Estimado lector. Lo prometido -dicen- es deuda; así pues aquí hago otra entrega del recuerdo de aquel tiempo que me tocó vivir. Esto no sería posible sin la plataforma que nos brinda este portal de Pablo que es “el Rincón de Sidi Ifni”. Y lo hago con la creencia -quizás errónea- que ha habido un cierto interés por él. Ser ameno es intencionado, para que ello ayude al recuerdo de un tiempo, en el que todos fuimos jóvenes. Es allí, en la juventud, que la vida tiene plenitud; el resto, ha sido un trepar; y la mayoría solo por un sueldo. Necesidad. Jalar, eso.
Cuando hayamos muerto, no habrá ya rosas ni cipreses, ni labios
rojos ni vino perfumado; tampoco habrá ni penas ni alegrías, ni
auroras ni crepúsculos. El universo se aniquilará, puesto que su
realidad depende tan sólo de nuestro pensamiento.
RUBAIYAT. Omar khayyam
Campamento. Verano de 1.968, Sidi Ifni
La
instrucción del soldado español comenzaba con el “toque de diana”, que
en el campamento eran tremendos gritos que los instructores proferían,
ordenando nuestra salida en estampida; exigían el desalojo instantáneo
del dormitorio. Con el tiempo nos fuimos despertando antes que sus
gritos, y lo aprovechábamos para vestirnos bajo la manta; pero como en
toda tiranía ocurre, lo no permitido estaba totalmente prohibido; por lo
que estos individuos nos levantaban la manta aquí y allá, y menuda
montaban al cogido “in fraganti”. Tenían que exhibir su dominio sobre
los reclutas, desde el momento que abríamos los ojos; a nosotros,
jóvenes conscriptos y españoles.
El desayuno se
obtenía en un plato de aluminio; un líquido blanco, asqueroso, un bollo y
la nociva margarina; sobran los comentarios. Sesión de instrucción,
izquierda derecha ¡Arr!. Después la comida que nos daba energía a fuerza
de cerdo, patatas o legumbres; que ya había urgencia de alimento al
medio día.
Llegaba la tarde y con ella la charla
del sargento de turno; no tiene importancia su discurso, por supuesto,
pero si el escenario. Usad vuestra mente gráfica. Verano africano; un
gran patio terroso, asediado por el sol, y unos reclutas españoles con
sus culos en la dura tierra; agrupados, piernas cruzadas para luego
estirarlas un poquito; tratando de encontrar alguna comodidad en aquel
caliente suelo africano; a pleno sol; implacable. Eso sí, solo para la
leva, a todos que digan -escépticos ellos- no será para tanto; que pena
no puedo mostrarles la piel requemada, las heridas con costras
sangrantes en brazos y cuello, que mas de un recluta sufrió. Y es que
los hombres no se conformaban con quemarse como la mayoría, no, y además
pretendían que los llevasen al dispensario; o les dieran algún remedio.
El sargento a todo esto apoyaba su silla contra la pared, su sombra le
protegía del duro sol; el individuo viendo a los reclutas en estas
lamentables condiciones, debía sentirse como un bendito, ¡pues hasta nos
impartía “su sabiduría”¡. Sadismo era.
Al otro
lado de la gran explanada, estaban las mesas y bancos que servían de
comedor, con sus sombras; solitario y acogedor. Y la humanidad por
tierra... En manos de psicópatas.
Luego a nuestras tardes añadieron la construcción de adobes, para finalizar el barracón al otro lado de la entrada al campamento; nos dirigía un recluta arquitecto, navarro él, con mucho cariño; era uno de los nuestros. Trabajo inútil, pues ya se hablaba y se sentía, que éramos el último reemplazo de Ifni. Tenían que tener nuestras manos ocupadas; y nuestras cabezas vacuas.
Durante la faena de limpieza de los utensilios de cocina con arena.
Una tarde un instructor nos hizo seguirlo, pues nos había tocado limpiar sartenes; llegamos al lugar cerca de las cocinas; las enormes piezas estaban allí, pringosas ellas, tiradas en el suelo arenoso, ¡la arena¡, si, ella era el detergente y también el agua; con tan humilde elemento, el ejercito nos enseñó a obrar el milagro; pues no se puede describir de otra manera; el convertir aquellos sucios entes en limpios y relucientes utensilios de cocina. Ciertamente el prodigio solo era el resultado de mucho tiempo de faena; rasca que te rasca, arena y mas arena. Servitud, eso era.
