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Ahmed Eissadi escanciando té moruno
Existen otros “turistas” con los que me cruzo,
incluso puedo departir con un compatriota que también ha venido en moto
(una potente scooter) y que tiene el propósito de continuar hacia el
sur, para llegar a El Aaiún. Las famosas “siete olas” atraen en esta
época del año a los aficionados al surf, y puedo ver en la playa a
jóvenes europeos con sus tablas practicando su deporte favorito. Hay un
buen camping en la misma playa, en el que puedo observar diversas
caravanas. Y, a cualquier hora, aquí, es obligatorio tomar el té
moruno, con los rituales ancestrales que Ahmed me enseña.
Al atardecer, la gente acude a las terrazas con
barandillas de piedra (por cierto, en mal estado de conservación) para
admirar una vez más el espectáculo único de la puesta de sol en el
océano, con un derroche de colores y sensaciones tan distintos a los
que estoy acostumbrado, dada mi condición de mediterráneo. Observo, con
curiosidad, y me ratifico en mis anteriores impresiones, que solo las
mujeres y los hombres de cierta edad mantienen la vestimenta clásica
del pueblo aitbaamaran. La juventud masculina (numerosa y ruidosa)
viste vaqueros y camisetas (mayoritariamente), mientras que el calzado
parece que es uniforme: zapatillas deportivas. Además, su “aire” es muy
occidental. Estimo que podrían pasar desapercibidos e integrados en
sociedades como la española, ya que su comportamiento, en público, no
difiere del que tienen los chicos de su edad en cualquier pueblo de
España.
Al atardecer la gente acude a ver la puesta de sol
En el hotel, la hermana de Ahmed, que viste a la europea, es una
abierta conversadora, que domina perfectamente nuestro idioma, y que
debido a su trato constante con turistas de varias nacionalidades,
entre los españoles no son los más numerosos, por cierto, se
desenvuelve airosamente entre el público que en estas fechas llena su
restaurante, y no tiene inconveniente en sentarse con los extranjeros,
como hace una noche en que cena conmigo y con una surfista holandesa
que ha caído por aquí. Precisamente en esos momentos Ahmed está
hablando por teléfono con mi padre y me pasa el aparato, pudiéndole
explicar mis últimas andanzas por la ciudad, con el decepcionante
hallazgo de que el flamante aeropuerto que dejaron mis compatriotas al
marcharse de Ifni, se ha convertido en terreno yermo, del que ha
desaparecido hasta el asfalto.
Es deplorable comprobar cómo la obra civilizadora de
España en este lugar se hunde, siendo su deterioro visible desde
cualquier rincón que el visitante recorre. De aquellos edificios
públicos de arquitectura colonial, que se entregaron en perfectas
condiciones, solo mantienen un aspecto decoroso el ayuntamiento y el
palacio del gobernador, posiblemente por haber sido rehabilitados
recientemente con motivo de la visita de Mohammed VI. Los demás
inspiran pena y tristeza.
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