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Tanger
Rumbo a Tánger en el barco de bandera marroquí
Pese a que me acosté tarde, había que madrugar. El
puerto de Algeciras, en esas fechas, está atestado de vehículos que
desde la Península se dirigen a Marruecos, y hay muchas diligencias que
efectuar (aduanas, pasaportes, etc.), por lo que no se puede ser
perezoso. Ducha rápida, recogida del parco equipaje, llenado del
depósito de gasolina y con paciencia, en la cola de vehículos,
finalmente pude embarcar en un barco de buenas dimensiones, a cuya
bodega se accedía directamente desde el puerto. Dejar la moto en un
rincón, vigilando que no te falte nada cuando dabas un pequeño paseo
por cubierta, curioseando y sacando fotografías, me ocupó el largo
tiempo desde el embarque hasta que el buque soltó amarras y salimos a
las aguas del Estrecho. Son muy pocas millas las que separan una costa
de la otra, pero el “encontronazo” de las aguas del Mediterráneo con
las del Atlántico, en aquel punto, en el que según las antiguas
leyendas estuvieron enclavadas las “Columnas de Hércules”, tiene su
punto de emoción. Además, aunque la distancia es escasa, era consciente
de que el choque de culturas que iba a encontrarme iba a serme difícil
de asimilar.
El puerto de Tánger
Al atracar en el puerto de esa cosmopolita e
internacional ciudad de Tánger, se produjo una auténtica estampida de
vehículos. Los musulmanes procedentes de diversos países de Europa que,
con sus familias, iban a pasar las vacaciones veraniegas a sus pueblos
de origen, formaban una aborregada caravana, con pérdida de los hábitos
que, sin duda, respetan en los lugares donde trabajan y viven el resto
del año. Las bocinas de los coches, los chillidos de la gente, la falta
de respeto a semáforos y señales te indican que debes adaptarte a ese
tipo de comportamiento para no ser un “extraño”, además de extranjero.
No es sencillo, entre aquel conglomerado de gente, tras los trámites
aduaneros, encontrar la salida de la ciudad para tomar la carretera que
hacia el sur bordea el litoral atlántico, y tengo que poner de relieve
que las personas sencillas con las que me paré para hablar y solicitar
orientación, todas me trataron con simpatía y cordialidad, ayudándome a
solucionar los pequeños problemas que a un viajero novato, como era yo,
se le plantean en esos primeros kilómetros por tierra desconocida.
Realizada una última comprobación del funcionamiento
y equipo de la motocicleta, enfilo una concurrida pista, de buen
trazado y firme aceptable, por la que se puede circular a una velocidad
media alta considerable, pero que vas aminorando o, incluso, parando,
para empaparte del paisaje y disfrutar tan dilatadas llanuras.
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