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Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
martes, 06 de octubre de 2009
Índice del Artículo
Los prisioneros españoles de la ocultada Guerra de Ifni
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Alfonso con el ceño fruncido, sigue contando lo peor de su experiencia que viene a continuación: “Lo pasamos muy, muy mal. Dormíamos en el suelo (tierra). Sufrimos durante seis meses malos tratos, vejaciones y torturas cada día. Una de las torturas era ponernos al sol de puntillas, la cabeza hacia atrás hasta que caías al suelo y ahí nos pegaban; nos ponían la metralleta en la sien y oíamos como echaba hacia atrás el cerrojo del arma (al final les pedíamos que nos matasen ya que no podíamos más); estábamos muchas veces con el agua a ras de los tobillos,... Las patadas y los tortazos eran cosa común diariamente. No comíamos, salvo un nabo al medio día y nos daban agua sucia que decían era café. Al tener mucha hambre, no nos importaba lo que nos dieran, nosotros lo comíamos y lo bebíamos. Nos quitaban pelos del pubis y nos los metían en la boca. Estábamos llenos de piojos. Voy a omitir muchos más datos dado su dureza. Fue cruel, muy cruel. No podéis imaginar cuánto, pero al teniente cree que no lo tocaron, ya que lo tenían en algún lugar con privilegios". Lo que sí le asombró en ese momento a Alfonso era que le quitaron todo lo que llevaba encima salvo un crucifijo, el cual todavía conserva. Sin duda por la reverencia que sienten hacia toda manifestación religiosa, incluida la cristiana. Su mujer, Manuela Barrera, la llevó puesta el día que se casaron, el 6 de Junio de 1963.

Era una aventura 'jugar' a ser Policía.
Era una aventura 'jugar' a ser Policía.

Roberto Alcañiz de Arana, segundo del faro de Cabo Bojador, que también fue hecho prisionero y soportó con Alfonso y los demás secuestrados civiles dieciocho meses de cautiverio, corrobora punto por punto el relato del policía Alsua en las memorias escritas por E. Narbón y publicadas por Bitacora y destaca: “En cierta ocasión, después de vendarnos los ojos, incluidas las mujeres, nos reunieron en una habitación, donde hablaban en español moruno y nos amenazaban con matarnos. Oíamos el ruido de las gumías desnudas, cuando uno de nosotros cayó al suelo desmayado. Le golpearon y le echaron agua para que despertase, al tiempo que se mofaban de su desgracia. Ninguno esperaba salir vivo de aquel infierno y cuando, perdida toda esperanza, llegó el día de la liberación, no podíamos creer que por fin había terminado la pesadilla”.

Triste, muy triste, es la historia de estos prisioneros que durante su largo cautiverio en Marruecos, lleno de vejaciones, amenazas y malos tratos. Los constantes traslados y la incomunicación y su desesperanza al ver pasar los meses sin que el gobierno español, aquél a quien servían cuando fueron apresados, usara de su fuerza (militar o política) para liberarlos.

Tras ese periodo de tiempo (continua Alsua), les movieron de sitio y todo cambió. “No comíamos apenas pero algo más que antes. Podíamos salir a un patio al sol. Nos pusieron colchonetas para dormir. Los malos tratos cesaron”, dice con alivio Alfonso. Allí se encontraron con más prisioneros. En total eran cuarenta, niños incluidos. Alfonso conoció en ese lugar a un prisionero francés, Ignacio Cacciaguerra de Córcega, con el cual intimó bastante. “Recuerdo que era la época en que nos dejaban salir al patio a barrer, también solíamos lavar su ropa y en premio nos daban un pedazo de pan,... Estábamos con jóvenes moros los cuales no habían combatido y todo era más armonioso que los seis últimos meses pasados (solían reírse de nosotros pero en plan broma y pegarnos patadas en el culo cuando no les dábamos la razón en algún dialogo). Todo esto era leve, como las típicas bromas que se hacen entre amigos. Lo que no podíamos hacer era hablar ni entretenernos con nadie mientras trabajábamos. Yo oí un ruido en una puerta, un “tic-tic-tic-tic” y, sin que el moro me viese, traté de contactar con la supuesta persona que hacía aquel ruido. Me di cuenta de que era francés. Nuestros encuentros fueron así de sencillos hasta que un día le “liberaron” y le encerraron en una habitación aparte, pero que estaba en el mismo patio que el nuestro. Salía con nosotros a tomar el sol. Cierto día desapareció. Luego supimos que fue él el que dio la voz de alarma diciendo que había prisioneros españoles en la prisión que estuvo él”.



 
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