con el
numeral 624. Estaban en un barranco de difícil acceso
batido por el fuego de fusilería y ocasionales morterazos marroquíes.
Sólo tenían raciones para un día y dos cantimploras con agua.
Fotografía del teniente Ortiz de Zarate. (Wikimedia Commons)
Al cuarto día de partir de Sidi Ifni, en la madrugada del día 26 de noviembre, repelieron un feroz asalto nocturno.
Bajo el fogonazo de los disparos y las cegadoras explosiones de las
granadas, el teniente Ortiz fue alcanzado mientras ayudaba a dirigir el
tiro de un fusil ametrallador. Tenía 26 años cuando pasó al otro mundo.
Más tarde le fue concedida a título póstumo la Medalla Militar
Individual. Entre gritos, alaridos y el tartamudeo de las
ametralladoras, el sargento Juan Moncada quedó al mando. La situación era crítica.
"El
sol de la mañana caía sobre la posición; los labios resecos y las
lenguas abrasadas quemaban como si tuviesen fuego. Ello se agravaba al
comer hierbas y hojas de los matorrales y cactus: llegó un momento que
vimos como única solución el beber nuestra propia orina…". Así recordaba aquellos días Ventura Sánchez, legionario paracaidista.
Vista aérea del cuartel de Telata de Sbuia. (Ministerio de Defensa. Servicio histórico Ejército del Aire)
Desde
Telata escuchaban los combates de su columna de rescate y desde la
radio les ordenaron intentar una salida para socorrerles. Una tormenta
de fuego les impidió separarse del parapeto. Sólo el ocasional envío de suministros por paracaídas desde vetustos bombarderos y transportes, igualitos a los usados por Alemania en la II Guerra Mundial, pudo aliviar algo su desesperación.
La
munición estaba en gran parte torcida y la comida lanzada desde los
aviones y desperdigada en el monte daba aún más sed de la que podía
aliviar: chorizo y sardinas. Algunos de los pocos cántaros de agua que llegaban se estrellaron contra el suelo.
"Pero
aún peor que la sed, era el ver sufrir a los heridos, oír sus gestos de
angustia y no poder ayudarles. Ellos veían la muerte cerca y la pedían o
deseaban como una liberación de su insoportable dolor", narra en La Legión en Ifni-Sáhara 1956-1976 (Fundación Tercio de Extranjeros) Vicente Bataller Alventosa, general de brigada en reserva.
Rescate
Desde
la capital se dirigieron varias expediciones para socorrer a los
desperdigados cuarteles de policía y a la columna atrapada. Divididos en
tres agrupaciones protegidas por la aviación, la Agrupación A,
compuesta en su mayoría por el IV Tabor de Tiradores de Ifni y la VI
Bandera de la Legión, tenían la misión de liberar Telata y partieron el
primero de diciembre.
Al
día siguiente llegaron hasta los vehículos calcinados y agujerados de
la columna de Ortiz de Zarate que había aguantado como gato panza arriba
pegado al terreno. Sin tiempo que perder, repararon como pudieron un
camión y se lanzaron hacia Telata.
"Al
escuchar los sitiados de Telata el intenso tiroteo se acudió a los
parapetos dispuesto a rechazar un nuevo ataque. Sin embargo, entre el
fragor de los disparos, se pudo oír claramente el cornetín de La Legión
que el teniente coronel ordenó que sonase insistentemente para dar
ánimos a los sitiados y evitar confusiones", explica Bataller Alventosa
en un artículo de la revista Ejército.
Una
vez asegurada la posición recibieron la orden de seguir avanzando: el
puesto Tiluín, justo en la frontera con Marruecos, seguía cercado. Se
esperaba que el resto de la II Bandera saltase en paracaídas sobre
ellos, pero los fuertes vientos cancelaron la operación.
Ante
la abrumadora potencia de fuego de la Agrupación A y el apoyo de la
aviación, que ametralló las cumbres enemigas, llegaron a Tiluín. La
guerrilla enemiga se replegó para luchar otro día mientras los antiguos
fortines hispanos ardían. Las tropas españolas, una vez quedaron dueñas
del campo de batalla, iniciaron su retirada a la capital. Habían
recibido ordenes de volar aquellos puestos por los aires.
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