Fuente: ElPaís.com
FRAGMENTO LITERARIO: LECTURA
Activistas saharauis y tropas españolas se enfrentaron bajo el manto
de silencio impuesto por la censura de Franco. En vida del dictador se
gestó el juego de intereses al que asistimos aún en el Sáhara. El
profesor Alejandro García lo explica en un libro, del que publicamos un
extracto.
Soldados españoles de infantería patrullan frente a la valla defensiva de una ciudad del Sáhara, probablemente El Aaiún, en los años 1957-1958.
Sin la intervención del Ejército francés en enero de 1958 probablemente el Sáhara Occidental habría sido entregado a Marruecos en ese tiempo. Aunque la censura franquista impidió que en España se conociera la dimensión del asunto, desde hacía un año el territorio vivía en guerra, en una guerra de guerrillas a la manera del desierto.
España y Francia se habían repartido Marruecos en 1912 con la coartada
de la crónica inestabilidad del reino y bajo la figura del Protectorado.
El centro útil del país, para Francia, y el montañoso norte y la franja
desértica entre el río Draa y el Sáhara, para España. Un movimiento
soberanista cada vez más intenso en Marruecos y la evidencia de lo
incongruente de la ocupación desembocaron en la vuelta del sultán
Mohammed V del exilio y en la retirada de las dos potencias en 1956.
Conseguida la independencia, el movimiento nacionalista marroquí,
encarnado por el Istiqlal, y su brazo armado, el Ejército de Liberación,
consideraron que quedaba por rescatar el sur del territorio, el
desierto, todavía en manos coloniales.
Teniendo como centro logístico Gulimin, primera ciudad sahariana al
sur del Anti Atlas, el Ejército de Liberación, o Dij Tahrir, comenzó su
labor de reclutamiento y las primeras acciones militares en el sur.
Objetivo: hostigar a españoles y franceses hasta recuperar los
territorios del Sáhara que consideraban propios. Es decir, la colonia
española y medio millón de kilómetros cuadrados de la Argelia francesa. A
mediados de 1957 el Dij Tahrir era ya un movimiento armado integrado
por una masa de combatientes saharauis con una muy seria capacidad de
hacer daño, practicando la guerra del desierto: distancia, movimiento,
sorpresa y retirada. Atacaron a los franceses en Um el Achar y en Tinduf
(Argelia), y bajaron hasta Agmar en Mauritania. En los siguientes meses
le tocaría a España.
Que miles de saharauis se enrolaran en la
insurgencia fue una amarga realidad que desvelaba la falacia de la
fraternidad entre pueblos hermanos. En junio de 1957 un informe del
gobernador de la colonia, el general Zamalloa, alertaba del ambiente
explosivo en el Sáhara e indicaba que en las partidas armadas había
gente de todas las cabilas, especialmente Izarguien, pero igualmente Ait
Lahsen, Tidrarin o Ulad Delim. Y, en relación con la mayoritaria
erguibat, era preocupante que sus dos notables jefes, Jatri uld Yumani y
Lehabib uld Balal, fueran parte del movimiento armado. No de una
guerrilla, sino de una guerra cada vez más sangrienta.
La guerra
obligó a España a evacuar los indefendibles puestos militares del
interior y las escaramuzas se fueron acercando peligrosamente a El
Aaiún; atacaron Bojador y Argub y, a finales de 1957, unos 2.000
guerrilleros anillaban las cercanías de la capital. El 12 de enero de
1958 una bandera de la Legión sufría una carnicería en Echdera, a 20
kilómetros de El Aaiún, 48 muertos y más de 60 heridos. Paralelamente,
en el muy reducido enclave de Sidi Ifni, 300 kilómetros al norte, la
potencia de fuego era aún más concentrada.
Fue en ese momento
cuando se barajó en Madrid la idea de entregar a Marruecos el Sáhara
Occidental a cambio de mantener la plaza costera de Sidi Ifni.
Involucrarse en una guerra abierta hubiera requerido informar a la
opinión pública y afrontar la onerosa logística del traslado de tropa,
artillería, marina y aviación. Con el inconveniente de la prohibición
norteamericana de usar contra Marruecos el único armamento moderno
recién vendido por Estados Unidos. Los 200 muertos, 64 desaparecidos y
600 heridos -la mitad de los cuales probablemente murieron después-
hasta ese momento era lo máximo que se podía encajar manteniendo la
invisibilidad.
Pero la disposición de Francia a volcar hombres y
materiales en una guerra total convenció al Gobierno español de que era
la oportunidad de erradicar la insurgencia. A mitad de enero se firmó en
Las Palmas un acuerdo entre ambos países para poner en marcha lo que se
conocería como Operación Teide (Ecouvillón para los franceses).
