Fuente: Pirineos en guerra
"Fue de un pelo que Ifni no se convirtiera en un segundo Annual"
'La ciutat de les flors' (Pagès Editors, 2014), de Albert Hernández Xulvi, último premio "Fiter i Rossell" en Andorra.
El 23 de noviembre de 1957 el autodenominado Ejército de Liberación
-simples "bandas armadas" para la prensa franquista de la época- atacaba
las posiciones españolas en el interior de la colonia de Ifni
-minúsculo enclave en territorio marroquí- y lanzaba una operación para
capturar la capital del territorio, Sidi Ifni. Comenzaba así una guerra
nunca declarada por la que desfilaron miles de soldados de reemplazo,
aparte de la Legión y dos banderas paracaidistas, y que terminó siete
meses después con un alto el fuego oficioso: España conservaba la
capital -una franja de apenas 20 kilometros cuadrados- pero renunciaba
al resto del territorio, que antes del 23 de noviembre abarcaba una
superficie de 2.000 kilómetros cuadrados. Una guerra que el régimen
silenció, que se saldó con 300 bajas mortales, por parte española, y que
tuvo un poco honorable epílogo en junio de 1969, con la cesión de Sidi
Ifni a Marruecos, que desde 1958 ya ocupaba de hecho el resto de la
colonia. Pues esta guerra secreta es el contexto de La ciutat de les flors (Pagès Editors),
novela con que el valenciano Albert Fernández Xulvi (Catarroja, 1943)
se llevó el último premio Fiter i Rossell, que convoca el Cercle de les
Arts i de les Lletres de les Valls d'Andorra, y donde sigue los pasos
del legionario Badenes y sus amores con la esposa del cacique local.
-Sidi Ifni, en pleno desierto, ¿la ciudad de las flores? Tendrá que explicármelo...
-Se ve que en 1934, Capaz y los hombres que ocuparon el territorio con
él la bautizaron así de lo exótico y exuberante que les pareció. Y le
quedó el sobrenombre.
-Para hacernos una idea: ¿nos encontramos ante una novela de amor? ¿O de guerra?
-La ciutat de les flors tiene tres partes: en la primera sigo la
adolescencia del protagonista, Carles Badenes, hasta el correccional,
donde ingresa tras apuñalar al hombre que intentaba violar a su madre;
luego se alista en la Legión, con la que vive en primera persona la
guerra de Ifni, adonde lo destinan; y por último, un buen día decide
largarse de allí y huye al sur de Francia, donde empieza una nueva vida.
Así que tiene de todo: amor y también guerra.
-Para los que no estábamos, la guerra de Ifni suena a cosa remota: Carmen Sevilla, Gila y poco más.
-Ella acababa de estrenar La venganza, con Ralf Valones, con la
que pretendían lanzarla como actriz; era la mujer del momento, y por lo
visto a alguien del régimen se le ocurrió emular a los norteamericanos,
que tres años antes habían enviado a MarilyMonroe y a Bob Hope a animar a
sus tropas a Corea.
-Badenes, ¿se inspira en algún personaje real?
-Hice una intensa labor de campo con dos legionarios valencianos
veteranos de la guerra. Como Franco impuso una censura estricta -una
guerra con todas las de la ley, que costó 300 muertos y medio millar de
heridos, quedó reducida a unos meros "incidentes"- en la Península no se
sabía prácticamente nada de lo que ocurría en el África Occidental
Española. Sólo veíamos llegar ataúdes: en cierta ocasión, cuarenta de
una tacada. Eran las bajas de Edchera, donde los moros hicieron una
auténtica escabechina. Badenes, en fin, vive algunos de los episodios
que me contaron mis veteranos.
-¿Incluido el affaire con la esposa del mandamás de turno?
-Esto ya es de mi cosecha.Se llama Agnés; su marido, Enrique Cañada, se había enriquecido exportando a la Península capellans [capellanes] que criaba en una piscifactoría que había montado en Río de Oro. Vaya, que el tío estaba forrado.
-¿Capellans, dice?
-Sí: pescado desecado que se tomaba como aperitivo... En fin, que un día
que a Badenes le toca guardia, se disfraza de moro, con chilaba y todo,
y despluma a Cañada cuando sale del casino. Sospecha que ha sido un
soldado, pero como se veían venir la guerra, prefiere no importunar a
los militares. Y no explico más, que no me gusta nada destripar la
novela. Léela.
-Algo sí que nos debería avanzar, digo yo, ya que estamos aquí...
-Llega un momento en que Badenes se da cuenta de que los han enviado a
una guerra absurda y sin sentido: cierto día que le toca salir de
patrulla, se queda dormido por la grifa en la haima donde ha estado
yaciendo con una bailarina que le hace tilín, y cuando despierta se da
cuenta de que sus compañeros ya han salido. Los va a buscar y os
encuentra en otra haima: los moros los han liquidado a todos después de
torturarlos salvajemente, amputándoles los testículos y colgándoselos de
las orejas como si fueran pendientes. Aquella macabra escena es
demasiado para Badenes, que en ese mismo instante toma la decisión de
desertar.
-¿Y lo hace?
