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Mis diversiones en Sidi Ifni
Los ratos que me dejaba libre mi labor como médico, que eran muchos, y la preparación de oposiciones, que eran pocos, los dedicaba a mantener correspondencia con mis amistades femeninas. Ahora que tenemos a nuestra disposición internet, chats, smarts y móviles no podemos comprender que en aquel entonces las cuartillas, la pluma, el sobre y el sello eran las únicas herramientas que podíamos utilizar para comunicarnos con la gente y evitar el aburrimiento. Primero empecé escribiendo cartas casi semanales dirigidas a una jovencita de Ceuta que me gustaba mucho, pero como la distancia es el olvido y ella tenía muchos pretendientes alrededor, en la ciudad norteafricana, dejó de contestarme y las cartas tuvieron otra destinataria. Esta vez fue una prima de D. Pedro, el "páter" del Tabor, una murciana muy simpática y agradable, correspondencia que no llegó a mas, aunque en muchos casos estas llamadas "madrinas de guerra" acababan en novias o esposas al regresar a casa.
La monotonía de los días de la Huerta Madame se rompía cada dos semanas en que podía disfrutar de un permiso de fin de semana en la capital. Me alojaba en una casa del barrio musulmán, que Regulares tenía alquilada para que pudiéramos dormir allí cuando bajábamos de los destacamentos, y aunque fuera por unas horas, me liberaba de las "timbas" en el dormitorio común de la Huerta.
Los lugares de diversión en Sidi Ifni no eran muchos en esa época. Paseos por la "barandilla" con vistas al mar, aperitivo en "La Suerte Loca" y sobre todo las tardes en el Casino Militar con charlas primero y luego baile con las jovencitas casaderas de la capital. La verdad es que no había muchas, casi todas hijas de militares y funcionarios civiles destinados en el territorio que se habían desplazado a Ifni con toda la familia. Sin poder cursar estudios universitarios, ni poder ocuparse en trabajos no permitidos entonces a las mujeres, su única salida era el matrimonio con alguno de los muchos oficiales que pasaban por el territorio y el único sitio para los encuentros era el Casino Militar.
De todas ellas la que más me gustaba, y con la que intenté ligar, fue con una de las hijas del Comandante Mena, destinado, creo recordar, en la Policía Indígena, pero la competencia en este terreno era grande y no pude conseguir nada. Yo, bajito y poco agraciado no podía competir con aquellos tenientes de Regulares y la Legión altos, fuertes, musculados, que eran preferidos por las muchachas, aunque las madres hubieran preferido que sus hijas se casaran con el joven oficial médico que con el apuesto teniente por cuestiones económicas y de prestigio social.
El problema de la mujer joven en Ifni era el mismo de la mayor parte de las hijas de los militares y, en general, de la mujer española. El tanto por ciento de las que cursaban estudios universitarios era muy bajo y tampoco era muy elevado las que trabajaban fuera de casa y por eso su única salida era realizar un buen matrimonio. Este problema que se planteaba hace cincuenta años, y que debía haber sido resuelto completamente con los avances sociales sobre la igualdad genérica que se han ido logrando, sigue, sin embargo, sin resolverse en muchos segmentos de la población española acentuados en estos momentos de crisis y de paro.
A pesar de la competencia, y la desproporción entre la demanda y la oferta a la hora de entablar relaciones con una joven, la verdad que lo pasaba muy bien cada vez que bajaba a la capital y aun conservo un grato recuerdo de aquellas fiestas del Casino que solían terminar cogiendo el micrófono y cantando en solitario, o en grupo, con más voluntad que arte, las canciones de moda en esa época que eran las triunfadoras en el Festival de Benidorm como "El Telegrama" u otras por el estilo. Todo bajo la atenta mirada de los padres que no permitían el más ligero desliz de sus hijas para no manchar su reputación con vistas al casorio.
Otra de las diversiones, en las que nunca participé, eran las partidas de póker en las que se jugaban grandes cantidades entre los que participaban en ellas. Radio Macuto, como así se llama en el argot militar a los rumores que se difunden rápidamente sin precisar la fuente, revelaba al día siguiente las cantidades que habían ganado, o perdido, personajes conocidos, como el Coronel Enríquez o el Comandante Urreta en alguna de las partidas. Aun recuerdo la anécdota sucedida con el Teniente R. que dos noches antes de embarcarse para la península, para casarse, se jugó todos los ahorros que tenía para sufragar los gastos de volver, ceremonia y viaje de bodas, los perdió. La solidaridad que existía, como gran virtud, entre la oficialidad del territorio organizó rápidamente una cuestación para ayudar al Teniente y todos contribuimos con algo para que regresara a cumplir sus compromisos.
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