Durante los siguientes dos meses, más de cien aviones, casi 20.000
soldados y cientos de piezas artilleras emprendieron una operación
tenaza en la que la aviación laminó a conciencia con metralla y fósforo
las áreas insurgentes y, de paso, lo que se movía en la superficie. "Las
oleadas de aviones pasaban cada día tirándole a todo lo que se movía,
animales, personas o jaimas. Murió la mitad de nuestro ganado, la gente
estaba aterrorizada. Después de esto casi todas las familias abandonaron
el desierto y se fueron a la ciudad. Sin camellos la vida ya no era
posible aquí", recuerda un afectado. Los que tuvieron relación con la
insurgencia o sentían el peligro de la autoridad colonial huyeron con
sus familias a Marruecos. Miles de personas abandonaron enseres y ganado
para salvar la vida y llegaron en un estado de absoluta miseria al
paupérrimo pueblo de Tan Tan. Mientras España estuviera en el Sáhara,
jamás podrían regresar, la frontera se había blindado a conciencia y
desde entonces fue conocida como la Línea Roja.
Era la segunda
vez, pero no la última, que a la gente del Sáhara español se le imponía
un aislamiento fragmentado derivado de la acción colonial -la siguiente
se produciría en 1975-. Los que huyeron al sur de Marruecos sufrieron un
costo mayor, separación familiar y horizonte de miseria. Tan Tan se
convirtió en la capital del exilio, creció con los que vinieron del
Sáhara, que ahora eran la inmensa mayoría de su población, y debieron
soportar la áspera desconfianza con que eran tratados por las
autoridades locales, siempre funcionarios del norte. Con los años, Tan
Tan se convirtió en una caldera a presión en la que se cocería a fuego
lento el resentimiento antiespañol, y a partir de 1970, donde se
incubaría la organización que después se conoció como Frente Polisario.
Sus fundadores, en buena parte hijos de los exiliados, eran jóvenes que
habían crecido escuchando las historias de guerra que sus padres
contaban y que más tarde ellos emularían. Y, cuando llegara el despegue
económico en la parte española, les embargaría la convicción de que los
hermanos y primos de España vivían mucho mejor que ellos, incubando la
sensación de país robado. "Con la explotación de fosfatos, nos están
robando la riqueza, y nada nos llega a nosotros".
Al apostar por
mantener la colonia, el Gobierno español debía iniciar un proceso de
reconfiguración política y administrativa, crear las instituciones de
representación y gobierno que hasta la fecha habían sido postergadas. Y,
sobre todo, tomarse en serio a la población local, integrarla en la
gestión y brindarle instancias representativas. En enero de 1958 se puso
en marcha este complejo andamiaje institucional con la integración del
Sáhara como nueva provincia española. "Tan española como la provincia de
Cuenca", según el presidente del Gobierno, Carrero Blanco.
(...)
Justo cuando se ponía en marcha el nuevo organigrama para la provincia
del Sáhara, le llegó al Gobierno español el primer aviso de Naciones
Unidas instándole a preparar su salida. Apelando a la resolución 1514 de
1960, referida a la legitimidad y urgencia de la descolonización en el
mundo, la Asamblea General hacía suyas las conclusiones de una Comisión
Especial en la que instaba a "adoptar inmediatamente todas las medidas
para la liberación del territorio". Era diciembre de 1965. En la segunda
resolución, un año después, la Asamblea General precisaba algo más y
señalaba que la descolonización tendría que hacerse en conformidad con
la población autóctona y en consulta con los Gobiernos de Marruecos y
Mauritania. En la tercera, diciembre de 1967, señalaba por primera vez
que el procedimiento de salida debería incluir un referéndum que
recogiera la opinión de la población nativa. Estas llamadas de Naciones
Unidas se repitieron todos los años a instancias de la reunión anual de
los jefes de Estado de la Organización de la Unidad Africana o de las
cumbres del Movimiento de Países no Alineados.
Para sortear de
momento los avisos de la ONU e ir ganando tiempo, el Gobierno español
utilizó a la nobleza tribal integrada en la Yemaá y el Cabildo. La
coartada para permanecer fue que los representantes del pueblo nativo
así lo querían. (...) El punto de vista de los chiuj era que
España continuara unos años más y diera tiempo a madurar una generación
de dirigentes locales. Y les incomodaba lo que creían eran maniobras de
los países vecinos cabildeando en Naciones Unidas. (...) Al apostar por
seguir con España a medio plazo, "hasta que haya una generación
preparada para llevar el timón", como solían repetir, indicaban que su
agenda de futuro se guiaba por un tiempo propio. No eran, en absoluto,
ajenos a la urgencia descolonizadora, conocían los equilibrios
internacionales y los intereses geopolíticos. Parecía que los ritmos de
vida económicos y sociales en la colonia daban la razón a sus
calendarios. Los hallazgos y explotación de riquezas, la rápida
urbanización, la incorporación universitaria, la ayuda y tutela de
España, hacían pensar en un país viable, en una nación independiente.
(...)
