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En busca de la torre perdida Imprimir E-Mail
Dr. Mariano Gambín García
sábado, 06 de octubre de 2012
Índice del Artículo
En busca de la torre perdida
Introducción
Un poco de historia
La búsqueda de la torre
La torre, hoy

La torre, hoy

Descubrir la realidad que se halla tras la leyenda de una fortaleza desaparecida engullida por las arenas del Sáhara es un acicate para cualquier historiador. Y llama la atención que ningún especialista de la historia de Canarias se haya desplazado a aquel lugar en su búsqueda. Tal vez la lejanía –más psicológica que real–, la dificultad del viaje o los problemas políticos de la zona hayan disuadido año tras año a los investigadores de emprender una expedición con tal fin.

La Laguna de Naila.
La Laguna de Naila.
El emplazamiento de la torre, a la izquierda, desde la laguna.
El emplazamiento de la torre, a la izquierda, desde la laguna.
Vista del lado oeste.
Vista del lado oeste.
Vista del lado sur, donde mejor se observan las saeteras.
Vista del lado sur, donde mejor se observan las saeteras.
Lado este. Al fondo la laguna de Naila.
Lado este. Al fondo la laguna de Naila.
Lado norte.
Lado norte.

En octubre de 2011, el autor de estas líneas tuvo la suerte de contactar con un grupo de canarios que organizan viajes desde Gran Canaria al antiguo Sáhara español –Paco Jiménez y su grupo Sáhara Tour–, y gracias a su gestión, el viaje en busca de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña pudo convertirse en realidad. La zona donde se suponía que estaban los restos de la torre es hoy día el parque nacional de Khenifiss, a unos treinta kilómetros al noreste de la localidad de Tarfaya, en Marruecos, ciudad fundada por los españoles a comienzos del siglo XX. Dentro del mencionado parque se encuentra la Laguna de Naila, que es el nombre actual de la antigua Mar Pequeña. Se trata de una enorme extensión de agua salada que entra en el continente a través de una estrecha bocana, y que ha creado un microclima muy favorable para el anidamiento de numerosas especies de aves, además de ser un refugio ideal para la pesca de costa. En un entorno donde el verde de las plantas acuáticas contrasta con el amarillo rotundo de unas dunas de belleza excepcional, es donde se centró la búsqueda de la torre.

Una vez llegados a la laguna, unos pescadores nativos se ofrecieron a llevarnos a un lugar “donde había unas piedras” en barca, ya que el desplazamiento a pie exigía varias horas de esfuerzo que se obviaba por el paseo en bote. El trayecto, de una media hora, se vio amenizado al cruzar diversos manglares poblados por flamencos rosas y garzas blancas.

Si las últimas noticias que se tenían de la localización de la torre hablaban de un islote en una costa rocosa, la realidad en los días que corren es muy distinta. La ribera se ha convertido en una gran playa arenosa que sería la envidia de cualquier destino turístico de primer orden. Las “piedras” se encontraban a unos cincuenta metros tierra adentro desde la playa y sólo se veía desde el mar la hilera constructiva superior. Al acercarnos, descubrimos, semienterrada en la arena húmeda, una construcción cuadrada de indudable antigüedad, formada en su base por grandes sillares de piedra rojiza, que alcanzaban la altura de cuatro hileras, sobre las que se habían colocado piedras sueltas unidas con algún aglomerante de forma que los bordes quedaran a la misma rasante. Según nos comentaron los guías, por iniciativa de las autoridades marroquíes, apenas un mes antes se había decidido desenterrar la construcción, haciéndolo hasta donde permitía el nivel de las aguas subterráneas provenientes del mar, que es el que se ve actualmente. La buena intención fue más allá de lo exigible y quienes trabajaron en la excavación quisieron poner su granito de arena intentando una reconstrucción –desgraciadamente penosa– de la parte superior de los muros, igualándolos con piedras cogidas al azar en los alrededores.

En los muros, de 8,30 metros de lado, destacan unos agujeros que recuerdan inevitablemente a unas saeteras medievales, algunas recortadas en su base en semicírculo. Se encuentran unas de otras a una distancia semejante, buscada exprofeso para la defensa de su interior. Otros agujeros, que no obedecen a esta serie, son tal vez anclajes para otras construcciones auxiliares de madera que se apoyaban en los muros de la torre. Desgraciadamente, el interior se halla cegado por piedras y escombros, lo que hace impracticable su exploración. La calidad del corte de la piedra y la existencia de estas oquedades defensivas indica a las claras que se trata de una torre muy antigua, de origen tardomedieval y que puede identificarse sin temor a incurrir en error con la levantada por Alonso Fajardo en 1496. Todo concuerda: la localización en la costa y dentro de la laguna, el tipo de fábrica y los detalles de construcción, para afirmar que se trata de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña.

Otro detalle importante a tener en cuenta es la increíble similitud de los restos de la torre africana con la torre descubierta recientemente dentro del castillo de la Luz, en Las Palmas, levantada por el mismo gobernador y posiblemente en el mismo año. No es aventurado proponer que son coetáneas y que los constructores de ambas se sirvieron de los mismos patrones de construcción. Es como si hoy día unos constructores se hubieran servido de un mismo plano para hacer dos edificios idénticos. La comparación visual es suficiente para llegar a esa conclusión. Por ello nos inclinamos, al contrario que otros historiadores anteriores, a concebir la torre de Mar Pequeña como gemela de la de La Isleta, cuadrada y de tres alturas por lo menos, al estilo de la torre del Conde, en La Gomera, y no más baja e incluso cubierta, como aventuraron algunos de ellos. 

Es posible que la torre haya debido sufrir un fenómeno de hundimiento –las saeteras aparecen muy bajas respecto al nivel actual del suelo–, tal vez por tener su base en un fondo arenoso, aunque éste es un extremo que no se puede certificar hasta que no se realice una excavación siguiendo los cánones arqueológicos.

La importancia histórica y arqueológica de los restos de la torre es evidente. Además de ser la huella más antigua de los canarios y castellanos en África, es un exponente muy interesante de las construcciones defensivas de finales del siglo XV, en torno a la cual se articulaba todo un conjunto de relaciones sociales con las tribus locales que hizo que dos civilizaciones se conocieran y convivieran en paz, al menos durante un período que duró unos cincuenta años. Este enclave es historia viva canaria, y a los canarios nos corresponde crear el interés necesario en nuestros vecinos marroquíes para que esta huella no se pierda de nuevo, sepultada por las arenas del desierto.

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