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La Jura de Bandera
Haber pasado el tiempo de Campamento en el Botiquín
fue un “chollo” porque me evité las fatigas que sufrieron los
compañeros durante la instrucción aunque condicionó luego una serie de
situaciones –reflexiona Victoriano-: No hice instrucción en orden
cerrado y por lo tanto no aprendí a desfilar o a marchar; no había
pegado un tiro; no había hecho vida militar lo que en aquel inmenso
cuartel que era Ifni, donde el espíritu militar constituía la salsa
donde se movían los oficiales, con el prurito de que compañía de
reclutas desfilaba mejor al acabar el periodo de instrucción, y todas
esas “cosas” a las que tanta importancia daban aquellos mandos. La
reválida había que pasarla el “Día de la Jura” y para esa ocasión no
podían esconderse a aquellos que, por una u otra circunstancia, no
sabían desfilar.
Jurando la Bandera de España.
Se formó una Compañía que denominaron “El Pelotón de los Torpes”
en la que fui incluido, cuyo mando recayó en un teniente de la 13ª
Compañía, del III Tabor, apellidado Recio, que no sé porque causa había
sido relevado de mandar la de reclutas que había estado formando
durante todo el Campamento.
Recordarás –me dice- que juramos la Bandera el
domingo 14 de Mayo de 1.961, en la gran explanada asfaltada del campo
de aviación, y el “Pelotón de los Torpes”
hizo lo que pudo dada la nula instrucción que sus componentes teníamos.
Aquel día que tenía haber sido de gozosa alegría al convertirnos en
soldados de España me condujo a vivir uno de los más desagradables
sucesos de mi vida de soldado, si es que la forma de vida y de ser
tratados que soportábamos, no era un continuo atentado a la dignidad de
cualquier persona.
Cuando al acabar la jura individualmente,
regresábamos a la formación, los dos soldados que iban delante de mi,
ni conseguían llevar el paso, ni llevar el mosquetón en “suspendan”,
por lo que el teniente Recio -¡qué debía estar de una “lechecica de
hazte pa ya y no te menees”!- comenzó a golpearles en la espalda con la
empuñadura del sable hasta que uno de ellos, dando un grito, se
desplomó; y aunque no podía moverse le intentó –el teniente- seguir
golpeandolo en el suelo por lo que dejé el mosquetón, me interpuse y le
insistí en que llamara a una ambulancia porque, como médico, creía
necesario evacuarlo al Hospital.
Victoriano Gracia, de uniforme.
Al día siguiente –lunes, 15 de Mayo- fui a visitar
al herido. Un soldado-médico llamado José Miguel García, a quien todos
conocíamos por “El Maraceno”, destinado en el Hospital, me dijo que en
las radiografías que le habían hecho se confirmó la fractura de una
vértebra dorsal, lo que le supuso, al recluta, varios meses de
inmovilización.
Cuando leí tu libro de Memorias –me dice- vi
enseguida que este es el suceso al que haces referencia en la página 85
y no era un “macutazo” sino un hecho real que, como he dicho, tuve la
suerte de presenciar porque sin mi rol de médico posiblemente hubiera
sido peor todavía.
El Capitán Médico de Tiradores, Don Arturo Molina,
me preguntó que había ocurrido porque estaba dispuesto a dar parte del
teniente según me dijo, aunque no tengo noticias de que aquel propósito
prosperara.
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