Pero algo ocurrió en junio de 1970 que, imprimiendo nueva aceleración a
los hechos, acabaría desarbolando la administración española en el
Sáhara y, de paso, neutralizaría la acción de los chiuj. El
episodio está unido a un nombre: Sidi Mohammed Bassiri, erguibat nacido
en 1942. Aunque se hizo enormemente popular después de su muerte,
Bassiri vivió tres años de intensa actividad clandestina en el Sáhara
español. Hijo de nómadas implicados en la guerra del Dij Tahrir, había
vivido su juventud en Marruecos y gracias a una beca del reino estudió
periodismo en Casablanca y más tarde en El Cairo y Damasco. Aquí, como
otros jóvenes, quedó atrapado por el socialismo panárabe del Baaz y
Nasser. A su vuelta a Marruecos funda una revista (Chomoa) y, a
causa de un artículo, El Sáhara para los saharauis, debe
esfumarse y desaparecer del país. En 1967 entra semiclandestinamente en
territorio español y se instala en Smara, protegido por su extensa
familia y amigos. Su cultura y don de gentes lo convierten en un hombre
carismático capaz de atraer a cientos de jóvenes fascinados por sus
ideas y palabra que acuden a Smara para encontrarse con él. Lo que
Bassiri encuentra en el Sáhara español, que no conocía, es una
maquinaria colonial que practica la seducción y la compra pero con una
enorme capacidad represiva, una nomenclatura tribal que vive acomodada
al sistema y es alérgica a los cambios bruscos, un importante segmento
de población satisfecho de la conexión a la economía colonial y, por
fin, una juventud urbana que se adhiere al nacionalismo militante, sin
descartar la vía armada. (...) A tenor de las cartas que escribió y de
su último escrito, el Memorando que envió al gobernador del Sáhara,
Bassiri concebía la independencia a 10 o 15 años vista mediante un
proceso concertado con el ocupante. La organización, bautizada como
Harakat Tahrir (Vanguardia para la Liberación de la Saquia el Hamra y
Río de Oro) tuvo un crecimiento espectacular; a mediados de 1970
calculaban que unas 7.000 personas eran miembros cotizantes. Un informe
secreto de la Delegación de Gobierno fechado en El Aaiún alertaba de que
"el movimiento era ampliamente sostenido por los jóvenes de las
ciudades, pero más alarmante aún es la integración en ella de un número
considerable de soldados de Tropas Nómadas, policías locales,
intérpretes, administrativos y personal de confianza de los jefes de
puesto". Por primera vez había en el Sáhara una organización política
masiva, aunque clandestina, que discutía todas las opciones de futuro, y
su importancia seminal estriba en que fue el primer instrumento
político genuinamente saharaui, una escuela independiente de discusión y
organización y también por primera vez una organización supratribal
liberada de la clasificación étnica.
(...) El 17 de junio (de
1970) se produjo el desenlace. Ese día el Gobierno del Sáhara había
convocado una manifestación festiva para celebrar la nueva provincia
española, habría un gigantesco banquete para miles de personas en la
Plaza África y acudirían, como siempre, miles de hombres y mujeres
vestidos con melfas y darráas, desfiles y tropa de gala.
Parece ser que aunque Bassiri se opuso en un principio, finalmente se
plegó a la mayoría; temía una carnicería y sabía que él mismo corría
serio peligro. Aun así, viajó con los demás a la ciudad y se opuso a
cruzar la frontera mauritana como le aconsejaron.
En la mañana de
ese día una multitud de jóvenes venidos de todo el Sáhara recorrían la
ciudad con pancartas en las que podía leerse: "El Sáhara para los
saharauis". Por la tarde, son miles los concentrados en el barrio de
Zemla (Jatarrambla) que a gritos piden la presencia del gobernador para
entregarle el memorando. El gobernador Pérez de Lema, pensando que es
capaz de resolver el problema recurriendo, como siempre, a las buenas
palabras, se desplaza a Zemla y recibe el memorando al tiempo que les
dirige un discurso apelando a los lazos de hermandad e invitándolos a la
fiesta. El general se va, pero la masa sigue concentrada. Tres horas
después aparece el delegado gubernativo con una escolta de sesenta
hombres, cuando de la multitud sale una lluvia de piedras que alcanza a
los visitantes. Estos se retiran. A las 19.30 aparece una compañía de la
Legión que toma posiciones frente a los concentrados, el capitán al
mando da orden de dispersión, pero la respuesta es otra lluvia de
piedras. Seguidamente suenan los primeros disparos, que en poco tiempo
se convierten en una granizada de tiros. (...) Bassiri desaparece, pero
la tropa rastrilla la ciudad. A las tres de la madrugada de esa noche
finalmente lo encuentran escondido en una casa: nunca más se le volverá a
ver. Según la versión policial, tras tres horas de detención fue
llevado a la frontera y expulsado a Marruecos. Pero hoy está confirmado
que, después de torturarlo, al amanecer fue conducido a un campo de
dunas próximo a El Aaiún y fusilado.
Con la matanza de Zemla, el
asesinato del líder y las detenciones que siguieron, España había
agotado su crédito ante la población local, los esfuerzos de
conciliación de los chiuj ya no serían creíbles y la opción posibilista e
integradora de Bassiri, abortada. A partir de entonces comenzarían a
desvelarse los intereses reales de quienes se sentían con derecho a
participar en el gran juego que estaba a punto de empezar.
Historia del Sáhara y su conflicto, de Alejandro García.
Editorial La Catarata. Precio: 12 euros. Fecha de publicación: 8 de
abril.
|