El atardecer era un momento de encuentro con uno mismo, y con los demás, también pequeñas tareas oportunas; dejados en cierta libertad de movimientos, aprovechábamos para hablarnos y conocernos; y leer las cartas, mejor que ninguna la de la novia; yo no tenía, pero mis compañeros conocidos después se han casado con ellas, creado una familia y ahora son abuelos ilusionados; buenos ciudadanos hasta el nicho; ni tumba siquiera. Pero pena me dan sus nietos y nuestras calles; nos han robado el país, a plena luz, con indiferencia general; ellos -los entrevistados del Telediario- dijeron ser nuestras vanguardias; ellos han sido nuestros peores enemigos. Mesiánicos. Nihil novum sub sole. Aun así... Siempre les funciona.
En estos atardeceres tomábamos asiento encima los retretes, en aquel talud que daba a la playa y al mar; observábamos con envidia y candor, a las gentes que por la playa paseaban con gozo; otros pescaban tan solo lanzando una pequeña red al borde del agua; era una estampa muy amable, y todo ello amenizado por un sol, que en su puesta iluminaba el horizonte con coloridos de lo más sublime; era brujería solar. Al final somos seres en busca de luz -polillas, eso es- y se acabó.
Y llegaba la cena, de tan penosa no recuerdo nada de su condición, pero algo había que meter al cuerpo. Después de pasar lista, a la litera. Allí comenzaban los silencios cómplices. En los primeros días, con la tensión y los temores, no daba lugar para las actividades eróticas solitarias; se cuchicheaba que añadían a la comida bromuro de no sé qué, por lo cual el miembro se mantenía desinteresado; esto no era natural, se decía por lo bajo. Fábula era lo del bromuro, solo eso; pues con el paso de las primeras semanas, en la noches se comenzó a intuir actividades de placer, los había que colgaban una manta usando la litera superior, la pobre luz les impedía conciliar el sueño, se excusaban. Pero las mantas, ellas, con sus múltiples manchas, eran testigo mudo de presentes y pasados delirios de placer. Cierta vez y a la luz del día, con numerosas máculas en ella, por color y textura se hicieron conjeturas, si eran de reemplazo antiguo o más cercano. Eros eterno. De esta manera nos ocultábamos en la noche.
No siempre era así, a veces había que pagar alguna transgresión, por lo que nos arrojaban a la noche; a cualquier hora y por horas; me tocó acompañar al instructor, que hacía guardia en la garita que miraba al mar, justo al final de las cocinas. Aquel mar que al atardecer era tan amable, lleno de luz y bondad, era ahora, en la oscuridad, un monstruo frio y amenazador; también él se encubría en la noche, pero su soplo frio y su fragor lo delataba; esperaba sus víctimas. Mundo dionisíaco, eternamente cambiante y joven, sin finalidad alguna. Baco y Hades uno y lo mismo. Heráclito dixit.
Aquel ejército cuidaba de nuestra salud; vaya si lo hacía; nos vacunó, no sé contra qué, pero lo hizo, y de qué manera. Aquella mañana nos reunió en el patio, ordenó desnudarnos de cintura para arriba y brochazo de yodo en la espalda, medida higiénica, sí señor, pues la misma aguja se usaba mientras había líquido en la cánula; salía de una piel para clavarse en la siguiente; el sanitario se esmeraba antes en pasarle un algodón, todo sea dicho. Que yo sepa no hubo contagios, y si estos han ocurrido a lo largo de la vida, que pena de la víctima.
Tuvimos otro atentado contra nuestra salud; esta vez acusaron a las fastidiosas ladillas; (Pthirus pubis) -para el que no las reconozca por su nombre vulgar-. Un verdadero zafarrancho se organizó aquella mañana; que si había que hervir toda la ropa, con el recluta incluido en el lote; si tirar todo el campamento al mar; decidan ustedes... Al final se optó por una solución con menos trauma; pusieron a toda la compañía en fila, y un individuo arrojaba un puñado de DDT entre el calzón y la intimidad, con la orden de empolvarlo por todo el escroto, con decisión; cada uno el suyo. Los días siguientes los pasamos intentando averiguar, quién fue el portador(es). En vano, ni siquiera vimos un solo de estos insectos, y buscar, sí que lo hicimos, por cualquier inocente picor en el pubis se pedía la lupa. ¿Por qué fuimos víctimas de este simulacro? ¿Herirnos psicológicamente? ¿Más aún?
Creo que ya contamos el terrible capítulo de envenenamiento, a causa de una ensaladilla en mal estado. Noche de zombis; dolor, sudor, frío; nuestros orificios imparables, y la cabeza que explotaba. Ni un médico o calmante para nuestro desconsuelo; y como el compañero Antonio me recuerda, esto en algunos duró algún tiempo y noches; y hay quien quedó tocado con úlceras; nuestras vidas sin valor ni protección, nadie a nuestro lado. Desamparo e indiferencia fueron nuestra patria.
