Fuente: Pirineos en guerra
"Pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad"
Primera parte de una entrevista inédita a Miquel Bolart mantenida en 2007
La Operación Gento se organizó para liberar las posiciones de Tiugsa y
Tenin. Participaron en ella las dos banderas paracaidistas -entre ellos
el caballero legionario Miquel Bolart Cámara (Barcelona, 1938)- más un
tabor de Tiradores y una sección de morteros expresamente enviada desde
la Península. Un pequeño ejército de más de 1.500 hombres que fue
fustigado continuamente por fuego de francotiradores -las bandas armadas
rehuían en lo posible y como buenos guerrilleros el combate abierto.
Fue en esta operación donde sufrió uno de los episodios de fuego amigo
que alimentan la leyenda negra de la guerra de Ifni: "Solicitamos apoyo
aéreo para ocupar una cota; eran las 10.30 horas, y tres horas después
los Heinkeol todavía no habíuan hecho acto de presencia, así que
atacamos la posición. Cuando ya la habíamos tomado, llegaron los
bombarderos... ¡Y lo que nos bombaedearon! No nos liquidaron a todos de
milagro.
Bolart formaba parte de la 6a compañía de la Segunda Bandera
Paracaidista. Cobraba una mensualidad de 575 pesetas, una pequeña
fortuna en comparación con la peseta diaria que recibíala tropa
estacionada en la Península, e incluso con las seis de los recultas
destinados a Ifni. En febrero de 1958 participoó en la ocupación de
Ercunt, donde se produjo el segundo salto de combate en la historia del
paracaidismo español.. Él se lo ahorró porque la papeleta le tocó a la
Primera Bandera.
Miquel Bolart sirvió como paracaidista e la Segunda Bandera; se enroló
en 1955 y en octubre de 1957 fue destinado a Ifni, donde participó en la
liberación del fuerte de Tiugsa: izquierda, durante su período de
servicio; derecha, en 2007, en su domicilio barcelonés. Fotografías:
Archivo Miquel Bolart / Presència.
-¿Cómo fue a parar a los paracaidistas?
-Estaba estudiando peritaje mercantil. La mili te partía la juventud por
la mitad. Así que un buen día que me crucé con un paracaidista con su
boina y todo, y me dije: "Si tengo que ir, por lo menos que pueda
escoger un cuerpo en que me divierta". En aquella época los pobres
reclutas iban con su uniforme y sus botas, mientras que los
paracaidistas vestíamos zapatos, americana y corbata. Piensa que en las
Ramblas me paraban y me confundían con un soldado americano; en el
ejército español nadie vestía así. Me alisté en agosto de 1955; hice la
instrucción en Alcalá de Henares, y en enero de 1956 me envían a
Alcantarilla para seguir el cursillo de paracaidista. Tenía 17 años.
-¿En qué consistía?
-Primero aprendíamos a caer: primero lo hacíamos con la voltereta
alemana; luego cambiaron al rulo, la técnica que utilizaban franceses y
norteamericanos. Con el rulo te apoyas en un costado al caer; la
voltereta alemana, en cambio, aprovecha la inercia de la caída para da
la vuelta hacia adelante o hacia atrás. El paracaidismo ha evolucionado
mucho: nosotros caíamos a 4 metros por segundo y el golpetazo era
seguro. Ahora hacen lo que quieren, son perfectamente capaces de
aterrizar sobre un teléfono móvil.
-¿Difícil, la instrucción?
-Para conseguir el título de paracaidista tenías que sacar seis saltos.
Primero practicábamos la voltereta sobre una lona, saltando desde una
altura de dos metros y pico; te intentaban inculcar el automatismo de
saltar justo en el momento en que te tocaba -"Preparados, listos, ya"- a
dar el saltito para que no se te torcieran los tobillos; cuando
superabas esta primera fase te llevaban a una torre de 8 o 10 metros de
altura para practicar el salto enganchado a una cuerda: una de las
experiencias más terroríficas de la instrucción, porque vas cayendo en
diagonal y como estás tan cerca del suelo la sensación de que te la vas a
pegar es inevitable.
-¿En qué Bandera se alistó?
-Cuando ingresé sólo existía la Primera; a partir de mi promoción, que
fue la sexta, crearon la Segunda, con lo que se formó la Agrupación de
Banderas Paracaidistas.
-¿Había muchos catalanes?
