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Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
martes, 06 de octubre de 2009
Índice del Artículo
Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni
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Debe tenerse en cuenta la grave irreflexión e imprudente conducta de los Mandos militares que en un par de meses de instrucción, más militar que policial, cubrieron las vacantes que existían en el Grupo de Policía Indígena por las deserciones de los nativos y la falta de alistamientos voluntarios, con lo que eran expuestos a situaciones para la que no estaban preparados ya que ¡eran simples reclutas! Lo natural y lógico es que la falta de personal hubiera sido cubierta por miembros del cuerpo de la Policía Armada o de la Guardia Civil, pero sin duda resultaba más barata la “carne de cañón” de los soldados de reemplazo. 

Alfonso en el sidecar. Conduce el cabo Serapio..
Alfonso en el sidecar. Conduce el cabo Serapio.

Del mismo modo siguieron hasta, aproximadamente, el 9 de Agosto de 1957, que cayó en domingo. Alfonso cuenta, sin ninguna vacilación, los acontecimientos pasados en esa fecha: “Nos cortaron la línea telefónica con un puesto que teníamos en el interior, más hacia el desierto. Tuvimos que salir doce personas (dos soldados de transmisiones, dos moros de la policía y ocho policías europeos) para hacer el arreglo. A las cuatro de la tarde, cuando terminamos de arreglar la línea telefónica, llamamos al cuartel diciéndoles que los moros se comportaban de una manera extraña (normalmente los moros se acercaban y nos hablaban, se reían o simplemente miraban lo que hacíamos y esa vez no) y que nosotros estábamos ya cansados después de la dureza del día. Nos contestaron que nos enviaban una camioneta a recogernos. Una vez hecha la llamada, y nada más recorrer unos quinientos metros, nos ametrallan e hicieron que nos metiéramos en una vaguada. Ahí, estuvimos luchando durante una hora contra ellos. Por fin, conseguimos escaparnos llevando un herido español. Los moros policías desaparecieron”.

Repelieron la agresión pero la historia no había terminado ahí. “Subimos por el monte Tamucha y dimos la vuelta a la montaña. Cuando bajábamos cara al cuartel, vimos que subía una camioneta con nuestra policía. Al verles y para que supieran dónde estábamos y que éramos nosotros, sus compañeros, tiramos ráfagas al aire. La respuesta de los de la camioneta fue dar la vuelta y largarse al cuartel, dejándonos ahí. ¡Pensaban que éramos moros que les atacaban! Estuvimos andando hacia el cuartel durante dos horas, dos horas y algo más o menos, exhaustos y hambrientos. Al llegar al cuartel, nos enteramos que nuestro capitán (se le conocía por Pepe Botella, ya que siempre estaba bebido) había ido en nuestra búsqueda en una camioneta y al encontrarse con el tiroteo (el primero del combate), dio media vuelta y se largó al cuartel. Mandó luego a un teniente a que nos buscase y éste último, creyendo que también los moros les atacaban al oír nuestra ráfaga de posición, dio la vuelta con su camioneta y se largó al cuartel. Después de descansar, al día siguiente, el teniente nos llamó a los que habíamos vivido la aventura del día anterior uno por uno y nos casi amenaza diciéndonos que no se supiese nada de lo que había pasado con él y con el capitán”, comenta Alfonso resignado.

La familia Marrero. Maruchi es la
La familia Marrero. Maruchi es la 'trencitas'.

Ese fue el primer combate que hubo en la llamada La Guerra Olvidada. "Me gustaría hacer hincapié en un mando, el Brigada Gamazo, con el que tuve muy buena relación, ahí, en Tagragra. Era una persona excelente y de muy buen carácter. Se podía entablar conversación con él. Hoy día esta fallecido. Y también destaco al sargento Marrero que con su esposa y cuatro hijos pequeños vivían en el puesto y eran personas buenas y cariñosas (recuerda especialmente a Maruchi, niña de unos 10 años, peinada con dos gruesas trenzas”. 

En el puesto de Policía de Tagragra, pese a los servicios y tiroteos, se vivía en un ambiente casi familiar debido, en gran parte, al brigada Gamazo y al sargento Marrero, pero, sobre todo a la esposa de este, llamada Teresa, una verdadera madre para todos los soldados allí destinados, además de sus cuatro hijos, Africa, Luis, Manuel y Maruchi, la más simpática y revoltosa de los críos que pululaban por la posición.



 
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