El campamento poseía una zona de entrenamiento militar, eso por supuesto; con sus paredes de diferentes alturas, troncos con varias finalidades, cuerdas para trepar, etc. Pronto deberéis hacer todo el recorrido, se nos amenazaba. Y llegó el día, yo creo que ante el espectáculo que dimos, el mando decidió mirar a otro lado; es que los hubo que la primera pared les fue un obstáculo casi insuperable, cuando llegaban a las cuerdas, se cogían a un nudo y no lo soltaban, !Hay más¡ se les conminaba, y ellos los miraban con angustia; y al sargento también. Temiendo consecuencias desagradables, no se nos obligó para nada.
Y llegó el día con un serio asunto; disparar aquel mauser y hasta una ametralladora; fue después de una larga marcha por las playas, hacia el sur, fuimos con teniente incluido; el paraje era el usado para este tipo cosas. Pusieron dianas al otro lado de una trinchera. Todo fue bien hasta que se nos envió a la zanja, a recibir fuego “enemigo”, justo delante de las dianas; cuando las balas silbaban por encima, aquel hoyo, no tenía profundidad para calmar nuestras almas. La gruta del Hades hubiera sido insuficiente. Cuando acabó el tiroteo, alguien hubiera pensado que le habíamos tomado cariño a aquel surco; se nos conminaba a salir, pero nadie quería ser el primero. Las bombas de mano que usamos; casi se me olvida; hacían ruido y poco mas, aún así respeto daban. El sargento al lado, casi cariñoso, en aquel circulo atrincherado; nos instruyó en el lanzamiento en arco, brazo completamente estirado, creo recordar. El sargento me dice, tírala lejos y ya está; el teniente por alguna razón no está en las cercanías; lo hago como hacíamos los críos en el barrio, con las piedras. ¡El siguiente!, y a este, solo se le ocurre seguir la enseñanza militar; el arco perfecto, solo que abre su mano tarde, el “explosivo” rebota en el muro, y cae a los pies entrambos; buen salto de ambos. Se acabó todo intento de ortodoxia militar, la mirada del sargento les bastaba.
Y en aquella mañana se resumió todo nuestro adiestramiento en el uso de las armas. La vuelta al campamento fue más agradable, después de este deber cumplido. Aguerridos, vamos.
La compañía no salió de aquel campamento, hasta después de jurar bandera. Pensaba yo erróneamente que era lo normal, pero Antonio me acaba de revelar que fuimos castigados por una infracción ridícula, olvidada por mi; para ellos muy grave merecedora de tan duro castigo; eran así. Brutales. Nos conformábamos con asomarnos a la entrada; delante, la pista de aterrizaje, enfrente el Bulaalam, y a nuestra izquierda, oteábamos las casas y la calle, que se extendía lo largo del extremo del aeropuerto vallado; había gentes, coches y vida; ¡un enigma a descubrir!. Los instructores estos sí que salían, y a ellos les cosíamos a preguntas y solicitudes; ¿hay chicas?; y el chocolate con churros del zoco ¿qué?. Todo de oídas. Y éramos reclutas, no reclusos. ¿ó sí?.
Hubo cierta generosidad en los mandos en esto; algunos reclutas disfrutaban de largos fines de semana en sus casas, muy pocos, tres en total, creo. Uno de ellos dicen, que nos gesticulaba cuando a caballo se paseaba por la playa. Sus padres vestían uniformes y en sus gorras estrellas; solo era corporativismo puro y duro; como les envidiábamos. La España de Machado.
Jura de la Bandera, agosto de 1.968, Sidi Ifni. Último reemplazo de la Policía Territorial.
Y llegó el día de la jura, mediados de agosto del 68, no recuerdo casi nada; no sería la emoción, no. Había temor a los desmayos; después de este régimen inhumano a que fuimos sometidos, nuestras fuerzas ya flaqueaban; pero los achacaban a la agitación de tan esperado evento. Sandeces; hombres de 21 años, perdemos el sentido por una hembra, o por miseria física; nada más. Fue en la explanada de tiradores. Hubo desfile y los legionarios marcharon primero. Vuelta al campamento tal como fuimos, caminando, ahora con calma, pero con la alegría que la juventud y la amistad ofrecía. Solo eso.
Fin de nuestra “instrucción militar”. Después, a sufrirla por un largo año. Vidas derrochadas.
Quizás para ellos solo éramos los hijos de los vencidos del 39; ahora sirviendo al vencedor. Nuestro ejército. En Sidi Ifni, 1968.
Un cordial saludo. Gracias lector por llegar hasta aquí.
Julián
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