-En comparación con el resto del país éramos pocos; pero más de los que
parecía. Una bandera, que es casi como un regimiento, constaba de cinco
compañías y la plana mayor: unos 700 hombres, bajo el mando de un
comandante; el mío era Tomás Pallás Sierra. Superado el cursillo de
Alcantarilla nos envían de vuelta a Alcalá, con el título de caballero
legionario paracadista de segunda y el roquiqui, las alas, y también con
el traje de señor, porque hasta entonces vestíamos igual que los
soldados de infantería y no lucíamos insignia.
-¿Qué destino le tocó?
-Primero, la 6a compañía; luego, Transmisiones de la plana mayor de la bandera, era el encargado de cargar con la emisora.
-Y va a parar a Ifni.
-A finales de octubre de 1957, justo antes del follón. La Primera
Bandera había llegado el año anterior, justo cuando tenía un permiso y
con la mala suerte de que cuando me llegó el telegrama no pude
reincorporarme a tiempo. En Alcalá nos quedamos unos 80 paracaidistas, y
fue entonces cuando comenzaron a organizar la Segunda Bandera. Por eso
soy uno de los fundadores. Estuve unos dos meses en la Segunda, y
entonces me trasladaron a la plana mayor. El comandante Pallás estuvo
desde el principio en la Segunda Bandera, y el teniente coronel Crespo
del Castillo estaba al frente de la Agrupación de Banderas.
-Vayamos pues a Ifni.
-Nada más llegar nos dijeron que había habido una sublevación de bandas
armadas, y que eran unos tipos muy preparados. No sabría decirte; lo que
sí estaba claro es que los tíos aguantaban como si nada ráfagas de
ametralladora a 50 centímetros del suelo. Eso sí que te lo puedo decir.
-¿Había mucha diferencia entre el equipo y el armamento de los paracaidistas respecto a los de Tiradores?
-Nosotros hacíamos instrucción abierta y cerrada a diario, armamento y
táctica; éramos soldados preparados para el combate. Ellos eran reclutas
que lo único que querían era que los meses de mili pasaran lo más
rápidamente posible. En cuanto al equipo, los americanos insistieron en
que no usáramos el nuevo material que nos habían cedido en virtud del
acuerdo entre Franco y Eisenhower. Sólo podíamos utilizar los cascos y
las emisoras.
-La famosa Marconi de pedal, ¿la llegó a usar?
-Eran las únicas que había, reliquias de la guerra de aquí. A nosotros
nos facilitaron unos radioteléfonos americanos estupendos, de estos que
se ven en las películas de la época. Pero los debieron transportar
embalados y algún listo de intendencia los mezcló al sacar las cajas. En
fin, como estos aparatos funcionan por parejas, cada una con su propia
frecuencia, como los habían mezclado resultó que era imposible contactar
con la compañía vecina. Más aún cuando nos metíamos en alguna vaguada.
Piensa que Ifni no es el Sáhara: es una zona montañosa y la persiana de
señales ópticas enseguida quedaba inutilizada. Vaya, que con frecuencia
nos encontrábamos a oscuras.
-¿De que armamento disponían?
-El máuser de 7,92 milímetros. Para mí, el mejor fusil del mundo. Si
eres un buen tirador, donde pones el ojo pones la bala. Era un arma
semiautomática de cerrojo: cargaba cinco balas en peine y había que
tirar del cerrojo a cada tiro. Pero era un muy buen fusil; el nuestro
era de 1952, el último modelo. También teníamos el fusil ametrallador
FAO, que también era una buena arma. Lo que ocurre es que en una época
en que otros ejércitos ya tenían una cadencia de fuego altísima,
nosotros todavía andábamos con armamento de la postguerra.
-Pero, ¿no me está diciendo que era una buena arma, el Máuser?
-Sí que lo era, pero una arma semiautomática, ante un M1 americano, que
dispara ocho tiros sin darte tiempo siquiera a respirar, o la misma
Thompson, que disparaba 37 balas sin encasquillarse... Era otro mundo.
El máuser era un buen fusil, pero era un fusil de cinco balas. Y además,
de cerrojo.
-Y el enemigo, las bandas armadas, ¿qué armamento tenía?
-De todo, menos ametralladoras Thompson: mosquetones nuestros, y también
franceses... No es que estuvieran muy bien equipados, pero para el tipo
de guerra que practicaban, era suficiente.
-¿Y qué pasa con el Cetme?
