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Jueves, día 10
Por la mañana fuimos de nuevo a la playa, era el "peaje" que tenía que pagar por ir con mis hijas y Hala, lo que a mí no me importaba en absoluto. En aquellas playas se respira una paz inmensa, nada que ver con las masificadas playas del mediterráneo español. Me iba bien para relajarme (los días en Marrakech fueron agobiantes). Además, fuimos en transporte público, lo que ya de por sí fue toda una experiencia.
En la posición del Buyarifen.
Por la tarde subimos todos al Buyarifen. Quizás lo que tenía más ganas de ver. El camino, en muy mal estado por la falta de tránsito y las lluvias, lo hicimos en un "motocarro". Me parecía imposible que aquel vehículo pudiera subir aquella ladera cargado con seis personas. La lástima fue que la niebla nos impidió ver en toda su magnitud el paisaje. Sin embargo, al recorrer aquellas antiguas posiciones, me sentí satisfecho, tanto que apenas hice fotos: estaba más pendiente de ver que de dejar constancia gráfica. He leído y oído mucho sobre ese monte, y tenía ganas de recorrerlo (Desde aquí, quiero enviar un saludo a Ángel Ruiz, el hombre que cuando le llamé para decirle que estuve en el Buyarifen no pudo evitar llorar de emoción).
En los alrededores del Buyarifen.
Todavía hay restos de alambradas, de latas en conserva, de suelas de alpargatas o botas. Restos que dejan constancia del paso de ciento de jóvenes que se vieron obligados a convivir en aquella montaña. Como es lógico, cada uno tendrá su recuerdo particular, y los que no pasamos por aquello no podemos saber realmente las condiciones en las que vivían, pero viendo el entorno, su acceso y lo poco que aún se conserva, podemos hacernos una idea.
No pude visitar mucho más. Al día siguiente nos íbamos y teníamos que preparar las cosas.
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