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Carta abierta de un Tirador de Ifni Imprimir E-Mail
Colaboraciones - Manuel Jorques Ortiz
Escrito por Manuel Jorques Ortiz   
sábado, 05 de enero de 2013
Índice del Artículo
Carta abierta de un Tirador de Ifni
El campamento de reclutas
El cañón sin retroceso
A primera línea
Id Nacus
El Cuartel de Tiradores
'Cola Camello'
Epílogo

A primera línea

…Y llegó el momento de despedirnos de todo aquello. Camión y a la montaña, a primera línea. Mi escuadra y mi cañón fuimos a parar a no sé que puesto avanzado. Ubicamos nuestra arma donde nos dijeron, aprendimos a que objetivos había que disparar en caso de ataque del enemigo, colocamos las granadas en lugar seguro y a renglón seguido nos enseñaron donde debíamos vivir durante nuestra estancia allí.

Dormitorio en la montaña.
Dormitorio en la montaña.

Recuerdo que mi asombro fue mayúsculo cuando observé que en aquel miserable agujero cavado en el lateral de la trinchera no había nada, o sea, ni camas ni sillas ni mesa, ¡nada! Un veterano nos enseñó cómo fabricar rudimentarias camas: con los piquetes de las alambradas clavados en tierra conseguíamos las cuatro patas, mediante una curiosa técnica lográbamos quitar los pinchos de las alambradas y ya convertidas en alambres tejíamos una especie de somier donde depositar la colchoneta de paja –poca paja–, pues cuando te levantabas tenías señaladas en la espalda las marcas de los mencionados alambres. Creo que uno de mis “dormitorios” estaba en una de las fotos que te envié, y que conste que ese fue uno de los mejores.

Aquella posición, como en casi todas en las que estuve, estaba rodeada de alambradas y campos de minas. Las guardias eran de cuatro interminables horas, sentado en una posición semioculta sin moverse y sin fumar. Mi misión como cabo era la de levantar las guardias que ya se habían cascado las cuatro horas, despertar a los próximos, colocarlos en el lugar de los anteriores y a continuación ir visitándolos para que no se durmieran, pero cuidado al acercarse, pues el centinela te pedía el santo y seña y si no se lo dabas con prontitud tenía la orden de disparar. En cierta ocasión y en una noche muy oscura y ventosa el centinela pidió el santo y seña y al no recibir respuesta no tuvo mejor idea que tirarle una granada de mano, cómo estaría de cerca que fueron los dos al hospital, el soldado y el cabo. 

Una posición de Tiradores, en la montaña.
Una posición de Tiradores, en la montaña.

Yo tengo también dos anécdotas que me sucedieron. En cierta ocasión, y al llegar a uno de los puestos, observo con asombro que estaba vacío, sigo mi camino y encuentro al centinela escondido detrás de una tabaiba, a mi pregunta de extrañeza me dice que ha oído como cortaban la alambrada y sintiendo miedo ha huido. Le acompaño al puesto y, efectivamente, se oía un ruido, que según él lo estaba oyendo más de una hora, pero ¿cómo va estar alguien cortando una triste alambrada más de una hora? le razoné. Me acerqué al lugar de donde procedía el dichoso ruido y no era más que el viento le hacía rozar a un alambre en una piedra. En otra ocasión, y en una noche muy oscura uno de los puestos, muy asustado, me dice que ve a un moro detrás de una mata con un chilaba blanca. Le tuve que razonar que si alguien quería acercarse lo haría vestido de cualquier manera, pero nunca con una chilaba blanca, tiramos varias piedras y al no ocurrir nada parece que se tranquilizó. Eran lógicas estas escenas, pues un soldado sentado cuatro horas en noche cerrada ve y oye lo más inaudito.

En cierta ocasión, en una posición cercana a la mía, una noche todos los que estaban de puesto comenzaron a disparar. Lo que sucedió es que uno de ellos se asustó, disparó y los demás le imitaron. A la mañana siguiente un pastor que andaba al otro lado se acercó para preguntarnos, un poco irónicamente: “paisa, ¿qué os pasaba anoche?” 

Una de las misiones que teníamos los cabos era la de anotar cada mina que explotaba, pues los moros solían echar perros para hacerlas explosionar, cuando había un número sustancial de minas inutilizadas avisábamos a ingenieros, subían y las reponían. En cierta ocasión, un pastor con varios camellos se metió en un de estos campos de minas y en nuestra posición aquel día llovieron trozos de camello. Tuvo menos suerte que un amigo mío, que borracho perdido se fue de una posición a otra atravesando un campo de minas y no le pasó nada. Los que de poco lo matan fueron los centinelas de la otra posición.

Bueno, sigamos.


 
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