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Océano Atlántico, frente a las costas de Essaouira.
29 de junio de 1958.
El mercante arrumba al noreste cargado de soldados veteranos de guerra, soldados que llegaron muchachos a un territorio que no sabían ni que existía, integrando los batallones expedicionarios que fueron enviados desde la Península tras el estallido de las hostilidades. Y entre ellos el soldado Alejo, que hasta su llegada a Cádiz nunca había visto el mar y que ya lleva dos grandes travesías bordeando la costa marroquí, la primera de ida, hace siete meses, y ahora ésta, infinitamente más agradable. De hecho no entiende como no se marea, como no se marea casi nadie. Será porque están todos felices, que se saben de regreso, con la licencia en la mano. Pero no hay en ellos lugar para la euforia, nunca hay lugar para la euforia entre los combatientes que regresan de una guerra. De hecho, pasadas las primeras horas del viaje, ya están casi todos encajados como pueden en cubierta, relajados, los más en silencio, como tomando conciencia de los meses anteriores, de todo aquello en lo que la tensión no les dejó pensar.
Y es que han sido muchas noches. Demasiado paqueo. Desde primeras, su sargento les tenía dicho que ojo, que el moro se esconde y tira una sola vez, que aplicado al terreno se muda de sitio y, si le es dada la oportunidad, tira de nuevo. Dar viso en la posición podía ser fatal para un soldado en cualquier momento.
Y el pico, y la pala, venga a abrir trincheras y pozos de tirador. Y de cuando en cuando los morteros… Aunque a Alejo se le escapa una sonrisa, pensando que no sabe qué es peor, si el mortero o las legiones de pulgas que pueblan las posiciones.
Pero le dura poco la sonrisa. Porque Alejo ha visto la muerte de cerca. Y le regresa. Esa muerte joven, que es la más cruel. Lo peor fue aquello de finales de enero, lo que llamaron la operación Diana, cuando tuvieron que cubrir el avance de los paracaidistas, la Legión y los del Soria(11).
Alejo no envidia a los del Soria. Han caído a borbotones. En Ifni todo el mundo habla del alférez Rojas, que a más señas es paisano, de Úbeda. Él no volverá a ver los olivares. Pero no ha sido él solo, en la misma acción, cuando les emboscaron en el Tifguit, fueron quince las bajas solo en el Batallón expedicionario del Regimiento Soria(5).
A partir de marzo la cosa vino a menos. El fuego, que se dice Alejo. Pero seguían las pulgas y siempre, siempre en las posiciones, la incertidumbre del paco. Así hasta bajar de las defensas, hasta el mismo día del embarque.
Dicen que han ganado la guerra. El joven soldado de Jódar no entiende de guerras, que de lo que él sabe es del tiempo de la sementera, que según el grano, y de cómo varear un olivo sin estropearlo. En guerras ni siquiera entiende de ésta, que ha sido la suya. Pero hay algo que no le cuadra. Si se ha ganado la guerra, ¿cómo es que se ha perdido la mayor parte del territorio? Dicen que en el Sáhara se ha barrido el desierto, que no queda un rebelde sobre la arena. Ya, será así, ¿pero en Ifni también?...
Algunas calles de Sidi Ifni aún conservan las placas con sus nombres españoles. (Octubre de 2013).
El vecino le da un codazo. Es un soldado de Córdoba capital. Su amigo “Córdoba”; ambos han permanecido juntos toda la campaña en Ifni.
- Eh, ¿en qué piensas?... Que se te pone cara de tonto.
- No, pensaba en lo que dejamos atrás.
- Bien está ahí, déjalo. Para nosotros se ha terminado.
- Ea.
- ¿Hace un pitillo?
- Trae.
Y la brisa del mar empuja una densa bocanada de humo blanco, que se diluye rápido en cubierta, sobre las cabezas de los soldados, tal que una guerra que pareciera nunca haber existido.
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