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Recuerdos y Relatos Imprimir E-Mail
Adolfo Cano Ruiz
Escrito por Adolfo Cano Ruiz   
miércoles, 28 de enero de 2015

Valencia - Cádiz - Las Palmas - Sidi Ifni

La aventura de aquella Mili, que al final se convertiría en una terrible odisea, comenzó en Valencia, de donde salimos con destino a Cádiz. El tren era de aquellos con bancos de madera en ángulo recto enfrentados, aunque casi no los usamos, pues como el tren paraba en todas las estaciones, porque era lo normal y por ir recogiendo reclutas, nos apiñábamos en la ventanilla, así las “chavalas” que estaban en el andén salían bien piropeadas… o salvajemente aduladas. Decir como excusa a tanta fogosidad que los vagones estaban repletos de reclutas de 20 años.

El tren cargado de reclutas.
El tren cargado de reclutas.

Llegamos a Cádiz tras muchas horas de tren, nos dirigieron al cuartel de transeúntes que estaba situado en una fortificación a orillas del mar donde nos emplazaron en un amplio “dormitorio” con colchonetas en el suelo. Algunos olores pueden determinar el lugar, en este caso era de pies, de ventosidades, de alientos, de colchonetas de paja ya antigua, olía a cuartel, que sería lo propio de la mili que comenzaba. Estuvimos unos días pateando la ciudad esperando embarcar rumbo a Las Palmas. Recuerdo algo que me pareció curioso. Fue que en los bares compartían el local con pescaderías donde comprabas las quisquillas que llevabas a la barra del bar para adjuntarlas a la bebida.

Reclutas esperando en fila con la maleta de madera de la época.
Reclutas esperando en fila con la maleta de madera de la época.

Llegó el día de embarcar y nos agruparon en la bodega de un buque de transporte de carga que se llamaba Vicente Puchol. Lo terrible fue meterse en el Atlántico con mar gruesa. Aquel barco no era poca cosa, pero subía y bajaba a capricho de las olas, se escoraba a izquierda y a derecha. Yo había hecho alguna travesía en barco y más o menos lo toleraba, aunque estaba “acojonado”, pero la visión de la mayoría era dantesca, muchos eran la primera vez que veían el mar. Los vómitos estaban por doquier, los rostros amarillentos, rendidos, se deslizaban por el suelo por el movimiento del barco, recuerdo haberme sujetado a unos tubos junto con otros.

El vapor Vicente Puchol, en el que haríamos la travesía hasta Las Palmas.
El vapor Vicente Puchol, en el que haríamos la travesía hasta Las Palmas.

Llego un momento en que el mar se había tranquilizado un poco y nos hicieron subir a cubierta donde nos dieron algo de comer. Aquello ya era otra cosa. Pasaron un par de horas, cantamos alguna que otra canción pero… parece que los mandos querían “putearnos”, pues nos dijeron de coger la maleta y estar preparados porque en altamar íbamos a hacer un transbordo a un guardacostas de la armada. Así que llegó y se acercaron ambos, el guardacostas era más alto y lanzó unas redes de asalto hasta la cubierta del Vicente Puchol, los barcos igual estaban juntos que se separaban. 

  Buque de la Armada parecido al que hicimos transbordo.
Buque de la Armada parecido al que hicimos transbordo.

Operación de desembarco en la playa de Sidi Ifni. Los porteadores nativos esperan la llegada del carabo con la mercancía desembarcada del barco fondeado.
Operación de desembarco en la playa de Sidi Ifni. Los porteadores nativos esperan
la llegada del carabo con la mercancía desembarcada del barco fondeado.

Habría que imaginarse como subimos a la otra cubierta por una red de asalto y con una maleta. Lo hicimos, y conforme íbamos terminando la escalada nos amontonaron en una bo-dega donde uno vomitaba encima y el de abajo en la cara del otro. Recuerdo que unos marineros con una manguera nos baldearon, después nos dieron unas toallas y una vez presentables nos dieron muy bien de comer, bebida y tabaco. Habíamos pasado una primera fase con aprobado, todo fue ya hasta una aventura memorable. Llegamos a la isla de El Hierro y nos dejaron bajar a tierra a estirar las piernas un rato y de nuevo embarcar hacia Las Palmas. Llegados a Las Palmas nos agruparon en un cuartel donde ya empezamos a tener que ir asimilando la disciplina de cuartel. Pasado unos días embarcamos de nuevo en un barco de la armada que nos tenía que llevar al fin del destino, Sidi Ifni, capital del territorio de Ifni.

Por fin en Sidi Ifni...
Por fin en Sidi Ifni...

Desembarcar en Sidi Ifni era harto difícil. No había puerto y el mar en la playa estaba casi siempre cabreado con enormes olas, así que estuvimos un par de días para “desembarcar”.

A la tragicomedia del viaje le faltaba la “guinda”. Tres días después de estar fondeados a más de 300 m de la costa, decidieron, como se hacía de forma habitual, el acercar unos viejos anfibios y desde el costado del barco lanzaron unas redes de asalto hasta la cubierta del anfibio, que bailaba al son de las olas. De nuevo había que bajar con la maleta (yo como otros usamos la correa para llevar la maleta de bandolera), alguna que otra caída, algún que otro hueso roto. Llegar a la playa y tocar tierra tenía que hacerse con el agua hasta la rodilla y bien mojado para al fin ¡SIDI IFNI! 

Fue en 1963 cuando decidieron, tras algún que otro accidente mortal, trasladar la tropa en avión.

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