Fuente: COMEIN
Revista de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación, Nº 37 (octubre 2014)
Universitat Oberta de Catalunya (UOC)
“(Del ár. ṣaḥrāwī, gentilicio de [aṣ] ṣaḥrā'u l-kubrà, el gran desierto,
el Sahara).1. adj. Perteneciente o relativo al desierto del Sahara. 2.
adj. Perteneciente o relativo al antiguo territorio español del Sahara.
3. com. Sahariano”. Hasta aquí, las definiciones canónicas que la Real
Academia de la Lengua da de este gentilicio hoy plenamente aceptado, de
uso generalizado en la literatura y en los medios de comunicación y
claramente definitorio, de modo muy particular en su segunda acepción.
Sin embargo, el término, de origen árabe, como la propia institución
reconoce, es relativamente reciente, lo que puede deberse a la propia
denominación que se dio en sus inicios al territorio ocupado por España
en 1884, que fue la de Río de Oro y no Sáhara. Y es que, pese a que años
más tarde Enrique D’Almonte, que había recibido en 1913 el encargo de
la Real Sociedad Geográfica de llevar a cabo una exploración en
profundidad del “extenso país que por acuerdo unánime de la Real
Sociedad Geográfica, sancionado por la opinión pública, es conocido bajo
el nombre de Sáhara español” (D’Almonte, 1914, p. 9), la utilización
práctica de este término no se generalizó como de uso común sino más
tarde.
Emilio Bonelli, primera autoridad española en la zona, fue designado
en 1885 “comisario regio de la Costa Occidental de África” y Francisco
Bens, en 1904, gobernador de Río de Oro, aunque en sus 22 años de
permanencia en tal cargo fue variando la denominación del mismo. En todo
caso, cuando Manuel García Prieto presentó en 1910 el informe a las
Cortes como titular de la cartera de Estado, de la que dependían
entonces las colonias, dedicó el capítulo III a “El Sáhara Occidental
(Río de Oro)”, identificando ambos conceptos geográficos en uno sólo.
Fijados los límites definitivos de las respectivas zonas de
influencia de España y Francia en el convenio de 1912, el gobierno de
Madrid consideró durante muchos años que sus posesiones en la costa
occidental estaban constituidas por tres territorios sin solución de
continuidad, pero de distinta condición jurídica: la colonia de Río de
Oro, una zona septentrional de plena soberanía, entre el cabo Bojador y
el paralelo 27º 40’ de latitud norte, que correspondía a la región de
Saguia el Hamra, pero que inicialmente fue conocida, sólo ella, como
“Sáhara”, y la franja comprendida a su vez entre la línea fronteriza
citada y el río Draa que, aún perteneciendo geográfica y humanamente al
gran desierto, fue considerada erróneamente como parte del sultanato y
calificada como “zona sur del Protectorado de España en Marruecos”.
La ocupación de Ifni obligó a crear un ente administrativo que
asumiese competencias sobre el nuevo enclave y, a la vez, sobre los
territorios saharianos, ente que tuvo diversas denominaciones
(Inspección de los territorios españoles de la costa occidental de
África, Gobierno Político-Militar de Ifni-Sáhara y Gobierno –a partir de
1949 Gobierno General- de África Occidental española. Sólo con la
segregación de Ifni y Sáhara y su conversión en sendas provincias por el
decreto de 10 de enero de 1959, cada uno de estos territorios se
transformó en una entidad jurídica independiente y en el caso del Sáhara
‒y desprendido de la zona sur del protectorado por el acuerdo de Cintra
de 1958, en cuya virtud le fue entregada ésta última a Marruecos‒
unificó definitivamente las regiones de Río de Oro y Saguia el Hamra.
Todas estas consideraciones pueden parecer baladíes, pero no lo son.
Porque si los habitantes del territorio no se definían de forma
diferente a la de miembros de su propia tribu y la potencia
administradora no les caracterizaría con un adjetivo común sino hasta
más tarde, ¿cómo eran conocidos entonces los habitantes de los
territorios españoles situados entre el cabo Blanco y el paralelo 27º
40’ y, por extensión, también los de zona que llegaba al río Draa?
Recordemos que, antes de la llegada de los europeos, los africanos se
definían a sí mismos como miembros de tal o cual tribu, estuviera donde
estuviese asentada ésta; pero a partir de la colonización, dicha
adscripción social se territorializó, porque las autoridades de
ocupación se preocuparon de asignar a las poblaciones nativas
identidades basadas en su pertenecía a una administración concreta,
segregándolas de individuos de su misma tribu, pero administrados por
otra potencia. Este hecho influiría decisivamente en los procesos de
independencia, que se realizaron sobre territorios cuyas fronteras eran
las directamente herederas del reparto colonial y, o dividían
arbitrariamente colectivos homogéneos, o no tenían elementos suficientes
para cohesionar adecuadamente a los habitantes de un mismo territorio. A
falta de otros factores de identificación común, se pretendió en muchos
casos la destrucción de todo rastro de estructura tribal, dejando a las
sociedades nativas inermes ante las satrapías de cualquier iluminado o
la dictadura de cualquier partido que se autocalificase de representante
único de la sociedad local; aunque en otros, el tribalismo subyacente
fue tan fuerte que creó abismos insalvables y guerras sangrientas entre
los habitantes de un mismo país. ¿Se puede hablar, hoy por hoy, de una
verdadera nacionalidad nigeriana, ecuatoguineana, malinesa, camerunesa,
centroafricana, tanzana, ruandesa o burundesa, cuando esos mismos
adjetivos son en sí mismos verdaderos neologismos?
