Fuente: El Ideal
El Parque Nacional de Khenifiss oculta bajo sus dunas los restos de
Santa Cruz de la Mar Pequeña, una mítica fortaleza española del siglo XV
abandonada por el gobierno marroquí
En
el desierto del Sáhara existe una ley no escrita pero implacable: lo
eterno dura un instante, solo lo transitorio pervive. O lo que es lo
mismo: lo que se construye con pretensiones de longevidad, como las
torres de piedra o las grandes ciudades, tiene dificultades para
subsistir al embate de las arenas. Y son las humildes tiendas de los
beduinos las que triunfan en este ecosistema. Pero hay un hombre que
habita a caballo entre ambos mundos, empeñando su vida para recuperar lo
muerto: Mohamed Khabizi, ‘El saharaui’, un jefe beduino que vive como
un nómada sin moverse del sitio porque se ha propuesto conservar la
memoria de una ciudad enterrada y una torre legendaria que nadie
recuerda.
Mohamed Khabizi, apodado ‘El saharaui’, es un jefe beduino y custodia la vieja ciudad española enterrada. (Foto: M.G.H.)
Habita con su familia –de unos treinta miembros– en un campamento de haimas, pero no siempre fue así. Porque ‘El saharaui’ nació en la ciudad española de Puerto Seguro, que hoy ya no existe porque yace enterrada bajo las dunas que rodean la laguna de Naila, en el corazón del Parque Nacional de Khenifiss. A pocos kilómetros monta su rutina el clan Khabizi, adaptándose al terreno, pero desplazándose lo justo, en esa franja idílica entre el mar y el desierto que es el Parque. Este –situado en la costa atlántica, en la región de El Aaiún-Bojador-Saguia el Hamra– fue establecido en 2006 para proteger el entorno de humedales, dunas costeras y desierto que rodea la laguna de Naila. Es allí donde me han llevado mis pesquisas en busca de Santa Cruz de la Mar Pequeña, una mítica torre española que desapareció para siempre en 1524.
En mi investigación, siguiendo las diferentes teorías decimonónicas sobre su ubicación, he visitado Sidi Ifni y la desembocadura del río Shebika, sin lograr resultados, tras lo cual me dirijo a Tarfaya, donde pregunto por las antiguas ruinas sin resultado. Hasta que en una vieja tetería un tipo orondo me recomienda que tome un taxi al Parque de Khenifiss y busque el campamento de un saharaui llamado Mohamed. «Él sabe», me asegura.
El área protegida
Declarada Reserva Natural en 1960 y Reserva Biológica en 1983, en 2006 Kenifiss se convirtió en Parque Nacional. Situado en la costa atlántica del sur marroquí, cerca de la ciudad de Tarfaya, su punto fuerte son las dunas que rodean a la laguna Naila, una península de agua unida al océano por una bocana.
Santa Cruz de la Mar Pequeña. Construida por orden de los Reyes Católicos en 1496. Se usaba como base para las temidas «cabalgadas», que eran las razzias militares que emprendían los castellanos por el desierto en busca de botines y esclavos.
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Cuando llego al área protegida tardo poco en rendirme a sus encantos. En torno a una marisma de aguas turquesas donde las aves acuáticas hacen sus delicias se despliega un paisaje de desierto bajo un cielo de inmaculado azul. Un militar malhumorado nos indica el lugar donde la familia Khabizi tiene su campamento, a dos kilómetros de la entrada del Parque. El taxista marcha solo en esa dirección y regresa con un hombre que me recuerda a Sean Connery cuando hacía el papel de El Raisuni en la película ‘El viento y el león’. De ademán altivo, Mohamed Khabizi viste de manera humilde pero con cierta elegancia, gracias a su camisa de blanco nuclear y su turbante saharaui (elzam), que lleva enroscado al cuello. Me saluda con dignidad y luego parte hacia el norte por el roquedal con la agilidad de una gacela. Ni las tolvaneras de polvo que trae la brisa ni el descenso vertiginoso que hacemos a la playa le manchan la camisa, lo que me maravilla porque al acabar la maniobra yo he quedado cubierto de suciedad de la cabeza a los pies.
Junto a una casa miserable un soldado marroquí me da el alto: «pasaporte si’l vous plait», me dice desabrido. Es uno de los efectivos del Muro del Atlántico, la barrera establecida por Marruecos con dinero europeo para detener la emigración ilegal a Canarias, cuyas islas orientales pueden verse los días claros. Sobre el papel dicho muro está conformado por los precarios hogares de los soldados, que se levantan cada tres kilómetros. Por mi parte y dada la miseria en la que habitan el militar y su familia, temo una petición de soborno, pero al final no hace falta, porque a una orden de Mohamed el uniformado vuelve a su puesto con el rabo entre las piernas.
Pescaba sobre sus muros
Después llega un calmo zangoloteo por una playa que es pura calma y luz. Y en su centro, un cuadrado de piedras centenarias medio enterradas en la arena. Se trata de la torre, la mítica Santa Cruz de la Mar Pequeña. «Hace diez años estaba cubierta de agua», informa Khabizi, que asegura que solía pescar «subido a sus muros, que levantan unos tres metros del suelo». Mientras dice esto se mete en el recinto y me enseña un folleto de anuncio del Parque Nacional, en árabe, en el que la estructura aparece cubierta de agua. Luego me señala el lugar donde estuvo la ciudad española de Puerto Cansado, hoy cubierta por una colosal duna. «Yo nací allí. Mi padre era cabo de la Caballería Indígena en la guarnición de la ciudad, pero los españoles se fueron y hoy todo yace enterrado. Todo menos mi familia, nosotros no nos moveremos de aquí», sentencia.
Khabizi y yo repasamos la historia del lugar en su campamento, mientras degustamos un magnífico cuscús regado con té de menta. Su existencia sirvió a España como excusa para reclamar los territorios en el siglo XIX y establecer el llamado Protectorado Sur. La torre para ellos era lo de menos, aunque al parecer su ubicación no era tan secreta como se creía. El escritor Mariano Gambín –autor de la famosa serie ‘Ira Dei’– la redescubrió en 2011, y demostró que era conocida en época colonial. Meses después las autoridades marroquíes hicieron amago de recuperarla para el turismo. «Fue un desastre», relata Mohamed. «El Gobierno dio 25 millones de dirhams (unos 2,5 millones de euros) para hacer de esta zona un lugar atractivo para las visitas y el responsable del proyecto lo único que hizo fue robar todo y poner mojones para delimitar el área natural». Ahora los únicos que cuidan el área son ellos, los Khabizi que siempre habitaron allí. Mohamed ni siquiera acepta el dinero que le ofrezco por guiarme en la caminata. Me abraza una y otra vez y repite riendo: «Ah, Miguel, eres un buen hombre».
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