Fuente: ABC.es
El periodista José Martín suele contar la anécdota al
final de una comida, con el café humeante sobre la mesa. El
runrún de la tertulia le traslada entonces a Sidi Ifni, un 23 de
noviembre de 1957, cuando un soldado entró en el despacho de su
padre, el comandante Gastón Martín Trapero, y le
espetó: «Sin novedad, han matado al centinela». Ifni
no había sido un territorio en el que pasaran grandes cosas,
así que los disparos de aquella madrugada, el muerto que
anunciaba el asistente, nada tenían que ver precisamente con la
ausencia de novedades. Jos Martín vivió algún
verano en aquel desierto «pedregoso y ondulado», cuando iba
a pasar las vacaciones con su padre. «Recuerdo unos barracones en
forma de bóveda, pensados para los militares, y alrededor, el
pueblo, un territorio bastante extraño al que se llegaba desde
Canarias en un Fokker sin asientos. Allí el tiempo pasaba muy
lentamente, las cosas eran más baratas y vendían los
cigarrillos mentolados Kool que fumaba mi madre».
ABC. Carmen Sevilla viajó a Ifni para animar a nuestros soldados en diciembre de 1957
El coronel retirado Fernando Moreno Pardo llegó a Ifni como
teniente recién salido de la Academia en abril de 1956, un poco
antes de que empezaran a enredarse las cosas. «En los colegios,
en el hospital, en los comercios. la vida era agradable y la
integración de españoles y autóctonos, completa
-recuerda-. Y, sin embargo, en 1957 empezó a deteriorarse el
ambiente, se barruntaba que iba a pasar algo». Alrededor cambiaba
el mundo, en efecto. Marruecos se había independizado de Francia
en marzo de 1956, y entre bambalinas se hablaba de desacuerdos entre
las fuerzas de Mohamed V y las del Ejército de
Liberación, entre el poder oficial y los nacionalistas de
Istiqlal, que intrigaban en Sidi Ifni y en el Sahara. «Se fueron
infiltrando y afeando la situación», asegura Moreno Pardo,
que ha intervenido en un cliclo de conferencias sobre aquellos
días en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla.
Han pasado cincuenta años, también en el reloj de
arena, lento y perezoso, del desierto. Muchos de los que allí
vivían tienen hoy que cerrar los ojos para recuperar aquel aroma
de oasis perdido en ningua parte, el viento, el puerto pesquero, las
noches en el casino. Ifni le fue concedido a España en el
Tratado de Paz y Amistad entre España y Marruecos firmado en
Tetuán en 1860, pero nuestra presencia fue igual a cero hasta
1934, cuando el coronel Osvaldo Capaz Montes tomó
posesión de la zona. En los años siguientes se fue
formando una guarnición que, en 1957, antes del ataque de los
rebeldes, rondaba los tres mil efectivos (2.700, según Moreno
Pardo), y que, a continuación, con los refuerzos enviados,
llegó tal vez a los 7.000.
Los españoles sabían que iba a ocurrir precisamente
aquella noche. Un soldado de origen local avisó del ataque que
se preparaba al capitán Francisco Rosaleny. «...El 21 de
noviembre de 1957 por la tarde se presentó en mi casa, ya que
estaba de jefe de día, el cabo "Banderín" de la
Cía., comunicándome que me preparara porque tenía
conocimiento de un inminente ataque desde fuera y que iban a acabar con
los mandos españoles», contó en alguna
ocasión. A Fernando Moreno Pardo le avisaron a las diez de la
noche del día 22. «Me enviaron a una sección de
ametralladoras en la zona norte, para cerrar unas vaguadas. Pero no era
una guerra al uso. Se enfrentaba una organización tradicional
como la nuestra con unas partidas que desaparecían antes de que
las viéramos. No sabíamos de dónde venían
los tiros. Los oíamos, íbamos hacia ese lugar y
encontrábamos unos casquillos, nada más, el desierto del
desierto».
Petróleo, rusos, americanos...
La sorpresa no lo fue, y las tropas españolas detuvieron el
golpe, aunque probablemente ni siquiera sabían de dónde
venía. Incluso hoy «el caso Ifni» es un pantano
lleno de niebla, «una guerra tramposa», según el
escritor Gastón Segura Valero, autor de «Ifni, la guerra
que silenció Franco». En su opinión, «el
objetivo de los rebeldes era lograr la independencia de Mauritania,
formar el "gran Marruecos" y quedarse con los pozos de petróleo
de Argelia y con las minas mauritanas. Atacaron Tinduf y varias
guarniciones francesas, pero fracasaron. Por esa razón se
volvieron contra nosotros. Seguramente no querían que los
soldados, muchos de ellos de fortuna, regresaran a casa con las manos
vacías». Segura Valero afirma que la sombra de Estados
Unidos planeaba sobre aquel escenario. «A pesar de que el general
Barroso, ministro del Ejército, dijo en su discurso de Navidad
de 1957 que la revuelta estaba animada por la Unión
Soviética, lo cierto es que los legionarios descubrieron en una
de sus incursiones un almacén de leche en polvo
estadounidense».
