Fuente: GuinGuinBali
Mohamed VI. Foto:GGB
¿El reino cherifiano será una excepción a la fiebre revolucionaria que sacude a los países árabes? Mientras los apologetas de la monarquía absoluta se disponen a defender el régimen de Mohamed VI, la juventud marroquí ya se está movilizando para expresar su hartazgo. La fecha señalada es el 20 de febrero.
“Primero fue Marruecos y luego Túnez”. Esta frase, que suena como un elogio del reino cherifiano, fue dicha por Khalid Naciri,
ministro marroquí de Comunicación y portavoz oficial del Gobierno
durante una conferencia de prensa celebrada en Rabat el pasado 26 de
enero. En contra del sentido común, quien ostenta el cargo de ministro de Información
asegura que Marruecos es una democracia que respeta los Derechos
Humanos, las libertades públicas e individuales, la libertad de
expresión y los derechos de las minorías étnicas, sexuales y religiosas.
Según Naciri, la apertura que Túnez y Egipto acaban de conseguir
mediante un levantamiento popular sin precedentes existe en Marruecos
desde su independencia en 1956. Los abusos del régimen contra los defensores de Derechos Humanos, los activistas saharauis, las voces laicas, los bereberes, la comunidad cristiana,
los homosexuales y la prensa no son suficientes para empañar la imagen
oficial de un Marruecos que camina hacia la modernidad bajo la égida de
un monarca joven y moderno.
Un mensaje oficial que Marruecos se empeña en transmitir, sobre todo
hacia el exterior, a golpe de folletos patrocinados y comunicados
ditirámbicos. Mientras tanto, en el interior del país, un puñado de
demócratas continúa denunciando que el endurecimiento del régimen no
deja ningún lugar a dudas. Desde la caída de los déspotas de Cartago y
Heliópolis ha surgido una nueva esperanza entre aquellos a quienes no
pudo convencer nunca la poderosa maquinaria propagandística marroquí.
“¿Si los tunecinos y los egipcios lo han hecho, ¿por qué nosotros no?”,
se preguntan centenares de jóvenes en Facebook, uno de los últimos
bastiones de la libertad de expresión para los marroquíes. Ya hay una
fecha programada: el 20 de febrero. Varios grupos creados en la red
social están llamando a los ciudadanos a tomar las calles ese día para
exigir la instauración de una monarquía parlamentaria. Libertad,
democracia y dignidad son los lemas de esta campaña que ya ha atraído
las iras del régimen.
De entrada, sus promotores han sido acusados de espionaje al servicio
de Argelia, España y el Frente Polisario, los perpetuos “enemigos de la
integridad territorial” como les gusta llamarlos al discurso oficial del
Estado marroquí. Luego, han sido acusados de homosexualidad y
de conversión al cristianismo, dos “delitos” susceptibles de
persecución en Marruecos. Esto significa que las autoridades de Rabat
comienzan a ponerse nerviosas respecto a una posible revuelta popular,
contrariamente a lo expresado por Naciri.
Por otra parte, el Gobierno ha anunciado que los precios de los productos de primera necesidad no iban a aumentar. Aceite, leche, azúcar, productos cuyo aumento de precio ya llevó a las amas de casa a manifestarse en 2009 y sobre los que el holding real ONA/SIN posee un cuasi monopolio.
Sin embargo, estas medidas no serán suficientes por sí solas para
disuadir las ansias revolucionarias que germinan entre la juventud
marroquí. Las mismas causas provocan los mismos efectos. La monarquía
marroquí no tendrá más remedio que avanzar hacia una mayor apertura si
quiere durar. El propio primo de Mohamed VI, el príncipe Moulay Hicham,
ha declarado que Marruecos “no será una excepción” en una entrevista
concedida al periódico El País y al Nouvel Observateur.
Hicham no ha dejado de señalar que la dinámica de apertura que comenzó a
finales de los años 90 durante la última etapa de Hassan II acabó por
desvanecerse, dando lugar a una vuelta atrás que acabó por acallar a las
voces libres del país.
¿Tiene cabida una monarquía ejecutiva de derecho divino en una región
del mundo en la que el absolutismo está en franco retroceso frente a los
derechos de la ciudadanía? Tan solo una evolución consentida por el
régimen, cediendo sus poderes a instituciones democráticas, evitará un
levantamiento en Marruecos hasta ahora impedido por las élites en el
poder.
Dicho esto, mucho antes de las revoluciones de los jazmines y los papiros, las revueltas populares de Sefrou, Sidi Ifni y más recientemente los acontecimientos de El Aaiún tendrían
que haber llevado al poder marroquí a aprender la lección. De lo
contrario, la cuenta atrás ya ha comenzado para el trono alauita.
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