-Por supuesto: roba una Ossa y no para hasta que llega al norte de
África. Esto es lo que simboliza la estupenda ilustración de la portada,
con la motocicleta abandonada en la paya justo después de embarcar para
Marsella para instalarse en Le Grass. Aquí será, por cierto, vecino de
Picasso, que tiene un cierto papel en la novela. Para Badenes, Francia
es el símbolo de la libertad; no tienen ninguna intención de regresar a
Valencia.
-La forma como murieron los compañeros de Badenes, ¿se la contaron
sus informantes? ¿Ha podido documentar casos de torturas y asesinatos de
que fueran víctimas los soldados españoles que capturados por la bandas
armadas -perdón, por el Ejército de Liberación?
-Por supuesto. Pero los moros no eran los únicos. También lo hacían los
españoles, que cuando pilaban a un cabecilla rebelde y pretendían
hacerle hablar abrían un cerdo en canal, le metían la cabeza dentro y el
tipo vaya si cantaba: cantaba por bulerías. En siete meses de guerra de
perpetraron auténticas barbaridades.
-Una curiosidad: en la novela juega un cierto papel el cartel de Arroz amargo, con Silvana Mangano, que por lo visto proyectan en el cine de Sidi Ifni. ¿Una anécdota histórica?
-Es un guiño generacional. Recuerdo perfectamente cuando estrenaron Arroz amargo
en Valencia: cuando llegaba la escena del campo de arroz, pura
carnalidad, el maquinista paraba el proyector paa volverla a pasar,
porque es lo que los espectadores querían ver una y otra vez. El caso es
que Badenes es hijo del Palmar, al lado mismo de la Albufera -Cañas y barro, ¿recuerdas?- y tierra de arroz. Y la película le hace evocar su pueblo.
-¿Ha estado alguna vez en Sidi Ini?
-Es un viaje que tengo pendiente. Cuando a Gila le preguntaron qué se había encontrado, en la colonia, ¿sabes qué respondió?
-Pues no.
-"Arena, piedras y lagartos"
-Con la información de primera mano que ha recogido, ¿qué visión tiene usted de aquella guerra?
-Que Franco tenía allí un ejército de cartón piedra, plagado de
reliquias de la II Guerra Mundial. Piensa que para suplir la falta de
artillería improvisaron unos bidones de gasolina que lanzaban desde los
aviones -viejos Heinkel alemanes- y que tenían un efecto similar al
napalm. Las bautizaron como bombas Frías, por el teniente que las
inventó. Hay que tener en cuenta que en 1957 España todavía vivía en la
pura y dura postguerra.
-En su opinión, ¿podría haberse repetido un desastre como el de Annual?
-Diría que sí. Si los moros hubieran tenido un ejército como Dios manda,
nos hubieran echado de allí a patadas. Y lo cierto es que nos fue de un
pelo: por lo visto, la cuñada de un policía nativo de chivó de que los
moros planeaban liquidar a la guarnición de Sidi Ifni, y el policía tuvo
la lealtad de informar a su capitán. Parece que fue gracias a este
chivatazo que se salvó la plaza. Pero el territorio de Ifni, que antes
de la guerra abarcaba 2.000 kilómetros cuadrados, quedó reducido al área
de la capital: apenas 20 kilómetros cuadrados.
-Si ponemos La ciutat de les flors en el mismo saco que El tiempo entre costuras, ¿se me enfada?
-Enfadarme, no. No tengo nada contra esta novela, pero la mía la registré hace siete años -con el título La ciutat de les flors. Sidi Ifni. Quiero decir que no me ha influido en nada.
-Tampoco le iría mal, ponerse al rebufo de la ola de novela colonial que parece que viene.
-Pero es que no es una novela colonial. Sólo transcurre en Ifni la tercera parte de la historia.
-Suficiente, en cualquier caso, para dedicarle el título, que no es poco.
-Te contaré cuál es exactamente el detonante de la novela: un amigo mío,
algo mayor que yo y que era una Barrabás, se alistó en la Legión y
acabó luchando en la guerra. En una emboscada que los moros tendieron a
su batallón, el teniente cae herido, mi amigo se lo carga a la espalda y
lo saca del fregado. Como en una película. Pasa el tiempo, termina la
guerra, deja la Legión -porque había expirado su contrato, no porque
desertara- y en los años 70 se ve involucrado en un atraco en que
resulta herido un sereno. En prisión se le ocurre dar el nombre del
teniente, al que no había vuelto a ver, y éste se mobiliza para sacarlo
del trullo: en lugar de los tres años que le podían haber caído, sólo
estuvo tres meses encerrado. Este legionario amigo mío es la base de la
historia, aunque no tenga nada que ver con la de Badenes.
-¿Por qué cree que hasta ahora ha tenido tan poco éxito la novela -si me lo permite- colonial? ¿Por mala conciencia, quizás?
-Insisto: no he escrito una novela colonial. Cuando me embarco en una
historia no lo hago porque el tema esté de moda. Y en cualquier caso, La
ciutat de les flors es muy anterior a El tiempo entre costuras.
[Esta entrevista se publicó el 3 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]
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