¿Qué pasó realmente? Francesco Correale,
historiador italiano, lleva un año dándole vueltas a esa
pregunta, como parte de una investigación de la Universidad de
Tours. Correale opina que los años 1956-1958 son cruciales en
las relaciones entre el pueblo saharaui y España para entender
lo que pasa ahora. «España mantenía una actitud
ambigua, en la que no quería irse del Sahara y de Ifni, pero
tampoco llegar a una guerra con Marruecos. Las autoridades
sabían que Istiqlal tenía una oficina no demasiado
clandestina en la zona, pero pensaban que podían salir del
asunto sin muertos. La posición española era débil
desde el punto de vista militar, y en los barracones se rumoreaba
probablemente sin fundamento que el príncipe heredero
marroquí, Hassan II, estaba detrás de los rebeldes. En
Marruecos había tensiones entre los nacionalistas y Mohamed V,
entre las tropas reales y las del Ejército de Liberación.
En España no sabían muy bien qué hacer. Todo era
verdadero, pero no era verdadero».
Demasiada sutileza para un territorio tan pequeño, 1.700
kilómetros cuadrados, en el que «las patronas de
Artillería y de Infantería se celebraban por todo lo
alto, como los bailes de fin de año y los de disfraces en Reyes,
o el festival del soldado, que recaudaba dinero para hacer casas para
los nativos». La memoria la pone María Isabel
Muñoz, nacida en Madrid, pero residente durante 17 años
en el Sahara, en Tantán o en Ifni, junto a su padre, Luis
Muñoz Cebrián, un militar de pocas palabras pero de larga
trayectoria.
Una vida en imágenes
María Isabel lleva años en busca de
financiación y apoyo para hacer un documental sobre Sidi Ifni.
Tiene el mejor archivo de imágenes de la ciudad, muchos metros
de película en Súper 8 e incontables fotografías,
pero de cuando en cuando le asalta la impresión de que esa
esquina de nuestro pasado, «esta locura mía», no le
importa a nadie. «En Sidi Ifni llevábamos la vida
más ingenua que se pueda imaginar, con puestas de largo, con no
muchas cosas, pero sí muy aprovechadas. Yo no he querido volver,
pero me han dicho que la vida termina en Agadir, que todo está
dejado de la mano de Dios. Nuestro sueño es ayudar, poner
allí un pequeño museo con fotos y objetos».
Se habla mucho del olvido de Ifni, de la «guerra
oculta», la «que no existió». Hay quien, como
Gastón Segura, menciona la dificultad de vender a la
opinión pública española que EE.UU. y Marruecos
(«la tradicional amistad que siempre ha unido a nuestras dos
naciones.», se leía en los periódicos de la
época) pudieran estar detrás del conflicto; quien alude a
la censura para limitar el alcance de la última guerra colonial
española; quien opina, como el coronel retirado Moreno Pardo,
que en absoluto se minimizó la guerra («¡si hasta
fue Carmen Sevilla.!», exclama), y quien, como José
María Barranco, vocal de la Asociación Amigos de Ifni
(www.ifni.es), habla de las pésimas condiciones en las que se
encontraban nuestros soldados. «Utilizaban alpargatas de suelo de
cáñamo en un terreno pedregoso. Les duraban horas»,
dice, a título de ejemplo. El padre y el abuelo de Barranco
fueron militares, el primero capitán y luego comandante de
Tiradores, el segundo teniente practicante.
José Antonio Peña, profesor de Geología de la
Universidad de Castilla-La Mancha tampoco cree que se ocultara la
guerra. «Salía en todos los periódicos, los
empresarios catalanes enviaban cava y los de Alicante turrón.
Otra cosa es que se manipulara, o que Kissinger creyera más
fiable a Marruecos que a España, o que Marruecos estuviera
detrás. Peña, sin embargo, asegura que «a los que
allí vivimos no nos interesa la guerra ("los jaleos",
decíamos entonces) sino la añorada paz de nuestra
infancia y juventud. Recordamos a nuestros maestros, a los amigos de
ambas religiones, a los comerciantes, artesanos y funcionarios... Y
sólo anecdóticamente a las escasas fuerzas armadas que
convivieron con la población con pocos incidentes. La
invasión fue un mal sueño con peor despertar...».
Durante medio siglo, este profesor no volvió a Sidi Ifni porque
no quería que «una mala realidad le destruyera un bonito
sueño». Lo hizo en el verano de 2006. «Los locales y
los españoles siempre hemos tenido nostalgia unos de otros.
Siguen hablando español, cuando no hay policías, y siguen
reclamando que el Instituto Cervantes recupere el edificio que
allí tiene, para no olvidar su idioma».
Pasó aquel verano de 1957, «de un fervor tal que
exprimió hasta las últimas reservas de agua del
Sahara» (Segura Valero), y luego la guerra, la resistencia de los
españoles, que estiraron su presencia en Ifni hasta 1969. Pero,
para decenas de españoles y de habitantes del desierto, no ha
pasado la nostalgia. «Creo que nunca he sufrido traición
mayor para mis sueños y mi fe que aquel año de 1969,
cuando Franco entregó al rey de Marruecos el territorio de Sidi
Ifni, el pedazo que aún quedaba como posesión
española tras la guerra de 1958. Tal vez fuese una
traición para los que creían en un proyecto colonial,
pero ése no era mi caso. Yo conocía a las gentes de Ifni
y sabía que muchos de ellos no deseaban ser marroquíes y
que anhelaban un país independiente», decía uno de
los personajes de Javier Reverte en «El médico de
Ifni».
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