Página 6 de 8
El Cuartel de Tiradores
Después de Id Nacus creo que bajamos al cuartel del pueblo por primera vez. El teniente me envió un día antes con varios soldados para desinfectar el dormitorio. Nada más llegar sacamos todas las literas al patio y con una especie de antorchas impregnadas de gasoil quemamos todos los rincones de cada catre, no te puedes imaginar las bolas de chinches ardiendo que caían al suelo, a continuación fregamos con serrín y gasoil el suelo y aquello quedó bastante bien aunque no fue muy efectivo, pues a los pocos días de dormir allí todo estaba otra vez lleno de los dichosos parásitos, estabas en la cama y oías como caían del techo a tu sábana.
Para mí el cuartel me pareció un hotel de cinco estrellas… ¡dormir en litera!... ¡qué gozada!
Aspecto de la cocina del Grupo de Tiradores.
Nada más llegar mi Tabor me nombraron responsable de la cocina. Era enorme, daba de comer a cientos de soldados, cocinaban y limpiaban las perolas una docena de soldados moros con un cabo también moro al frente. Mi misión consistía en recibir todo el suministro y almacenarlo, eran toneladas lo que entraba, diariamente me subían quintales de frutas y pescado, cerdos enteros etc., etc. Yo debía vigilar tanto lo que entraba como lo que salía. El cabo moro me indicaba lo que necesitaba tanto para desayunos, como comidas y cenas y yo debía de abastecerlo.
Mi vida allí fue agotadora, pues apenas dormía. De madrugada ya debía estar presente en la cocina para abastecer a las patrullas que salían de vigilancia de playas, al poco rato había que preparar el desayuno y lo mismo en comida y cena. Comía con los cocineros moros, como es lógico de lo mejor, intimé un poco con el cabo moro-ya no recuerdo como se llamaba-, un tipo enorme, que había luchado con Franco y que comía y bebía como un cosaco, poco creyente creo, pues de un trago se bebía una botella de vino. No podía ni bajar al pueblo, con estar y estar en cocina tenía bastante. Yo no sé si fue por la falta de sueño o por la responsabilidad que mi puesto conllevaba lo cierto fue que no comía apenas nada, me sentí débil y enfermo. Lo cierto fue que fui a parar al hospital del cuartel. Recuerdo que me inyectaban concentrados de hígado, que estuve ingresado unos diez días y que tuve que buscar mi puesto en la montaña, pues mi compañía ya había marchado unos días antes.
|