-Llegó al final de la guerra y sólo lo vieron algunos; yo, desde luego,
no. Los que llegaron a partir de 1958 sí que lo disfrutaron. Como
subfusil automático es de lo mejorcito, porque no se encasquilla, tiene
una cadencia de fuego muy alta y es ligero, apenas pesaba 3,5 kilos:
ahora debe pesar incluso menos. Piensa que el máuser superaba los 5
kilos. Los primeros Cetme que llegaron a Ifni todavía venían equipados
con trípode, porque la idea de un fusil ametrallador estaba todavía muy
enquistada en el alto mando. Pero es que el Cetme era más que un
subfusil: era un fusil de asalto con una cadencia casi de ametralladora.
¿Qué ambiente se encontró en Ifni al llegar, en octubre de 1957?
-Persistía la idea de que los problemas venían de fuera, aunque ya se
habían registrado levantamientos en algunas cabilas del interior. En
Sidi Ifni era otra cosa, porque era más fácil de controlar. Cuando
estalló la revuelta, se cortó de raíz. Pero cuando vimos las caras de
los compañeros que llegaban no dire que del frente -porque no había
propiamente frente- sino del interior, enseguida nos dimos cuenta de que
estábamos combatiendo en una guerra de verdad. Algo diferente a todo lo
que habíamos vivido hasta entonces.
-El levantamiento del 23 de noviembre, ¿nadie se lo olió?
-Hubo avisos, sí, pero muy dudosos. Además, en aquella época, la
inteligencia militar dejaba mucho que desear. Nadie se lo imaginaba:
piensa que en Sidi Ifni se encontraba el cuartel general de Gómez de
Zamalloa, el gobernador del África Occidental Española, que abarcaba
también el Sáhara.
-¿Usted era de los que paseaba tranquilamente por el barrio moro?
-Al principio íbamos al zoco de compras sin ningún tipo de resquemor,
quizás por ese punto de imprudencia juvenil, sin sabr demasiado donde
nos estábamos metiendo; pero por la razón que fuese, no teníamos
sensación de inseguridad. Después, cuando el levantamiento, lo cerraron y
nos enviaron a hacer rondas de vigilancia por el perímetro. En cierta
ocasión llegaron a disparar contra el burdel.
-¿Dónde lo sorprende el ataque del 23 de noviembre?
-En el campamento. Oímos algo de jaleo, pero no nos tocó ir a resolver
aquello; así que me ahorré las primeras horas. Sí que nos ordenaron
socorrer el puesto de Tiugsa. Iba con el mulo cargando mi emisora, junto
con un soldado de quintas. Cuando sonó el primer tiro el trabajo fue
nuestro para que el mulo no se escapara... hasta que le pegaron tres
tiros. No nos dieron a nosotros de puro milagro.
-El chivatazo de la cuñada de un policía indígena que según algunos
salvó a los oficiales de morir a manos de sus ayudantes baamranis, ¿mito
o realidad?
-Dicen que fue asi. Te diré una cosa: si me vinieran con la historia de
que fue un espía infiltrado, no sé, algo así, no lo creería; en cambio,
algo tan en el fondo estúpido como un soplo de la cuñada del policía,
pues lo creo. Me parece más creíble que no una filtración a la
inteligencia militar, porque si existía algo parecido a esto, nunca supe
dónde estaba. Para que veas cómo las gastaban, estando yo en la plana
mayor de la Agrupación, se organizó el salto en una zona pedregosa y con
unas pendientes de más del 15%. Si hubiéramos saltado allí, el que
menos hubiera dejado una pierna de recuerdo. Por suerte a alguien se le
ocurrió realizar una descubierta para reconocer la zona de salto.
-Así que no saltaron sobre Tiugsa.
-No. Nos llevaron hasta cierto punto en camión, y desde allí seguimos avanzando a pie. Casi los dos tercios del trayecto.
-¿Y qué ocurrió?
-Íbamos la Agrupacion al completo, la dos Banderas Paracaidistas.
Imagínate, cerca de 1.300 hombres. Un auténtico ejército. Cada cierto
número de kilómetros sonaba un disparo y comenzaba el baile: cuerpo a
tierra, que si las ametralladoras por aquí y los morteros por allá...
Imagínate a mil y pico tíos, doce compañías, cuerpo a tierra, porque no
sabías si te estava disparando un tío, o había otros 50 dispuestos a
freirte. Pasada la alarma, y sin haber capturado a un solo moro,
retomábamos el camino... hasta que volvía a sonar un disparo y vuelta a
empezar. Al final ordenaron que nadie se lanzara cuerpo a tierra hasta
que se localizara al enemigo. Lo cierto es que sólo hubo que lamentar un
par de heridos, y que hasta que no llegamos a la zona de Tagraga yo no
vi ni un solo moro, ni creo que nadie viera ninguno. Pero nos dieron por
el saco durante todo el trayecto.
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