Por lo que respecta al Sáhara, y como subraya Alejandro García
(2001), si bien la administración colonial respetó la estructura social
tradicional, lo cierto es que dio lugar a la aparición de un nuevo
concepto, que en este caso fue el de saharaui. Hernández Moreno
se pregunta sobre el origen del gentilicio, que dice “es reciente”
porque a los saharauis “no siempre se les ha denominado así. Los
primeros colonizadores les llamaban moros o indígenas, 'raza
desgraciada', 'desgraciados', 'indolentes', 'feroces', 'salvajes',
'salvajes del desierto', aunque también refiriéndose a la raza la
califican de 'raza varonil, sagaz e inteligente', nunca saharianos, ni
saharauis. Desde una posición de superioridad cultural, todavía en los
años 30 se sigue afirmando que son gentes salvajes, de gran brutalidad,
embusteros e interesados, aunque se les empieza e denominar moros
saháricos, tribus saharianas o gentes sahareñas. Con la conquista y el
trato más cercano se empieza transmitir un perfil más dulcificado y no
tan feroz, ahora son 'árabes inteligentes', 'hospitalarios beduinos',
'valientes nómadas' o 'serviciales beduinos', denominándole saharauis o
incluyéndoles en las tribus 'saharianas' por excelencia”.
Así es en líneas generales. Si repasamos la bibliografía disponible
observaremos que, por ejemplo, Bonelli (1887) habla en sus memorias de
“habitantes”, “indígenas”, “moros” o “musulmanes”, si bien distingue
entre ellos a los residentes en la zona costera, a los que denomina
“moros de la costa”, cuya vida define como particularmente miserable.
Esta segmentación del colectivo local la encontramos también en otros
autores, sorprendidos por la particular indigencia de los habitantes del
litoral atlántico. Y así aparece el término de “moros de marea”, que
utilizan Francisco Coello (1887), José María Folch y Torres (1911;
“moros saharianos de marea”) e incluso, muchos años después, Federico
García Sanchiz (1943).
Joaquín Costa (1886) se refiere a los “saharianos (o zahareños, como
escribe el Sr. Fernández y González)” y Eduardo Lucini (1893) habla
asimismo siete años después de “saharianos”. El ya citado Enrique
D’Almonte (1914), a lo largo de la memoria que escribió por encargo de
la Real Sociedad Geográfica, se refiere con habitualidad a los "moros",
aunque a veces los adjetiva como "moros nómadas" o "moros saháricos"
para diferenciarlos de los de otros lugares.
Finalizada la guerra civil, se acometió en los años cuarenta del
siglo XX una ambiciosa campaña de investigaciones a cargo, inicialmente,
del Instituto de Estudios Políticos y luego del Instituto de Estudios
Africanos, que llevó al Sáhara a numerosos expertos y dio lugar a una
copiosa bibliografía. Es entonces cuando empezó a aparecer el
neologismo.
Ver la segunda parte...
Para saber más
Bonelli, Emilio (1887). El Sáhara. Descripción geográfica,
comercial y agrícola desde cabo Bojador a cabo Blanco, viajes por el
interior, habitantes del desierto y consideraciones generales. Edición Oficial del Ministerio de Fomento, Tipolitografía Plant e hijos, Madrid.
Coello, Francisco (1887). “Sáhara occidental, conocimientos anteriores”, Boletín Sociedad Geográfica de Madrid, 1er semestre.
Costa, Joaquín (1886). “Agricultura, oasis artificiales”, Revista de Geografía Comercial, Madrid, nº 25-30, julio-septiembre.
D’Almonte, Enrique (1914). Ensayo de una breve descripción del Sáhara español, Publicaciones del Boletín de la Real Sociedad Geográfica, Madrid.
Folch y Torres, José Mª (1911). África española, Establecimiento editorial de Antonio Bastinos, Barcelona.
García, Alejandro (2001). Historias del Sáhara, el mejor y el peor de los mundos, Catarata, Madrid.
García Sanchiz, Federico (1943). “En el nombre de Dios, clemente y
misericordioso (El Sáhara Español). IX. No el dominio terrestre, sino el
marino”, ABC, 21 febrero.
Lucini, Eduardo (1893). “Fantasías africanas. La factoría española de Río de Oro”, Revista de Geografía Comercial, nº 121, septiembre.
Pablo-Ignacio de Dalmases
Periodista, doctor en Historia y colaborador docente de la UOC
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